Llegué antes que ella. Me senté en una banca y dejé que la brisa hiciera lo suyo sobre mis cabellos y mi cara. El olor a mar y la visión de las palmeras meciéndose bajo el cielo azul, fue suficiente para mostrarme que en ese lugar se conserva una magia del siglo pasado que permite la ensoñación.

Leidy llegó sofocada bajo el sol de las 3:30 de la tarde. Un abrazo y dos palabras fueron suficientes para convocar lo que sería una cita memorable en uno de los lugares pocos frecuentados de la ciudad: el parque Apolo en el barrio El Cabrero.

Más allá de las expectativas de aventura lo importante era compartir y explorar los frutos de la amistad sin los afanes típicos a los que estábamos acostumbrados en los pasillos de la universidad, en las calles del Centro, en la buseta o en las despedidas en los paraderos. No llevar itinerarios, ni mapas, era una forma de desafiar al millón individuos que a esa misma hora miraban un reloj atrapados en una oficina. Éramos libres y estábamos recorriendo la ciudad, recorriéndola en una pausa de miradas, palabras, emociones y silencios (conozco la puta imposibilidad de aspirar a la verdadera libertad. Nacemos cautivos y vamos a la tumba como esclavos, conformes con las jerarquías que nos cagaron nuestros ancestros y nos cagaran nuestras descendencias. Por eso cualquier gesto es un tesoro).

En el Apolo había poca gente a esa hora. Dos parejas de viejos adúlteros aquí y allá. Un grupo de cuatro personas paseando sus perros (un labrador, una pitbull, una honorable chanda y un despreciable poodle). Un joven que tarareaba una canción. Un tipo que se movía de un lado al otro y que me tenía la sangre hirviendo por la manera en que miraba las tetas de mi acompañante cada vez que pasaba cerca de nosotros. Un anciano que hablaba solo o con un amigo imaginario. Transeúntes que pasaban por el centro del parque para cortar camino. Todos en sus asuntos y nosotros vigilando el mínimo cambio mientras nos poníamos al día con el ritual de contar los últimos acontecimientos.

Sacó un paquete de cigarrillos Marlboros, unas plumas, unos audífonos y me los entregó. Una hermosa ofrenda de tabaco, ruidos y vuelos, para el caprichoso dios urbano que algunas tardes profetiza la sabrosura de una cerveza bebida con los amigos en la muralla (lo de dios no es broma, solo que no puedo ir por ahí haciendo cosas maravillosas ante los ojos de los incrédulos. Jajaja).

Pedí permiso y le leí el poemario “Nada malo me ocurrirá” de Bolaño. Rememoré las aventuras de Roberto en Barcelona, su soledad, su manera sutil de decir que a pesar de que todas las apuestas estén en tu contra, siempre brillará el sueño de crear y vivir (confieso que en mis momentos más oscuros esos poemas se convirtieron en un Eclesiastés o en una hermosa navaja con la que apuñalar la adversidad). Sonreí, sin que ella se diera cuenta, por el México de los Infrarrealistas, las aventuras en el DF y su amistad con Mario Santiago Papasquiaro (agradecí al universo que B escribieran Los detectives salvajes). De todos esos poemas que a mí me dejan en coma siempre, a Leidy le pareció hermoso este:

UNA MOSCA EMPOTRADA EN UNA MOSCA
UN PENSAMIENTO EMPOTRADO EN UN PENSAMIENTO
Y MARIO SANTIAGO EMPOTRADO EN MARIO SANTIAGO
Qué se siente, dime qué se siente
cuando los pájaros se pierden en lo rojo
y tú estás afirmado a una pared, los pantalones
descosidos y el pelo revuelto como si acabaras
de matar a un presidente.
Qué se siente en la hora casi roja,
en la hora agit-prop, botas que se hunden
en la nieve de una avenida
donde nadie te conoce.
Lengua bífida de saber estar solo e imágenes
que el destino (tan ameno) arrastra
más allá de las colinas.
Dime que se siente y qué color
adquieren entonces tus ojos notables.

Luego de la lectura nos quedamos unos minutos en silencio. Entonces ella tomó la iniciativa y empezó a hablar de rollos acontecidos en su infancia en otros rincones de la ciudad y de su interés de escribir sobre eso (hay algo muy cinematográfico en su manera de mostrar el pasado, lleno conspiraciones que hasta sospechas de los gatos y las gallinas que aparecen en el cuento). Lo mejor de todo es que a pesar de los hechos dolorosos de su historia familiar, siempre el humor y la figura de la madre resplandece con una carcajada poblada de anécdotas que matarían a cualquiera de risa.

