Alguien, no sé quién, debería instituir el 12 de julio como el día internacional del hombre lobo, o por lo menos debería iniciar una de esas campañas change.org para recoger las firmas necesarias y darle el nombre oficial al día. Esta no es otra sino la fecha en que se cumple el aniversario de la muerte de Lon Chaney Jr. (febrero de 1906 – julio de 1973), actor que interpretó a Larry Talbot en The Wolf Man (1941) dirigida por George Waggner, la que, para claridad de lo que se suele decir, no es la primera película del hombre lobo, pero sí la que le da sus códigos populares; el título de primer licantrofilm debemos dárselo a Werewolf of London (1935), dirigido por Stuart Walker. Por otro lado, si el conde Drácula le pertenece a Béla Lugosi y Frankenstein a Boris Karloff, y es a sus fantasmas a quienes se les debería consultar cada vez que sus personajes se quieran volver a interpretar, Lon Chaney Jr. es el dueño del hombre lobo. Con él se completa la tríada clásica del cine de monstruos que supo explotar primero la Universal Pictures y, después, la compañía británica Hammer Productions o Factoría Hammer, para latinos y españoles.

A continuación, una lista comentada de ocho películas que han sido parte de un ciclo personal en el que habitaron gitanas, detectives, sectas, Jack Nicholson y Alice Cooper. Este último, de seguro, el más serie b de todos los hombres lobo del ciclo.

En el principio fueron Werewolf of London y The Wolf Man

Que la labia mental no nos lleve a equívocos, en una película sobre hombres lobo buscamos la luna llena y una transformación, por lo menos. Los fanáticos somos así y el cine, por demás, suplió en buena parte del siglo pasado la decadencia de los relatos del folclore popular, re-fundando sus criaturas y leyendas o modificando las características que aquellas tenían. Creemos, por ejemplo, que la plata es al hombre lobo lo que el ajo al vampiro, superstición que le debemos al cine. Con The Wolf Man de Waggner pasa un poco esto, aunque haya confusión y se diga de ella que es la primera en llevar un hombre lobo a la pantalla. Porque esa primera película, Werewolf of London, ya tenía algunos de esos elementos que el film protagonizado por Lon Chaney Jr., terminaría por hacer conocidos. Werewolf of London es un film en el que Wilfred Glendon, el condenado en cuestión, es mordido durante una expedición al Tíbet para buscar una extraña planta, llamada la maripasa lupine lumina y que crece por la influencia de la Luna. Y allí, mientras busca, es atacado por otro hombre lobo, que le pasa la maldición.

Aunque el hombre lobo Glendon no se transforme mirando directamente a la luna o que la película no tenga muchas tomas de ella, su influencia en la metamorfosis queda en evidencia cuando Glendon expone una de sus manos a una lámpara de su laboratorio, que ha construido para simular la luz lunar que necesita la maripasa. A propósito, es dicha planta la que, a la vez, es la cura para quitarse de encima la maldición del hombre lobo. Werewolf of London también resulta interesante en tanto que ilustra el miedo que los productores tenían ante la censura al momento de mostrar la transformación; momento que se fue volviendo esencial en cualquier película de hombres lobo. En Werewolf of London, la cámara comienza enfocando la cara de Glendon, después baja hasta tomar sus manos, para después subir y volver hasta el rostro. El espectador entonces se encuentra no ya con un hombre, sino con el rostro peludo de la criatura. Este será el mismo medio que tomará The Wolf Man para ilustrar la metamorfosis cinco años más tarde, aunque el tránsito se hará hasta los pies.

