Uno tiene la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota… Uno tiene la tentación… Quiere uno creer eso, para que lo que se tiene en frente no sea tan inasimilable al resto de la realidad… Para que esa criatura no descuadre la estabilidad del mundo… Porque, si hay criaturas así, como Odradek… Si hay tan solo una de ellas, ya es suficiente para que tengamos que decir, “No, no comprendemos nada…”

            Odradek entra y sale… camina con su cuerpo de madera, esa especie de carrete con hilos de todos los colores como enredados, sin que se sepa dónde comienza o termina cualquiera de ellos… Es un gran enredo, Odradek… Todo en él es enredo, rotura… Pero, cuando habla, su voz es concreta y comprensible… Y eso lo enreda más… Sería mejor que no hablara, o que hablara incoherencias… Entonces su existencia tendría sentido… Es decir, ninguna de sus partes, ni su cuerpo, ni sus hilos, ni sus ideas tendrían sentido, y no teniendo sentido ninguna de sus partes, el conjunto tendría por lo menos coherencia… y algún tipo de sentido final. Pero habla muy bien… es que uno no entiende… No entiende cómo puede no entender… Y ni siquiera entiende uno cómo es que no entiende… Algo así… Pero sí, habla bien, el señor Odradek… Hace unos días tuvimos este intercambio:

Yo: ¿De dónde sale el nombre Odradek?

Odradek: ¿De dónde sale cualquier nombre? Dígame usted…

Yo: Alguien se lo pone a la cosa o a la persona…

Odradek: Eso es apenas una parte, y muy pequeña…

Yo: ¿Qué más hay?

Odradek: Ruido. El nombre es ruido… Parece ruido organizado porque nos dice algo… Pero ese decirnos algo es ruido también… Y nuestra comprensión es más ruido… El significado es el encuentro de dos ruidos, o más… dos o más ruidos que se olvidan de su desorden… que creen que, porque son ruidosos de una manera similar, tienen derecho a un destino en común… pero el ruido no puede tener otro destino más que sí mismo… El ruido siempre lleva a más ruido.

            Yo me quedé meditabundo durante un par de días… Mi mente era como un atardecer que amenaza tormenta… Unos grandes nubarrones me impedían ver las ideas que tenían que estar ahí, detrás de las nubes… Tenían que estar ahí… era como si escuchara su trabajo… El movimiento de sus partes que producían un sonido… O un ruido… Eso era, ruido… El ruido de las ideas, a través de esas masas algodonadas que lo enmudecían… pero solo parcialmente… Y el sol se hundía en el horizonte de mí mismo… Por un momento pensé que iba a morir… Eso parecía decirme lo que ocurría ahí dentro… Dentro del cráneo, en donde cabe el mundo completo, comprimido como una nube convertida en carbón… en diamante… Y, luego, pensé, de pronto: Esto también es ruido. Y así pude parar de preocuparme.

Share.

Escritor y artista. Nació en Cartagena en 1987. Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) y Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.

Leave A Reply

4 + 4 =

Exit mobile version