POR EL SEÑOR UNDERGROUND
Cada individuo posee una forma de moverse en el espacio. La construcción de su identidad o la desconstrucción de esta, depende de las relaciones que haga con el territorio en el que se encuentra. La mayoría se mueve en el espacio solo porque les toca o porque tienen un interés material. Se desplazan del punto A al punto B y luego al punto C (así de simple). Algunos van del punto Z al punto X. Esta manera de desplazarse (y existir) es válida y es la más común (cabe agregar que también les satisface fantasear con el punto G).
Unos pocos tienen conciencia de los puntos de la A a la Z. Saben que desplazarse por una o dos avenidas pueden unir el punto B con el punto X en menos de una hora. Reconocen, sin que esto los afecte, que a la multitud le conviene vivir en la ciudad como una línea roja trazada sobre un plano mal elaborado. Estos pocos hacen con su deambular, que el plano se convierta en un sinnúmero de ángulos, parábolas y hasta garabatos ininteligibles para un cartógrafo convencional. Son los individuos que van un poco más allá y se sumergen en los ríos urbanos de Heráclito, en las cambiantes multipersonalidades de balcones, andenes, centros comerciales, puentes peatonales, edificios y los maravillosos parques. De ellos debería estar lleno el bosque de símbolos en las ciudades infernales, específicamente en Yellow Hell City.
Esta es una ciudad que por lo pequeña representa para muchos uno de los máximos ejemplos de lo repetitivo e intranscendente, en especial para esos que esperan la estabilidad que aparentan ofrecer otras ciudades. Para no caer en la rutina en Yellow Hell City toca “Salir a buscar lo que no se nos ha perdido”, como dice mi madre cuando ve que agarro mi bastón y mis gafas. Salir a buscar eso que no se nos ha perdido es convertirse en un peregrino que se encuentra (y desencuentra) con todo lo maravilloso que está más allá de las cuatro paredes del pensamiento. Desde la terminal de transportes hasta la Boquilla, desde Bocagrande hasta Nelson Mandela; a pie o en buseta, en taxi o bicicleta, en moto o patineta, salir es un acto de valientes, porque allá afuera hay enredos cósmicos que te pueden terminar jodiendo-reinventando la vida (lo mejor que te puede pasar es que la muerte te encuentre en una esquina o en la calle. Morir en una cama sin siquiera un mal pensamiento, es un acto doloroso, una pérdida de tiempo, una estafa del destino o el azar, una metida de pata suprema, y no vengan con malinterpretaciones, no hablo de las personas enfermas que no se pueden levantar).
Desplazar el cuerpo en el espacio es hacerle honor a todo el esfuerzo que realizó la naturaleza para permitir que un individuo tuviera vida (¿Cuántas cosechas, aire, energía solar, agua, animales sacrificados y células cansadas, se necesitaron para sostener tu cuerpo con una conciencia idiota?). Moverse es un acto de rebeldía y hacerlo en las ciudades del mierdoso siglo XXI es la revolución que estimula los sentidos, el pensamiento y las ganas de patear culos.
Se pueden tener aventuras acostado en una cama (soy bueno en eso) pero el cargamento de huesos, carne, lágrimas y excremento, deben ser expuestos a prueba más allá de la comodidad de un colchón (aunque si usted cree que salir de su cama y encerrarse en una oficina, en un salón o en una fábrica, son actos más dignos que sentarse en un parque a mirar hormigas o pegar mocos en un monumentos, déjeme decirle que lo mejor que le puede pasar es que su cocinera en la próxima comida le dé una buena dosis de cianuro o veneno para ratas). Las aventuras en la cama son memorables cuando se han recorrido las avenidas del caos (quiero agregar que la cama es el paraíso prometido, todo lo bueno de la vida se hace sobre una cama).
Es curiosa la forma en cómo se mueven en el espacio los “locos” e indigentes. Son maravillosas y desconcertantes todas las líneas que pueden marcar en un plano. Van del punto Gato al punto Cuchillo y luego van al punto Cactus para regresar al punto Gato que ahora es el punto Hielo derretido. Ellos poseen una contralógica que les da acceso a ángulos desaprovechados de la ciudad. Por ejemplo, usted está “cómodo” comprando en Juan Valdez y ese loco o indigente está buscando entre la basura algo para matar el hambre. Los dos están en Yellow Hell City, pero no viven en la misma ciudad (cada uno vive en una versión del infierno amarillo y las dos son válidas ante los ojos del olvido y la nada), y aunque resulte obvia la diferencia abismal, entre los dos el más limitado es usted, porque su postura moral no le permite experimentar nuevas sensaciones por considerarlas desagradables. Usted cree saber lo que un buen ciudadano o notable individuo debe hacer, y en eso no entra buscar en la basura un delicioso pan con moho. Pero despreciable lector, ese acto también hace parte de la vida y puede contener nuevos sentidos ocultos de la existencia, inabarcables para su café con aire acondicionado y su conversación esperando que los transeúntes miren desde afuera y digan “oh, miren a Xutanejo y Perenxejo, son grandes conversadores y están en Juan Valdez” (Esta es la parte donde muchos dicen: “Yo compro ahí pero no me importa que me vean”. Jajaja).
Hay que agregar que los drogadictos, los rateros, los recicladores, los desempleados y las parejas de infieles también tienen una manera subrepticia de moverse. A ellos les toca evitar los rincones lumínicos por su condición “vulnerable”, lo que les convierte en maestros de los atajos, los escondites y las cavernas.
El deambular más allá de las convenciones, garantiza un contacto directo con otra cara de la ciudad, una que se nos presenta con enigmas y reinterpretaciones. Solo un caminante atento encontrará el mensaje oculto de las ciudades subterráneas escondidas en las ciudades de la superficie. Se tiende a creer que los grandes secretos y aventuras de Yellow Hell City se encuentran en su centro histórico, pero en esta como en todas las ciudades, cada rincón esconde una posibilidad o una pieza del nirvana urbano. Usted puede conversar con arcángeles en las carnicerías del mercado o leer un evangelio apócrifo en las manchas de una pared en el Pozón. Yo he visto Budas y Jesucristos en la calle de la Moneda comiendo pizza o vendiendo sandalias. Una mañana desde la ventana de una buseta de Ternera un Hitler afeitado me saludo con tanta inocencia que me hizo llorar. Cada ciudad contiene la historia imaginaria de la humanidad y una forma única de contar el origen y el final de todo…
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Este es un texto inconcluso. Voy a proponer un
Con semejante propuesta me expongo a la burla, porque ¿quién hijueputas quiere perder dos horas de su vida hablando Ñañañas con un megalómano aburrido? Nadie, pero espero que el universo se confabule y la vaina se mueva en el ánimo de todos para salir a buscar lo que no se nos ha perdido. Aunque aquí no hay camisas de fuerza, si alguno no tira la primera piedra y comenta, no pasa nada, El Viejo Subterráneo sigue su camino como si nada explorando la ciudad como siempre lo ha hecho desde niño.
La moneda y el dado han sido lanzados, sea cual sea el resultado, el mundo es un maravilloso caso perdido.
Fotografías por Eric Ramos.
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