Giuseppe Caputo, nacido en la ciudad de Barranquilla en 1982, ha escrito tres libros de poesía: Jardín de carne, El hombre jaula y Los nacimientos de Jesús. Se cuenta así mismo como un esperanzado, y en sus ficciones los protagonistas, asediados por la dificultad, o atravesados por la melancolía, encuentran mecanismos para resistir en una rotunda declaración de amor por la vida.

A la fecha está radicado en Bogotá y la siguiente entrevista se hizo por medios virtuales, cuando el Hay Festival 2021 replanteó sus eventos de prensa debido a la pandemia.

Quiero empezar hablando contigo sobre tu primera novela. A propósito de ella, dijiste que en Un mundo huérfano hay una nostalgia de la fe u orfandad religiosa. Eso también lo veo en tu segunda novela, en Estrella madre. ¿Cómo es esa experiencia religiosa para ti?

Sí, mira que no lo había pensado, y lo conecto con una lectura que hizo un librero maravilloso de acá de Bogotá, que se llama Carlos Sosa. Tiene un podcast: Libreros eléctricos. Contó que pensaba mucho en el mito de Ícaro con relación a Estrella madre. Este hombre que tiene alas de cera trata de alcanzar el sol, se acerca demasiado y se le derriten, se cae y muere. Yo no pensé en ese mito a la hora de escribir Estrella madre, pero sí lo tuve presente a la hora de escribir Un mundo huérfano. Así que siempre me da mucha curiosidad, cómo todas estas lecturas importantes en la vida de uno, de alguna forma vuelven, o se enmascaran para ser reescritas. En Un mundo huérfano, el mito de Ícaro lo veía en lo referido al laberinto. La relación de Dédalo e Ícaro, como padre e hijo sin la presencia de la madre, en un laberinto donde hay unas amenazas—en el caso del mito, el minotauro. En Un mundo huérfano, tenemos a este padre y a este hijo, por un lado, en el laberinto que es esa soledad, esa ciudad oscura donde la violencia acecha, como si fuera el minotauro. Luego, dentro de ese otro laberinto que es el sauna, todas esas escenas de sexo en las que el hijo entra. Allí aparece un tipo de violencia homofóbica.

En Un mundo huérfano se ve la orfandad religiosa en ese mar, al que los personajes van en busca de alguna ofrenda. Ese mar a veces les deja ollas, sartenes, lámparas, pero a veces no les deja nada, o se lleva lo que les deja. Para mí ese mar es Dios y es la ausencia de Dios. El protagonista de Estrella madre ha construido un mito alrededor de su figura materna, que simboliza el sol. Cuando ella se va, se vuelve ese objeto inalcanzable. De hecho, aun cuando estaba presente siempre había sido inalcanzable. Allí también se refleja esa orfandad religiosa. Lo más importante en el camino de este personaje es desacralizar a la madre. Quitarle el estatus de Dios a la madre es una liberación tanto para ella como para él. En nuestros países la madre está sacralizada y revertir eso es un acto político, de liberación política. Por supuesto no exenta de muchos nudos y enredos afectivos.

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En uno de tus relatos titulado La Boda, los protagonistas se disfrazan y sus experiencias eróticas dependen de esos disfraces. Hablemos de esos límites entre la identidad y la enfermedad que has trabajado.

La patologización ha sido terrible para la sexualidad disidente, para las personas transgénero. Justamente las han reducido a una enfermedad cuando ni siquiera es una enfermedad. Yo me resisto a patologizar y a taxonomizar a los personajes. Notarás que ni en Estrella madre, ni en Un mundo huérfano uso las palabras homosexual, transexual, transgénero; o palabras como bipolar, depresión, etc. Me parece que podrían esencializar unas condiciones llenas de matices sobre la sexualidad divergente. La patologización ya está mandada a recoger, por lo violenta.

En lo que llamamos vida real, cuando se usan palabras como “bipolar”— a mí me han preguntado: ¿el padre de un mundo huérfano es bipolar?, y no me gusta ni siquiera responder— el diagnóstico esencializa, reduce a la persona, cuando son mucho más complejas las cosas. Te diría que la enfermedad mental, en términos simples, puede teñir con algunos matices la identidad, pero no la coarta, no la permea toda.

Has hablado en varias ocasiones de la manera cómo se crean las influencias o los precursores, refiriéndote, pienso yo, a una expresión de Borges sobre Kafka. ¿Cuáles serían esos autores o poetas que tú has creado como tus influencias?

Bueno, te respondería la pregunta aclarando que yo no hago distinciones radicales entre los géneros, tipo la poesía aquí, la narrativa allá. Cuando te respondo: poetas, me refiero a narradores que para mí son poetas porque han pensado el lenguaje.

Yo creo que el gran hito de mi vida como lector es Frankenstein, de Mary Shelley. Sobre todo, el momento en el que la criatura hace su monólogo. Frankenstein tiene relevo de voces: empieza con el marinero que ve al doctor Frankenstein, al científico. El marinero cuenta que vio un hombre muy alto, monstruoso, corriendo por la nieve. Entonces entra la voz de Víctor Frankenstein y luego él le da paso a la voz de la criatura, al monstruo. Ese momento me parece un punto altísimo en la literatura. De alguna forma, todo lo que yo he tratado de hacer está en diálogo con ese monstruo. Esa criatura es el huérfano que no tiene a nadie que le explique el mundo. En esa soledad desarrolla su propia forma de entenderlo.  

