Por qué quiero ir pa Ovejas.

La vez pasada les dije que había estado en una rumba de bullerengue que me había introducido a la música electrónica, hoy les voy a decir por qué decidí que iría a la edición XXXVIII del Festival Nacional de Gaitas “Francisco Llirene” de Ovejas y que lloré por no poder asistir al XXXVII Festival de Tambores y Expresiones del Palenque de San Basilio, ambos celebrados este fin de semana.

El renacer del amor por la música de mi región comenzó con mi primera fiesta electrónica.

Flashfoward al 15 de septiembre de 2018, mi hermano y yo estuvimos en la Avenida Suba con 106 escuchando a los Gaiteros de San Jacinto tocar. Nosotros llegamos a la hora que decía el flyer de Facebook, pensamos que como se trataba de unos viejitos que tocarían en una pequeña discoteca de un sector de poca rumba, la vaina arrancaría temprano.

Estábamos súper aletiados. Eran las 9 de la noche y no había nadie.

De pronto, la gente llegó.

Por andar buscando ikke un cajero, llegamos después de que se takeó y nos tocó pillarlos desde atrás.

Yo nunca había escuchado cantar a Juan Chuchita[1].

Como pudieron leer la vez pasada, para mí el bullerengue[2] era música folclórica. No era algo que yo pusiera en mi mp3 o que mis vales tuvieran en sus Ipods. Se escuchaba en los días de fiesta en los colegios y se enseñaba como una clase.

No era un parche, sino un deber.

Los manes tocaron canciones que mi memoria recordaba yo no sé de qué parte; las cantaba como si hubiesen sido mías toda la vida sin que yo lo supiera. No porque los derechos de autor me pertenecieran, sino porque había algo dentro de mí que las reconocía parte de sí.

Mi alma es montemariana y la sangre por la que llegó es uterina.

Mi mamá es de Arjona, pero su familia paterna surgió en Palo Alto[3], corregimiento de San Onofre y, por ende, parte de los Montes de María.

Bisabuelo Octavio

La familia de mi papá fue fundada en El Guamo, aunque papa Juan venía de Chinú, en Córdoba. Su sangre era de los zenúes puros.

Mama Juana[4] – la esposa de papá Alberto (hijo de papa Juan)- nació en Lata, un corregimiento de El Guamo, famoso en razón a que la mayoría de su gente es blanca, se casan entre primos y hay muchos hombres gais[5].

Mi abuela Mary – mamá de mi papá (nuera de mamá Juana)- nació en Corralito, corregimiento de San Juan Nepomuceno, discutiblemente el segundo pueblo más grande de los Montes de María y el que tiene la iglesia más maquia.

A pesar de que el tío Jorge tenía la teoría de que los caracteres adquiridos en razón al ADN son habladera de mondá[6]. No puedo evitar pensar que mi sentir viene de algo biológico e inexplicable para mi mente racional. Lo mejor del cuento es que estas ideas solo me vienen ahora, ese día yo no pensaba en nada.

La música y yo estábamos solos, ya que transcurría uno de esos lapsos entre rumba y rumba del año 2018.

No puedo acordarme de las canciones que tocaron, como me pasó la otra vez.

En la discoteca en Suba, yo era un aficionado que había pagado una boleta. Mi conexión con los gaiteros era la misma que tiene cualquier artista con su público, un ente amorfo integrado por personas que le importan solo por su concurrencia al lugar, un cliente y de todas maneras sentí el meke.

Pero en octubre de 2019 conocí a Jorge Emilio Pardo, El león.

El león Pardo para los desconocidos, Jorge para los que veve.

Trompetista y gaitero desde niño, salido de las huestes del proceso musical-educativo de la Ciudad Escolar Comfenalco y la tradición gaitera de la familia de su madre.  

Lo pillé en un Jam en Acústicos Bacatá: el parche que me hizo decidir dedicarme a la música y no al derecho en estricto sentido.