De The Wolf Man hay que decir que es la película de hombres lobo por excelencia y es algo triste que el remake del 2010 de mismo nombre y con Benicio del Toro como Larry Talbot (llamado Lawrence en la de 2010), no estuviese a la altura de revivir el mito. En el film de Waggner tienen su inicio los elementos que complementan a cualquier monstruo; si Drácula teme a la cruz cristiana y Frankenstein huye del fuego, al hombre lobo se lo mata con una bala u otra arma de plata. Este es un rasgo que el film logra instalar en el imaginario popular, así como la estrella de cinco puntas como la marca del lobo que, por ejemplo, John Landis volverá a traer a escena en Un hombre lobo americano en Londres, de 1981. Por el contrario, no es del todo cierto que The Wolf Man instaure la relación dependiente del hombre lobo y hacia la luna, pues esta ya se mencionaba, por ejemplo, en El lobo, texto de Petronio: “brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a unas tumbas. Mi hombre se para; empieza a conjurar astros; yo me siento y me pongo a contar las columnas y a canturrear. Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y dejar la ropa al borde del camino. De miedo se me abrieron las carnes; me quedé como muerto: Lo vi orinar alrededor de su ropa y convertirse en lobo”. Sin embargo, a The Wolf Man es a quien se le debe la popularización de la relación de identidad entre la licantropía y la luna llena, pues hace que el descenso en la metamorfosis de Larry Talbot se de en las noches gordas de esa roca lejana que puede alterar el mar. Larry es el hijo de un aristócrata de provincia que vive en Gales. Vuelve a su pueblo para asistir al funeral de su hermano, atacado por no se sabe por qué cosa. En los días siguientes, Larry adquirirá la maldición después de asistir a una feria de gitanos, donde será atacado por el hombre lobo que le pasa la maldición, interpretado además por el mismo Béla Lugosi. Después vendrán esas persecuciones que se dan en un pueblo y en las que los provincianos persiguen a una criatura empuñando antorchas; los aullidos en las calles solitarias y esa atmósfera de brumas y niebla sobre los suelos de un bosque, de aquellos films de monstruos de la Universal Pictures, que vistos desde la distancia han tomado una plasticidad atemporal. The Wolf Man y Werewolf of London, nos hacen recordar la nostalgia de un terror propio de un mundo más cerrado, en el que cada pueblo era un microcosmos y en el que se convivía con el temor colectivo de que una bestia podía borrarnos a todos del mapa.

The curse of the Werewolf (1961), de Terrence Fisher y por qué no hablo de La marca del hombre lobo (1968) y de Waldemar Daninsky

Fisher no es solo el director de The curse of the Werewolf, sino también de varios otros films de esa segunda oleada del cine de monstruos que promovió, entre finales de los 50 y durante la década del 60, la productora británica Hammer Productions. De Fisher también son The curse of Frankenstein de 1957, con Christopher Lee como la criatura; The mummy de 1959 y Dracula de 1958, también con Lee, esta vez encarnando al conde. The curse of the Werewolf es algo así como un film de época, que se sitúa en un incomprobable pueblo español. Y es este rasgo el que me ha parecido más interesante y el que le permite al film su particularidad entre las otras películas del ciclo. Elementos como el castillo, un marqués creepy, la taberna y el loco de un pueblo, o el hombre lobo que huye de la turba hacia una campana de iglesia, le dan ese toque gótico de relato folclórico.

