El thriller es el género perfecto. Así lo dije cuando sustenté mi tesis en la universidad. Vi a varios jurados abrir los ojos. Pero es la verdad. Si quiere aprender a escribir una historia atrapante, ágil, adictiva, que con cada nueva página lo lleve por caminos inesperados y le quite el sueño cada noche porque necesita saber cómo terminará, el thriller es la mejor escuela. Si quiere embellecer su escritura o hacer algo superior a un barato bestseller de entretenimiento, adelante, hágalo, es su problema, pero los secretos para que su historia no decaiga están condensadas en este género favorito de las masas.
No sé en qué momento se decidió que había un género llamado «thriller». Es raro en sí mismo. A diferencia de muchos otros géneros que se definen por estructuras literarias, mecanismos narrativos, temas específicos o ambientaciones espaciotemporales, el thriller se define simple y llanamente por suscitar el suspenso, que puede provenir de mil y un situaciones distintas donde todos luchamos por querer descubrir algo, y al mismo tiempo temer hacerlo, mientras nos consume el «¿y qué pasa después?».
Por eso nunca he podido saber cuál es el primer «thriller» de la historia, porque este se construye a partir de un sentimiento con un espectro demasiado amplio. Lo caracteriza la velocidad, por supuesto, que impulsa la narración y que alimenta el deseo de leer hasta el final, pero no es ni le pertenece a una especie de literatura específica.
Su ritmo endiablado encontró su nicho en la literatura de masas, y se amalgamó inteligentemente con una gran variedad de géneros: el terror, la ciencia ficción, la novela histórica, y especialmente la acción pura, que es quizás su mejor aliada por su carácter explosivo, para lentamente irse ganando su propio anaquel en las librerías.
Algunos expertos señalan a Chacal de Frederick Forsyth como el fundador del thriller moderno. Esta novela, que cuenta cómo un asesino a sueldo prepara metódicamente el asesinato de Charles de Gaulle, nace justo en el momento donde la guerra fría popularizó la novela de espías. Forsyth, no obstante, hace una mezcla interesante, narrando desde el punto de vista del antihéroe, saliéndose de la trama conspiranoica gubernamental de las novelas del momento, y perfilando con detalle periodístico un viaje íntimo junto a El chacal en la construcción asfixiante de un crimen que parece imposible. Podríamos decir que sí, Chacal de Frederick Forsyth es un paradigma y, quizás, el padre del thriller como lo conocemos hoy en día.
De ahí para adelante, el thriller se montaría en un montón de géneros para parir nuevas variantes que existen todavía, «poperizando» los géneros puros, devorándoselos, aligerándolos a veces y difuminando las líneas entre un tipo de historia y otra.
Robin Cook salió a la luz en los setenta con Coma, una novela donde las intrigas y los siniestros planes de la medicina anunciaban la muerte entre pasillos de hospitales. Coma es el gran clásico del thriller médico, un éxito rotundo en librerías y salas de cine. A este subgénero se sumaron otros grandes como Michael Palmer.
El terror, por su parte, dejó atrás el ritmo pausado de las historias sobrenaturales de antaño con autores como Dean Koontz —quien siempre señaló que no hacía terror sino suspenso sobrenatural—. El tipo venía de escribir a sueldo ciencia ficción, western, espionaje, y supo amalgamar mucho de todos esto en sus narraciones de horror, como en Víctimas, donde tenemos el horror sobrenatural de una criatura monstruosa metido en una trama de intriga científica donde una organización secreta del gobierno persigue a dos civiles para acabar con ellos; una combinación perfecta de miedo, acción y mucho suspenso.
Michael Crichton apadrinó al tecnothriller, una rara mezcla de conspiración, aventura y tecnicismos científicos, que tiene como bandera novelas como Parque Jurásico o Esfera. Algunos lo emparentan con ciencia ficción, pero no toda su obra va en esa línea, pues desde temprano incursionó en la novela de aventuras y acción, ambos tonos que comparten todas sus obras, sean evasivas o no.
Al tecnothriller hay que sumarle a Tom Clancy, quien dotó sus novelas de acción con la misma cuota —casi excesiva— de conocimiento enciclopédico sobre la tecnología de guerra, y una buena pizca de republicanismo. Y Dan Brown, con La fortaleza digital, quien luego se decantó por otra variable, buscando la intriga en la historia del arte con El código Da Vinci, una especie de thriller que ya algunos autores como Irving Wallace habían cultivado décadas atrás en novelas como La palabra, pero que resucitó con Brown y la película de Tom Hanks.
Y no podemos olvidar al papá del thriller legal, John Grisham. Su debut, Tiempo de matar, no fue un gran éxito en ventas, pero sí funcionó lo suficiente para darle la oportunidad con tres novelas más, La firma, El informe pelícano y El cliente, todas ambientadas en el vertiginoso mundo de los abogados. Con ellas no solo se consolidó un nuevo subgénero, sino que los noventa ganaron al nuevo rey bestseller, destronando a autores clásicos del primer lugar como Stephen King.
Grisham ha mantenido toda la vida su vena legal, aunque de vez en cuando escribe novelas veraniegas alejadas de los tribunales, mientras otros colegas continúan fortaleciendo este subgénero de litigantes, tales como James Gripando. Y bueno, llevó este suspenso legal a los más jóvenes con su pequeño abogado Theodore Boone.
Y es que el thriller para adolescentes también fue un gran éxito desde mediados del siglo XX, quizás con las sagas de los Hardy Boys y Nancy Drew, que pronto se convirtieron en suspensos más terroríficos en las manos de R. L. Stine y Christopher Pike, los amos del terror para jóvenes. Cabe destacar la enorme saga de Fear Street, donde el horror era menos sobrenatural que en Escalofríos, para volverse más, adulto, crudo y real.
Ahora estamos en la realidad del thriller doméstico, una nueva variante que tomó fuerza a partir de Perdida de Gillian Flynn, seguida de otros dos batacazos: La chica del tren, de Paula Hawkins y La mujer en la ventana de A. J. Finn. Aquí casi todas son escritoras, las historias se ambientan en tranquilos suburbios y la muerte se construye en la cotidianidad de una vida aparentemente plácida.
El thriller es especialista en encontrar nuevos géneros puros y diluirlos, fusionándolos, haciendo remixes. Es a la literatura lo que el pop a la música. Y no está mal, pues permite quebrantar las leyes una y otra vez, dando un mayor alcance a lo que usualmente es de nicho. Puede que esto mine la integridad de los géneros puros —como pasó cuando se publicó El silencio de los corderos y todo el terror se vio catalogado como thriller para ir desvaneciéndose lentamente—, pero al mismo tiempo permite nuevos acercamientos a los mismos temas, invitando incluso a autores ajenos a la literatura popular a incursionar en ellos.
Ahora, si usted desea ser coleccionista de thriller, prepárese, porque a medida que avanza el tiempo, se vuelve una tarea titánica tenerlo todo. ¿Qué es y qué no es thriller? Siempre es difícil saberlo con precisión. Deberá tener espacio para albergar autores tan dispares como Isabel Allende, Jöel Dicker y Ken Follet. ¿Está listo para eso?