La cultura humana ha sido marcada por lo político, lo económico, lo religioso y las tendencias y poderes que han predominado en cada etapa del desarrollo de la humanidad. Esto limita en muchos aspectos la comprensión y percepción acerca de manifestaciones culturales no hegemónicas y subalterniza visiones, creaciones y creadores. Como plantea la escritora Chimamanda Ngozi Adiche: «La historia única crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos, hacen de una sola historia la única historia» (Adichie, 2012).
Los procesos colonizadores con su carga de racismo, descalificación y expropiación de la cultura de los pueblos sometidos, han sido decisivos para reescribir sus historias desde la perspectiva del colonizador y así, enmudecer y falsear el patrimonio cultural de estos pueblos. De ese modo se ha estereotipado y sesgado la visión sobre las artes y creación narrativa de Asia, África y Latinoamérica.
En el caso de África, como continente herido por la colonización, ha sido plasmada en muchos escenarios ficticios que se han limitado a una sola parte de toda ella, dejando fuera una inmensa vastedad de tradiciones, historias y pueblos. Predominan, en la visión occidental sobre África y la diáspora africana, perspectivas sesgadas, tópicos de violencia, pobreza, segregación, guerra y atraso. Algunas de estas visiones sesgadas, por ejemplo, consideran que solo hay habitantes de color negro, que todo el continente es selva calurosa y que no existe desarrollo científico ni artístico. Este imaginario falseado, fragmentario o superficial, sobre una identidad, va a marcar el arte y la apreciación del arte que se hace en y sobre el lugar al que pertenece esa identidad.
Además, la apropiación cultural ha entrado a saco en su caudal de saberes y propuestas artísticas ancestrales, y cribado, para la visión del público, el auténtico valor de la cultura de los pueblos africanos. Es esta una postura colonial, racista y extractivista que contribuyó a reforzar los estereotipos referidos y a cerrar las puertas a artistas, creadores y científicos, nativos o de la diáspora, y con ellos, a sus propuestas. Pero el arte, a su vez, es reivindicativo, y puede romper con estereotipos a través de la construcción o rescate de esa identidad y proyectarla hacia el futuro.
El afrofuturismo, como movimiento reivindicativo de resistencia, es una corriente artística y cultural que desde hace décadas rescata la identidad de África y su diáspora a través de la literatura, la música y las artes visuales. El término afrofuturismo fue usado por primera vez en un ensayo de Mark Dery titulado Black to the Future.
Durante las entrevistas que realizaba a varios creadores negros, él solía lanzar la siguiente pregunta: “Una comunidad cuyo pasado ha sido deliberadamente borrado, y que ha consumido buena parte de su energía en encontrar huellas visibles de su historia, ¿puede imaginar futuros posibles?” llamando a concientizar cómo el desplazamiento y la anulación de la cultura y la historia de un grupo humano pone en peligro su posición en la cultura global y el futuro. La respuesta de esa interrogante constituye el punto de partida para que creadores y promotores culturales del continente y su diáspora exploren, revelen sus raíces, tradiciones e idiosincrasia, y también, creen desde ellas nuevos y auténticos mundos imaginarios, suyos y, por extensión, de todos.
Ytasha L. Womack definió el Afrofuturismo como “la exploración de la intersección entre la cultura negra, tecnología, liberación e imaginación”. Jone Johnson Lewis, por su parte, refiere que “En el Afrofuturismo el arte se usa para imaginar contrafuturos, libres del dominio europeo/occidental, pero también como una herramienta para criticar el status quo”.
Este ha trascendido en ser no sólo un movimiento eminentemente artístico, sino que se ha transformado de maneras distintas conforme a las diferentes perspectivas a las que atraviesa. Algunos incluso lo han descrito como una forma de imaginar una subjetividad negra menos limitada en el futuro, que cuestiona los órdenes económico, antropológico, social, político, cultural, etc. (Esteve, 2016). De este modo, pone la experiencia africana en historias narradas a partir de la literatura o el audiovisual y el diseño, en diversas plataformas comunicativas y estéticas que rescatan y depuran del extractivismo, el racismo y la colonialidad, el verdadero espíritu del continente y su diáspora.
