En diciembre de 2024 la editorial española Ediciones Hurón Azul publicó la colección de relatos de ciencia ficción cubana: «Distopía Tropical. Una antología disfuncional». Durante los últimos años, dentro del movimiento de la ciencia ficción cubana, cada vez más sintonizada con la ciencia ficción caribeña, han aparecido relatos que proponen aproximaciones diferentes al escenario distópico. «Se trata de relatos que fueron apareciendo en diferentes talleres y todos tenían en común el tema de la distopía y el tratamiento que le daban. Es a partir de estos textos que propongo el término Distopía tropical para englobar esta nueva manera de afrontar lo disfuncional de la sociedad. Una propuesta distópica hecha desde un tercer mundo ya distópico», dice Erick J. Mota en el prólogo del libro. A propósito de la publicación de su relato en esta antología, la escritora M.J. Chávez propone una defensa de las distopías y de la visión antiutópica.
La historia de mi cuento en Distopía Tropical (un cuento brevísimo, dos cuartillas apenas) es muy graciosa. Lo escribí como parte de un reto que me autoimpuse, el “reto Bradbury”. Se trata de una idea que Ray Bradbury planteó en una entrevista hace muchísimo tiempo: si escribes un cuento a la semana, por ley alguno debe quedar bueno. Esa semana no había escrito nada, así que improvisé un cuento muy corto en lo que esperábamos por un café. A mí no me parecía la gran cosa. Pero Erick Mota lo leyó y le encantó.
El elemento distópico de mi cuento es la reversión de una vieja broma cubana: nuestros dirigentes parecen subir de peso a diario. La misma gente que nos pide que aguantemos, resistamos, etc, no caben en sus propias ropas. Escritora al fin, se me ocurrió un planteamiento: ¿qué tal si, en vez de subir de peso a medida que suben de cargo, es al revés? Y así surgió todo un universo en que los burócratas compiten agresivamente por ganar peso, ya que eso es lo que define que puedan seguir progresando en su carrera. Supongo que por eso encajó tan bien con el resto de las historias de Distopía: meterte con la burocracia y usar el sentido del humor para sobrevivir a la distopía cotidiana es algo muy cubano, y muy caribeño.
Escribir distopía desde Cuba es complejo, porque incluso nuestro periodismo a veces suena distópico. Me he leído grandes obras extranjeras y mi pensamiento ha sido “no me impresiona, el peor escenario para esta gente es un domingo random en mi barrio”. O sea, ¿qué pasó en España el otro día, cuando tuvieron un gran apagón? El caos, el pánico. ¿Qué es eso en Cuba? Un mal diario. A diario tenemos apagones “programados” de x horas, y una diferencia clara entre la capital y las provincias, donde a veces se cuentan por horas de corriente (dos al día, por ejemplo), o varios días seguidos sin fluido eléctrico. Y la gente sobrevive… y hasta hacemos memes y bromas al respecto.
Así parecería que intentar escribir algo distópico desde esta latitud es particularmente complejo, y puedo asegurar que el público es difícil. La mayoría de los cubanos que conozco ven películas de catastrofismo o post-apocalípticas con una cara que grita “meh, ese no tiene idea de qué es el verdadero pasar trabajo”. O peor: “qué brutos y poco adaptables son estos primer-mundistas” y empiezan a debatir las mil maneras en que podrían sobrevivir y hasta progresar en las mismas condiciones en que el protagonista de la película o novela en cuestión está teniendo toda una crisis. Y estoy hablando de la gente común, que ven la película porque tiene acción y explosiones, zombies y monstruos. Y te salen con estrategias que el autor ni siquiera pudo haber imaginado.
Esto me recuerda a un capítulo muy específico en Guerra Mundial Z, donde el autor plantea que las personas de los estratos más bajos del Primer Mundo (especialmente inmigrantes, obreros, pobres en general) tienen muchas más posibilidades de sobrevivir porque saben hacer mucho más con recursos mucho más limitados. Básicamente, expresa que el consumismo no nos da competencias correctas para sobrevivir en el más inocente de los entornos hostiles. Y el ejemplo que ponía era la propia organización del trabajo y las posibilidades de que un oficinista sepa arreglar un aparato eléctrico, cuando está acostumbrado a simplemente sustituirlo. Por no hablar de sembrar su propia comida, o crear herramientas a partir de elementos reciclados. Algo que todos en el Tercer Mundo sabemos hacer. ¿Qué es no tener dinero, agua del grifo, o electricidad, o comida, o medicamentos? Un día normal en mi casa. Y aquí estamos.