Durante la década siguiente a esas dos primeras películas ya comentadas, los hombres lobo del cine harán ese tránsito de las atmósferas provincianas hacia la ciudad y los films de la Hammer parecen ser los últimos que van tras montajes con visos románticos. En The curse of the Werewolf la marca del lobo es esa maldición que busca violar la creación más perfecta de Dios; el cuerpo humano, aquello ante lo que se supone las bestias deben hacer reverencia. Así explica el sacerdote del pueblo al padre adoptivo de León, nuestro hombre lobo en cuestión y que ha sido engendrado por una madre violada en prisión y un mendigo sin origen. León es un hombre lobo de pelaje blanco y que, como los hombres lobo Glendon y Talbot, mantiene una forma semi humana; como ellos, no se hinca en cuatro patas y su transformación tampoco ocurre frente a nosotros. Los realizadores también optaron por mostrarnos la metamorfosis con una toma de las manos de León, que se convierten en garras peludas y a él ya transformado después de una elipsis. León se ve más fiero, eso sí, aunque como Larry Talbot, es igual de indefenso a la plata. Otro film que resalta en esta década es una película española, La marca del hombre lobo, de 1968 y dirigida por Enrique López Eguiluz. Primera de una serie de cintas de hombre lobo que protagonizará Jacinto Molina a.k.a Paul Naschy y que comparte con el film de Fisher esa característica de época y guiños al gótico. Con La marca del hombre lobo (cuyo segundo film Las noches del hombre lobo, inacabado, perdido, nunca estrenado y considerado maldito) y en la interpretación de Naschy, por primera vez ve la luz el licántropo Waldemar Daninsky, quien construiría un culto propio en el fantaterror español. Sin embargo, la grandeza de Daninsky o del mismo Naschy, y sus otros personajes del universo del cine de monstruos, merecen un comentario propio; uno que considero siguiente a este primer ciclo y dedicado solamente a sus apariciones.

The Howling (1981) y An American Werewolf in London (1981), hombres lobo en la ciudad

En 1981 se estrenan dos películas cuya estética y libertades para mostrar hombres lobo desnudos que se transforman en cámara han sido permitidas por esa década que se acababa hace poco. The Howling (Aullidos), de Joe Dante y An American Werewolf in London (Un hombre lobo americano en Londres), de John Landis. Ambos filmes permiten aquel salto estético de los hombres lobo de ese primer momento del cine de monstruos a un terror que también tomó de aquel slasher setentero que había permitido dilatar la entrepierna de la moral y la censura. Con estas dos películas pudieron mostrarse hombres lobo que babeaban sangre y cuya transformación resultaba dolorosa, tanto como una posesión diabólica. Los trabajos de Dante y de Landis, además, abren las puertas de las ciudades para los hombres lobo.

Si bien pareciera que el segundo film opacó al primero, The Howling no es menos que su compañera. Ha sido un film que me atrapó desde el principio. Sus primeros minutos se dan en un cine porno ubicado en una calle céntrica de ciudad, de noche, con aquel ambiente ochentero tan retro, pero que anunciaba el futurismo que estaba por venir en la década. Estas primeras escenas tienen ese clima viciado de películas como Pura Sangre, de Luis Ospina; esa suciedad serie b hecha a propósito. Karen es una reportera de TV, que ha sido contactada por un asesino en serie, Eddie Quist. Para atraparlo, Karen decide colaborar con la policía y exponerse a la cita de Eddie. Él quiere verla en un cine porno y Karen asiste. Cuando llega, Eddie le pide sentarse y le muestra escenas de violaciones sexuales en la pantalla. Después le pide voltear su cuerpo y mirarlo, pero cuando ella lo hace, observa a la bestia; Eddie se está convirtiendo. Resulta curioso que en esta película hay hombres y mujeres lobos y que parecen ser semi-conscientes de lo que hacen.

Karen, sin embargo, se olvida de lo que vio por una suerte de shock mental y por ello va a ver a un psiquiatra, el Dr. George Waggner, que siempre está hablando del equilibrio entre el humano y la bestia. Con el nombre de este médico, Joe Dante hace homenaje al director de nuestro primer film The Wolf Man. The Howling presenta hombres y mujeres lobo que no pierden del todo su conciencia, y que además han logrado organizarse como una especie de secta, que los ha llevado a suprimir sus instintos carnívoros con la ingesta de carne de ganado. Aquí la metamorfosis ya ocurre frente a cámara y las criaturas son lobos parados en dos patas, capaces de follar en un extraño estado de carnalidad animal y goce humano. Distinto a cómo ocurrirá con la película de Landis, Joe Dante hace que sus hombres lobo sean vulnerables a las balas de plata o al fuego, aunque no le da un papel preponderante a la luna llena, ya que también hay transformaciones en horarios diurnos.