En la tesis de titulación de la especialista Julia Rodríguez Tarriño “Introducción al movimiento afrofuturista”, la autora plantea: «el Afrofuturismo, a lo largo de sus décadas de historia, se ha definido como un movimiento en continua transformación, poroso y sin límites definidos en cuanto a formas, estéticas, campos de investigación y temáticas, que pueden variar según la generación, el lenguaje o las geografías donde se produzcan. Las diversas narrativas de ficción especulativa negra indagan en nuevos futuros posibles, a la vez que buscan una recreación de la historia con una voz propia que dista de la impuesta oficialmente. El discurso busca (…) revalorizar el legado africano. La ruptura involuntaria con el pasado supuso un borrado histórico y una alienación de culturas, creencias, prácticas y lenguajes, que puede trasladarse de forma metafórica a varios elementos de la ciencia ficción. Esta concepción se emparenta con la “arqueología literaria” de Toni Morrison, en la que se reconstruyen épocas pasadas, aunando los datos disponibles con la imaginación de la propia autora para completar las lagunas del relato oficial».
Y aunque, como ya se refirió anteriormente, es un movimiento que abarca las artes en su expresión más amplia, nos detendremos en el análisis de su vertiente narrativa, en específico de la Ciencia Ficción. Combinando elementos de ficción histórica, realismo mágico y afrocentrismo, tomó por asalto al género, derivó de la ciencia ficción tradicional y las corrientes de cyberpunk, mayoritariamente anglocentristas y blancas, y revirtió sus escenarios y tramas, tal como en su momento el feminismo y la visión antropológica desmontaron los estereotipos fundacionales de esta narrativa. Paralelamente, toma elementos propios de los movimientos futuristas: los viajes interplanetarios, las arcologías, las guerras e invasiones galácticas, el contacto con otras civilizaciones, el ascenso de la inteligencia artificial y las modificaciones del cuerpo a través de la biotecnología, la simbiosis y los injertos protésicos. Todo ello sin abandonar tópicos de la ciencia ficción cercana como el impacto de la contaminación en la tierra, la explotación de los recursos y las personas, la política y la investigación científica.
Vinculado al desarrollo de la ciencia ficción en general, el afrofuturismo literario se desarrolló de manera más amplia después de la Segunda Guerra Mundial y especialmente en las décadas del sesenta y setenta, con autores como Jewelle Gomez, Octavia Butler, quien, a decir de Marcia Davis, fue “una mujer afroamericana que reclamaba su espacio en un universo literario dominado por hombres blancos” y Samuel Delany. A partir de estos autores que pertenecen a la ola creativa afronorteamericana, las cosmovisiones africanas, sus derivaciones desde la tecnología, los avances científicos y otras corrientes exploradas por la ciencia ficción, alcanzan un vuelo totalmente nuevo, en que se unen el pasado y el presente, se aborda la espiritualidad de los pueblos africanos y su idiosincrasia, y se desmontan las huellas coloniales o se resignifican.
En sus historias buscaban más que mero entretenimiento, problematizar las realidades cotidianas y la historia vivida, y construir alternativas deseadas o proyectadas en el futuro con la participación de perspectivas silenciadas sin las cuales ninguna visión artística o literaria estaría completa.
Descripciones de paisajes y costumbres, visiones filosóficas y religiosas, estilos de vida, formas de hablar y elementos idiosincráticos característicos de los pueblos africanos y sus descendientes en la diáspora son rescatados, recreados y colocados en las nuevas historias como leit motiv, escenarios, detalles de historia o protagonistas. Un ejemplo de esto se ve en la descripción de la protagonista en la trilogía “Binti” (Nnedi Okorafor), quien es una joven de la etnia Himba y acorde a ello tiene un estilo de vida, estética y pensamiento relacionados con su cultura, desde sus características trenzas con pasta Otjize hasta la forma de enfrentar los conflictos y su relación con otras culturas.
