Lo que viene ocurriendo desde hace varios días en el Proyecto Hidroeléctrico de Ituango es de unas proporciones tan descomunales que la única palabra que conviene para referirse al asunto es ‘indescriptible’. Ya está dicho: hay cosas que se pueden mostrar, pero no describir. Esta es una, y de las peores. No solo en nuestro país, o en América Latina, sino a nivel mundial. El hecho de que (afortunadamente) no se haya transformado aún en un desastre con pérdida de vidas humanas, no significa que deje de ser una tragedia, pues la devastación producida por el fracaso de la hidroeléctrica, tanto en las poblaciones ribereñas, como en el ecosistema, va a ser difícil, por no decir imposible de reparar. Mas si la situación se complica, y el Cauca, en la búsqueda de retornar a su curso, rebasa o destruye la represa, la catástrofe hará que lo ocurrido en Armero en 1985 parezca insignificante. Lamento profundamente los perjuicios sufridos por los pobladores (como siempre en estos casos, personas humildes), pero sé que considerando las abrumadoras evidencias que indican que la responsabilidad recae sobre una próspera empresa, esos ciudadanos, más temprano que tarde, recibirán las reparaciones a que tienen derecho. Ojalá ocurra que dada la enormidad del daño, las indemnizaciones y reubicaciones sean tan generosas, que por fin consigan lo que nunca recibieron durante décadas de abandono y desidia institucional. Eso no excluye que haya pérdidas irreparables. A contrapelo con lo anterior, manifiesto mi inocultable regocijo por el fracaso del proyecto. Así deberían terminar siempre los monumentos a la improvisación, a la imprevisión, y sobre todo, a la ineficiencia. En lo que sigue desarrollaré una reflexión sobre Hidroituango a partir de una lectura que enlaza lo que ocurre ahí, con la mitología griega, y algunas ideas propuestas por Martín Heidegger sobre el papel de la técnica moderna.

UN POCO DE MITOLOGÍA

Según los más antiguos mitos griegos, después de la derrota de los titanes por  Zeus, la madre de estos, Gea (la Tierra), se ayuntó con Tártaro para preparar una terrible venganza contra los dioses olímpicos. Estos -como se sabe- simbolizan el orden impuesto al Caos en su propio beneficio, para así dominar el Cosmos. Pues bien, el resultado de la Unión de Gea con Tártaro fue Tifón (humo que aturde). También es el nombre griego de Seth o Tubhon, primitiva representación egipcia de la suprema divinidad de la tierra y los desiertos. En su Diccionario de Mitología Griega, el jesuita mexicano Ángel Mª Garibay K. lo describe con estas palabras. Discúlpese la extensión de la cita, pero vale la pena. ‘Es un horrible monstruo: tiene cien cabezas, cuerpo de dragón; en lugar de piernas, tiene serpientes en manojo, y en lugar de manos, cabezas de serpiente. Sin embargo, cuando extiende los brazos, alcanza a cien leguas. Su voz puede imitar la de todas las bestias. Tiene una cabeza de asno que saca a veces y con ella toca las estrellas. Sus alas pueden opacar el sol. De sus ojos brota fuego y de su boca salen rocas encendidas’. Tifón es tan temible que es la única creatura que pone en fuga pánica a los dioses olímpicos sin excepción. Estos, acobardados, se transforman en animales innobles para guarecerse de él. Sigue Garibay: ‘Hera se convierte en vaca blanca, Artemis en gato, Afrodita en pescado, Ares en oso, Hermes en ibis, Apolo en cuervo. Dioniso en chivo y el mismo Zeus en carnero’. Avergonzado por su pavor, Zeus decide enfrentarlo pero Tifón lo atrapa, le arranca los tendones, lo sujeta con ellos, y lo humilla haciéndolo su prisionero. Por fin, con ayuda de Hermes, Zeus recupera su libertad, y en otro combate lo derrota transitoriamente. Tifón busca recuperarse para la confrontación final, pero su vigor está disminuido por haber sido alimentado (se discute si por orden de Zeus), con insumos que en lugar de fortalecerlo lo debilitan. A pesar de eso regresa a la liza. Esta vez el amo del Olimpo enfrenta a un contendor fácil al que por fin somete sepultándolo bajo el Monte Etna, en una clara alusión al regreso a su origen: las entrañas de Gea, la Tierra. Es a lo que alude Luis de Góngora con estas palabras: ‘bóveda de las fraguas de Vulcano, o tumba de los huesos de Tifeo’ (Fábula de Polifemo y Galatea). Desde entonces el orden olímpico domina (o busca hacerlo) controlando el Caos. Una de las herramientas de su imperio (entre nosotros) es la técnica moderna. Que no tiene nada que ver con la antigua ‘tecné’ de los griegos. Por diversas fuentes se sabe que Tifón logró aparearse con Equidna y tuvo varios hijos: Cerbero, Hidra, Quimera, y Ortro. Este a su vez, copuló con su propia madre y de la unión nacieron La esfinge y el León de Nemea. ¡Vaya familia! Pero ¿dónde está la relación de todo esto con Hidroituango? ¿Cuál de ellos equivale a Chernóbil o a nuestra flamante represa? Recurro de nuevo a Garibay, quien propone la siguiente interpretación alegórica del mito: ‘Guarda memoria fantástica de los grandes cataclismos telúricos y de la existencia de las bestias de los primeros tiempos de la vida en el mundo’. Esta ‘memoria fantástica’ encarna en los grandes fenómenos naturales: glaciaciones e incendios naturales (no los provocados por la imprudencia o la maldad humanas); tsunamis, terremotos y maremotos; erupciones volcánicas, diluvios y sequías; también hace presencia en lo imponente de la naturaleza: sus altas montañas e insondables profundidades marinas; sus impenetrables selvas y desolados y asoleados desiertos; sus incontrolables ríos: el Amazonas, el Yang-tse-kiang, el Nilo… ¡Y el Cauca! Tifón es todo eso y mucho más: es las estrellas que están naciendo y muriendo en este instante; es la energía del átomo liberada imprudentemente con la fisión nuclear… Pero volvamos a ese vello de un brazo de Tifón que es el Río Cauca. Fue esa la fuerza indomable que trataron de domeñar los “científicos”, “ingenieros”, burócratas y ejecutivos de las Empresas Públicas de Medellín (en adelante EPM). ¡Ilusos! Ocho años de trabajo, billones de dólares (literalmente hechos agua) con los que se hubieran arreglado docenas de problemas urgentes de los débiles y desamparados, que son la mayor parte de la población nacional. El asunto no es que la meta fuera generar el veinte o más por ciento de la energía eléctrica que necesita el país. Eso hubiera justificado en algo la inversión pero nunca unos riesgos que según todos los indicios, fueron escasa y menos que eso, juiciosamente considerados. Aquí siempre cabrá una pregunta: ¿se pueden minimizar esos riesgos hasta un punto ideal? ¿No fue eso lo que ‘calcularon’ los rusos en Chernóbil y los japoneses en Fukushima? Pero aun así, además está el problema de que, quizás a largo plazo, esa energía se hubiera direccionado al crecimiento de las industrias y el bienestar de los ricos. Que es lo que ocurre casi siempre cuando se adelantan estos megaproyectos. Lo que habría llegado a las comunidades no hubiera sido más que las migajas que caerían de la gran mesa de Hidroituango, donde se sentarían los accionistas a cobrar su inversión, consumiendo a manteles un banquete que empieza a escurrirse como agua entre los dedos.