Yo.

Míster preguntitas en la facultad.

El tipo que en quinto semestre se atrevió a corregir al padrino del hermano en una clase.

El que increpó al profe magistrado en la especialización, porque explicó una tesis que no estaba vigente en el Consejo de Estado.

Ese que se había visto como abogado de muchas maneras, que por esos días renunció al trabajo que se había propuesto tener en sus propósitos del año anterior.

Ese tipo concluyó que la rama judicial le rompería el alma, pues lo obligaba a abandonar una parte suya que amaba y que le había costado mucho construir en el transcurrir de su existencia.

En la agonía del desempleo y la presión por pertenecer dije en un podcast que quería ser comediante[7] por una edición decidida por Sebastián[8], afirmar que quería ser abogado y hablador de mondá no era lo suficientemente dramático para el texto.

Recapitulando.

Dos días después de mi renuncia, estuve en un toque de El león con Omar Rodríguez. A quien había escuchado interpretar su guitarra en las misas del colegio y admiraba por pertenecer a la banda de rock que me hizo querer tener una. Yo llevaba algunos meses yendo casi que sin falta a los Acústicos y estaba acostumbrado al vacile.

Ese día fue especial.

Todos los asistentes tocaban así sea el timbre y se armó una cofradía entre 27 personas.

Estábamos todos viviendo la música o mejor:

Musicando[9].  

Un verbo que pude entender gracias a Acústicos Bacatá, un parche al que proyectos musicales independientes concurrían a tocar en un apartamento en las Nieves, teniendo como amenizante la cerveza “Santo Remedio”, un viche curao que no recuerdo la marca y las carimañolas de “Pa’ la Monchis” elaboradas por el mismísimo maestro de ceremonias: Santiago Pinaud.

En ese espacio musiqué escuchando a Briela Ojeda, Buha 2030, Denim, Mr Cabuyo y los Electrodo-místicos, Joseph Seven Voices y una larga lista de proyectos que tuvieron su tiempo y ya pasó, ocurrieron solo ahí o que ya son artistas en camino a las grandes ligas.

Es decir que mis fines de semana en 2019 participé como oyente, bailador y hablador de mondá[10] en un ritual comunitario entre músicos emergentes; mi única intención era pertenecer de cualquier manera a su movimiento.

Sin embargo, ese año no pude ir al recital de grado del Santo[11] por andar trabajando.

Esto fue un golpe en mi pecho que me hizo sentir que el proyecto de vida de un individuo debe estar atado a los micro momentos que lo componen y no a la meta, que debe servir más de punto de referencia que de motivación.

Le había fallado a quien me hizo partícipe de unos parches inolvidables en su casa. Eso que allá arriba les dije que se llamaban Acústicos Bacatá como si ustedes hubiesen vivido en Bogotá en la época y fueran omniscientes.  

Un piano vertical que había dejado el Vlacho allá.

Unas estibas que fungían como tarima.

Unas luces de colores que eran controladas por una brujería extraterrenal que hacía lo que se le daba la gana.

Dos parlantes que jueron la mondá, que padecieron heridas en la batalla y terminaron un poco joche.

Sol Bemol y Lakissa: las dos gatas de la casa.

Y matas, muchas matas…

Toda una constelación de circunstancias especiales que inspiraron al combo de El Yeyo presenta a sacar adelante un video de Youtube en esa locación[12].

Luego de grabarlo, en una entrevista diría que quiero ser representante de artistas y hablaría mal de ese gran logro, porque no había llenado las expectativas que creé con mi mente narcisista[13].

Jajajaja yo siempre dejo los cuentos mochos.

https://ellaberintodelminotauro.com.co/wp-content/uploads/2022/10/VID_20191030_211924-1.mp4

El jam se anunció con un flyer a través de la página de Instagram de Acústicos Bacatá, que todos nosotros compartimos en las nuestras.

