Osamentas hablamondaquísticas o una introducción al wa de mi vale el Jose

Por Tu Vale el Yeyo

La primera vez que leí Osamentas Relampagueantes imaginé como se verían los cuentos esos en una animación hecha por mi vale el “Gabez”, con las voces del poco de coletos que conozco y, obviamente, la de tu vale el Yeyo.

El relato es tan gráfico que pone incluso a alguien como yo a envidearse; un vale que tiene como forma de leer imaginarse al autor echando el cuento.

Este libro se trata de un cole que se montó en que cule patín. Andaba de larin laran, que pliquiti que placata y se quedó pegado.

Se la pasaba parchando y de aquello nada.

A pesar de todo, se sabía un súperhombre.

Por más que se dijera lo que fuera, en el mundo fenomenológico era evidente que era un simple hombre hasta el último de sus átomos.

Uno que se había entregado al placer como satisfacción máxima de su experiencia vital, sin ningún tipo de interés por su porvenir.

Una suerte de vivir afuera.

No estoy hablando de una parte en este mundo afuera de la casa de él.

Es un afuera de aquí.

En ese lugar, es donde – se supone- que están los seres ideales superiores a casi todo lo que él tiene al lado.

Aunque, estoy seguro que si ustedes le preguntan a David les tiraría la placa de que es materialista, en el sentido no silvestrista de la palabra, que considera que la existencia se limita a lo que aparece y que no hay ninguna trascendentalidad cognoscible.

Ajá y entonces ¿pa qué habitar todo el día tus ideas? ¿pa qué rumiarlas bajo los efectos de un trin si ellas no existen?

Yo lo que intuyo es que esas ideas están más vivas para David que casi todas las personas con las que se ha topado en su experiencia vital.

Lo visitan y charlan con él, hasta se lo llevan a vivir.

Le hacen encontrar en su ser metáforas para la vida, lo que puede ser la manera en la que eso que consume interactúa con su devenir, aunque él pensara que era el sujeto activo de la frase… otro mono más.

Esa idea se hizo tan grande, que se le apareció en la realidad.

La vio manifestarse ante sus ojos y los de sus compañeros de reclusión, o de tratamiento (¿?).

Quizá esa realidad de él sea real.

Al final, David la puede tocar.

Los que estamos detrás de las hojas solo la podemos percibir (¿apercibir?), a través del relato que leemos, para nosotros su realidad es una entelequia… una representación del creador de David, nacida de su experiencia y, por sobre todas las cosas, de su comprensión del devenir.

Una realidad en la que seres cerebrales dominan las circunstancias y viven para el placer.

Es tan makia la vaina que uno de los avatares de la historia decide quedarse en la realidad concebida (¿?) por David. Ese cole la encontró maravillosa. Allí su existencia se limitaría al goce y el sentido lo daría pertenecer a esa cultura que disfruta… nada más.

Para mí, se trata de una mirada pesimista de mi vale el Jose de la realidad.

Él juega con ella en su relato.

Cimentado en que toda su vida se ha desplegado en el existir con su realidad como marco de referencia, la ha puesto a prueba en el devenir y ahora se dispone a compartirnos sus conclusiones en las menos de 300 páginas del libro.

He pasado los últimos dos meses recordando el comienzo de mi carrera parchando con él y pensando en cómo hacer para llegar a su (¿?) consolidación.

Casi que la primera vez que estuvimos jodiendo en la calle le puse como remoquete “el huérfano del sentido”.

No su hijo legítimo, ni su bastardo.

Para él, el sentido está muerto, le creyó a Zoroastro y por eso está huérfano.

Somos nosotros, como agentes en el mundo real, quienes construimos algo que él llama la casita del sentido y ordenamos la realidad según nuestras decisiones (¿opiniones?), estas últimas se fundamentan en los conceptos que hemos adoptado – esto lo pongo yo-, en razón a nuestras experiencias de vida.  

Ahí es donde está el vacile de la obra de mi amigo Jose.

Ella tiene un sistema ideológico coherente que el autor ha interiorizado con tal detalle, que le pertenece a su subconsciente y a su yo, en el sentido más profundo que esa palabra pueda tener.

No necesita tirarte 8 párrafos de parla sobre el sentido, sino que te lo muestra con el uso de la recurrencia, técnica utilizada en películas como Memento e Interstellar.

Hay una escena que se repite, y yo creo que aquí se trata del placer encerrando a nuestros personajes en un loop.

Ese circuito iterado, se acaba cuando David encuentra una experiencia trascendental… ¿o no termina? ¿se repite con otro significado en otro plano de existencia?

De eso va Osamentas relampagueantes, de cómo la locura es un tipo de trascendencia para el solitario.

