En los últimos días hemos visto como jugadores negros de la selección francesa como Kylian Mbappé o Thierry Henry han tenido posicionamientos políticos públicos alertando sobre la extrema derecha y sus posibilidades de gobernar en el país galo. Por su parte, el jugador blanco de la selección española Unai Simón recriminó de alguna manera los posicionamientos políticos de estos jugadores e invitó a los deportistas a que hablaran únicamente de deporte. Esta situación ha reabierto el debate sobre el deber o la necesidad, o siquiera la posibilidad, de que los deportistas compartan sus opiniones políticas públicamente.
En el libro «Baloncesto y racismo. Una historia indisociable» de la editorial Catarata, su autor Pablo Muñoz Rojo se adentra en este debate en el marco del que fue el periodo en el que más deportistas, en este caso baloncestistas, se expresaron públicamente sobre un tema político, el racismo. Compartimos las páginas del libro en las que reflexiona sobre ello.
EL DERECHO A NO CALLAR
Ahora bien, ¿tienen/deben/pueden los jugadores (los deportistas, en un plano más amplio) exigir o poner condiciones que se entienden como extradeportivas para llevar a cabo su trabajo? Antes de preguntarse eso, muchos consideran cuestionar primeramente primariamente si los deportistas deben o no tener posicionamientos públicos sobre aspectos que de alguna forma son interpretados (erróneamente) como ajenos al deporte o a sus disciplinas. En este sentido, el debate surgido sobre el rol de los jugadores, y los deportistas en general, de cara a la sociedad, con relación a sus responsabilidades, así como sus posicionamientos en diversos temas que se presuponen ajenos al deporte, como son los temas políticos, es amplio y viene marcado por el contexto. En el caso de España, no ha existido una cultura continuada donde las personas deportistas hayan tenido pronunciamientos políticos explícitos más allá de ciertas excepciones y siempre desde marcos políticamente muy correctos. Esto puede que haya cambiado un poco en los últimos años, pero sigue estando lejos de la tradición de Estados Unidos, donde deportistas de diferentes campos históricamente tuvieron una vida pública muy politizada, siendo, probablemente, el máximo exponente el caso de Mohamed Ali.
Aun así, todavía son muchas las voces que cuestionan quiénes y sobre qué pueden hablar los deportistas. Mientras, se ha normalizado y mercantilizado el exponer la vida privada de cada uno de ellos. En el campo de la opinabilidad todo cabe, pero negar la libertad a una persona de expresarse sobre cualquier elemento político es, en última instancia, un recorte de su libertad de expresión. Y es en este punto en el que, en el contexto de Estados Unidos, se ha apreciado que lo trascendental no es que seas una persona deportista, sino el tipo de posicionamientos que tengas y el tipo de persona que seas. Y cuando me refiero a esto, hablo de la racialidad de esa persona. Esto se ha podido ver en diferentes ocasiones, en función de la respuesta que han tenido mediáticamente cuando se han posicionado públicamente jugadores como LeBron James o Kevin Durant, a quienes, como hemos visto, desde diferentes esferas de la prensa se les mandó a “callar y jugar”. Mientras, a otros deportistas blancos de otros deportes se les ha defendido públicamente su derecho a expresarse, como es el caso de Dew Brees. Esto también se vuelve evidente con relación a las respuestas que han tenido otras personas blancas cuando han compartido públicamente opiniones como las que tiene LeBron James, sea el caso de los entrenadores Gregg Popovich o Steve Kerr, a quienes se les ha criticado su postura, pero no el hecho de hacerla pública.