Me gusta de Leidy su aparente indiferencia, su aparente frialdad, su aparente “soy una más”. En el fondo es poseedora de una intuición y una sensibilidad a las que pocos privilegiados tienen acceso. Una mujer-hueso-duro-de-roer con la que se puede compartir un gran secreto de forma incondicional.

Eran las 5 de la tarde y de la avenida nos llegaba el ruido de los carros y las motocicletas. Yellow Hell City empezaba su ocaso. De la nada (la clase de nada patética, no la transcendental) escuchamos las sirenas de un camión de bomberos en el que iba el alcalde mierdoso de turno y la nueva Putica Colombia, elegida la noche anterior en el reinado nacional de belleza. Algarabía, aplausos, gritos y música. La cagada de todos los años pero ahora en el mes de Marzo, el performance de las élites tirando pan al pueblo. Solté dos o tres palabrotas y encendí un cigarro. Deseé llevar en mi mochila una granada para lanzarla contra ellos o contra nosotros y así no soportar semejante comedia grotesca.

Nos levantamos de la banca, caminamos hasta la ermita y luego a pocos metros nos encontramos ante una curiosa huerta comunitaria que llamó mi atención por lo bonita que se veía y por lo desapercibida que puede pasar si los visitantes no se acercan a la parte trasera del parque (vale la pena que se asomen por allá). Nos quedaban pocos minutos en el parque. Las últimas palabras fueron dichas como aquello que se dice en medio de la noche antes de sumergirnos en el pozo del sueño: llenas de significado pero irremediablemente pronunciadas para el olvido.
Salimos de ese “buscar lo que no se nos ha perdido” para meternos de cabeza en otro buscar lo que no se nos ha perdido en las calles del centro. Fue un momento muy emotivo porque al salir fue como si dejáramos atrás un lugar especial, un regresar de forma violenta al presente.

No entraré en detalles sobre lo que pensé y sentí cuando entré a fotografiar el monumento en homenaje a la constitución de 1886 y vi el rostro de Domingo Benkos Biohó y Carex. Tampoco hablaré de la lista imaginaria de atentados contra la estatua de Rafael Núñez o del pájaro extraño que se bañaba en un charco y al que las tortolitas y las mariamulatas querían atacar. Si usted espera hechos explícitos u extraordinarios para legitimar una aventura urbana, le diré que tenemos concepciones diferentes sobre lo que es vivir y recorrer la ciudad. En todo aquello que no se dice se esconde la maravillosa pieza de rompecabezas que falta y que usted debe crear con sus vivencias o su imaginación.

Agradezco a Leidy Ramos por aceptar salir a “buscar lo que no se nos ha perdido”. Sin su valentía para convocarme al parque es probable que este texto y estas fotos hoy no existieran. Esta columna es dedicada a ella y a su paciencia para soportar al tipo fragmentado que va de un tema al otro.


***

Faltan 4 aventuras. La invitación es para todos:
<<Este es un texto inconcluso. Voy a proponer un ejercicio para hacer de la escritura y del “salir a pasear” un rollo más dinámico. De ustedes depende que este experimento se convierta en una aventura digna de ser escrita en futuras columnas. Es algo descabellado a simple vista, pero puede ser el origen de un movimiento de nuevos caminantes anónimos explorando la ciudad debajo de la ciudad. La vuelta es la siguiente: convoco a cinco personas a que me inviten a “salir a buscar lo que no se nos ha perdido” en cualquier rincón de la ciudad una de estas tardes (crepúsculo), empezando en el instante en que se publique este rollo. Las cinco primeras personas que comenten en la página del Laberinto del Minotauro, podrán compartir conmigo, El Señor Underground, un par de horas para conversar, caminar, meditar y construir las que serán las próximas columnas de “Esquinas de Yellow Hell City” (cinco en total, una por cada aventura). El comentario debe incluir el nombre del individuo y del lugar en el Infierno Amarillo en el que quiera compartir una charla sobre cualquier asunto de este mundo (acepto cigarros, cervezas, vino, comida, comprar libros, invitaciones a mirar la pared, etc.)>>.

<<< Vea aquí la entrada anterior: ¡BUSCANDO LO QUE NO SE TE HA PERDIDO! >>>

EL SEÑOR UNDERGROUND

Fotografías por: El Señor Underground

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