Dedicado al indigente sin una pierna de la avenida Pedro de Heredia,
que sucio y silencioso en el semáforo
tejía un mándala incomprendido
por la multitud de Yellow Hell City.
En la plaza del mercado de una monstruosa ciudad se encuentra un hombre sentado en el andén rodeado de suciedades. No es para el mundo otra cosa que un vagabundo, un indigente de la peor calaña. Lleva barbas y cabellos descuidados, como si desde siempre hubiera librado una guerra en su espíritu. Le falta una pierna. Todos los que a esa hora de la mañana van en los buses y caminan a su alrededor, lo miran con repugnancia y piensan que es ahí, entre esas suciedades, donde merece estar. Todos sienten la necesidad de maldecirlo. Él, sentado en su decadente reino de porquería los mira a todos con indiferencia, consciente de su triste e inmerecida condición.
<<MÍRATE. MIRÁNDOLOS UNA VEZ MÁS. OTRA MAÑANA MÁS PARA LA DECADENTE MULTITUD. HOY SERÍAS UNO DE ELLOS SI NO HUBIERAS VIOLENTADO LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN. TE TIENEN MIEDO. Me tienen miedo. Nos tienen miedo… SABES QUE HOY ES EL DÍA ¿hoy es el día? HOY ES EL DÍA ¿y si no escuchan? No soy tan tonto para hacerme fusilar por una profecía. ES AHORA O NUNCA. ANOCHE LAS RATAS SONRIERON A LA LUNA. ANOCHE LOS BORRACHOS REVENTARON SUS BOTELLAS. ANOCHE VINO EL ÁNGEL CIEGO Y SORDO DE LA MORTIFICACIÓN ¿Es la señal? ¡ES LA SEÑAL! LEVÁNTATE.>>
El indigente se levanta como puede de sus suciedades haciendo un gran esfuerzo con su única pierna. La multitud que camina a su alrededor se conmociona: Nunca antes se había levantado, siempre se arrastró como una serpiente.
HOMBRE 1: ¿Qué estás haciendo maldito, acaso no sabes que tu sitio es entre la inmundicia? ¿Acaso te quieres levantar de tu bien merecida podredumbre?
INDIGENTE: ¡Hoy es el día que escucharán la verdad!
HOMBRE 2: ¿Cuál verdad, la que no eres otra cosa que una llaga que estorba la mirada de todos los que a esta hora van a hacer algo bueno por la vida?
INDIGENTE: ¿Quién eres tú para juzgarme?
HOMBRE 2: ¡Soy uno de los representantes de la humanidad!
HOMBRE 1: somos lo que somos. Ante ti, cualquier hombre es un juez.
<<MALDÍCELOS Y CONTINÚA CON TU MISIÓN. No quiero maldecirlos. ¡MALDÍCELO QUE ELLOS NO DUDARÁN EN MALDECIRTE Y ATACAR! Pero…. ¡AHORA!>>
INDIGENTE: ¡He venido a revelar una verdad!
HOMBRE 1: ¿Una verdad? La única verdad que veo en todo esto es que si no te vuelves a tirar en tu podredumbre, vas a conocer la furia de mi garrote.
INDIGENTE: ¡No los quiero lastimar!
HOMBRE 2: ¿Te atreves a amenazarnos?
Uno de los individuos empuja al indigente de una patada. Éste se tambalea con su única pierna y cae.
HOMBRE 1: ¡Ahí es donde perteneces!
HOMBRE 2: ¡Je, je, je!
Los individuos se alejan victoriosos por uno de los callejones que rodean a la plaza.
<<TE DIJE QUE LO MALDIJERAS. NO ERES UN MÁRTIR. MERECES ESTA MUERTE EN VIDA. ESTA ES TU ÚLTIMA OPORTUNIDAD ¡VUELVETE A LEVANTAR!>>
El indigente se levanta con dificultad. Las moscas han comenzado a llegar. Algunas vuelan a su alrededor, otras se detienen en su frente y mejillas.
<<AHORA CUMPLE TU MISIÓN. Pero debe haber una forma de evitarlo. MALDICIÓN. CUMPLE CON EL PLAN O CONTINÚA CON TUS MUERTES. >>
El indigente mira los buses y a través de las ventanas los ojos asustados y cansados de la multitud. Por primera vez en su vida siente el peso del temor que le tienen los hombres y se sabe sólo en el universo con ganas de escapar de su ignominiosa condición. Espanta de un manotazo las moscas en su cara y con un aullido de furia y resignación comienza su discurso.