Un encontrarse con esas ideas que le acompañan casi como amigos en su vida y están ahí para él.

Le ayudan cuando se enfrenta a sus problemas y le hacen salir avante en la mayoría de los bretes.

Sin embargo, ellas son el lastre más grande para la única y verdadera batalla que tiene un ser humano: la de reconocerse a sí mismo en el otro.

Hasta ahora parece que el libro es un ensayo con un poco de habladera de mondá ahí, pero no. Toda esta coletera filosófica está camuflada en cuentos parchaditos que dan cule risa.

Como cuando el valecita se acordó del perico montado en la nave voladora o cuando mi compae pilló un payasito cocainero que le ofreció una pequeña bolsita con su respectivo tubito.

Atrevámonos a leer.

Es la única manera de escuchar la voz de alguien extenderse en el tiempo.

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Lo anterior fue mi presentación de Osamentas Relampaguenates escrito por José Antonio Covo Meisel. Un man que tengo el orgullo de decir que es uno de los míos, personales.

Ya les dije que sueño con ver ese libro convertido en una animación, pero no les dije cómo.

En fragmentos pequeños, de 30 segundos o un minuto, para vendérselo a un canal nacional y que los pongan en medio de las propagandas, previo a ser una serie, según la recepción del público.

Esto me lo imagino, porque el libro de Jose me gusta y me gustan las animaciones del Gabez y quiero que a mis amigos actores les salga chamba, también quiero que a mí, a Gabriel y a Jose nos salga chamba.

Siento que los propósitos de uno deben definirse proyecto a proyecto, día a día. Para mí imaginar un futuro debe tener muy en cuenta a las personas que harán parte de él y yo, por lo menos en este momento, quiero seguir lidiando con el Jose.

***

Osamentas relampagueantes por José Covo*

Primera parte: Topo sin túnel

Una percepción es un rastro minúsculo de la realidad, que deja mucho más por fuera de lo que abarca. David Duque no pensó esto mientras salía del mar con su tabla de surf al ponerse el sol de finales de diciembre en Cartagena. Tampoco pensó esto: Mi inteligencia me sitúa muy por encima de la población general. Ni esto: me quiero morir. Estos pensamientos pertenecen a alguien, pero no a David Duque, quien a su vez sí piensa cosas como: las olas estuvieron buenas hoy. O: me quiero comer a esa pelada. La pelada que David se quiere comer es Anita Aronsberg, una chica bonita de último curso del mismo colegio de donde David se graduó el año pasado.

David D. vio un perro muerto al caminar el trayecto entre la orilla del mar y la escuela de surf donde guarda sus cosas, y recordó la vez —cuando tenía como 12 años— que mató al cachorro de la vecina, que se había perdido, y él lo encontró en un lote lleno de ramaje denso. Ahí lo mató con una piedra que apenas podía cargar: con el primer golpe quedó privado el perrito, y luego siguió soltando la piedra sobre el cuerpo y la cabeza hasta que la sangre y las entrañas fueron más que el pelaje. En ese momento se dio cuenta de que tenía una erección dolorosa de lo intensa. Entonces sacó su pene con movimientos torpes y vertiginosos y se masturbó y se vino casi enseguida. Nunca le contó a nadie.

En la escuela David rumiaba el recuerdo del cachorro brutalizado mientras se quitaba el agua salada, y sintió el cosquilleo previo a la erección viril, por lo que se salió de la regadera que es abierta, y se metió en el baño a cambiarse y a esconder su excitación. Pensó en masturbarse pero decidió no hacerlo. Después de cambiarse cogió el celular y llamó a Roberto, pero Roberto no contestó, así que David empezó una conversación con Carolina, quien trabaja en la escuela. David pidió una cerveza y le miró las tetas a Carolina sin que ella se diera cuenta. Hablaron de las olas y Carolina le dijo que Miguel había sufrido una sobredosis. David no preguntó sobredosis de qué, no le importa y casi no sabe quién es Miguel. Algún manguero.
Entonces sonó el celular y David miró la pantalla y vio que era Roberto Renner, y contestó: —Ajá marica, te estaba llamando.
—Cálmate que estaba comprándole al Pupi.
—¿Qué compraste men?
—Cuatro gramitos, dos y dos, llégate.
—Erdaaa… ¡periquito pal campeón! Ya llego.

David dejó la cerveza por la mitad y trotó hasta su carro. En el camino se resbaló sobre una cáscara de mango. Se paró en el mismo movimiento de la caída y en 5 minutos estaba donde Roberto, y pitó para avisarle de su llegada. Se bajó del carro casi trastabillando y tocó el timbre. La empleada le abrió. David no pronunció palabra y entró casi saltando directo hasta el cuarto de Roberto.
Evidentemente, Roberto ya había empezado el perico. David dejó caer las llaves del carro:
—Dame lo mío.