Al final cada persona es —debería ser— libre de poder enunciar lo que considere, y dicha persona será consecuente con ello. Las especulaciones sobre la conveniencia o no a nivel particular son, en última instancia, irrelevantes. De la misma forma que los medios de comunicación tienen la responsabilidad y el poder de amplificar o silenciar lo que se dice y quién lo dice. Pese a que tales medios son los que acostumbran a utilizar tal capacidad como suerte de censura. Dicho todo esto, es importante resaltar que, en este caso concreto, los jugadores negros de la NBA no están haciendo posicionamientos políticos públicos de temas que sean ajenos a ellos. Y ese es un elemento que no termina de comprenderse, o simplemente se pretende negar. Cada vez que un deportista negro hace referencia al racismo está hablando de sí mismo, de la misma forma que cuando una mujer deportista pone sobre la mesa asuntos políticos relacionados con el machismo y el patriarcado. No son realidades que desconozcan, por el contrario, son realidades que han marcado tanto sus vidas como las de su propio entorno, de forma consciente o no. Por ello, el jugador de los Nets Spencer Dinwiddie reconocía sentirse en una posición en la que debía expresar públicamente lo que estaba sintiendo y que frente a aquellas personas que consideraran que no estaba cualificado para hablar de ello al ser un deportista
profesional que gana mucho dinero, sentenciaba:
Le diría que yo no empecé a ganar dinero hasta que tuve 21 años, y no empecé a ganar mucho dinero como jugador de la NBA hasta que tuve 26, mientras que hasta los 21 fui un hombre negro, y sigo siéndolo, que creció como chico negro, y sabemos obviamente qué tipo de connotación implica: que damos miedo o somos violentos, duros y cosas así. Y ganar dinero no borra todo eso. […] Es una realidad, no es algo de un día para otro, en el que de repente un día dices: “¡Oh, Dios mío, es terrible!”. Debes entender el contexto. Es una realidad, y de alguna forma tienes que vivir con ella. Es duro de decir, pero es verdad (Maybe I’m Crazy Podcast, 2020).
Cada vez que alguien afirma o insinúa que uno u otro deportista negro no debe decir públicamente lo que piensa, lo que se está reforzando es la idea de que las personas negras no deben hablar de racismo, y, en todo caso, únicamente de clasismo. Se olvida que los jugadores hablan en tanto que perjudicados de un modelo racista. Como en el caso de Maurice Harkless, actual jugador de New York Knicks, quien describió un episodio de racismo que vivió cuando jugaba en los Blazers (Hudson, 2020):
Cuando jugaba en Portland, un día cogí el coche con mi hermano pequeño y mi sobrino (14 y 13 años en ese momento), emocionado de que vinieran conmigo por primera vez durante un partido de playoffs. Nos subimos al coche y nos dirigimos hacia la autopista… incluso antes de llegar, literalmente justo cuando estoy a punto de doblar… las sirenas.
Estaba tranquilo porque sabía que no había hecho nada malo. Así que les dije a los chicos que mantuvieran la calma. Me detuve, cogí mi licencia, apagué la radio y bajé las ventanas porque en mi cabeza, al ver a los dos niños pequeños conmigo, podría generarle el beneficio de la duda al agente (cuando te pareces a nosotros, intentas cualquier cosa para asegúrate de estar seguro)…
—¿Este es tu coche?
—¿Eh?
—¡¿De quién es este coche?!
—Oficial mío… ¿por qué me detuvo?
—Licencia, registro y seguro, ahora.
—¿Por qué me detuviste?
—Ahora.
—Aquí.
Se va… y en menos de dos minutos regresa… con una actitud totalmente distinta.
—Oh, oye, Moe, siento molestarte, ha habido alguna actividad sospechosa en el vecindario, y te vi bajando esa colina un poco rápido. Buena suerte esta noche. Gánalos.
¿Ves por qué no podemos simplemente jugar?
Porque incluso cuando lo hacemos, todavía somos vistos como menos cuando salimos de la cancha, todavía somos atacados por los oficiales cuando damos un paso fuera de la cancha. Por suerte, soy un hombre afortunado que tiene que lidiar con menos de esto en su vida, pero lo siento por mis hermanos y hermanas que no tienen la suerte de mostrar una identificación y que el punto de vista de los oficiales sobre ti cambie en un instante. Entonces, cuando los jugadores boicotean, por eso lo están haciendo, y si no estás de este lado, francamente, no queremos escucharte. No es una cuestión de raza o color de piel, es lo correcto o incorrecto, el egoísmo y la empatía.
Suficiente es suficiente.
