I

El tipo está lleno de agujeros de gusano, bañado en vinagre casero. En una maleta lleva un montón de libros heredados por su bisabuela. Más adelante es probable que mencionemos algunos de los títulos. Busca en su bolsillo un espejito redondo, lo saca y se lo muestra al sol. Entonces empieza a jugar proyectando un circulo de luz sobre todas las cosas que le rodean: paredes, ventanas, techos, puertas, una blusa secándose colgada en una cuerda, el retrovisor de una motocicleta, una sombrilla, el rabo de un gato, el ojo de un policía, los zapatos viejos de un vagabundo, la llanta de un automóvil rojo, la raíz de un árbol gigante, las líneas en el pavimento, una lata de refresco escondida por un niño en un tubo, un pájaro que aprende a volar y por ultimo su propia frente sudorosa (cabe agregar que el circulo de luz, también acaricia motas de polvo, aire, átomos, células, bacterias y apariciones que están y no están). El tipo guarda el espejo después del bautismo de luz que ha dado a cada cosa (todo lo iluminado tiene un nuevo nombre, y por lo tanto una nueva función en la realidad). Camina arrastrando la maleta de forma dramática como si fuera un mimo imitando a un tipo que arrastra una maleta pesada. Llega hasta un edificio imponente de grandes ventanas que huele a la clase de limpieza que agrede a las narices y a los corazones sensibles. Entra y se encuentra con un vigilante y una recepcionista que lo miran como si fuera algo imposible de creer en medio de todo ese lujo bien organizado. El tipo saca de su bolsillo un labial rojo, lo destapa y pinta sus mejillas. La recepcionista muere de risa y le hace una señal al vigilante, el cual se acerca a una pantalla en la pared, hunde un botón que abre las puertas del ascensor, mientras ríe, llora y estornuda. El tipo le entrega el labial a la recepcionista, entra en el ascensor y Kaboom!!! Estalla el edificio. El tipo y sus agujeros de gusano lo que en realidad llevaba en la maleta era una bomba ¿quién es tan tonto como para creer que en estos días alguien carga con libros?

II

Acevedo disfrutaba la cocaína como el único y verdadero placer. Heredero de una gran fortuna solo se preocupaba de día y de noche por encontrar formas extravagantes de inhalar el polvo. Todos conocían su mansión a las afueras de la ciudad y la llamaban “El infierno de las narices sangrantes”. Se decía que este era un palacio de perdición donde un demonio multimillonario se dedicaba a la invención de nuevos pecados. No había ciudadano que al pasar no se hiciera la señal de la cruz. El temor y la superstición siempre rondaban el exterior de la arquitectura. Acevedo desconocía los chismes, él era un adicto con el privilegio o la desgracia, dependiendo de la perspectiva en la que se le mire, de tener una jugosa cuenta bancaria. Quienes lo conocían lo consideraban un pobre desgraciado con más dinero del que podía gastar. Una cocinera, un narcotraficante y un proxeneta se encargaban de todo lo necesario para que el placer de Acevedo siempre estuviera a la altura de sus riquezas. Malintencionados y conspiradores a estos tres les convenía mantener enganchado al demente inhalador.

Una de esas pocas mañanas en las que el sol encontraba dormido al insomne y agitado Acevedo, ocurrió algo que solo tenía precedente en Rusia hacía casi dos siglos. Como si se tratara de un ser viviente con conciencia, su cansada y angustiada nariz escapó por la ventana, con la plena convicción de jamás regresar. Cuando el cocainómano despertó e intentó aspirar su primera dosis del día, se encontró con una carne sudorosa y lampiña sin un agujero por donde pudiera entrar el polvo mágico. Se miró en el espejo y lanzó una maldición. Lo que le molestaba no era la ausencia de nariz, si no la ausencia de una fosa con la que poder inhalar. Llamó al narcotraficante y le exigió que le entregara su arma. En ese momento el expendedor solo llevaba una navaja. Acevedo se la arrebató y salió de la mansión como alma que lleva el diablo.

La nariz llegó al centro de la ciudad y percibió todos los olores que Acevedo se había negado a oler por su monstruosa adicción. Olor a gasolina, a neumáticos, a indigentes, a perfume de mujer… La nariz pensaba una y otra vez que no había sido creada para comer polvo, por eso no volvería a la cara de su insensato dueño. Hasta pensó en la posibilidad de buscar un nombre y un trabajo. Caminó por los andenes, visitó los museos de arte, almorzó en una azotea con unos pájaros que le parecieron chistosos, compró un perfume y se embriagó; estornudo varias veces ante los libros de la biblioteca y contempló el atardecer junto al mar.

Ahí en los espolones la encontró Acevedo y ahí mismo la asesinó. La acuchilló cuarenta veces. La nariz murió con la primera cuchillada, pero a su dueño no le fue suficiente: ella debía sufrir por las horas en las que este no se intoxicó con cocaína. La fría nariz-cadáver primero atrajo a los cangrejos y luego a los pescadores. Acevedo escapó sin remordimientos y se encerró en su mansión desesperado por la abstinencia.

