El mundo está dominado por hombres de escasas luces
convencidos firmemente de su razón.
Las naturalezas superiores no dirigen los Estados,
no toman grandes decisiones.
Vasili Grossman (Vida y destino)


Después de un extraño silencio preliminar, hace año y medio la OMS oficializó la pandemia por COVID19. Todos saben lo que ha ocurrido desde entonces.

Desde hace varios meses la India, el país con mayor capacidad para producir vacunas a nivel mundial yace postrado en una condena a muerte por contagio de COVID19 debido a la falta de vacunas ante la mirada indiferente del resto del mundo, en especial de las industrias farmacéuticas que han hecho lo que está a su alcance para que ni siquiera los países más poderosos (EEUU, Rusia, Inglaterra, etc.) lleven a cabo la desclasificación de las patentes. Es más, Alemania se ha opuesto de manera expresa y tajante a dicha solución, con el argumento de la inviolabilidad del derecho a la propiedad intelectual (según Ángela Merkel); por su parte, Canadá acapara el doble de vacunas del número de habitantes que tiene. En este momento India es el campo de concentración más grande y sofisticado de la historia: mil trescientos millones de concentrados, no necesita alambradas eléctricas, hornos crematorios, ni cámaras de gas… ¡Y se puede mirar todos los días en la tele mientras se almuerza! Los nazis sentirían envidia.

Hace unos quince días Israel y Palestina iniciaron hostilidades. El resultado: doscientos y tantos muertos palestinos, entre ellos más de diez niños, y doce víctimas israelíes, incluido un niño. Una frágil tregua de escasos días (al momento de escribir esto), mantiene un precario y tenso equilibrio entre los contrincantes. Las fugaces y rápidas imágenes que muestran los noticieros son de destrucción, sufrimiento, dolor y muerte; ciudades cuyo desarrollo tardó décadas fueron convertidas en escombros en cuestión de horas.

Desde hace varios años se ha recrudecido un problema que llevaba décadas de lenta incubación y desarrollo paulatino: la migración. Millones de personas en todo el mundo abandonan sus lugares de origen, especialmente africanos, de medio oriente y latinoamericanos, en busca de un futuro mejor, de una vida más digna; casi la tercera o cuarta parte del total son niños. Un alto porcentaje de esa proporción muere de hambre, por violencia, o son abusados sexualmente. Las causas de ese fenómeno son como raíces que a pesar de la sima que alcanzan se ubican en contextos históricos recientes. Profundizar en ellos es tarea de especialistas. Baste recordar aquí que los procesos de conquista y dominio colonial en lo que es hoy América Latina, en la totalidad del continente africano y en algunas regiones de oriente medio, destruyeron durante siglos de genocidios y expoliación deslumbrantes culturas milenarias. Algunas de ellas vivieron esplendores inimaginables en épocas en que los antecesores de los europeos y “americanos” actuales aún habitaban las cavernas. Esa destrucción es la causa remota de la catástrofe llamada fenómeno migratorio. Naciones enteras, comunidades y sociedades pujantes que formaban civilizaciones y convivían en espacios vitales (aquí sí aplica la expresión), de la noche a la mañana se vieron separadas, atomizadas, adoctrinadas para mirarse como enemigas, y terminaron matándose entre ellas en sanguinarias guerras fratricidas. Baste como argumento sencillo una mirada superficial al mapa de África: parece levantado con regla y bolígrafo. Esas fronteras no eran así antes de que los europeos se repartieran el continente. Es más, nunca sabremos cómo eran, o lo que es peor: si las hubo. Caído, y sobre todo derrotado el colonialismo, sobrevino el desorden, la anarquía más espantosa; recuérdese las luchas por el poder en la Sudáfrica de los primeros años de ‘libertad’… Para no alargarme, los migrantes de hoy son los descendientes de los condenados de la tierra de que hablara Franz Fanon, más condenados que sus tatarabuelos de hace doscientos y más años. Ahora claman ayuda de aquellos que construyeron su esplendor (el llamado ‘primer mundo’) con el saqueo de sus riquezas. Ya es hora de que Inglaterra, Francia, España, Italia, y Estados Unidos especialmente, dejen de construir muros, de organizar los nuevos campos de concentración, de cerrar fronteras, y paguen con intereses lo que se robaron, gracias a lo cual son los países desarrollados del momento, con sus imponentes ciudades, museos, culturas y obras de arte. Pero eso es pedir mucho; son incapaces de asumir la responsabilidad histórica que tienen, y mucho menos de sentir vergüenza, pedir perdón, o lo que sería lo ideal: acoger a sus víctimas y solucionar el problema que crearon. Ni siquiera lo harían con recursos propios, sino con parte del botín y la plusvalía derivada de su saqueo. Agradecería que alguien me demostrara que algunas de las situaciones mostradas hasta aquí no son el resultado de conductas sicóticas.