También tengo como referente a Pinocho, los mitos griegos, toda la mitología católica; y más recientemente todo ese mapa (digo desde hace unos 10 o 15 años) de nombres latinoamericanos: Diamela Eltit, Margo Glantz, Sylvia Molloy, Sergio Chejfec. Los cubanos: Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, José Lezama Lima, Virgilio Piñera. De Perú, maravillosos: Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson, Antonio Cisneros; en Chile Raúl Zurita.

Hay una autora que para mí es un gran faro, bueno, dos autoras rumanas: Ana Blandiana y Herta Müler, ambas sufrieron persecución de la dictadura de Ceaucescu. Las admiro muchísimo. Italianos: Alda Merini, una poeta que yo leía con mi papá; Cesare Pavese, Natalia Ginzburg, que para mí es también un gran faro.

En alguna oportunidad has hecho mención a un monólogo que hace Olguita, un personaje de Un mundo huérfano. Allí habla de unos temas asociados a Jesús. También en Estrella madre, el protagonista reescribe el nacimiento de Jesús, una reescritura llena de imágenes medio surrealistas. ¿Crees que en Colombia, —pretendidamente laica, aunque realmente confesional— deberíamos reinterpretar esas escrituras bíblicas, o estamos ante a la emergencia de cambiar de mitos?

Me encanta la pregunta precisamente por esa relación que haces entre esas dos obras. No había pensado en el vínculo entre el monólogo de Jesús de Olguita y estas rescrituras. Pienso que las dos acciones que propones son buenas. Me refiero no a la religión católica, sino a la mitología católica, llena de personajes e historias poderosas.

Cuando Margarita, quien inspira a Olguita de Un mundo huérfano, se estaba muriendo, mientras agonizaba, me pidió que le leyera la Biblia. Empecé a leerla, llevaba muchos años sin hacerlo. Leí Job y pensaba: con razón dicen que esto lo escribió Dios, es una maravilla, es hermoso. Es importante reinterpretar y redescubrir esos mitos e incorporarlos. Eso es, por ejemplo, lo que hace una escritora como María Rosa di Giorgio, que es uruguaya. Ella interviene la mitología católica con otras imágenes. Ese extrañamiento hace que uno las mire por primera vez. Para mí el problema no está en los mitos en sí, sino en la forma en que han sido instrumentalizados por los poderes religiosos y políticos. Eso sí es un problema grave.

Yo crecí siguiendo una formación católica, fui creyente y ya no lo soy de ninguna manera. Ni siquiera soy agnóstico, soy ateo. Pero, todas estas historias y estos mitos son parte de mi memoria afectiva. Lo que he tratado de hacer es llevarlos a unos lugares en los que me permitan una liberación política. Tanto el marxismo como la religión católica apuntan a una utopía, a un paraíso, a un futuro. Es importante que esa esperanza sea en la Tierra.

Cuando el narrador en Estrella madre reescribe los mitos, en un punto se pregunta por el milagro diciendo: ¿Y qué le pasa luego a Lázaro? Se responde: después se muere. ¿Cuál es papel de la ironía en tu obra?

Para mí, en esa escena, la ironía está pegada a la literalidad, a una mirada genuinamente inocente.

Giuseppe, se ha hablado mucho de la muerte de la novela, del poco impacto que hoy tiene ese género sobre las multitudes ¿Qué opinas sobre la vitalidad de un género y su influencia en el público?

Desde hace ya mucho tiempo la literatura es un terreno minoritario. Sobre todo, la literatura que no es comercial. Yo siento que hay muchas novelas que tienen una “estética Netflix”: inicio, desarrollo, nudo y desenlace. Una estética convencional, que es fácilmente traducible, etc. Eso lo separo de la literatura que me interesa, esa que hacen los autores que ya mencioné, y es minoritaria. En eso no veo un problema sino mi libertad. No pretendo vivir de las regalías de una novela. Ejerzo este oficio sin dejarme llevar por esas dinámicas del dinero.

La vitalidad de novela ha cambiado y no tiene sentido seguirla entendiendo como en el siglo XIX. Hay que abrazar esas transformaciones que va teniendo con el tiempo. Más allá de si se llama novela, poema, ensayo personal, cuento largo, a mí lo que me interesa es el cuerpo, la escritura, el cuerpo textual, el cuerpo escritural, y el género me tiene sin cuidado.


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Realizó estudios de derecho en la Universidad de Cartagena y la Universidad Externado de Colombia. Desde 2012 escribe en El Laberinto del Minotauro. Ha hecho colaboraciones para el diario El Espectador y para la revista Otras Inquisiciones. Es autor del poemario inédito Las cenizas de la luna.

1 comentario

  1. Super interesante que el no se deje encasillar bajo los parámetros o definiciones actuales de que es un poeta, que es un narrador sino que para el es poeta todo aquel que piensa y siente el lenguaje.
    Interesante.

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