Hace algunas semanas fue publicada la séptima novela del escritor colombiano Juan Cárdenas, titulada Peregrino transparente. La edición estuvo a cargo de la editorial Periférica, la misma con la cual se han publicado otras cuatro de sus novelas.

La narración sigue los pasos de un grupo de expedicionarios que estuvieron a la cabeza del proyecto conocido como la Comisión Corográfica, en la segunda mitad del siglo XIX. Esta vez la novela mezcla con maestría el tono ensayístico, la poesía, el género de aventuras y el fantástico; el propio autor la ha llamado un wéstern neogranadino. Juan Cárdenas ha sumado a su obra —y a favor de nosotros sus lectores— otro libro simplemente alucinante.

¿Cómo ha sido la experiencia de estar nuevamente en el Hay Festival Cartagena?

Me parece chévere siempre venir. Es curioso porque, aunque sea un espacio problemático el Festival y su relación con la ciudad —una ciudad muy compleja y segregada por supuesto—, se han hecho esfuerzos tremendos para que llegué a mucha más gente, pero obviamente es difícil, sobre todo por la forma en la que funciona Cartagena. Soy muy consciente de esas contradicciones, pero también creo que es importante aprovechar esos espacios y esos escenarios para decir cosas que a veces la gente no tiene ocasión de oír en ningún otro lado; de que se las digan de manera clara y frentera.

En tu última novela, Peregrino transparente, reiteras algunos de los temas que has abordado en obras anteriores. Son muy claras las líneas que la conectan con los títulos que la anteceden. ¿Cómo fue el proceso de elaboración de este último libro?

Esta es una novela en la que vengo trabajando hace ya bastantes años. El proceso de investigación empezó más o menos en 2016. En 2017 hice la curaduría de una exposición en la Biblioteca Nacional sobre los 150 años de María de Jorge Isaacs. Siempre he sido muy aficionado al siglo XIX colombiano. Me encanta porque es una fuente inagotable de cosas increíbles; fue un periodo muy turbulento, pero desde la arrogancia típica del siglo XX y desde los intereses políticos de las oligarquías en ese siglo, se le ha echado mucha tierra y no se lo estudia. No se lo vive en el presente con la intensidad con la que merecería ser vivido. Entonces, empecé ese proceso de la curaduría de María, trabajé con un montón de materiales del archivo personal de Jorge Isaacs. En ese proceso fui a dar, casi inevitablemente, a las acuarelas de la Comisión Corográfica. Ya las conocía, pero no me había metido tanto en su estudio. Yo durante mucho tiempo hice crítica de arte, así que para mí era curiosa esa relación con esas acuarelas. Empecé a tomar notas y a interesarme por quiénes habían pintado esas acuarelas, quiénes eran los pintores que participaron de esa expedición. Un proyecto que fue tan bonito, pero a la vez tan polémico. Lentamente fue surgiendo la semilla de una ficción. Yo odio las novelas históricas, detesto ese género, entonces no quería hacer una novela histórica, lo mío es una especulación histórica. De hecho, el libro está armado así, como una fantasía. No es alguien que va a los documentos y dice esto pasó. Es un despliegue imaginario de ese mundo. Creo que es como si hubiera hecho ciencia ficción, pero al revés: con el pasado. Como cuando uno dice me voy a imaginar cómo será el siglo XXXV, pero a contrapelo: imaginarme ese siglo XIX colombiano en esos años (1850-1855) que políticamente son tan interesantes.

Campamento de la Comisión Corográfica en Yarumito. Acuarela de la Comisión Corográfica.

En Peregrino transparente encontramos otra de las constantes de tu literatura, una hibridación de géneros. Tú lo has llamado un wéstern neogranadino. Además, allí se dan lugar el tono ensayístico y la poesía.

Cuando uno está tratando de hacer un ejercicio especulativo con un siglo que ya desapareció y con unas cosas que son como evanescentes, no puede precisar tanto porque los documentos son documentos y al fin y al cabo no dejan de ser pedazos de papel. A partir de ese trabajo con el archivo uno tiene que poner mucho de su parte, y ese mucho implica avanzar a tientas. Hay una técnica para orientarse caminando a tientas en esa oscuridad de la historia, pero al mismo tiempo con movimientos muy precisos. Esa cosa paradójica es lo que creo que se observa allí.  El efecto final es una heterogeneidad. Algo que empieza de un modo y luego muta. A mí me gusta pensar en términos biológicos: Hay una biología interna de los textos, son organismos vivos, son vida, y la vida tiene esa manera de auto-organizarse y transformarse.

¿Es posible ver en el texto una contraposición entre Progreso y Poesía?