Recogió las llaves del piso y se sirvió un pase substancial. Al sentir la descarga dopaminérgica, dejó caer las llaves otra vez. Las recogió de nuevo como un guerrero recoge su espada en medio de la batalla.
Roberto dijo —¿Supiste que al Miguel le dio una sobredosis?
—So what, men. No sé ni quién es ese man.
—Él es primo de Laurita López. Miguel Martínez.
—Ah ya. Y qué, ¿se murió?
—No, pero está en el hospital. De pronto se muere, dicen por ahí. La heroína es una vaina hijueputa.
—Erda sí.

***

David Duque se despertó una tarde después de surfear en la mañana al crujido espantoso del timbre de su celular: una sección explosiva de alguna canción de David Guetta o Paul Van Dyk. Se incorporó estremecido, como quien despierta de un episodio de catalepsia. Miró el display del celular: Susana Suárez.
—Aló.
—Holaa Deivid ¿qué haces? ¿vamos para Smegma hoy?
—Si me regalas un par de pepas
—Obvioo tengo unas nuevas, las trajo mi dealer de Holanda.
—¿Y están buenas?
—Están buenísimas babe, ayer las probé. Culo de rumba absurda. Hasta las 9 de la mañana.
—ok.
Se encontraron a las 11 pm al frente del club Smegma, y repartieron las píldoras placenteras entre los partidarios placenteros. Estaban Susana Suárez, Carla Conrado, Sara Solano, William Wagner, Roberto Renner, y David Duque. Cada persona ingurgitó su pastilla asignada y entraron al sitio, saludando cálidamente a Wilson, el bouncer.
Había poca gente, era temprano. Sin embargo, se vieron todos bailando impúdicamente pasados 15 minutos de haber entrado. Se agitaron velozmente como dinosaurios huyendo de la tempestad ígnea causada por un meteoro hollando profundamente la faz de su tierra. Como delfines intentando cometer una violación inter-especies. Como espermatozoides. Como osamentas animadas por relámpagos.
Compraron tres botellas de whisky y orbitan alrededor de ellas.
Susana se acerca a David y le proporciona un beso en la mejilla. David repone instantáneamente con un beso en la boca y un apretón de cuerpos: con los brazos la trae cerca y bailan con el único objetivo de excitarse mutuamente. Esta noche mezcla un DJ invitado de Europa y reproduce algunas pistas minimal. Normalmente a David y los otros les parece aburrido y medio incomprensible el minimal, pero el éxtasis lo hace ver todo color púrpura brillante con escarcha y perfume.
Todos saben que Roberto se vuelve medio marica con el éxtasis, y quien lo sabe más que nadie es William, quien ansía encontrarse siempre con Roberto para regalarle pepas. Bailan.
Se acercan. William puede sentir el calor de la genitalia semi erecta de Roberto pulsando locamente frente a su propia genitalia. Se besan. Ya es normal, pero la primera vez que pasó David no pudo contener una carcajada nerviosa que le duró un par de horas.
La pista tenía una voz que decía a través de varios filtros: Get down tonight. Get down tonight. Fuck it, let’s party. Get down tonight. Por unos instantes ese fue el himno de sus vidas.

Carla y Sara buscan un tercer integrante de su trío, como
en casi todas las fiestas. Encuentran a un extranjero incauto y se van con él. David le dice a Susana:
—Pobrecito. No sabe en lo que se mete.
El extranjero está borracho y las chicas se lo llevan al carro donde tienen sexo desorientado los tres, y luego le hacen oler heroína haciéndolo pensar que es cocaína, y lo regresan, casi cayéndose todos, a la fiesta, y lo abandonan en una silla. Luego Carla y Sara se besan, excitadas por su crimen, y se van a un rincón oscuro del VIP del club. David piensa: La droga es deliciosa, la vida es deliciosa.

Roberto piensa: porque haga maricadas a veces no quiere decir que soy marica.

William piensa: este man es más gay que yo.

Susana piensa: quiero que David me coma ya.

Carla y Sara piensan: nuestros cuerpos, qué ricos nuestros cuerpos.