Se desconoce, a la espera de si se realiza algún estudio, el impacto que haya podido tener encender un televisor y cuando alguien se dispone a ver un partido, vea en letras grandes cruzando todo el suelo “Black Lives Matter”. Podría pensarse que el efecto es similar a cuando se anuncia cualquier otra marca publicitaria. Las marcas publicitarias pagan millones de dólares para que sus simbologías aparezcan en las camisetas de los jugadores. ¿Tiene, por lo tanto, el mismo efecto que cuando veíamos en las diferentes camisetas mensajes como “Justicia”, “Escúchanos”, “Antirracista”, etc.? Si es importante poner Nike en una pantalla para esa marca, entiendo que debe serlo también cuando se pone cualquier otro mensaje. Sobre todo, teniendo en cuenta el perfil de la audiencia de la NBA, en el que la mayoría no son personas blancas.
El deporte está integrado en la sociedad y responde a todo lo que esta la enmarca y define. Especular con que este debe ser ajeno, resulta negar los efectos que los acontecimientos y los contextos tienen sobre el deporte. La forma en la que el deporte se concibe ha venido cambiando con el tiempo en todos los niveles, y es inevitable que cuando tienen lugar acontecimientos o desarrollos políticos, económicos o sociales destacables no terminen por inferir en los deportistas, sobre todo cuando estos acontecimientos les afectan de forma tan directa como es el caso. En palabras del periodista Boer Deng:
Después de todo, el deporte, en tanto un producto cultural de la época como cualquier entretenimiento, solo puede reflejar las realidades de su época. En 2020, la realidad es que ser negro es en sí mismo ser político, y esa posición no es una elección, ya seas una estrella del baloncesto o un portero.
El lema estampado junto al logotipo de la NBA es un recordatorio. Las vidas de muchos de los hombres que botan, saltan y realizan hazañas atléticas son negras, y no solo importan en la cancha (Deng, 2020).
Joseph N. Cooper, exjugador universitario y presidente de Administración y Liderazgo Deportivo de la Universidad de Massachusetts, nos recuerda que para muchos jóvenes negros el deporte es, a la vez, una “forma de explotación, mercantilización y deshumanización y lo que se denomina como athletic identity foreclosure (ejecución hipotecaria de identidad del deportista)” (Hasan Johnson, 2020). Y esto es por lo que pasan precisamente muchos jóvenes negros desde los institutos y las universidades hasta llegar a la NBA. Ser consciente de ello no siempre es fácil sin un tiempo de reflexión y sin una pedagogía previa, porque, como sugiere la feminista y filósofa brasileña Djamila Ribeiro, “el hecho de que una persona sea negra no significa que conseguirá reflexionar crítica y filosóficamente las consecuencias del racismo” (Ribeiro, 2020: 92).
De ahí lo problemático que resulta extraer de los deportistas negros, por un lado, su condición de personas negras y, por otro, su posibilidad de expresarse desde ese lugar de enunciación. Esto se explica desde el recorrido histórico de la importancia del deporte y la identidad afroestadounidense. Cuando no había nada, el deporte era, por un lado, un espacio donde se podían expresar y dignificarse muchos jóvenes negros y, por otro lado, muchas veces la única alternativa que tenían para salir de los espacios de segregación. Incluso durante la esclavitud, “los jóvenes negros eran sacados de las plantaciones para participar en deportes como boxeo o carreras de caballos, y por su facilidad atlética recibían un trato preferencial” (Hasan Johnson, 2020).
Recuperando la idea del sociólogo Paul Gilroy de que a los esclavos se les ofreció “el arte, en particular bajo la forma de la música y el baile, como sustituto de las libertades políticas formales que se les negaban bajo el régimen de plantación” (Gilroy, 2014: 80), podemos añadir que el deporte viene a incorporarse como otra suerte de sustitutivo que va reformulándose y que, de alguna forma, alcanza la actualidad. Es desde este punto de vista desde el que debe entenderse, según Cooper, que
la atracción histórica de las personas negras hacia el deporte no ha sido simplemente por buscar glamur, riqueza y fama, lo cual es parte del proceso de desilusión posterior, pero es también un deseo más profundo de querer ser tratado como ser humano. Elevar un estatus que, comparado con la opresión normalizada que experimentan los jóvenes negros, es casi como si solo fueran humanos cuando llevan un uniforme y, por lo tanto, cuando la carrera deportiva termina dejan de serlo.
