Han pasado muchos meses desde que dijiste que yo era tu cómplice. En esa declaración sentí una intención poética y fui feliz en ella. Antes de saber que te desvives por poetizar las cosas vi en ti una arrogancia dulce, una fuerza y una altivez esquiva. Hubo días en los que caminaba los pasillos del claustro buscando verte. Era como si no le tuvieras miedo a nada, como si pudieras pasar impávida mientras el mundo se desbarataba, y allí estaba yo más solo que nunca. Eran los días en que te adornabas con plumas y en el cabello te guardabas una trenza a la que llamabas espada. Apelé a tu sensibilidad: te compartí mis preguntas y mis tristezas. Quise que supieras que en mi había un dolor inmenso e infranqueable, un dolor del que no quería testigos más allá de los poetas que leía. Se empezó a tejer un puente entre nosotros y eventualmente me dejabas cruzar al otro lado. Entonces te supe frágil, peligrosamente desdichada. Te supe amante de los colores, de las margaritas y de los boleros; del vino y de las risas que se comparten con los amigos.

He asistido contigo a un teatro de precariedades, de carencias materiales que sirven para complementar las cosas que si son valiosas, pero cuando aquellas no están nos obligan a preguntar si hemos tomado las decisiones correctas. He visto cómo te defiendes de la realidad usando las palabras como armas bien pensadas; salir al paso ante los malos azares dando golpes de ingenio. Sé que te sabes refugiar en una frase bien lograda y que sabes acompañar el insomnio trazando las líneas de un dibujo.

Heme aquí escudriñando recuerdos y queriendo dártelos embellecidos, adornados del patetismo de mi vida reciente.  Habré de rememorar esta época como aquella en la que mi espíritu se proyectó más árido que nunca antes, más altanero y embebido en futilidades cotidianas. Este soy yo: un hombre que olvida las fechas importantes y que disfruta saberte enamorada de tus gatos. Este soy yo: quien te sabe divina en tus matices y vigila tus rodillas cuando bailas. Esto afirmo: yo soy tu cómplice y quiero seguir siéndolo.

Víctor Dormen

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