Año: 2021
Editorial: Ediciones Vestigio
Género: Libro de cuentos

Portada

Son quince las narraciones que componen Parásitos Perfectos, libro de cuentos de Luis Carlos Barragán. Un libro definido en su contraportada como una compilación biopunk, a lo que bien se le podría añadir la palabra simbiosis como aquella que atraviesa casi todas las narraciones. La búsqueda y la necesidad de conectar cuerpo y psiquis, es decir, la existencia misma, con algo superior, lleva a varios de los personajes del libro a veces a estrellarse contra el mundo (como sin haber leído la letra pequeña de las biotecnologías a las que han accedido) unas veces, o a experimentar ser plenamente uno, como individuo, y todos a la vez. La omnipresencia de narradores no hegemónicos es (estos relatos con contados por o a través de hombres que aman a otros hombres, de mujeres que aman sus vehículos o ancianas que se enfrentan a su pasado), además, otra característica a destacar. A continuación, me interesa hablar de las ficciones de Parásitos Perfectos desde tres perspectivas, por llamarlas de algún modo, que expresan rasgos compartidos que los relatos tienen entre sí.

De la ciudad, de Bogotá y del peligro

Hay un primer rasgo común en las ficciones aquí presentes y es que todas, o se sitúan en Bogotá o hacen mención a la ciudad o esta aparece como una presencia sugerida. Bogotá, esa ciudad ubicada en el pico de un páramo triste y con todas las condiciones estéticas, estructurales y existenciales para albergar ficciones lúgubres, al mismo tiempo que existencias subterráneas, propensas a cualquier subgénero de la CF. Un primer acierto del autor, de hecho, es la forma en que transmite aquella atmósfera de peligrosidad tan propia de una ciudad como la capital colombiana. No es un metro, pero es algo, relato de apertura, presenta la primera criatura del catálogo biopunk de Barragán, el transmioruga; criatura que es, a la vez, el transporte público (una suerte de bus articulado de vagones) de la ciudad y que cuenta en primera voz lo agobiante que puede ser su trabajo y cómo la administración de la ciudad ha convertido a personas necesitadas en dichas criaturas. La pobreza de un migrante, en este sentido, es usada por la administración local para transportar a los mismos pobres.

Dicha atmósfera de peligrosidad también puede observarse en el segundo relato, de nombre Simbiosis y en el que puede leerse una trama que involucra (valga la redundancia) la simbiosis entre humanos y una especie de langostino coproreciclador que permite el acceso de quien se vincula a recuerdos ajenos por medio de un trance que tarda semanas y en el que el langostino (entendido también como un decoder) se encarga de alimentar al usuario humano con sus mismos desechos, que este logra transformar a la vez que se alimenta de ellos. Lo subterráneo de la ficción, mientras tanto, se da en el tráfico hechizo y “bajo cuerda” que se le dan a los recuerdos en el mercado negro, como a los consumidores (¿yonkis biopunk?) de dichas tecnologías. De nuevo, el autor logra introducirnos en una suerte de paseo millonario por las calles de Bogotá.  De alguna manera, aquella violencia, casi normal, de la capital colombiana, se le da bien a esos escenarios sofocantes que pueden experimentarse en varios de los relatos del libro; además, la presencia del transmioruga en otros relatos, no ya como protagonista, sino como parte del escenario de fondo, motivan a pensar que estamos leyendo situaciones diferentes del mismo universo ficcional.

El trato que Barragán da a su ciudad, lleva a pensar en  otro escritor contemporáneo como lo es China Miéville, que logra un trato fresco con la ciudad (Londres) a la que pertenece, en un libro como Buscando a Jake y otros relatos. Ambos autores consiguen impregnar sus antologías con misceláneas de criaturas y situaciones extrañas que existen y conviven a veces con la versión actual y presente de ciudades en las que los lectores también caminamos, lo que nos brinda la posibilidad de acudir a escenarios futuros en el presente y no a través de la ventana de los clásicos de los géneros. En este sentido, el de la ciudad, Parásitos Perfectos cierra con dos relatos como Teología de los campos de fuerza y Tínitus: seleccion artificial, ambos relacionados y en el que se presenta el origen de una Bogotá neomedieval, como vuelta al oscurantismo y liberada por criaturas evolucionadas e híbridas de antiguos humanos e inteligencias artificiales. El primero de estos dos, Teología de los campos de fuerza, recuerda, especialmente a Petra, relato de Greg Bear en la antología cyberpunk Mirrorshades de Bruce Sterling, en tanto que ambos contrastan entre el oscurantismo de corte pseudo cristiano y la luz del conocimiento, a la que solo se accede cuando se sale de la caverna.

De la simbiosis

En el universo ficcional de los relatos de Parásitos Perfectos todo está vivo; están vivos los vehículos personales y de transporte público, también las naves espaciales; están vivas las máquinas y los electrodomésticos caseros (es interesante cómo ha variado este rasgo en el autor, desde su primera novela Vagabunda Bogotá y pasando por El Gusano). Contrario a varios lugares comunes estéticos del género y, si bien, en estos relatos se respira ese vaho que contagia al lector y que suelen tener las narraciones sobre imaginarios fantásticos, el universo ficcional aquí declarado no es árido ni esteril; no está plagado de robots y ciudades que tocan las nubes. Como si a los imaginarios inspirados en las ciudades en las que se ha desarollado la CF anglo, se les opusiera la exuberancia y las situaciones de un país en el que casi todo también está vivo, aunque lo aceche esa  naturalidad tan colombiana que nos hace pensar siempre en la muerte.

