Autor: Hernán Grey Zapateiro

(Cartagena de Indias, 1988) Vive en Cartagena de Indias con breves accesos al mundo ulterior. Egresado de Filosofía de la Universidad de Cartagena. Maestrante en Humanidades Contemporáneas. Docente de Literatura & Filosofía en Educación Secundaria. Narrador de corazón y entrañas descarnadas.

Un relato corto y contundente del escritor cartagenero Hernán Grey Zapateiro, que cruza la tradición noir (particularmente la detectivesca) con el espíritu de la novela existencialista, en un episodio que parece casi un sueño. Ilustración a cargo de Yayo.

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Por Hernán Grey Zapateiro Valentina es mi alumna. Cursa décimo de secundaria. Soy profesor de filosofía en una institución del distrito. Si me presionan, puedo decir que nunca me agradó la docencia. He sido (o me consideran) un escritor: ¡narrador de oficio y estómago en mano! Esto era cuando no tenía trabajo. Ahora lo de la escritura se lo dejo a otros. A otros más osados y con menos sueños que perder. Debí conocerla al cuarto o quinto día de clases. Era el cierre de septiembre y los alumnos estaban más inquietos que un buscador de tesoros. Creo suponer…

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In memoriam Raymond Carver. La mujer estaba amarrada a la silla, observando a la cocina donde su esposo buscaba desesperadamente servir el whisky. Las amarraduras laceraban muñecas y tobillos, y la cinta aislante tapándole la boca: náuseas. Quería escupir, se ahogaba. El hombre apagó la luz de la cocina, cruzó a la sala y se paró delante de ella. Bebía directo de la botella.

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Lo conocí cuando andaba enfermo del hígado o de la vesícula, no lo recuerdo con exactitud, pero siempre pasaba con la mano puesta sobre el lado derecho del abdomen. Se espichaba y presionaba debajo del costillar, intentando transparentar sus dedos e introducirlos, como una especie de milagro animado, en el foco del dolor. Creía que se trataba de su estómago. En realidad su abdomen le crujía igual a un acordeón, ya no podía beber como antes, y ni intentaba hacerlo. El malestar que le causaba debía ser impresionante. Sin embargo, si se tiene las cuentas claras, se rehusó a dejarlo…

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A Jair Buelvas, Para él que todavía cree en la redención. “Un nuevo orden musical De colores de cuerpos excedentes”, Alejandra Pizarnik, 1936-1972. (Una pista de baile, iluminada. En el centro, parado en una baldosa, un anciano de contextura enjuta, observa el rincón donde un árbol de ramaje pelado se alza a la oscuridad. En la esquina, un sendero conduce a un joven a la pista de baile. Un ave planea adelante, guiándolo, y entrando a un nido en la horcadura del árbol, lanza un ríspido gorjeo que saca al anciano de su arrobamiento: se voltea con lasitud y…

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A Evlyn Rodgers, por supuesto.   Penélope cuestionaba las rutas hacia Troya. Sabía que la guerra había acabado, y Ulises retrasaba su arribo impedido por una fuerza suprema. No aguantaría más la reclusión en el palacio. El tedioso argumento de tejer y destejer su ropaje. La aventura nos unirá, pensaba. Una mañana ordenó preparar la embarcación. Los súbditos serían la tripulación más uno que otro pretendiente benévolo. Muy temprano, zarparon. Todavía no esclarecía y las estrellas parecían dibujar el anhelo de Penélope: salvar del olvido los rasgos angulosos de Ulises. Los días traían su apuro y la embarcación pasaba triunfante…

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