Este proceso no se produce simplemente en los casos de los jóvenes que, por un motivo u otro, se ven obligados a terminar con su carrera deportiva, sino también de muchos que tras pasar por el deporte profesional y retirarse vuelven al anonimato y no hacen parte las excepciones de los grandes jugadores a quienes sí se les mantiene el estatus y reconocimiento público que les protege. Y como señala Cooper:
Eso es un trauma mucho mayor de lo que discutimos. Es por ello que el deporte, para muchos de estos jóvenes, es un santuario o un lugar de paz. Y eso dice más del mundo fuera del deporte que del propio deporte. Entonces tenemos que preguntarnos como sociedad por qué tratamos a los jóvenes negros mucho mejor en el deporte que fuera en la sociedad, incluso a los jugadores retirados.
Y es precisamente el ejercicio el doble sentido desde el que se percibe a los deportistas negros. En los que, por un lado, se les niega su negritud y con ello toda su historia y experiencias en el sentido de que pasan a ser meramente deportistas con mayor o menor recursos. Y, por otro lado, y precisamente por su componente racial negado, se les niega capacidad de agencia, voz y enunciación.
Mismamente, para evitar esto, Cooper propone hablar de la visión holística del deportista:
Bajo la idea holística de la persona no eres simplemente un deportista. Si compras la idea de que eres simplemente un atleta, eso tiene que ver con la deshumanización, así como otros estereotipos que marcan a la gente negra. Por eso es tan importante la plataforma de LeBron James de “I am more than an athlete”, porque simplemente usar ese lenguaje rompe el paradigma de cómo los jóvenes negros se ven a sí mismos.
Y es este enfoque desde el que sugiere que debe darse el análisis:
Siempre les digo a mis estudiantes que no separen a los deportistas negros del análisis por el que pasan los hombres negros. Hay matices y complejidades que los deportistas experimentan, pero las necesidades holísticas que los hombres negros que no están involucrados en el deporte necesitan, los deportistas negros también las necesitan. Incluso discutiría que puede que las necesiten más dependiendo del contexto en el que están y se han socializado en el deporte. Porque son los individuos blancos los que están controlando el deporte y no tienen la conexión sociocultural para empoderar a los jóvenes negros, en entender por qué este es un medio para un fin y no un fin en sí mismo. Porque si estos jóvenes tienen entrenadores blancos, asistentes y toda una jerarquía blanca, quienes serán los que les den las becas para las buenas universidades y ayudar a sus familias, de manera que por el sistema de opresión nuestras comunidades no siempre tienen acceso a cierto tipo de financiación y recursos, ellos empiezan a ver la blanquitud como un medio hacia la humanización. La ilusión de desear lo que los agentes legales y deportivos blancos dicen, y si lo sigues lo suficiente, ellos te sacarán todo lo que necesiten de ti, y cuando terminen se formará una suerte figurativa de muerte de la que tú solo tendrás que resolver.
Debido a eso, toda ruptura con esos estereotipos es para Cooper un acto revolucionario:
Entonces, cuando LeBron James y Maya Moore rechazan eso, es un acto muy revolucionario. Realmente desafía el estereotipo de que los atletas negros son unidimensionales y multifacéticos, que tienen múltiples intereses y la capacidad para promulgar el cambio en una multitud de formas (Wimbish, 2020).
Una vez que pasan a ser profesionales de baloncesto, se les impone una suerte de integración donde deben dejar de ser ellos mismos, lo que es entendido como dejar de ser personas negras, imponiéndose y recuperando los marcos conceptuales de W. E. B. Du Bois, la doble conciencia (Du Bois, 2005), por la que la imposición del desprendimiento de uno mismo y sus expectativas choca con la realidad cada vez que es la propia sociedad desde sus diferentes esferas la que les recuerda que son personas negras. Ese proceso forzoso de integración, que tiene que ver con las formas conductuales, estéticas y, en definitiva, culturales, así como políticas y económicas (que no se les exige orgánicamente a las personas blancas), lleva intrínseco la aceptación de rechazar hablar sobre las experiencias vitales de las personas negras y, por lo tanto, del racismo. No cabe una integración en tales términos acompañada de una denuncia del racismo como la que se está llevando a cabo porque eso implica un proceso de retracción al enunciarse como personas negras. Una integración exitosa, alabada y aceptada supone “no ver razas ni colores”, supone dejar de ser negro o negra, supone no señalar ni alterar ese orden en el que se está integrado. Por eso, cada vez que los jugadores y las jugadoras se expresan en estos términos, salta la alerta y se disparan las defensas que buscan anular al otro.
