Cuando artistas como Tyler, The Creator lanzan algún proyecto, el mundillo melómano avanza a su encuentro con entusiasmo, aguardando por una entrega que proyecte singularidades y matices inéditos del rapero. Sus valores como creativo no permiten que se ponga en tela de juicio su respeto por los géneros musicales que abarca.
Paralelamente, examinando artistas de la escena musical internacional, es común señalar la ligereza conceptual como principal “aderezo” de sus productos. Como podría suceder al criticar a cierto artista por estrenar discos solo para vender, cumplir cuotas con disqueras o explotar una fórmula que les funciona.
Solo en Colombia, Tropicoqueta, último álbum de Karol G, generó un debate cuyo argumento se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿qué hace una paisa cantando vallenato, bossa nova, funk, bachata o merengue? Dicho interrogante posee —indirectamente— una contestación sencilla por parte de la cantante: “cada canción representa un mundo y un sentimiento distinto”. Y es que sí, linealmente, lo más cohesivo es el tono de voz de la colombiana a lo largo del LP: ligero, meloso y muy divertido por momentos.
Entre muchas variantes, la relación a destacar entre Tyler, The Creator y Karol G en este comentario, circula en la crítica que reciben y en cómo se mide la creatividad de su trabajo (ubicándonos en el presente y observando sus últimos lanzamientos). Asimismo, los parámetros de esa medición son los mismos que crecen considerablemente en esta época de sobresaturación de contenidos: ¿cuál es tu relación con lo que haces?.
El conocimiento o vínculo con tu propuesta le da más valor. De a poco, el llamado a ahondar en las raíces se vuelve una necesidad; lo mostró Kendrick Lamar con GNX; Beyoncé con Cowboy Carter; Bad Bunny con DtMF; Rauw Alejandro con Cosa Nuestra; y ahora, Tyler, The Creator con Don’t Tap the Glass, un trabajo tan rapero como una block party de los 80; y Karol G con Tropicoqueta, un disco más latino que una radio caribeña en aleatorio.
Con tributos a elementos que van desde cadenas y tambores, hasta a códigos de nicho y ambientes a los que pertenecen espacial, étnica o culturalmente, Tyler y Karol G abordaron sus proyectos. Claro está, el más elogiado y vendido es aquel que la audiencia percibe como más orgánico: el de Tyler, The Creator. Tal vez por su evolución musical o porque es mejor artista. Sus habilidades no se cuestionan. Pero, mientras más propuestas que apelan a la nostalgia emerjan; ¿cómo será posible medir la legitimidad de un homenaje?
En el actual espiral de recomendaciones, referencias, marcas multinacionales y tendencias que definen el ecosistema musical global, la inspiración va tomando la forma de estándares y expresiones ajenas, siendo el nuevo medidor creativo una definición del ser tan abstracta como el “qué tan auténtico eres”. Un total tedio. Hay cosas que no se deberían medir. Los gustos no deberían seguir la línea de un tutorial o predeterminarse con el tiempo.
Y ahora, huyendo de esa realidad agobiante de mil y una imágenes por interpretar, discos a consumir de forma industrial o películas a reseñar en redes sociales como Letterboxd, el refugio toma forma en lo que va hacia adentro: dentro de tu país, tu contexto, el lugar donde creciste. Y así, quizá, hasta que ese movimiento también sea la nueva ola. Por ahora, es un alivio creativo y, en cierto modo, una protesta ante la saturación artística, esa que tarde o temprano llega. Por algo, la nueva moda es vestir como lo hacía mi tío cuarentón en los 2000. Ya los skinny jeans no son cool.