Decir que El reloj de sol de Shirley Jackson, es un libro de terror, ayudaría un montón para comenzar a hablar de él; le daría un lugar cómodo de pertenencia. Pensarlo como una pesadilla puede ser algo acelerado, pues esta categoría no termina de definir el libro; pero bueno, definirlo tampoco es lo importante, no hay necesidad de hacerlo. En su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, Lovecraft dice que en el género priman las atmósferas, como que el terror también es un tipo de literatura que solo puede ser escrita por autores y autoras supersticiosas. Es claro que Shirley Jackson cumple con estos dos puntos de Lovecraft; en el mismo relato de El reloj de sol cada uno de los personajes que se encierran en la casa en que transcurren casi todos los acontecimientos, es más supersticioso que el anterior. La atmósfera, sofocante incluso cuando la narradora nos lleva fuera de casa, se mantiene y sugiere un peligro que, por absurdo, no pierde su tensión.
Vayamos primero a la peor parte de una reseña que es el resumen de los acontecimientos. Podremos hallar un rasgo que se identifica a esta altura por los lectores de Jackson como un espacio recurrente de la autora, cada vez que se habla de sus narraciones. El reloj de sol acontece en una casa; una casa también es donde acontecen novelas suyas como La maldición de Hill House y Siempre hemos vivido en un castillo. En una construcción que es como un sol y cuyos alrededores son orbitados por el mundo externo, la familia Halloran se recluye con su bibliotecario e institutriz doméstica. Afuera está el pueblo, más allá del muro de casa. El primer patriarca de la familia, el primer señor Halloran, construyó su hogar como un mundo separado y ajeno al pueblo; como un Olimpo que no está en la montaña. Esto es importante, ya que Jackson pone en voz de la tía Fanny, personaje que cataliza el relato, la creencia de que a los humildes no se les es dado eso de ver la providencia y la salvación.
Un aparente fin del mundo se acerca y el fantasma del primer señor Halloran se le aparece a la tía Fanny, mientras ella vive la primera de las experiencias góticas de la mansión Halloran. Con el adjetivo de góticas me refiero a aquellas escenas de ese terror del que también hacen parte los decorados, el mobiliario y la arquitectura de una casa. En los Estados Unidos no abundan los castillos tanto como en Europa y ese filtro gótico de esta novela de Shirley Jackson se pone sobre una de esas casonas campiranas de las decadentes clases altas gringas. El reloj de sol, en lo personal, me ha dejado un sentimiento de extrañeza similar al que te dejan novelas como Otras voces, otros ámbitos, de Truman Capote y ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner. La atemporalidad de escenarios sureños (aclaro que Shirley Jackson no es que sitúa su narración en estas latitudes, sino que la atmósfera me remite como lector a ellos) que están presentes en plena modernidad norteamericana aportan mucho a esta atmósfera terrorífica; sabemos que en el mundo ya hay electricidad y automóviles o que son los años en los que el sueño americano comienza a erigirse y alcanza su esplendor, pero en este gótico eso no importa. Los personajes de estos relatos parecen atomizados a un estilo de vida inactual, reinando en poblados que no son atravesados por ninguna carretera principal; su decadencia pareciera estar atravesada por esa característica que tienen como de resistirse al paso del tiempo y a que se mueven como daguerrotipos antiguos. La temporalidad misma parece ser un rasgo inherente al gótico, presente ya, aunque en otra variación, en su libro fundacional, El castillo de Otranto, de Horace Walpole. Relato escrito en 1764, pero que narra hechos fantasiosos de la edad media.