INDIGENTE: ¡Escuchen todos, porque estos son los tiempos de la peste, los días en que la muerte y su caballo recorren las capitales del mundo despojando de esperanza a los primogénitos de la Nueva Religión! ¡Anoche las ratas le sonrieron a la luna y juraron que serían fieles al juramento de comer la carne de los miles de muertos que caerán hoy en la tarde! ¡El que tenga oídos para oír que oiga, porque los días de la carne se acercan a su final! ¡Los espíritus inicuos serán medidos con el fuego y con la voracidad del gusano que no tiene ojos para dejarse engañar por la belleza ni oídos para tener compasión!
En ese instante un niño de mirada abstraída que viste un traje elegante lanza un tomate podrido que golpea la cabeza del indigente. Todos ríen.
<<CONTINÚA ¿Pero acaso no ves que ninguno me escucha? CONTINÚA. PARA CUANDO LLEGUE LA NOCHE TODOS PAGARÁN EL NO HABERTE ESCUCHADO>>
INDIGENTE: ¡Los perros han regresado a sus vómitos de efímeros placeres y sus reyes han lanzados mil hermosas esmeraldas espirituales al hocico de los viciosos cerdos! ¡Las mujeres han pintado sus labios con menstruación e inmundicias y corrompen con sus besos la boca de los niños!
Por la ventana de uno de los buses que se han detenido para ver el espectáculo se asoma un sacerdote con cara de cerdo.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¿Quién te ha dado el derecho de hablarles así a los hijos de Dios? Ningún profeta que habite en la podredumbre merece ser escuchado por la humanidad.
El sacerdote con cara de cerdo espera una respuesta, pero el indigente calla, sabiendo que el sacerdote tiene más por decir.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Ningún profeta que no sea autorizado por el vaticano tiene el derecho de conmocionar a la humanidad! Respóndeme ¿Quién te ha enviado? La santa iglesia reconoce en todo esto una artimaña del diablo…
<<MALDÍCELO, DILE QUE ES UN HIPÓCRITA COMO TODOS LOS RELIGIOSOS DE ESTE MUNDO. No puedo maldecir a un hombre de Dios. MALDÍCELO, SI NO LO HACES HARÁ QUE LA MULTITUD TE APEDREE. >>
INDIGENTE: ¡Maldito pederasta, veo en tus ojos el pecado!
SACERDOTE CARA DE CERDO: …
INDIGENTE: ¡Pedófilo con sotana, te emborrachas con agua bendita y te llenas la barriga con el cuerpo de tu Cristo!
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Maldito!
INDIGENTE: ¡Te arrodillas en la podredumbre que dejó a su paso la inquisición y rindes tributo al gran piojo que come y caga en una basenilla de oro!
El sacerdote con cara de cerdo viéndose derrotado ordena al conductor del bus que arranque. Cuando se han alejado, el indigente continúa.
INDIGENTE: ¡Bajen de esas cajas con cuatro ruedas y escuchen el sermón del desahuciado, el sermón de aquel que descendió cien veces al infierno!
HOMBRE 3: A nosotros los hombres no nos gustan los miserables y los opulentos profetas. Preferimos el punto medio. Nos gustan los profetas burgueses.
INDIGENTE: La noche del tiempo ha llegado y ninguno podrá justificarse diciendo que la luz no llegó a sus cavernas.
HOMBRE 4: ¡Ya te hemos dicho que lo mejor son las profecías burguesas!
INDIGENTE: ¡Las profecías burguesas solo privilegian a los que esconden bajo la cama la bolsita con las monedas de oro!
HOMBRE 3: El profeta burgués huele a ricos perfumes y solo piensa en el progreso.
INDIGENTE: ¡Sus profetas de levita y charol solo huelen a podredumbre! Se sientan en la mesa del corrupto y el dictador. Solo profetizan…
En ese momento llega tambaleante y sonriente un hombre gigante con la fuerza de un dragón. A pesar de lo andrajoso de su ropa no deja de poseer un aire de dignidad. En el mercado lo reconocen como el alcohólico vendedor de carbón. Los niños le llaman carbonero. Quienes se han atravesado en su camino han sufrido la furia sin compasión. Todos le temen y le odian porque su palabra y su fuerza son fuego y destrucción.