LA VOZ DE UN FILÓSOFO

En un ensayo titulado La pregunta por la técnica, Martin Heidegger escribió las siguientes palabras, refiriéndose a una hidroeléctrica construida en el Río Rin. Invito a leer la cita cambiando la palabra ‘Rin’ por ‘Cauca’. “La central hidroeléctrica no está construida en la corriente del Rin como el viejo puente de madera que desde hace siglos junta una orilla con otra. Es más bien la corriente la que está construida en la central. Ella es ahora lo que ahora es como corriente, a saber, suministradora de presión hidráulica, y lo es desde la esencia de la central. Para calibrar, aunque sea desde lejos, lo monstruoso que se hace valer aquí, fijémonos un momento en el contraste que se expresa en estos dos títulos: <El Rin> construido en la central energética, como obstruyéndola, y <El Rin> dicho desde la obra de arte del himno de Hölderlin del mismo nombre. Pero se replicará: el Rin sigue siendo la corriente de agua del paisaje. Es posible, ¿pero cómo? No de otro modo que como objeto para ser visitado, susceptible de ser solicitado por una agencia de viajes que ha hecho emplazar allí una industria de vacaciones. En el decir de Heidegger se implican el fundamento de la técnica y del arte. Para ambos se trata de ‘un modo de hacer salir de lo oculto’. Pero el des-velar de la primera, es diferente del de la segunda. En la cita se mencionan dos de los presupuestos instrumentales del des-ocultar técnico. Primero: la generación de energía (para ello emplea las proposiciones ‘suministradora de presión hidráulica’, y ‘central energética’). Exactamente lo mismo que quisieron hacer los “científicos” de las EPM con Hidroituango. Segundo: la instalación de ‘una industria de vacaciones’: algo solapado todavía por las EPM en su megaproyecto, pues aunque no se sepa nada de ello, no es descartable que hiciera parte de él en el futuro. Mientras tanto, para el himno de Hölderlin (El Rin), el des-ocultar está implícito en el enunciado ‘el Rin sigue siendo la corriente de agua del paisaje’. Porque, tanto para el filósofo como para el poeta, lo fundante de la existencia humana no debe levantarse sobre la desmesura (hybris) que conduce a la devastación de la tierra, sino a la convivencia armoniosa con ella. De ahí que haga suyas estas palabras de Hölderlin: ‘Lleno de méritos, sin embargo poéticamente, habita el hombre sobre esta tierra’. Los ‘méritos’, uno de ellos la técnica, no deben desembocar en los desastres a que ya estamos acostumbrados: desde  Auschwitz hasta Hiroshima, pasado por Chernóbil, hasta llegar a ese estornudo del ‘humo que aturde’, nuestro pequeño Tifón: el proyecto hidroeléctrico de Ituango.