No lo he pensado así, pero esa es una de las tantas tensiones que aparecen en el texto. Yo no diría que sea esa la tensión que articula el texto. Para nada.  Más bien creo que la poesía bajo la presión de la historia se va transformando. Entonces, tenés a este personaje que es Henry Price, pintor de la Comisión después de Carmelo Fernández. Pongo a Price, de manera ficticia, a traducir un poema de William Wordsworth, y en ese proceso de traducción me interesa ver justamente qué pasaría en ese contexto histórico. Ese ejercicio se vuelve un drama. Hay un pequeño drama en el acto de la traducción. Creo que por ahí va la exploración más que una contraposición entre poesía y progreso.

En la novela también se habla del problema de la literalidad del poema. Se plantea que el poema no se reduce a la metáfora, tampoco es únicamente alegoría. Al tratar de atribuirle significados parece evaporarse.

En el texto hay muchas vías de exploración de esa idea que acabas de expresar. No podría decir más de lo que he dicho en la propia novela sobre esa relación de la poesía con la zona turbulenta, la zona del misterio absoluto: el punto donde el lenguaje mismo empieza a descarrilarse. Yo diría que hay unos juegos de ocultamiento, pero no es que yo esté ocultando algo, sino que es como cuando te vas moviendo por un bosque y en un momento hay una rama que está tapando otra cosa, pero no sos vos el que está tapando. Aparece un animal, luego ya no lo ves. Al moverse la perspectiva se van produciendo cambios en esos juegos de ocultamiento. Ese juego es el que me interesa formalmente. Es como que vas atravesando un bosque en el libro. Las cosas se van moviendo a medida que uno se mueve en el ejercicio de la lectura. 

En uno de los pasajes de la novela, Carmelo Fernández, uno de los pintores de la Comisión, dice que uno de los momentos en la vida de todo artista es el encuentro con un talento supremo. Dice que en ese enfrentamiento el artista menor se juega su vida y su obra. Pensé entonces en una teoría de la influencia.

No lo había pensado cuando lo escribí. No hay una intención oculta al poner esas discusiones dentro de los textos. Yo creo que hay un ejercicio muy gratuito de fantasía teórica. No hay una teoría detrás de la teoría. Pero me agrada que la estés interpretando en esa línea de la influencia porque yo no lo había pensado así. Eso forma parte del juego que estoy tratando de proponer.

Campamento de la Comisión Corográfica en Yarumito

En otra de las páginas de Peregrino transparente los expedicionarios deben pasar por un puente muy extraño, a partir del cual se cuestiona la noción que esos hombres de ciencia tienen sobre las máquinas.

No he mencionado uno de los momentos claves en la escritura de mi novela y en la investigación: el encuentro con un libro que se llama Peregrinación de Alpha, de Manuel Ancízar. Escrito justamente para la Comisión de la cual Ancízar era el secretario y cronista. Primero lo publicó en entregas en un periódico y luego lo sacó como libro. Es maravilloso, hermosísimo. Es de los libros más bellos de la literatura colombiana y no se suele leer. Se encuentra gratis en internet en PDF. Es una cosa increíble porque te va contando el viaje. Yo lo que hice fue hackear ese libro. De hecho, comienzo la novela hablando sobre ese texto, haciendo una glosa. Eso es lo que me permite entrar a la ficción. Eso del puente que mencionas aparece realmente en el libro de Ancízar. Él en un momento está pasando unas cargas y de repente ve el puente. Hace una descripción hermosísima y sospecha permanentemente que debe haber una sabiduría, unos conocimientos populares, indígenas, que están en algún lugar. Él ve ese puente como un signo o un indicio de ese conocimiento. Ve en eso una genialidad. Lo lindo es que él sepa verlo, porque los demás no lo ven. Si acaso un montón de palos allí, un apaño. Ancízar dice … esto es una genialidad. El puente está cultivado: es una cosa entre mecánica y biológica.  

Una de las cosas que me resultaron más fascinantes de la lectura tiene que ver con esa sutil frontera entre lo histórico y lo ficticio.

Hay algo que me pasó como tres veces en la escritura del libro, y es que me dejaba llevar por la fantasía, me arrastraba y me metía en ese mundo. En un momento me decía, iré a los documentos o a determinada fuente histórica. Lo más increíble era que, sin haber consultado, coincidía. Era como que adivinaba la historia sin haber visto la fuente. La ficción también tiene ese poder.

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Realizó estudios de derecho en la Universidad de Cartagena y la Universidad Externado de Colombia. Desde 2012 escribe en El Laberinto del Minotauro. Ha hecho colaboraciones para el diario El Espectador y para la revista Otras Inquisiciones. Es autor del poemario inédito Las cenizas de la luna.

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