CARBONERO: Yo que he compartido mi botella de ron contigo. Yo que te he espantado los buitres y a las ratas… Respóndeme ¿Quién o qué te ha dado la autoridad para actuar como los antiguos profetas? ¿Acaso quieres derribar los muros de este mundo como hicieron con la hermosa Jericó? Yo que soy un borracho melancólico, odiado por tener el corazón tan negro como el carbón, no logro entender esta extraña comedia.
HOMBRE 3: ¡Responde!
HOMBRE 4: ¡Sí, responde, a ver que le vas a decir a este monstruo!
El carbonero se queda mirando a los hombres mientras le cambia el semblante.
CARBONERO: ¿Quién de ustedes, incluidos los que van en esos buses es digno de señalar a este hombre? ¿Quién de ustedes es digno de tirar la primera piedra?
Todo se queda paralizado. Ninguno de los presentes sabe que responder.
CARBONERO: ¡Si solo un indigente y un borracho son los dueños de la razón, a este mundo no le quedan esperanzas!
<<EL VENDEDOR DE CARBÓN ES UN ÁNGEL. ¿Un ángel? SÍ, UN ÁNGEL. >>
CARBONERO: ¡Si ninguno puede responder entonces lárguense!
Los hombres 3 y 4 huyen espantados lanzando improperios contra el indigente y el carbonero.
CARBONERO: ¡Malditos cobardes, ja, ja, ja!
El carbonero le palmea el hombro al indigente y le ofrece un trago de su botella. El indigente la recibe y toma de ella.
CARBONERO: No te escucharán. Sus corazones se han endurecido. Ningún profeta con apariencia de hombre los podrá convencer.
INDIGENTE: ¿Y acaso nosotros, un borracho que vende carbones para encender el infierno de los hogares y un miserable indigente que se pelea con las ratas el pan, pueden ser considerados hombres?
CARBONERO: ¡No deberías hablar en ese tono sabiendo que soy más que un borracho y tú menos que un indigente!
INDIGENTE: ¡Ya me estoy hartando de todos ustedes!
CARBONERO: …
El gigante le arrebata la botella, le da la espalda y señalando hacia uno de los callejones se pone a reír.
CARBONERO: ¡Ahí viene una multitud enardecida en busca de una ardiente revelación! Para ellos solo soy un borracho. Si supieran que soy uno de los tres ángeles de la venganza no se atrevieran a mirarme sin hacer reverencias.
INDIGENTE: Pero…
El gigante le lanza una última mirada como indicando que todo es inevitable. Toma un trago de su botella de ron y se aleja por una de las aceras.
CARBONERO: ¡Desde este instante no existe entre los dos un lazo de amistad!
INDIGENTE: ¡Maldito!
<< ¡NO DEBISTE ENFURECERLO! ¡Cállate!>>
INDIGENTE: ¡Jamás sentí que ese gigante fuera mi amigo!
<<TE EQUIVOCAS. TÚ QUE ERES UN SER INSIGNIFICANTE AL QUE SE LE HA DADO LA OPORTUNIDAD DEBERÍAS HABLAR CON MÁS PRUDENCIA. ¿Prudencia? Tu maldita profecía poco a poco me va teniendo sin cuidado. >>
De uno de los callejones aparece una multitud enfurecida con palos, antorchas y piedras. Va precedida por el sacerdote cara de cerdo y por el niño con saco y corbata de mirada abstraída.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Ahí está el profeta infernal! ¡El mesías de los marginados!
El indigente al ver la multitud siente miedo porque sabe que ha llegado su final, el final de un absurdo que ni los mismos dioses comprenden.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Este despojo de hombre es el Juan Bautista subterráneo, el Job que trae la lepra a los corazones!
El indigente espera lo peor. A pesar de haber sufrido toda su vida un sinnúmero de vejaciones, no está preparado para la dureza de las piedras y el calor del fuego.
<< ¿Vas a dejar que esta multitud me apedree? ¡Maldita sea! ¿Vas a dejar que esta multitud me queme? ¿Dónde estás? ¡Me abandonaste! Se fue. Me dejó solo la maldita voz. >>
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Miren cómo pelea con sus demonios!