David y Susana bailan conmocionados por el éxtasis y la inminente penetración, y alguien desprevenidamente tropieza levemente a Susana con el codo. David no tiene que pensarlo dos veces y arremete su puño colérico contra el rostro del adversario impromptu; éste cae al piso y tarda algunos segundos en incorporarse, tiempo durante el cual los amigos del abatido brincan, sudorosos, hacia David quien los espera con los puños cerrados y dispuestos. Roberto y William acuden al llamado de la pelea, y logran intercambiar sendas trompadas con los implicados antes de que la seguridad del lugar intervenga y disipe el barullo. Expulsan del lugar al que tropezó a Susana y a sus amigos. A David y los demás les permiten quedarse; conocen al dueño, además es usual una escaramuza de vez en cuando. Susana agarra a David por la cintura y le devora la cara: las peleas la excitan tremendamente, especialmente si es por defenderla a ella.
El Pupi hace su ronda acostumbrada por el club, proporcionando los juguetes necesarios a sus clientes. David adquiere varios gramos de perico y los reparte entre sus consortes. Todos se turnan entrando a los baños y tiñen sus narinas de blanco prontamente y la fiesta sube de nivel: éxtasis + cocaína = buena rumba hpta.
En una de las idas al baño, David entra en un cubículo de inodoro y se sienta sobre la tapa cerrada. Saca la bolsita de perico y antes de pegarse el pase lee sin reflexión un texto rayado en la pared metálica: Miguelito mariquito no pudo con el periquito. David piensa: qué raro, pensé que Miguel se había jodido por heroína. No piensa: la cocaína también es peligrosa si no se tiene cuidado. Tampoco piensa: quiero morir. Sí piensa, al inhalar el alcaloide: BOOM muthafucka.
Al emerger del baño, estimulado más allá de lo diseñado por la naturaleza, o los dioses, o Cristo Jesús; definitivamente más allá de lo permitido por la ley, David ve a Anita Aronsberg, acompañada de un pretendiente y dos parejas más. Susana aprehende la situación desde alguna distancia y maldice.

Susana se acerca a David, le dice: Ya llegó tu super-crush.

David no lo esconde y está muy drogado para ser sutil.

Se acerca a Anita lo suficiente para que ella lo vea, pero no lo suficiente para entablar una conversación. Con un ademán saluda e intercambia miradas agresivas con los hombres del grupo, lo que supone un impedimento virtual para acercarse a la chica.

Media hora después, Anita va al baño y David la aborda a la salida:
—Hola, Anita.
—Hola… David.
—Bailemos. (David tiene cara de atolondrado)
—ok.
Bailan como 5 minutos antes de que el parejo con quien llegó la reclame. El resto de la noche David tantea con la mirada el entorno inmediato de Anita para acercarse, pero los hombres del grupo se lo impiden con los ojos. Roberto le dice a David:
—jaja deja la estupidez y cómete a Susana.
—Susana te dijo que me dijeras eso?
—jaja no marica, te lo digo yo, Anita Aronsberg no sale con drogos.

A las 6 de la mañana el club apaga la música y prende las luces. Susana urge a David a ir al after-party. Roberto ya está medio sobrio, así que se le pasó la maricada, por lo que huye de William y de la culpa hacia el after-party con David y Susana. Los demás se van, tal vez para sus casas.
Para tolerar el bajonazo del éxtasis, los tres fuman cantidades exorbitantes de marihuana en el after-party, que es en la playa al norte de la ciudad. Hay menos gente que en la rumba, algunos traquetos, algunas prepago, un dj, y la rumba sigue como es usual. Piden tres cervezas y prenden un bareto de la mejor weed que se consigue.
Ninguno de los personajes piensa:

Al intentar describir el “concepto” de crisis permanente, se encuentra un escollo tremendo; de hecho, el mismo “concepto” es un gran escollo; la praxis de la crisis permanente es un bache tan grande que parece ser una planicie. Si se encuentra uno perdido en una planicie virtualmente infinita, sin saber de dónde vino o para dónde va, lo mejor —suponemos— será escoger arbitrariamente una dirección y atenerse a aquella singladura de origen complejo hasta que el paraje devenga algo. Pregunto, en turno, lector: ¿Y si no se llega nunca a algo? ¿Y si en vez de un oasis se encuentra uno con una manada de hienas hambrientas? Más que nada, éste es el caso cuando se habla de crisis permanente: toda percepción o pensamiento es absolutamente falible.

***

*José Covo es escritor y artista. Nació en Cartagena en 1987. Ha publicado las novelas Cómo abrí el mundo (Planeta, 2021), La oquedad de los Brocca (Caín Press, 2016) y Osamentas relampagueantes (Caín Press, 2015). A través de su escritura aborda la fragilidad de los conceptos y las fantasías con los que se negocian, entre los miembros de la especie, el problema del estar-aquí. Fue pintor antes de escribir cualquier cosa, soñador lúcido antes de empirista, y cree que el agua le entra al coco desde un adentro más interior.


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