Se suponía que se presentarían Omar con la guitarra y la trompeta de Jorge, pero el Chongo llegó a parchar y cogió el alegre. Un Juancho llegó por ahí a tocar el bajo (El Pachera estaba en una moña). Y cada que era posible alguno entraba y salía con cualquier vaina a la que hubiera acceso, por ejemplo, en un momento cayó un vale con una flauta de millo.

Una experiencia poderosísima.

Yo había durado 9 años diciendo que era ateo, sin entender qué mondá era Dios (o los dioses) y ese parche fue un año después de la loquera de la electrónica, lo que implicaba que ya había tenido experiencias extrasensoriales que me recordaron la realidad de la espiritualidad y había quedado conectado al enchufe de 220 que dije antes.   

Diseñado por Jessica Cárdenas

De alguna manera, ya yo no escuchaba la música cuando era en vivo, sino que musicaba.

Entraba en una suerte de trance grupal, en el que todos por ese no tan breve instante de conciencia plena del estar ahí replicábamos juntos el funcionamiento del cosmos.

Definitivamente yo no podía vivir una vida que me obligara a ausentarme de este tipo de rituales, porque tengo que entregar los autos en dos días y el tiempo no me alcanza para dar resultados excelentes.

Ese día fue un jam para los gringos y una rueda para nosotros.

Todos los músicos que llegaron a la casa de Santi y Jessica iban con la actitud de compartir lo que tenían a su disposición con los demás participantes de la fiesta y el resto nos comprometíamos a vibrar en la misma frecuencia que los que estuvieran tocando.

Siempre fue un acuerdo súper sencillo que pudimos cumplir todos los asistentes en el año y pico que aconteció, salvo la vez que un rolo salió con una charada y otra que una chica pelió con su novio y él la abandonó a su suerte en la calle 21 con carrera 5°. A dos cuadras del 19-74 de la Carrera 5° (al lao del Bd Bacatá); número que recuerdo por el mundial de Alemania del 74 en razón a una orden estricta del Santo Moré.   

Dos meses más tarde escuché al león tocar otra vez, en un festival cuyo nombre no diré, pues se regó un chisme boleta del organizador y a muchos nos resulta difícil confiar después de ese patín.

Antes de todo esto lo había visto dos veces en la vida.

La primera vez lo escuché tocar con Onda Trópica en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán, ahí también pillé al Michi con su saxofón, alma bendita. Esa noche tocaría Mitú, por lo que el Pinky, la Chula -que en ese momento era GC- y yo nos fuimos en modo fiesta a un teatro con todos sus focos prendidos.

La segunda, fui a una fiesta organizada por Resident Advisor que duraría 24 horas en la que Mitú tuvo turno a las 10:30 a.m.[14] Mi compae estaba arboleao en la terraza con que cule sol iwepeta soñando con no estar ahí.

Su interpretación también la conocí por la pareja maquia.

Jorge había sido invitado a participar en el álbum Los ángeles, cuyo lanzamiento fue mencionado en el cuento pasado. Más allá de eso, no le había parado bola a la obra de El león.

Si yo no fuera amigo del Santi probablemente nunca más hubiera escuchado su música, ya que los canales de distribución musical de los que me valgo no nos habían hecho coincidir[15].

Gracias a Dios la realidad no se limita a lo que aparece en el mundo virtual, sino que aquello es una puesta en escena hecha para engañar, hacernos creer que la existencia humana es universal.

Jajajaja el festival.

Por esos días de diciembre de 2019 había muerto un bailarín de bullerengue y la comunidad cimarrona organizó ruedas en varios lugares en los que bailó el fallecido para de alguna manera recoger sus pasos. Se trató de un ritual fúnebre amenizado por el tambor alegre, la tambora, el llamador y el ron.

El alegre se tenía que limitar a llevar un ritmo constante que mantuviera la concentración de los bailadores en el Camellón de los Martires.