Una semana después el adicto inhalaba el polvo sin preocupación. Un implante de nariz fue la solución. El narcotraficante se había encargado de encontrar un “donante”. Era una nariz de experiencia, una de esas narices salvajes perteneciente a una estrella de rock. Un medio día, al leer la prensa, Acevedo se encontró con una noticia que tenía al planeta entero indignado: un hombre había cortado y robado de forma sangrienta la nariz de uno de los músicos más influyentes e irreverentes del siglo XX. Acevedo fue al espejo de su lujoso baño y se miró: sonriendo descubrió que nada más y nada menos era dueño de la nariz de Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stone.

III

(NO) NO (NO): Al saltar del último escalón escuché la voz multitudinaria de mis conocidos que decía: “Eres el gran opositor, el contradictor de los silogismos, a todo lo existente dices No”. No entendí y me gritaron: “¡A todas nuestras verdades les gritas No!”. Supe entonces que era el enemigo de todos los que me rodeaba. Descubrí que mi dedo índice era un revolver anarquista. Ellos jamás entenderían mi negación a todo: un fruto arraigado en mi corazón y en mi lengua. Subí una vez más al último escalón y canté mi diatriba contra el mundo, para demostrarles que aceptaba su injusto bautismo de llamarme El Gran Opositor.

No creo en su sistema. No creo en la realidad. No creo en la verdad absoluta. No creo en el mundo. No creo en la humanidad. No creo en la historia. No creo en el 1+2=2. No creo en la iglesia. No creo en la ciencia. No creo en la educación. No creo en la paz. No creo en la justicia. No creo que el agua moje. No creo en el capitalismo. No creo en el lenguaje. No creo en el arte. No creo en el amor. No creo en el comunismo. No creo que el fuego queme. No creo que el dinero lo sea todo. No creo en la libertad. No creo en las buenas intenciones. No creo en la juventud. No creo en la necesidad de ir vestido. No creo en los libros. No creo en la vigilia. No creo en la conciencia. No creo en mi cuerpo. No creo que sea bueno. No vayamos por ese camino. No me mires así. No tengo deseos de cambiar al mundo. No eres listo. No es así. No me equivoco. No existe la luna. No soy menos que tú. No me importa la filosofía. No comprenderán mi negación. No creo en mí. No creo no. No.

Salté del último escalón y me dije: “No existen los escalones”.

Todos salieron con sus antorchas a linchar al gran destructor. No se podían explicar cómo era posible que un solo hombre fuera capaz de llevarle la contraria a todo lo proveniente de la humanidad. Me encontraron desnudo, resplandeciendo en mi transfiguración. Gritaron ante el horror de lo que presenciaron y dijeron: “Se ha vuelto loco”. Sobre la roca yacía un amasijo de tendones y huesos formando la palabra No. Era una maravilla. Imaginad la palabra No, hecha de carne, sangre y huesos, reptando mientras repite una y otra vez como un mantra “No”. Todos huyeron. Todos lloraron mientras decían: “Somos los culpables. Lo llamamos el Gran Opositor y en eso se ha convertido. Un monstruo de negación que destruirá la afirmación de las ciudades”. Cuando desaparecieron, el No de carne y hueso en el que me convertí, pronunció la palabra más bella de este universo, la palabra sin moralejas que lo dice todo y que es mi única contra-verdad, el conjuro del inicio y el final, la medida perfecta del poder: NO.

IV

Todo iba bien, incluidas las bacterias sobre mis ojos dilatados bajo el efecto de la marihuana. Todo iba bien como las guerras, la hambruna y la infidelidad. Todo iba bien hasta que divisé a un lado de la carretera al gato Felix sentado sobre un piano de cola mientras cantaba con su voz de caricatura: los amores de este siglo son tan tontos y raros como las paradojas en el misterioso arte de amamantar salvajes chupacabras sonrientes: una pérdida de tiempo en bibliotecas de cuadernos de esbozos, una sinfonía sorda en fábricas de juguetes para niños muertos. Los amores de este siglo solo merecen una hermosa lobotomía después de ser apaleados en el circo de los anormales. Todo iba bien, incluso el fin del mundo con las manos en los bolsillos: tímido y letal, lejos de las cámaras y los altavoces. Todo iba bien mientras metía mi cabeza en la bolsa mágica del gato y veía el universo desaparecer. Todo iba bien en este rincón de la galaxia, porque todo estaba mal, porque todo estaba hecho mierda.

EL SEÑOR UNDERGROUND

El texto está acompañado de  pinturas que hacen  parte de la obra de CHRIS MARS

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(1981 o 1987). Agente patafísico en la ciudad imaginaria de Yellow Hell City. Fanzinero (re)negado en varios planetas del Multiverso. Fanático de los collages y los cómics de Grant Morrison y Charles Burns. Murallero crepuscular. El Amigo invisible de Rimbaud y Lautréamont.

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