La sensación que me quedó cuando vi, más de una vez, The Howling, habiendo visto la cinta de Landis varias veces, también, era que parecían filmes hermanos. Ambos tienen esa liberalidad sexual post 70 y ambos ruedan escenas en pequeñas salas de cine, además de involucrar, aunque tangencialmente, sectas que conocen el secreto de los hombres lobo y que a su forma homenajean al hombre lobo de 1941. Landis lo hace con la estrella de cinco puntas que los guionistas de The Wolf Man relacionaron con la bestia.  Dos amigos gringos están de eurotour y su parada, ahora, son los páramos de Inglaterra. De pronto llegan a una taberna en el medio de la nada, en la que ven el símbolo de las cinco puntas, que más bien parece un pentagrama satánico. La actitud de los ingleses que están allí, en la noche, es hosca y los dos amigos, David y Jack, salen a la noche oscura de los páramos. Este escenario es más típico de las leyendas folclóricas, pues es el campo y es Europa. Ambos, sin embargo, comienzan a sentirse observados y pronto descubren a la bestia que los ataca. David corre, pero Jack se queda atrás y es asesinado. Una elipsis después, David se despierta en un hospital, en Londres. Vamos a la ciudad. Jack está muerto y se lo dicen a David; al mismo tiempo, David comenta al médico que le atiende y a su enfermera e interés romántico, Álex, que a él no lo atacó un lobo salvaje, sino un hombre. En este punto, David está condenado pues ha sido mordido.

David comienza a ver a Jack,  que si no es el mejor personaje del film pega en el palo, que se le aparece como un zombie y le explica que está en el limbo, pues las víctimas del hombre lobo en esta película solo pueden descansar cuando el hombre lobo que los mató, muera; Jack se mostrará como un zombie cínico y descarado, agradable y capaz de hacer reír y que se irá descomponiendo, a la vez que le va sugiriendo a su amigo que debe suicidarse para permitirle a él y a sus otras víctimas descansar en paz. David no le hace caso, pese a que Jack lo inducirá a matarse varias veces. Hasta que una noche llega la luna llena y David se transforma; de fondo hay una banda sonora exquisita, un mix de música pop que se funde con momentos sangrientos y gritos de dolor. Landis le da la importancia que Dante no a la luna llena, pero principalmente a la transformación; esta es la película que más tiempo y detenimiento se toma para mostrarnos cómo un hombre se transforma en lobo. Creería que es el momento más alto en las películas de hombres lobo, así como la masacre del bautismo en El Padrino lo es para el cine de gangsters. De la película de Landis también merecen mención las escenas en el subterráneo, las que transcurren a orillas del río y en la sala de cine. Estas crean esa atmósfera nocturna que emparentan más An American Werewolf in London con las escenas del inicio de The Howling y que hacen de los hombres lobo, ahora, criaturas que no son más presencias sugeridas en un bosque, sino asesinos de callejón nocturno.

Una película para televisión y una serie b con Alice Cooper, Wolfen (1981) y Monster Dog (1984)

Las siguientes películas del ciclo no alcanzan el pico de las hechas por Joe Dante y John Landis, pero no dejan de tener algún que otro detalle especial que, además, abren el espectro de la leyenda de los hombres lobo. Por lo menos así ocurre con Wolfen, del director Michael Wadleight, cuando se incluye una figura por la que siento debilidad, como la del detective (en la película, uno llamado Dewey). Aunque Wolfen como tal no sea un film noir, sí tiene el tempo de uno y uno que otro elemento atmosférico; su detective, por lo menos, es un tipo que transpira un genuino hartazgo y una genuina sobriedad. La película trata de iniciar a su tiempo y eso me ha resultado agradable; la escena de inicio no apresura su resolución. Un tipo millonario de la construcción va con su esposa y chofer en su limusina de lujo. Pronto nos damos cuenta de que es perseguido por la criatura. La bestia se muestra en las 3 primeras partes del film desde una cámara subjetiva, en la que hay una distorsión de inversión en los colores, como simulando una visión animal de dos tonos. El tipo es asesinado y se piensa de inmediato que es un crimen relacionado con su riqueza o que se trata de terrorismo. Al detective lo acompaña un forense con estilo groove de final de los setenta. Pronto, se dan cuenta que hay algo raro en los crímenes; no se trata de un asesino sino de algo más complejo. Los asesinatos parecen ser cometidos por una bestia que no ataca o come de algún órgano que se encuentra enfermo, como si se preocupara de su dieta. 

