Por Carlos Pérez De Ávila*

Un día como hoy, pero el 7 de Marzo de 1999, fallecía Stanley Kubrick en su cama en  Hertfordshire, sureste de Inglaterra; su corazón se detuvo de golpe en medio de un ataque, ese mismo corazón que había saltado infinidad de veces de emoción y vértigo, con una cámara delante suyo, plasmando pincelada por pincelada, rollo por rollo, la tragicomedia del mundo.

Dejó para nosotros en el mundo del cine, 13 grandes obras:  Fear and desire (1953), Killer’s Kiss (1955), The killing (1956), Paths of glory (1957), Spartacus (1960), Lolita (1962), Dr. Strangelove (1964), 2001: A space oddisey (1968), A orange clockwork (1971), Barry Lyndon (1975), The shinning (1980), Full metal jacket (1987) y por último, su obra inconclusa y estrenada de forma postura Eyes wide shut (1999), de temáticas tan variadas que van desde el cine negro más puro, pasando por acontecimientos históricos, la guerra, el terror y la ciencia ficción.

La naranja mecánica, se tornó en  todo un ícono de la cultura moderna, desde su concepción visual, su uso de la música y su historia que nos muestra la rebeldía, la crueldad humana, el karma que recae sobre cada ser y al fin  redención de éste como individuo.

El principal motivo o leitmotiv en sus películas, era mostrar que todo hombre en cierta medida puede llegar a mostrar su instinto maquiavélico, su «El fin justifica los medios», con que cada cual lucha por sus interés, lo cual expresó de ésta forma: «Somos capaces de los actos más bondadosos y los más perversos: el problema es que, a menudo, cuando nos interesa, no distinguimos entre unos y otros».

Cada una de las películas muestra la lucha interna que tiene cada persona con la sociedad que trata de amoldarlo a lo que es declarado como moralmente correcto, como el caso de Alex en La naranja mecánica o de Humbert en Lolita.
Kubrick fue uno de esos directores que supo aprovechar dos cosas que básicamente son una fórmula exitosa en el cine: Hacer una película atractiva para todos desde lo visual hasta lo narrativo y no dejar a un lado su talento y visión propia de la realidad, por eso sus películas se sienten tan universales, porque supo explotar de buena manera lo que el ser humano quiere ver y reflejarse en ello.

Stanley también dejaba un mensaje en sus películas, que consistía en mostrar en cada una de ellas, el mundo al que debemos hacerle frente, que el destino de un momento a otro nos puede llevar desde el momento de calma más grande, hasta un despliegue violento y sin sentido que puede arrebatarnos la vida. El reflejo del egoísmo del hombre con los de su propia especie, que adoctrina desde la más pequeña infancia a ir contra otros, evidencia de ello, el inesperado tramo final de Fullmetal Jacket, donde nos encontramos con una francotiradora bastante joven, que irónicamente a su corta edad, es toda una máquina de matar, recordando la frase que lleva en su casco el soldado Joker: “Born to kill”.

Una vez dijo, hablando sobre la condición humana frente a una multitud: » Si lo analizamos bien, vemos que la familia es la unidad más primitiva y visceral de nuestra sociedad. Estás a la puerta de la habitación de tu mujer en el hospital oyendo los alaridos del parto y piensas: » ¡Dios mío!, ¡cuánta responsabilidad! ¿Hago bien en aceptar esta terrible obligación? ¿Qué estoy haciendo aquí? y entonces entras y miras la cara del bebé y ¡pum! se pone en marcha la antigua programación y reacciones con asombros, felicidad y orgullo». Claras palabras, estamos en el camino sobre la tierra y ya sabemos que estamos en un monstruo que nos devora, que no venimos a nadar entre rosas, pero sacamos pecho y mostramos nuestra experiencia. Nos hacemos maestros de nuestra propia creación.

Estaremos siempre agradecidos con el poeta de la imagen, el hechicero de la cámara y la barba abundante, el de las anécdotas perfeccionistas de extremos cósmicos. Gracias maestro Kubrick, testimonio eterno de que el cine es tan humano como nuestra sangre.

 


*Abogado, escritor y cinéfilo

 

 

 

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