POSIBLE CONCLUSIÓN

Siempre que los hombres (‘la humanidad’ no existe dijo Goethe, y es verdad) se enfrentan a situaciones extremas uno de los primeros pasos que dan es programar encuentros, fundar organismos (ONU, por ejemplo), inventarse ligas internacionales (el G7), organizar “conferencias”, crear “consejos” (el de Seguridad de las Naciones Unidas). En ellos “se adoptan medidas” encaminadas a amortiguar las dimensiones de un desastre, o prevenir amenazas, aunque a veces ni eso. Simplemente queda demostrada su inoperancia mientras nos acercamos cada vez a mayor velocidad al último despeñadero. Uno de sus más cercanos extremos es la aniquilación de la vida mediante la destrucción de ecosistemas enteros. En nombre del crecimiento económico se ha convertido a la Tierra (Gea, la madre de Tifón) en una simple fuente de ‘materias primas’, de la cual ya hacemos parte nosotros. Desde hace tiempo la expresión ‘material humano’ designa fríamente a los hombre como remanente de ‘las existencias’ (como si se tratara de máquinas) con que se cuenta para llevar a cabo toda clase de proyectos. Hidroeléctricos, como el de Ituango; o de minería: para extraer media libra de oro hay que deforestar cuatro hectáreas de ecosistemas integrales y contaminar fuentes hídricas completas. Hace casi tres milenios Heráclito dijo: ‘los asnos van a buscar antes paja que oro’. Esa realidad no puede cambiarla nada ni nadie. Ni la institución más poderosa, ni el líder más venerado. No hay vuelta atrás. Lo que dijo Heidegger acerca del incontrolable desarrollo de la era atómica, aplica para cualquier instancia o nivel de la realidad, trátese de la globalización, de la mediación telemática, de la devastación del planeta, o de la profundización de las desigualdades e injusticias… Oigámoslo: ‘Ningún individuo, ningún grupo humano ni comisión, aunque sea de eminentes hombres de estado, investigadores y técnicos, ninguna conferencia de directivos de la economía y la industria pueden frenar ni encauzar siquiera el proceso histórico de la era atómica. Ninguna organización exclusivamente humana es capaz de hacerse con el dominio sobre la época’. (Tomado de: Serenidad), Como complemento contrastivo con lo anterior cito las palabras de Vasili Grossman en su monumental novela Vida y destino: ‘El mundo está dominado por hombres de escasas luces convencidos firmemente de su razón. Las naturalezas superiores no dirigen los Estados, no toman decisiones’. La tragedia señalada por Heidegger sobre el fracasado ‘dominio de la época’, podría asimilarse como ópera bufa del pretendido ‘dominio’ sobre lo que está ocurriendo en Ituango. Dan ganas de llorar ver al gerente de las EPM y a sus altos ejecutivos, hablar de “dominio” ‘de la situación’, mientras rehúyen el contacto visual con la cámara que los enfoca. Indigna intuir cómo se jugó con la vida y el bienestar de miles de colombianos humildes adelantando un proyecto tan peligroso sin precaver las mínimas condiciones de seguridad. Es una burla sin medida a cualquier inteligencia, grande o pequeña, que se atribuya el desastre a fallas geológicas y no a su verdadera causa: los errores de los tecnarcas que según los noticieros y la Gobernación de Antioquia rediseñaron arbitrariamente el proyecto sin medir sus devastadoras consecuencias. Pero ahora, como antes, y como ha ocurrido siempre, después de la tempestad vendrá la calma. El Tifón-Río Cauca terminará de arrasar la monumental represa, después se estabilizará, y de las ruinas de lo que se quiso hacer con Gea utilizando maquinitas y turbinas de juguete, renacerá el equilibrio. Así ha sido y seguirá siendo, incluso después de que Donald Trump y Kim Jong Un destruyan el planeta y no quede un solo hombre sobre él. El planeta morirá, pero Gea seguirá viviendo, y tanto ella como Tifón irrumpirán con nuevos bríos.

 

 

 

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Natural de Ciénaga de Oro (Córdoba). Fue profesor del Programa de Lingüística y Literatura de la Universidad de Cartagena durante veinte años. Autor de la trilogía novelística Todos los demonios conformada por Días así, Metástasis (ambas publicadas), y Proyecto burbuja (inédita). El resto de su obra se encuentra inédita, y está formada por otra novela, varios libros de cuento y de ensayo, un poemario, y otros escritos.

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