HOMBRE 1: ¿No te dijimos que permanecieras en tu podredumbre?
HOMBRE 2: ¡La basura a la basura!
HOMBRE 3: ¡Ya se te dijo que los únicos profetas a los que escucharemos serán a los de la burguesía!
HOMBRE 4: ¿Un profeta de los alienados? ¡Prefiero la muerte!
Todo apunta a que la multitud linchara al indigente, pero inesperadamente el sacerdote se abalanza al único pie del indigente y sin importar su suciedad, lo llena de besos y caricias.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Alabado sea este hombre que fue enviado para anunciar el apocalipsis!
El indigente no lo puede creer.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Por favor vuelve a hablar! ¡Revélanos a todos la verdad!
<< ¡HABLA! ¡ES TU ÚNICA OPORTUNIDAD! ¿Regresaste? SIEMPRE ESTUVE AQUÍ. AHORA COMIENZA A PREDICAR. Pero… ¡AHORA, SINO QUIERES MORIR Y PERDER EL PERDÓN POR EL PECADO DE ASESINAR A TU MADRE! ¡No te atrevas a mencionarla!>>
INDIGENTE: …
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Háblanos! ¡Háblanos!
MULTITUD: ¡Háblanos! ¡Háblanos por favor!
INDIGENTE: …
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Revélanos la verdad!
INDIGENTE: ¡Detened la máquina del progreso porque su presencia es la gangrena en el corazón de la humanidad! ¡Quién no se arrepienta que sufra la furia del ángel destructor!
<< ¿Qué más debo decirles? Ya no sé de qué debo hablar. HABLALES DE LA HORA FINAL. DILES QUE ESTA TARDE EL FUEGO DEBORARÁ ESTA CIUDAD. >>
INDIGENTE: Esta tarde, cuando todos se sientan más seguro de sus vidas y de su salvación… Será la hora final, la llegada del fuego que lo quemará a todos sin compasión.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¿Lo escucharon? ¿Ven que no es mentira? ¡Este maldito está poseído por Satanás y quieren que todos se contaminen!
INDIGENTE: Pero… Pero…
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¿Qué creías que nos arrodillaríamos ante semejante carroña del infierno? Los hijos del diablo son todos iguales.
En ese momento el indigente siente un indescriptible dolor. El niño con saco y corbata ha clavado una daga en su corazón.
<< Pero… No puede terminar así. Tú me dijiste que…>>
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Así terminan los blasfemos!
INDIGENTE: ¡Malditos! ¡Malditos sean los hombres, el cielo y el infierno!
<< Todo fue un engaño de esa voz en mi cabeza y ahora estoy muriendo.>>
El indigente muere y la multitud enfurecida apedrea y prende fuego al cadáver. El sacerdote con cara de cerdo acaricia con lascivia la cabeza del niño, mientras este contempla absorto a la multitud que disfruta como el profeta se quema.
SACERDOTE CARA DE CERDO: Dime, hermoso pequeño ¿Cuál es tu nombre?
El niño lo mira con indiferencia.
NIÑO DE TRAJE ELEGANTE: Me llamo Muerte… pero en secreto me gusta llamarme Aniquilación.
SACERDOTE CARA DE CERDO: ¡Has hecho un buen trabajo! ¿No te gustaría ser recompensado con unos chocolates? ¿Vamos a la catedral?
El niño con traje y corbata acepta, mientras el sacerdote transpirando de excitación agarra su mano, lo aleja de la plaza y se escabulle con él por uno de los callejones. La multitud cuelga el cadáver en llamas y como si se tratara de una piñata grotesca e infernal usan sus garrotes intentando derribarla.
Mientras tanto en una azotea de la plaza, tres gigantes se emborrachan con la botella de ron. Uno de ellos es el gran carbonero. Los otros dos, también despreciados y temidos por la multitud, son el robusto carnicero y el sarnoso pescador. Los tres hacen parte del linaje angelical de la venganza y esperan mientras se emborrachan, la llegada inevitable, dentro de pocas horas, de la hermosa tarde de la destrucción.
EL SEÑOR UNDERGROUND
Ilustraciones: Pinturas de George Grosz