El muchacho del tambor hembra era de Malagana, por lo que su estilo crudo y macizo puso a bailar con pasos cortos a todos los convidados al ritual. En teoría, cualquiera de los presentes que se atreviera a pedir un instrumento a los intérpretes podía tocar, en razón a que estábamos en una rueda.

Es de mal gusto rehusarse a compartir la hermandad en el musicar.

En otras palabras, el no mata el viaje.

Un muchachito -definitivamente cartagenero- pidió ser el maestro de la ceremonia al exigir el alegre. Con una mirada el caballo[16] le dijo al insolente que no era el momento, a pesar de eso, su ingenuidad o masculinidad tóxica le impidieron al muchacho reconocer el texto escondido entre las pupilas de mi compae.

Comenzó a tocar y el único interés de su interpretación era demostrar que tenía una técnica excelsa, que ninguno de los presentes podría tocar más golpes por compás que él, un músico diría que el chamaco se puso a botar aceite[17].

Sin embargo, el chiqui no se había pillado que estaba en una experiencia comunitaria con códigos compartidos por todos y que más importante que el tamaño de la picha de él era acompañar la cofradía con unos golpes constantes para que los bailadores dieran pasos de baile cortos y sabrosos.

Al poco tiempo del descache del muchachito todos se sentaron, los demás instrumentos dejaron de tocar y él se vio solo en su percutir, tratando de abrir los canales que su afán de figurar había cerrado.

Una buena media hora pasó para que él entendiera que se había equivocado de lugar, que sus cofrades no tolerarían su falta de respeto con la conmemoración colectiva.     

Ese día entendí que la música o el musicar es mucho más que lo que me había permitido sentir.

Yo había cantado en vivo, o sea que fui maestro de ceremonias en varias acciones de musicar y se había sentido la mondá dos veces[18], pero todas las demás experiencias habían sido peye, como bailar ante 1200 personas siendo un gordito descoordinado[19]. La plena es que no me moría por repetir la vainita.  

Con todo, el estar ahí con gente perteneciendo a lo mismo, me hacía sentir bien. En esta época, la duda más grande que tenía – y tengo- es mi lugar en el mundo, lo que quiero hacer y cómo me quiero sentir.

En el musicar volví a sentirme en un hogar por fuera de mi casa.

Desde ese momento[20] pude vislumbrar que sí podía haber una manera en la que esas experiencias serían una constante en mi vida, el problema era (es) que no sabía cuál, así que traté de vivir la mayor cantidad de momentos similares como me fuera posible.

Había reunido una luca con lo que me había ganado en la rama y estaba dispuesto a invertirlo en un futuro que incluyera el musicar en su rutina. En noviembre de 2019 grabamos El Yeyo presenta y en el marzo siguiente entramos en casa por cárcel mundial. Todas las industrias que requerían de las personas en la calle habían quedado en pausa y yo que tenía un año pensando en cómo dar el salto vi truncadas mis elucubraciones por orden expresa del alea.

Me tuve que gastar lo que había reunido en sobrevivir por un tiempo y abandoné la posibilidad de hacer algo, pues el día día era más apremiante y mi meditar no había encontrado un curso causal plausible para sacar adelante mis ambiciones.

En ese festival de cuyo nombre no quiero acordarme experimenté la rueda y no solo por la muerte del bailarín, sino porque Jorge estaba en su ciudad natal con sus amigos más cercanos compartiendo su musicar luego de años de vivir en Bogotá y caminar la bolita; yo participé de la cofradía de ese parche solo por ser amigo de Santi.

Uno de esos días conversé a solas con él entre ese mundo de gente. Lo escuché narrar como su decisión de ser músico le había costado la cercanía con su núcleo familiar, pues se fue a los 16 a estudiar a otra ciudad y acá querían verlo en la Armada. También me contó como sus bisabuelos de ambas líneas habían sido amigos en el Líbano (o Siria)[21] y, al llegar a Colombia, sus caminos se separaron, para que luego sus legados confluyeran en él.