Sin embargo, sigo escribiendo distopías. Supongo que incluso yo tengo derecho a tener miedos y angustias, a imaginar situaciones peores. O quizá tenga que ver conque no creo en utopías. Hay una opinión recurrente que argumenta que «se deberían escribir más utopías y menos distopías» para inspirar futuros positivos. A mí me parece una estupidez. Si usted quiere ser optimista y creer que por escribir futuros positivos, la sociedad va a ir hacia allá, bienvenido sea. Pero de ahí a decir que escribir distopías es lo que provoca el estado actual de desesperanza y desorientación que parece ser la media mundial… Yo no coincido.
Partamos del primer punto digno de analizar: la mayoría de las distopías se venden como sociedades utópicas. Como sucede en las sociedades reales, las distopías se presentan y se promocionan como el mejor de los mundos posibles… para un “nosotros”, que cumple con ciertas características, para lo cual es necesario sacrificar a, o defenderla de, un “ellos” que no encaja con la visión. Y ahí se presenta la primera condicional: no todos “merecen” la utopía. Como el viejo chiste: “cuando el político dice que el pueblo va a estar mal, el pueblo es uno. Cuando dice que el pueblo va a estar bien, el pueblo es él”.
Supongamos que tenemos una utopía real, ¿dónde están esos “ellos”? ¿Dónde se quedaron? ¿Qué precio hubo que pagar, quién lo pagó? El cuento Los que se van de Omelas, de Ursula K. LeGuin, es la mejor expresión de este conflicto base. Toda utopía siempre conlleva una distopía implícita. Ya sea porque para llegar a la utopía hubo que pasar por una distopía, o porque eventualmente la corrompimos (como todo lo que tocamos). Si las distopías son utopías corrompidas, ¿no podría ser que una utopía es una distopía que logró triunfar?
O sea: el disenso es inevitable. Se podría suponer que todos los ciudadanos aceptan y apoyan la visión común (¿para qué ponerse en contra de la perfección?). Sin embargo, la realidad es que no todos estarán de acuerdo con el modelo propuesto. Y ¿puede existir verdaderamente una sociedad perfecta si la diversidad es reprimida? ¿Podemos realmente construir una utopía sin sacrificar la libertad individual? La llamada «paradoja de la tolerancia», por ejemplo, nos advierte de los peligros de una sociedad que, en nombre de la tolerancia y la libertad, acepte en su seno a las tendencias que abogan por destruirla. En pocas palabras: la libertad sin límites es un problema.
En conclusión, yo no creo en utopías. No me siento capaz de escribir una, porque invariablemente acabo encontrándole el defecto a las que leo, y no me veo escribiendo una que no sea así. Quizás es incapacidad mía. Quizás es que, como el propio nombre lo indica, es imposible.
Las distopías son mucho más fáciles y asequibles para mí. Pueden venir en formas tan variadas como las nubes. Yo particularmente no soy partidaria de diferenciarlas por tipos de una forma estricta, ya que las sociedades y sus males suelen ser mucho más complejos que una visión simplista de las cosas. Lo que me molesta de las ideologías en general es que la gente acaba teniendo una visión de túnel. “Todos los males de la sociedad son por culpa del machismo”, “todos los males son por culpa del capitalismo”, “todos los males son por motivos ambientales”, etc. Y la sociedad es un sistema holístico de veinte mil basuras diferentes, trabajando en conjunto para que todo se vaya a… en fin.
Escribes una historia sobre el cambio climático y bien, tu factor distópico principal será ambiental. Pero este cambio climático, ¿llegó solo? Si se trata de un megaevento natural a gran escala, sencillamente inevitable, sí. Pero si la mano humana está involucrada en el asunto (y suele estarlo), ¿no es también un asunto político? Si la sociedad que se funda tras este cambio ambiental brusco está controlada por corporaciones, una religión, o se inventan cualquier cantidad de limitaciones tecnológicas, o la raza se sumerge en una especie de hibernación donde las IAs empiezan a hacer desmadres o qué sé yo, ¿no entraría también en estas categorías?
Las distopías también son necesarias para construir ese futuro mejor que queremos. Nos instan a detenernos y evaluar nuestra sociedad actual, recordándonos la importancia de la libertad, la justicia y la empatía. Nos desafían a ser vigilantes y a participar activamente en la defensa de nuestros valores fundamentales para evitar la realización de pesadillas distópicas. Al explorar estos universos ficticios, nos armamos con una mayor comprensión de los peligros y responsabilidades que enfrentamos hoy en día. En última instancia, estas obras nos inspiran a ser agentes de cambio y a luchar por el mundo que queremos, pero desde una visión mucho menos edulcorada, más realista.
Pueden conseguir el libro «Distopía tropical» en este enlace: