A Nancy, que siempre
en las emergencias me pregunta:
¿Y ese libro para qué?

 

Empecé mi día en la sala de urgencias de una clínica en el Pie de la Popa. Alejandro, mi pequeño de siete meses, tenía una fiebre alta y no paraba de llorar. Afortunadamente a esa hora no había muchos casos de personas con la necesidad de un catéter y la mirada indiferente de enfermeras y doctores. La Señorita Maldoror lo cargaba y le daba el seno mientras él miraba con esos ojos que me hipnotizan, cómo yo pasaba las páginas del libro “Cantos de inocencia y Cantos de experiencia” de William Blake. Lo curioso  en estos casos  es cómo vas de la lectura a lo que te rodea, de las emociones a las sensaciones. Haces lecturas pausadas, fragmentadas, casi ausentes. Siempre debes estar pendiente del enfermo y del movimientos de los que entran adoloridos y a los que les dan de alta con la insatisfacción de vivir en carne propia lo mierda del sistema de salud en este país. Estar pendiente del exterior es casi una traición a la lectura, pero en estas circunstancias el libro es contranatura, una absoluta falta de respeto a los que padecen. Un libro en la sala de urgencias es gritar a los cuatro vientos que nos importa un pito la enfermedad y la desventura de los otros. Si eres atento te darás cuenta que los enfermos y sus acompañantes te miran como a un bicho raro.

Luego que le dieron de alta al pequeño Alejandrino (que ahora, mientras escribo, continua con fiebre), recorrimos casi media ciudad y llegamos a casa para encontrarnos con la noticia de que mi abuela paterna se había caído de las escaleras y se había dado un golpe de tal magnitud que hizo que tuviera un derrame cerebral y se le rompiera la clavícula. Sangre por los oídos, un hematoma y el vómito de sangre. Un mal rollo dada su constante migraña y dolor en los huesos. Todos estábamos preocupados. Cuando llegó la tarde me bañé, me vestí y miré entre el desorden de mis libros cuál era el más adecuado según la hora, la clínica, la situación y mi estado de ánimo: Escogí “En las cimas de la desesperación” de Emil Cioran.  Llegué  a la clínica mierdosa de Blas de Lezo y mi padre, mis tías y primos me miraron desconcertados, creo que por mi camisa de Hulk o porque pensaban  que no vendría. Me dijeron  que no había un puto cirujano desocupado en toda la ciudad hasta las 7:30 de la noche. Solo pensé: “¿y si llegara alguien en un estado tal que necesitara una cirugía al instante? Se muere, se muere, se muere, se muere…”.

Cuando tuve la oportunidad de entrar a la sala de reanimación, la encontré llena de cables, algodones en los oídos y la mirada perdida. Le hice  la pregunta que  me convirtió en el idiota más grande del mundo ese jueves a las 5:30 de la tarde: “¿Abuelita, cómo estás?”. No hubo respuestas, no hubo miradas, no hubo nada. Pasaron 15 minutos y salí de ese infierno impersonal. En la puerta de espera que también es un parqueadero-agonizadero, estaban  todos los hombres del mundo a la espera de una buena noticia. Mi familia estaba sorprendida de que ella no se acordara  de lo ocurrido. Ni una sola fotografía mental de la caída y el golpe. Todo en blanco como si nada hubiera pasado: pero ahí estaba el cuerpo viejo y herido para recordarnos que algo había ocurrido.

Me aparté de todos y con la caída de la tarde empecé  a releer las maravillosas y amargas palabras del inigualable Cioran. Leía  y miraba a mí alrededor. La eterna historia de estar adentro y afuera  de una clínica con un libro. Sentía  el mismo de  temblor de siempre al sospechar que dentro de esas paredes solo había desesperanza buscando una última oportunidad para permanecer tambaleándose en la cuerda floja de la realidad. Una gran multitud de nadas de carne y espíritu implorando una bolsa de suero fisiológico para parar el irremediable dolor que tarde o temprano nos tocaría afrontar después de tanta vanidad y cobardía.

Llegó la noche y no había suficiente luz para seguir leyendo, ni suficientes excusas para continuar apartado del grupo. Por la carretera iban los carros, los buses, las motos y los camiones. Todo preciso y a la medida del sistema. Un primo me preguntó qué leía. “Nada. Solo bobadas para pasar el rato”. Una tía dijo: “Cuidado con el intelectual”. Todos rieron. No le podía gritar. No podía soltar una de mis palabrotas. Si supiera que los intelectuales son una partida de mojones  en el inodoro de la academia y la cultura. Cuando vi que mi presencia no agregaba ni quitaba algo en las circunstancias de mi familia y mi abuela, me despedí y me largué con el libro de urgencia, el único que me había hecho compañía en ese moridero.

 

***

Fragmento de algo que escribí una madrugada en uno de los andenes frente a La Casa del Niño, mientras esperaba que atendieran de urgencia a Nadja-Boom!!! (Encontrado entre las páginas de “La universidad desconocida” de Roberto Bolaño)

Fumar un cigarrillo bajo la luna
Junto a la puerta de un hospital
De madrugada
Con el único libro
Con la única esperanza
Mientras tu hija sonríe al vacío
Y tu mujer la carga  con terror
De eso se componen los instantes
En una hora estas muerto
Y en la otra imploras por una nueva muerte
¿Quién te acompañará cuando decidas que tu única verdad es el suicidio?

_________

 

Cuando naciste tu padre te esperaba en la puerta de la clínica
Con medio cigarrillo y una antología de Rimbaud
Cuando enfermaste
Tu padre te esperaba en la pared del hospital
Pensando en tiempos jamás vividos
Con una antología de Antón Chéjov (¡malditas antologías!)
Cuando volviste a enfermar
Tu padre te esperaba en la reja del desasosiego
Tiritando de frio y desesperación
Con la obra poética de Roberto Bolaño
Y las memorias perdidas de Antonin Artaud

 

***

Mi espera en la madrugada en la puerta de urgencias de la Madre Bernarda por el nacimiento de Nadja Boom!!! Fue acompañada con una antología de los poemas de Rimbaud. Una pésima traducción que escogí a la carrera porque era la única que cabía en el bolsillo trasero de mi pantalón (Estaba nervioso por la experiencia de estar a punto de ser papá y  no tuve en cuenta mi odio a las antologías).  Fui feliz leyendo 1000 veces el poema “Sensación”  (1000 veces leído esa madrugada. Léanlo y entenderán).

La tarde del nacimiento de Alejandro Boom!!! En la clínica del Mar, transcurrió con “Aullido y otros poemas” de Allen Ginsberg. En la sala se escuchaban los gritos de agonía y felicidad de una generación que le daba la bienvenida al rey Alejandrino. Escuché a Allen con su hermosa sonrisa gritar una y otra vez Holy, holy, holy, al ver que mi hijo había nacido.

Algunos de los libros que he mal releído en algunas salas de urgencia:
Catedral  Raymond Carver
Los mitos del Cthulhu  Lovecraft y otros
El ombligo de los limbos y El pesanervios  Antonin Artaud
Poeta en Nueva York  Federico Querido Lorca
Poesía completa  Constantino Cavafis
Los cantos de Maldoror (tercer canto) Conde de Lautréamont
Jeta de santo  Mario Santiago Papasquiaro
El hacedor  Jorge Luis Borges
La carretera  Cormac McCarthy
La pupila incesante Rómulo Bustos Aguirre
Breviario del caos  Albert Caraco
Tan hermoso como un perro lleno de hormigas  Amir adbagá
Madre alfiler: recetas para una poesía anarquista   Augusto Caroj B.

 

***

Lo más recomendable a la hora llevar un libro a la sala de urgencias es que sea un  libro que ya hayas leído. Un libro confiable, que puedas releer sin mucha atención. Una obra que no se resienta de tu intermitencia entre su lectura y la atención a los enfermos. Puede ser un poemario, un libro de cuentos o si quieres, una novela corta. Recuerda que estás ahí de paso, soñando que pronto te darán de alta. Si el rollo se jode y termina hospitalizado aquel al que acompañas, entonces es un hecho de que debes empezar a leer o releer una novela de más de 300 páginas de la que no dudes de su grandeza estética.

Debo aclarar que estos son consejos para lectores acompañantes de enfermos, no para lectores enfermos que necesitan que los acompañen. Es una puteria pretender que un enfermo antes de irse al hospital se ponga a mirar su biblioteca y diga: “¿Será que me llevo Esperando a Godot o El llano en llamas? ¿Será mejor los poemas en prosa de Baudealire o La invención de Morel? ¿Para esta peritonitis es mejor Opio en las nubes o La pistola de mi hermano?”. Una verdadera urgencia no da oportunidad a divagaciones y frivolidades, porque  el dolor es el que manda (Aunque cuando estoy enfermo  siempre llevo un libro de poesía que leo disimuladamente. En urgencias tienes que retorcerte de dolor para que esos hijos de puta se dignen a atenderte. Si te ven leyendo la espera será eterna).

Se puede quedar el enfermo en casa, pero nunca el puto libro del acompañante. El libro en urgencias es la dosis de vida y posibilidad en medio de la angustia y el tic tac de la muerte.

Lee cuando otros mueren, lee cuando otros (enfermeras y doctores) ríen e ignoran el sufrimiento de sus pacientes, lee en los pasillos de los hospitales o en las puertas de espera, quizás tu lectura sea lo único que sane a los enfermos.

El libro de urgencia es otra de las tantas pruebas de que no puedes vivir sin literatura a pesar de que todo va de mal en peor. El libro urgente es la hermosa enfermedad que no necesita cura: un hermoso virus que debería regarse por las clínicas y hospitales de la ardiente Yellow Hell City.

EL SEÑOR UNDERGROUND

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(1981 o 1987). Agente patafísico en la ciudad imaginaria de Yellow Hell City. Fanzinero (re)negado en varios planetas del Multiverso. Fanático de los collages y los cómics de Grant Morrison y Charles Burns. Murallero crepuscular. El Amigo invisible de Rimbaud y Lautréamont.

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