Para mí se convirtió en una imagen casi mítica que se me perdió del mapa.

Flashfoward al 2021, me encontré con el bullerengue otra vez y con Jorge.

Durante el 2020 y la primera mitad del 2021 me había recluido en la casa a leer y a meditar sobre lo que había significado para mí mi vida pasada y cuál sería el paso que tendría que dar para llegar a mi siguiente vida. En ese patín, me compré una grabadora Zoom H1n, pues en mi deambular lejos de los abogados había decidido escribir podcast[22] y necesitaba material para cumplir con el plan que me había trazado.  

Resultó que además de la casa de Santi, ahora estaban los parches donde El Pachera y Laura que también se trataban de un musicar, con muchas otras personas y con los mismos de siempre.

Aquí mi amor por ese vivir en conjunto se hizo indeleble.

En el camino a mi nueva vida, redireccioné la decisión inicial y me dispuse a investigar de música para saber de arte y vivir de él. En mi Instagram – que es privado y solo puede ver gente que conozco- hay 58 entrevistas en vivo de al menos una hora. Alrededor de la mitad se tratan temas artísticos, como la muerte del autor, qué es el arte o qué significado tiene el arte en la cultura.

En ese investigar la vida me hizo coincidir con Jorge como sujeto y el musicar como objeto.

Para mí, él representa uno de los dos mínimos irreductibles al momento de conceptualizar el arte, el que lo entiende como la expresión de la subjetividad del artista. Un sujeto que es portador de un fuego que debe compartir, porque la naturaleza – o la cultura– le asignaron esa carga.

Teniendo a Jorge como fuente directa para resolver mis preguntas decidí que lo grabaría a donde sea que tuviera la bendición de escucharlo. Que si un ensayo para un toque en Latino Power, que una moña en el Café Lunático o un parche en la Bahía de Manga y ahí nuestro vínculo dejó de ser mediado por otras amistades y pasó a ser propio.

Ahora, él tiene la obligación de transmitir lo que ha aprendido en sus años de tocar en pequeños bares, teatros importantes y festivales en la tarima del XXXVIII° Festival Nacional de Gaitas “Francisco Llirene” de Ovejas. Su última participación fue en la categoría infantil y tendrá que medirse ante sus copartícipes para definir a un ganador en la categoría de aficionados.

Yo nunca he ido al festival, les recuerdo que la música de gaitas fue para mí una tarea en el colegio, hoy se trata de un compartir con mis vales y, por sobre todas las cosas, con mi amigo Jorge. Lastimosamente estoy limpio y ahora, a 24 horas de que empiece el Festival, no he encontrado la manera de ir, entonces vayan por mí y sientan por ustedes mismos el musicar.  

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En teoría este texto intentaría conectar a Jorge, el musicar, la Gaita y mi cambio de carrera, pero esta columna se limitó a ser una suma inconexa de pequeñas historias sobre mí y en lugar de forzar la musa a mis ambiciones me sometí a sus designios[23].

Imagínense que una persona duró toda su adolescencia y comienzo de la adultez soñando con algo que sería para toda la vida, pero se reencontró con una experiencia que lo hizo querer cambiar de rumbo para siempre.

Los invito a todos a musicar en Ovejas. A dejarse enamorar por la espiritualidad que nos hace sentir la música que salió de las entrañas de la tierra que nos rodea.

Y si les parece que Sucre está lejos, en Palenque este fin de semana también se vivirá un musicar comunitario. Pueden averiguar con @festitambor en Instagram todos los detalles y si quieren una rumba iwepeta, mi vale Eliana Carola está organizando tremenda rumba en el marco de las festividades comunitarias que pueden consultar en @nekeytambo. Lloré porque no tengo plata para ir a los dos eventos y prefiero ponerle ganas a ver a mi amigo luchar por una prensilla que quiere.