El detective comenzará a pensar que se trata de un grupo de obreros indígenas que trabajan en los puentes elevados de Nueva York, que además tienen líos de tierras con aquel richachón devorado, que en vida había arrebatado sus territorios en favor de un proyecto inmobiliario. El detective comienza a seguir a los obreros. Los observa en la noche, mientras estos se desnudan y corren por la playa, aullando y tomando una actitud de bestia. Por momentos se cree que estos son los licántropos reales, pero su transformación solo es psicológica y es de aplaudir la expresión animal del actor que encara estas escenas. El detective, al fin y al cabo, terminará sabiendo que quienes atacan son lobos, pero lobos ancestrales, que vivían a la par con los indígenas y que fueron exterminados por el hombre. Estas criaturas viven en las zonas de los barrios bajos, en donde se alimentan de yonkis, a quienes solo ven como alimento. Pero el proyecto del ricachón, al demoler esas zonas para construir un proyecto inmobiliario, ha dejado a los lobos sin alimento. Estas bestias, finalmente, tendrán el carácter de seres sagrados que pueden desaparecer y que comen de día y de noche; de seres que son capaces de pactar no agresión con los humanos. El tono noir de la película es muy agradable, pero el simbolismo de su final es algo que no me agradó tanto; hay un trato obviamente bien intencionado con el tema indígena, que le da un final de moraleja a la película.

Monster Dog, dirigida por una leyenda del serie b como Claudio Fragasso, por su parte, ni siquiera parece una película que haya contratado a un guionista o que tuvo el tiempo necesario para terminarse. Está protagonizada por el mismo Alice Cooper, quien parece una opción obvia para interpretar a un cantante de rock. Porque Monster Dog es un tipo que vuelve con su equipo de producción a su antigua casa y antiguo pueblo, en el que vienen ocurriendo una serie de muertes misteriosas, perpetradas por algo que no es humano. Allí pretende grabar un par de vídeoclips musicales, que no se sabe bien si son producto del film de Fragasso o cosas que a Cooper se le ocurrieron durante el rodaje. Alice, llamado Vince en la ficción, aunque pudo haber mantenido su nombre no ficcional, recordará que su padre era acusado de ser un hombre lobo y él mismo heredará la maldición. Muertes y acusaciones más tarde, será perseguido por sus antiguos vecinos que se visten y comportan como Clint Eastwood, en un extraño giro en el que parece que la estética western se ha inmiscuido de un momento a otro. Por demás, poco se verá de la transformación de Vince y aunque no parezca una película seria, a Monster Dog hay que aplaudirle la inclusión del videoclip See me in the mirror, durante el cual ocurre una de las tantas muertes de la película. Por presupuesto, supongo, Fragasso no pudo desarrollar la transformación de Vince en hombre lobo, por lo que la bestia solo es sugerida cuando Vince se ausenta, o de la mano de un maquillaje que se parece más al usado por Michael Jackson en Thriller.