Entre los exponentes más conocidos del afrofuturismo están las ya mencionadas Nnedi Okorafor, de ascendencia nigeriana, y la norteamericana Ytasha Womack. También Rivers Solomón, de Estados Unidos, el egipcio Nihad Sherif, el marroquí Ahmed Abd El-Salam El-Baqqali quien ha sido comparado con Julio Verne y Ralph Ellison, y el egipcio Ahmed Khaled Tawfiq.
El afrofuturismo, además, sentó las bases y ha servido de inspiración para movimientos como el Futurismo del Golfo, en el cual encontramos a dos de sus escritoras más conocidas, Sophia Al Maria y Fátima Al Qadiri, y el Afrofuturismo Caribeño y Americano, con los brasileños Fábio Kabral, Alê Santo y Lu Ain-Zaila, los cubanos Eric J. Mota y Dennis Murdoch, los dominicanos Odilius Vlak y Junot Díaz, las jamaicanas Nalo Hopkinson y Stephanie Saulter, la barbadense Karen Lord, el escritor granadino Tobias Buckell y la trinitaria Rhonda García.
Algunos de los desafíos mayores del Afrofuturismo en la ciencia ficción, para lectores, autores y editores, están en el área de la difusión, la representatividad y (sorpresa) en la “respetabilidad” de la corriente literaria que históricamente ha descalificado los valores de la ciencia ficción como producto serio en el mundo occidental.
Para lectores y editores fundamentalmente hispanohablantes, conseguir textos de los autores afrofuturistas en castellano es complejo, lo cual limita el alcance del movimiento a las obras traducidas y publicadas en países hispanohablantes. Ello revela la necesidad de que exista una actividad de promoción más específica hacia esta rama de la ciencia ficción, que contribuiría a un mayor interés del público y de las editoriales responsables de su publicación.
Acerca de la representatividad y la identidad, está el dilema de los sesgos que complican tanto el estudio como la selección de temas y autores para su difusión. Al pensarse a África como un país y no como el continente multinacional y multicultural que es, se diluyen las búsquedas de obras específicas, e incluso se deja fuera del radar que existe una diáspora representada en América y el Caribe, por autores que no siempre pueden mostrar credenciales de pertenencia a la cultura africana más allá de lejanos orígenes familiares. Eso se complementa también con la visión de África como continente negro, dejando fuera a representantes del movimiento que no son personas negras, incluso aquellos que provienen de países africanos.
Sobre la “respetabilidad”, es interesante retornar a la polémica del 2015, surgida a raíz de la publicación de un artículo en el periódico “The New York Times” donde, bajo el título “New Wave of African writers with an internationalist bent”, se publicaba un listado de la nueva ola de escritores africanos que triunfaban en EE.UU. y Gran Bretaña y en la que no aparecía ningún nombre de escritores de ciencia ficción. Nnedi Okorafor, una de las exponentes más destacadas de la ciencia ficción africana, argumentó en aquella ocasión que una parte del obstáculo para la ciencia ficción son “las actitudes coloniales sobre lo que es literatura y lo que no lo es (…) La base de lo que es ‘gran literatura’ en África está demasiado definida todavía por Occidente, y Occidente todavía tiene problemas para ver la ciencia ficción como un género de verdadera literatura”. Esto impacta también en la visibilidad y difusión de la literatura afrofuturista, que se encuentra ante dos frentes de batalla ya que, no solo lucha contra las dinámicas de un mercado que no divulga suficiente a sus autores, sino contra la, en retroceso pero aún no erradicada, perspectiva retrógrada del género como literatura “no respetable” o “género menor”.
Aún con estos desafíos, el afrofuturismo es un movimiento que florece, que comparte un posicionamiento social y político, derivado de un trabajo de conciencia, identidad y pertenencia, y juega un rol emancipador aunque no se declare como tal por parte de todos sus creadores.
Angela Davis lo describe de esta forma “Para trabajar en beneficio de un mejor futuro necesitamos creer que ese futuro es posible”. En efecto: pensar y escribir al África continental y diaspórica desde la fantasía y la ciencia ficción, es un modo de reivindicar su pasado y su presente, soñar su futuro y hacerlo venir.