[1] Juan Alberto Fernández Polo fue la voz principal de los gaiteros de San Jacinto después de la muerte de Toño Fernández – su tío-, compositor de varios de sus éxitos, tocó la tambora e inclusive la guacharaca. Falleció el 29 de julio del año pasado. El álbum “Fuego de Sangre Pura” de los Gaiteros de San Jacinto se ganó un Grammy Latino en 2007 y contó con su participación como cantante. Yo canto un poco joche y entre más alto el tema es peor, pero la canción que le da el nombre a ese disco es lo más parecido que tengo a un theme song.

[2] Para muchos estudiosos de la cultura bolivarense y los cumbiamberos, el bullerengue y la música de gaitas son opuestos. Uno es una cosa y el otro la otra. Dentro de cada uno existen distintos ritmos como la chalupa, el son de negros o el bullerengue sentao – que pueden consultar con más detalle en www.bullerengue.com – en el primer caso y la Gaita con aires como el porro y la cumbia negra, sin embargo, en este escrito utilizo el término bullerengue para referirme a las expresiones musicales autóctonas del departamento de Bolívar que al menos tengan tambor alegre, tambora y/o llamador. Me abstengo de utilizar la palabra cumbia, porque la industria musical la vulgarizó y necesito particularizar el fenómeno que estoy estudiando; así como que no siento que conozca lo suficiente para categorizar cada tema según corresponda.

[3] En el proceso de edición de esta columna, mi mamá me contó que es muy posible que mi bisabuelo Octavio haya nacido en Chinú y tuvo ascendencia española, pero su vida e hijos nacieron en el municipio de San Onofre. Mi bisabuela Etanisla Zarza fue originaria de Palo Alto, pero mi bisabuelo tuvo 42 hijos con otras mujeres en esa región además de ella, un día bebiendo con un amigo y un vale de él eché un cuento de un pariente que mató por honor a un tipo y resultó que el tío-awelo mío era el awelo del muchacho.    

[4] La tradición oral de mi familia poco se preocupa por la imagen de la esposa de papa Juan. Según entiendo se trataba de una de esas Guzmanes viejas de allá de El Guamo venida a menos, que su papá la había abandonado, papa Juan la acogió y se casó con ella. Pero creo que eso lo escuché hace muchos años y sólo una vez, así que muy probablemente podría ser embuste o yo pegando mal un cuento.

[5] Según un amigo que publicó un libro de historia sobre Lata, unos hermanos de mamá Juana practicaban esa costumbre, pues al beber se les volteaban las chupas

[6] Él no diría así, recuerdo que mandaba a lavar la boca con ácido muriático cuando escuchaba a alguien decir una vulgaridad, pero ustedes me entienden.

[7] https://soundcloud.com/queridodiario/se-agua?utm_source=clipboard&utm_medium=text&utm_campaign=social_sharing

[8] Es el mismo Sebastián de la vez pasada.

[9] Este concepto se utilizará en el sentido descrito en SMALL, C. El Musicar: un ritual en el Espacio Social. Conferencia pronunciada en el III Congreso de la Sociedad Ibérica de Etnomusicología, (Benicàssim, 25 de mayo de 1997); fuente conocida por la lectura de Buelvas Díaz, Jaili Ivinai. 2019. “A garganta da terra: música, memória e conflito agrário nos Montes de María, Colômbia (1960-2000)”. Dissertação para a obtenção do título de Mestre em História, Fortaleza, Brasil: Universidade Federal do Ceará en su traducción al español.