Aun así, debe reconocer que en esa misma agencia existe el derecho de no tener que posicionarse en nada que no se considere. Mientras a unos les niegan, también existen quienes demandan de ellos roles que pueden no querer asumir o simplemente para los que no están preparados:
También hay que entender que todos jugamos posiciones distintas que llevan a una meta colectiva. A veces encuentro que en la sociedad esperan que los deportistas lideren el activismo y, de una forma respetuosa, muchos de ellos puede que no tengan el conocimiento y la información para ser activistas. Así que se les pide hacer algo para lo que no han sido necesariamente preparados. Aunque muchos de ellos sí lo están, pero sería como pedir ponerles en una posición que a lo mejor no es la suya —o simplemente no quieren—. Ellos pueden usar su plataforma, sus redes sociales, puede ser lo más grande que hagan, para otros puede ser un activismo económico, pero la idea de que les juzgamos si protestan o no es problemática (Hasan Johnson, 2020).
En definitiva, que el ínfimo porcentaje de estos jóvenes que consiguen salir de los espacios de violencia racial de las calles, con todas sus implicaciones, llegan a ser deportistas profesionales y que de repente se les limite expresar su opinión sobre un modelo político-económico racial que ha marcado y que marca sus vidas, es simplemente una forma de reproducir el paternalismo violento que limita el ser-sentir y el enunciarse a las poblaciones negras históricamente. Y esa negativa a que se expresen se vuelve más conflictiva cuando vemos que los jugadores se refieren señalando que George Floyd podía haber sido cualquiera de ellos, cualquier familiar o amigo. Recordamos que, precisamente, George Floyd era amigo de un exjugador importante de la liga. Es decir, estas personas están diciendo que viven con el miedo de conocer y sentir cercanas esas experiencias, jugadores que han tenido en el pasado, y también siendo jugadores profesionales, experiencias violentas con la policía, y a quienes, como condición de su estatus deportivo, se les manda callar. Porque la fábrica de jugadores negros deportistas no concibe que cuando estos lleguen a lo más alto puedan servir de altavoz contra el racismo. Así lo expresaba Jaylen Brown desde Boston:
Pobreza, tasas de encarcelamiento, padres negros que no están, el sistema educativo o la falta de él. Hace que sea difícil para alguien negro tener éxito. Pero supongo que cuando llegamos a esos puntos de éxito, nos dicen que nos callemos. “¿De qué tenemos que quejarnos?”. Son sordos a todo lo que nos costó llegar a este lugar. La gente espera de mí, porque llegué a la NBA o gano una cierta cantidad de dinero, que debería estar callado. Pues bueno, ¡no lo voy a estar! (Spears, 2020b).
Dicho esto, y volviendo a los acuerdos y debates de los jugadores, debe comprenderse que siempre va a haber desacuerdos entre tantos jugadores. Pero el propio hecho de que se haya planteado un posicionamiento crítico y que los propios jugadores desconfiguren en qué posición están en la sociedad, es positivo y refleja el extremo de una situación que lleva a que estas personas, pudiendo desentenderse, se vean obligadas, en tanto que personas jóvenes negras que viven el racismo, a hablar. Cabe resaltar que pudieron no hacerlo.
Las experiencias de jugadores norteamericanos y europeos en el contexto político tras el asesinato de Georges Floyd y el movimiento Black Lives Matter.
Pablo Muñoz Rojo busca acercarse al racismo a través de la industria del baloncesto, sobre todo de Estados Unidos, pero también de España. Y lo hace aprovechando un contexto idóneo de lucha política a partir de las movilizaciones que surgieron en muchos lugares del mundo tras el asesinato de Floyd, el Black Lives Matter y las elecciones en Estados Unidos. Bajo ese panorama, analiza la propia NBA y las experiencias de los jugadores y jugadoras negras de las ligas profesionales, además de adentrarse en el sindicalismo de los jugadores, la historia del voto, las protestas, el supremacismo blanco, la policía y muchos otros aspectos que son transversales al racismo.