Poco se dimensiona el baldado de agua (sangre) que fue Carrie para la literatura popular hace cincuenta años. Quizás sin esa novela sobre matoneo escolar, poderes telequinéticos y sed de venganza, la literatura de terror no habría sido tan original como lo fue en las postrimerías de los años setenta y ochenta.
Carrie no se inventó el terror contemporáneo. Eso para nada. Pero sí fue determinante para activar una olla que venía pitando a fuego lento desde años atrás. Tengo mis propias teorías.
Antes de la novela que llevó a King al estrellato, tres obras fundaban la nueva expresión del horror: La semilla del Diablo, de Ira Levin, El otro, de Thomas Tryon, y El exorcista, de William Peter Blatty. Dos de estas, atravesadas por la paranoia satánica que se apoderó de EE.UU. por esos años. Aunque proponían sacar el horror de los lejanos parajes para situarlos en medio de la urbe, la semilla del horror aún estaba en una entidad tan legendaria, universal y ominosa como lo es Satanás.
Carrie es el bicho raro que sacudió el negocio. King expuso en esa novela el horror en unos términos asombrosamente humanos, complejizando lo que interpretábamos como «el monstruo». Aquí no se trata de dos bandos. Aquí no hablamos de una visión polarizada del bien y el mal. En Carrie, el monstruo es la misma víctima, que a su vez es producto de otros monstruos, quizás más crueles y peligrosos, porque habitamos entre ellos cada día o, peor, nos representa de alguna manera. Esos monstruos eran sus detestables compañeros de clase, sus profesores indiferentes, su madre controladora y el obsesivo fanatismo religioso con el que criaba a su hija.
King, en esta novela, no necesitó ir a Transilvania ni evocar antiguos espíritus chocarreros. Expuso y exacerbó lo peor de la sociedad norteamericana, las vulnerabilidades, inseguridades y maledicencias de la juventud, y ubicó todo en un tranquilo suburbio norteamericano y la escuela de turno. Y llegó en un momento exacto. Magia, coincidencia, o destino. Carrie es de esas cosas que el universo decide que tienen que suceder. King botó las primeras páginas a la basura y su esposa las rescató y lo obligó a terminarla. ¡Estuvo cerca! Brian de Palma fue el encargado de dirigir la adaptación. Que le hayan encomendado a uno de los directores más grandes de esos años es solo un regalo de los dioses. Y ni mencionemos que le siguieron dos adaptaciones de sus siguientes dos libros, de la mano de otros pesos pesados de aquella década: Stanley Kubrick y Tobe Hooper. La edición de bolsillo llevó el poster de la película como portada y convirtió a King en un bestseller total. ¡Adiós a la pobreza!
Con Carrie, King emprendió la marcha en un bus al que se subieron cientos, miles de autores que persiguieron el sueño de convertirse en el nuevo Stephen King. Ninguno lo logró, por supuesto, porque King pegó primero y pegó mejor año tras año.
Pero eso permitió que el género tomara un nuevo aire y pasara a ser el protagonista que moldeó la cultura popular y la iconografía de gran parte de una década dorada.
Ahora celebramos cincuenta años de la publicación de esta novela maravillosa, que ha parido remakes, parodias, musicales, ediciones limitadas y montones de reinterpretaciones en toda forma de expresión artística, haciendo de una chica bañada en sangre vengándose de sus compañeros en el sueño realizado de un montón de oprimidos, que somos más en este mundo, y en un ícono imborrable de la cultura popular. Pocos autores han logrado crear tantos personajes icónicos para la cultura universal. King es uno de ellos, y Carrie será siempre la madre que parió un universo maravilloso que seguimos disfrutando hasta el sol de hoy.