Hace más de un mes se inició en Colombia un muy justificado y vigoroso paro que no es más que la consecuencia del rebosamiento de la taza de más de doscientos años (contados desde la mal llamada independencia), de injusticias, desigualdades, discriminaciones, intolerancias, corrupción, crímenes, falta de oportunidades, exclusión y pobreza en que ha vivido siempre la mayor parte de la población, sometida por una minoría. Como sus “prohombres” ayer, y hoy sus descendientes, ella ha manejado el país como propiedad privada, con una mentalidad hacendataria que no ha desaparecido y lo mantiene anclado en una especie de singular edad media tropical. No voy a ensuciar mi escrito mencionando los apellidos con que se designa a las “casas” (así las llaman los lambones) de esos políticos, ni los de ciertos turiferarios suyos venidos a más vendiendo su alma a cambio de apañar sus crímenes con silencios cómplices de los que derivan beneficios que van desde premios, reconocimientos, contratos, abultados salarios y altos cargos, hasta llegar a las mega-pensiones. La lista es larga y los hay de todos los pelambres: escritores, artistas plásticos, historiadores, economistas, etc. No son liberales ni conservadores, ni fascistas ni comunistas; su partido político se llama oportunidad, su ideología ‘medrar de agache’, y su animal simbólico es el camaleón. A diferencia del saurio no logran engañar a nadie aunque lo crean, pues siempre están expuestos, como si llevaran un cartel colgado del cuello que dijera: soy un lagarto. ¡Ah!, algunos fueron de “izquierda” en cierto momento de su vida, por lo general siendo universitarios. Con su compromiso servil apuntalan el oprobio de sus connacionales. Ejemplos pigmeos (estos de derecha, claro) son los del actual ministro de salud Fernando Ruiz Gómez, quien pasó de condenar públicamente (hace pocos años) el uso del glifosato como agente altamente cancerígeno, a responder “estoy impedido para opinar”, cuando recientemente le preguntaron si en este momento, como ministro de salud, pensaba lo mismo del mortal químico. ¿Qué decir de Miguelito Ceballos, el belicista ex-comisionado de paz recién advenido antiuribista vergonzante? ¿O del ex-ministro de defensa y ex-embajador en Washington Juan Carlos Pinzón, ahora anti Santos furioso? Con políticos y testaferros como esos, lo extraño no es que haya paros, sino que la sangre no corra hasta las rodillas.

Hace pocos días murió por falta de atención hospitalaria una bebé de meses que era llevada a Cali con urgencia de vida o muerte. El deceso se produjo en la carretera porque el paso de la ambulancia fue impedido en uno de los muchos bloqueos que hay en casi todas la vías del país debido a las protestas. De nada sirvieron los ruegos de la médica y del personal paramédico a cargo de la salud de la criatura. ¡Inadmisible, por más justo que sea el paro!

De ser cierto que vivimos en ‘el mejor de los mundos posibles’ (Leibniz), los ateos no tienen de qué preocuparse: si Dios no existe, toda conducta está permitida y todo suceso se justifica porque una razón superior, desconocida, lo ocasiona (el ‘principio de razón suficiente’ fue otra de las brillantes ideas de Leibniz). Para los creyentes, especialmente para los panteístas, el problema es mayúsculo porque, entonces, o Dios está enfermo y de ser así no puede ser Dios, o es indiferente y por tanto perverso. O lo que es peor: indolente, una idea intolerable si se considera que, como imagen y semejanza del hombre, debería ser sufriente.

Cartagena, mayo 23 de 2021.

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Natural de Ciénaga de Oro (Córdoba). Fue profesor del Programa de Lingüística y Literatura de la Universidad de Cartagena durante veinte años. Autor de la trilogía novelística Todos los demonios conformada por Días así, Metástasis (ambas publicadas), y Proyecto burbuja (inédita). El resto de su obra se encuentra inédita, y está formada por otra novela, varios libros de cuento y de ensayo, un poemario, y otros escritos.

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