En varios de estos relatos, las personas buscan, compran o se hacen adictos de criaturas, varias de ellas marinas, con las que sostienen relaciones simbióticas. Los seres humanos les servimos como fuente de alimento, mientras estas criaturas nos ofrecen una serie de experiencias que nos permiten ya sea el cambio de identidades y la posibilidad  de ser otros o de vivir en carne propia la potencia de un recuerdo ajeno; también se presentan como la clave para obtener una nueva oportunidad en la vida o para liberarnos de la erosión emocional que implica mantenerse funcional en la vida moderna. De Parásitos Perfectos, podría derivarse, incluso, un tratado de entomología futurista. Los insectos, sean marinos o terrestres, atraviesan casi todas las ficciones del libro, adquiriendo la forma de tecnologías o fuerzas que someten a las personas mediante experiencias psicológicas. En este último caso, hongos y parásitos  son esos puentes.

Esta convivencia entre biotecnologías y las constantes búsquedas humanas pueden verse más claramente en relatos como Cefalomorfos en el que la aparición de un hongo gigantesco en el subsuelo bogotano lleva a varios ciudadanos a vivir una experiencia de autoconocimiento, en cuyos traumas personales se alimenta el hongo o el mismo que titula, a la vez, el libro, Parásitos Perfectos y en donde una subcultura juvenil y urbana experimenta con injertos de bacterias y parásitos que colorean la piel  para lograr un raro estado de éxtasis y plenitud; Carretera negra, en el cual, una cansada profesora de escuela compra un bio-automóvil con el que logra conectarse emocionalmente a un nivel íntimo; Om-Phalos 9, en el que dos pilotos eunucos se interconectan con sus naves a través de la uretra y sienten, literalmente, un orgasmo dado por el roce de sus vehículos; Centípode azul, relato en el que un bicho ofrece la posibilidad  a una anciana de reconfigurar los recuerdos de su pasado o Amor de gulgrumpo en el que tumores externos  toman, sin darnos cuenta, el control de la voluntad humana. Estas tecnologías, sin embargo, suelen ingerirse o experimentarse, como cualquier droga recreativa; su efecto existencial o corporal, llegando a veces a procesos de metamorfosis, son las consecuencias que permiten el conflicto de sus relatos.

Del cambio de identidades y ser otro, del fracaso de la plenitud personal

Otro rasgo o preocupación común a lo largo de las narraciones del libro, es esa necesidad que tienen varios personajes del mismo por alcanzar lo que, de forma sencilla, puede expresarse como la plenitud personal. Las ficciones de Parásitos Perfectos son habitadas por personajes que buscan, ya sea sobrevivir, por un lado o alcanzar su… ¿iluminación personal?, por el otro. Unos deciden convertirse en tecnología biológica porque la migración a un país ajeno tiene como compañera al hambre, otros deciden acoplarse a un nivel emocional íntimo con su automóvil biológico como fin existencial, otros usan las drogas biológicas para evitar convertirse en un ser humano diferente; otros para reconfigurar sus recuerdos y por ende su pasado y presente, otros porque quieren bríos de nuevo en sus vidas, otros porque quieren volver a un estado semianimal de libertad porque han perdido, precisamente, su libertad. En varios de estos casos, el deseo de conectarse con un todo  en el que uno mismo es varios, al mismo tiempo, es la motivación para acceder a esa relación simbiótica, a veces sicodélica, con las tecnologías biológicas; aquel discurso de logro de la plenitud, ya sea emocional, mental o laboral, existencial en todo caso. Estos, sin embargo, son actos peligrosos. Además, parecen ser coherentes con varias de las ideas que suscita El Gusano, la novela del mismo Barragán.

Por otro lado y en línea con el comentario que cierra el párrafo anterior, como la novela de El Gusano, en los relatos de Parásitos Perfectos es palpable la recurrencia a ficciones que giran en torno a la idea de ser otro; de asumirse como una persona diferente en tanto que se accede a sus recuerdos como propios, pero también, se experimenta una metamorfosis corporal que materializa el cambio y no lo hace simplemente un proceso psicológico. Al mismo tiempo, el otro, es un cuerpo y una tecnología necesaria para mi cambio o para mi conocimiento de otro tipo de realidad y conocimiento. Intimar con el otro, en varias de estas  ficciones, no solo es una experiencia sexual, sino también sensorial, como si muchas de las verdades del universo estuvieran al alcance del roce de la piel y de entrar y penetrar, literalmente, en el otro.

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Escritor. Autor del libro de relatos “Lo que pasó en el sepelio de Béla Lugosi” (2020). Ha publicado cuentos, entrevistas y reseñas en algunas revistas nacionales e internacionales. Actualmente ilustra el zine digital @ulises_zine.

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