“El acto de musicar crea entre los asistentes un conjunto de relaciones, y es en esas relaciones donde se encuentra el significado del acto de musicar. Se encuentra no sólo en las relaciones entre los sonidos organizados que generalmente creemos que son los elementos esenciales de la música, sino también en las relaciones que se hacen entre persona y persona en el espacio de la performance. Esas relaciones, a su vez, significan unas relaciones en el mundo más amplio, fuera del espacio de performance, relaciones entre persona y persona, entre individuo y sociedad, entre la humanidad y el mundo natural y hasta el mundo sobrenatural […] cuando musicamos, cuando participamos en una performance musical, sea como músico o como oyente, las relaciones que creamos modelan las del cosmos, como creemos que son y que deben ser. No es sólo que aprendemos sobre esas relaciones, sino que las experimentamos en toda su bella complejidad. El musicar nos otorga los poderes para experimentar la estructura de nuestro universo, y al experimentarla, aprendemos, no sólo intelectualmente, sino en las profundidades de nuestra vida, cuál es nuestro lugar dentro de él, y cómo nos relacionamos y debemos relacionarnos con él. Cada vez que participamos en una performance musical, exploramos esas relaciones, las afirmamos y las celebramos”.

[10] Mi misión en el operativo consistía en hacer más agradable la espera mientras Santi fritaba las carimañolas, me preocupaba por echar chistes o narrar anécdotas que hicieran a los clientes reírse cuando esperaban.

[11] Santiago Pinaud fue el personaje principal del segundo “Micrófono del Yeyo”, cualquier apodo que perciban que proviene del nombre “Santiago” hace referencia a él.

[12] (151) El Yeyo Presenta: Joseph Seven Voices – YouTube Yo no entiendo cómo mondá es que J Balvin es famose y Joseph no.

[13] https://open.spotify.com/episode/0nmmzTzPYafr9KfPtkzWjm?si=57ec3783966a450e

[14] Esa vez me desayuné un tamal como con 7 panes rollito y cule chocolate tablúo en una panadería con un nombre curiosamente parecido a “Hornitos” a una cuadra de Videoclub, la preparación perfecta para el combate de 12 horas que se me vendría.

[15] Su música está en todas las plataformas, pero quien sabe cómo funcionaran esos algoritmos que para ellos es más probable que me guste el afro beat de Burna Boy que la música de un muchacho que se hizo en las mismas murallas, con la misma sal y la misma calor que yo.

[16] Alguien muy talentoso en la actividad que desempeña.

[17] Expresión del argot de los músicos que hace referencia a mostrar virtuosismo al momento de interpretar un instrumento. Ej: “Ese man está botando cule monda de aceite”. Allí, el narrador está diciendo que el vale se saco su picha para probar que era el mejor, con todo, generalmente botar aceite se usa de forma despectiva, pues se está utilizando más de lo que se debe para el momento en particular. 

[18] Bueno y él.

[19] Como les relaté en el micrófono pasado.

[20] La primera vez que fantaseé con ser parte del arte fue en una fiesta el 28 de diciembre de 2018, pero ese día de 2019 en Acústicos Bacatá lo vi real.

[21] A finales del siglo XIX y comienzos del XX muchos musulmanes padecieron un éxodo ocasionado por las guerras de la época. A pesar de que la mayoría de inmigrantes provenían de los dos lugares señalados, a todos los migrantes de origen musulmán que llegaron al Caribe colombiano los llamábamos turcos. Como ocurre con la Tía Lilia, cuya familia vino de Siria y en Arjona fueron turcos.

[22] https://open.spotify.com/episode/74w5aG7UW9LodTCXZObjXA?si=826d8e62faf84bad

Cuando lean estos cuentos le pido el favor que se imaginen la voz que aparece en este podcast.

[23] Como dice George R.R. Martin yo prefiero ser jardinero que arquitecto de historias. 

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Tu vale el Yeyo es un Hablador de Mondá nacido en Cartagena, que le preocupa que la vida sea determinada por unos valores impuestos por el pasado y no por el parche. Su profesor de música del colegio estuvo nominado al Grammy y luego estudió en la escuela de Patricia Ojeda. Es autor del Podcast "El machete".

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