Volvamos a la tía Fanny, personaje construido de manera fina por la autora, que se ahorra convertirla en un personaje arquetípico de tía loca y solterona. Las visiones y los mensajes que comienzan a llegar a la tía Fanny no son los mismos que recibe el loco que dice las verdades en un pueblo. No, si bien opone resistencia a sus premoniciones, aunque no muchas la verdad, el mensaje que le da su padre y que ella comunica a la familia de que el mundo va a acabarse y que solo podrán salvarse quienes vivan o estén dentro de la casa, comienza a ser tomado en cuenta por sus familiares. Desde aquí, la novela ya nos ha introducido en algo diferente a su inicio; los personajes, que son varios y considero inoficioso nombrar a cada uno de ellos, comienzan a rebelarse cada vez un poco más, aunque permanecerán ocultando siempre algo. Sería un ejercicio frustrante el de tratar de descubrir las motivaciones de cada uno de ellos y podría acusarse de vende humo a quien trate de descubrirlo mediante explicaciones psicologistas. Yo me animo a afirmar que ninguno de ellos genera empatía y que esto es un logro tremendo de Shirley Jackson; poner a convivir a tantos personajes tan poco agradables y que entre ellos no se terminen matando.
Sin embargo, considero importante resaltar otros dos personajes de peso, como lo son Oriana Halloran, segunda señora Halloran y cuñada de la tía Fanny y Fancy, nieta de Oriana y sobrina segunda de tía Fanny. Sería poco decir que la primera es la típica vieja arribista y que se ha casado por interés; la nueva rica y escaladora social. Y sí, hasta allí todo bien, pero el personaje no se agota en una descripción que podría compartir con la típica mujer malvada de una novela mexicana. Oriana Halloran es acusada desde el principio de la novela por su nieta Fancy de haber asesinado a su hijo, y papá de la niña, al haberlo empujado por las escaleras. Vale decir que este es el acontecimiento con el que inicia la novela; el entierro de Lionel quien sería el próximo hombre de la casa, el heredero. Sin embargo, las intenciones reales de Oriana no se revelan nunca. Pasa a creer en el futuro apocalíptico que promete la tía Fanny y pronto se imagina como su nueva reina; podría ser ella el poder político de la casa y la tía Fanny el poder religioso. En el tira y afloje de estas dos mujeres se mueven los destinos de los demás. De Fancy puede decirse que es un personaje extraño y apenas dibujado; carente de la empatía que puede generar un personaje infantil y con cierto halo tenebroso a su alrededor. La inocencia no es inherente a su carácter tanto como ir vociferando verdades incómodas. El hecho que detona la novela, además, es protagonizado por una fantasmal Fancy, quien es la que hace que la tía Fanny la persiga por el jardín en el que verá al fantasma de su padre. En este punto ya es pertinente declarar que los hombres en esta ficción son cuatro: Lionel muere antes de los hechos, Essex (bibliotecario) está allí como empleado y adulador oficial de Oriana, el segundo señor Halloran (esposo de Oriana) está condenado a una silla de ruedas y poco sabe de lo que ocurre a su alrededor y el capitán, quien es un foráneo al que tía Fanny lleva a casa como expendedor de espermatozoides para el mundo que vendrá después del fin del actual.
El reloj de sol puede agobiar en sus primeras páginas a lectores impacientes, sobre todo a aquellos que se frustran y dicen, conforme inician algún libro, que no han entendido nada (como si entender acontecimientos o hechos fueran la única cualidad de un libro). Su primer capítulo está lleno de diálogos y voces; las voces de los varios personajes de la casa se nos muestran al mismo tiempo. Sin embargo, superada esta cacofonía que podría parecer absurda, llegará el momento en que se les podrá identificar. El humor sardónico hace de cada uno de ellos, más que un personaje de terror, uno abstraído por lo que ocurre en casa; tan comprometido con lo que pase dentro de sus paredes, incluso con la promesa de un fin del mundo en el que solo ellos son los llamados a ser el nuevo pueblo elegido. Por demás, el gótico termina de constituirse en las visiones a través de un espejo regado con aceite, al cual solo puede mirar una joven virgen; la neblina nocturna, una secta religiosa que también se cree la elegida y una muerte, al final de la narración, que se toma con tranquilidad diabólica por los integrantes de casa. El nombre de Shirley Jackson debería ser algo más grande que el de su relato más conocido, La lotería.