Quise ver Wolf (1994) porque cualquier persona quiere ver a Jack Nicholson como un hombre lobo

En esta película de 1994, dirigida por Mike Nichols, ocurre más o menos lo siguiente: una noche, Will Randall, personaje interpretado por Nicholson, conduce en la nieve de una carretera solitaria, bajo la luz de la luna llena. Un lobo se atraviesa, el auto lo atropella y Will es mordido por el animal cuando baja para ver si este se encuentra bien. Will es un editor que en los días siguientes comienza a experimentar mayor agudeza en sus sentidos, como un fuerte brío renovado, al mismo tiempo que conoce a Laura, su interés romántico e interpretada por Michelle Pfeiffer. La película te mueve en el día y en la noche. En el día sabemos que Will está perdiendo su trabajo y que su esposa lo engaña; ambas pérdidas se relacionan con Stewart, amante de su esposa y a quien piensan dar su cargo. En la noche, Will comienza su metamorfosis; devora a un ciervo y se come los dedos de la mano de un ladrón que le asalta en un parque, aúlla a la luna y deambula por la ciudad. En términos plásticos, la transformación de Nihcolson no es la gran cosa. Will tiene patillas más pobladas que las de un hombre común, algo parecidas a las del Wolverine de Hugh Jackman y unos colmillos postizos; las expresiones, sin embargo, son acertadas, aunque hay cierto sin sabor porque el jodido Jack Nicholson de seguro podía hacer más, mucho más. Hay cosas de Will Randall que me han hecho recordar al hombre lobo Wilfred Glendon de la película de 1935, Werewolf of London. Ambos son dos tipos ordinarios, dos tipos con el casting de un padre de familia muy peludo y cuya metamorfosis se ve algo sosa.

Will está desesperado y va con un escritor conocedor del tema, quien le dice que se está convirtiendo en un hombre lobo y que puede ser un hombre lobo bueno o malo, que la bestia en su interior se moldea también dependiendo de su naturaleza humana. Al final, este escritor le da un amuleto, que no sabemos de dónde sacó, el cual le ayudará a Will a mantener a la bestia interna a raya, a la vez que le pide que por favor lo muerda, pues se encuentra en estado terminal. Aquí se abre una ventana que no se desarrolla, ese deseo del escritor porque Will Randall lo muerda, por convertirse en bestia para evitar la decadencia natural de su vejez. Will se va y cuando se da cuenta de su peligro real, pide a Laura que lo espose y lo encierre. Su ex-mujer ha aparecido muerta y él es el principal acusado. Es Stewart quien emerge como villano; como espectador uno no toma muy en serio esa escena de cuando Will se entera, por su nuevo olfato, que la ropa de su esposa lleva el olor de Stewart; Will va a buscarlos y, cuando Stewart abre la puerta, Will lo muerde. Lo siguiente son persecuciones y peleas entre Will y el nuevo hombre lobo inesperado.

Wolf me ha parecido una película para televisión o una película que tuvo intenciones más solemnes y que terminó en algo que tiene esa esencia tan curiosa del cine serie b, pero sin buscarla. En este sentido, resulta más interesante Monster Dog de Fragasso. Wolf parece un buen guion filmado de mala gana. No tiene recursos grandilocuentes y eso le juega a favor, pero le falta oscuridad, ese dejo terrorífico de toda buena película de monstruos. Aunque con ella termina un ciclo que obviamente ha dejado otras películas por fuera, como Dog Soldiers de 2012 o Ginger Snaps del 2000, ambas del siglo XXI y que son, a su vez, muestras de cómo las películas de hombres lobos se alejan de sus tópicos comunes para ingresar en otras tramas y códigos no menos interesantes, pero que no han tenido lugar aquí precisamente por ese alejamiento. Este, al fin y al cabo, fue el ciclo de un fanático.

Share.

Escritor. Autor del libro de relatos “Lo que pasó en el sepelio de Béla Lugosi” (2020). Ha publicado cuentos, entrevistas y reseñas en algunas revistas nacionales e internacionales. Actualmente ilustra el zine digital @ulises_zine.

Leave A Reply

+ 39 = 42

Exit mobile version