Para Vito, que ya es uno con la Fuerza
Todo el poder de la nostalgia ochentera y las emociones piratas que propulsaron las velas de la serie StarWars’s Skeleton Crew (2024), desplegadas a plenitud en una galaxia muy lejana por los creadores Jon Watts (Spiderman: Homecoming, Spiderman: Far From Home, Spiderman: No Way Home) y Christopher Ford, no bastaron para que las audiencias masivas otorgaran un voto de confianza a una producción que buscó eliminar los acres sabores dejados por la previa The Acolyte (creada por Leslye Headland, 2024).
La extrema cercanía a este fracasado intento de Headland y su equipo por reescribir a fondo las relaciones entre los poderes en conflicto en el universo Star Wars, y sobre todo desafiar burdamente la propia esencia del canon —con la misma chapucería que la deslucida Lord of the Rings: Rings of Power ha maculado la Tierra Media—, es una de las razones de peso que pudieran haber conspirado contra el éxito de una propuesta como Skeleton Crew, que es justo todo lo contrario.
“Cuando todo falle, haz una historia de piratas”. Tal parece haber sido la divisa seguida por Watts y Ford a la hora de soñar y diseñar su segmento de esta nutrida mitología en constante expansión, en perenne corrimiento hacia el infinito. Sin dudas siguiendo los pasos de Jon Favreau y el contundente space western que al final resulta The Mandalorian (2019-2023), sobre todo su primera e insuperable temporada; que devino nuevo eje alrededor del cual entretejer una nueva saga galáctica, con seriados como El libro de Boba Fett (2021) y Ashoka (creada por Dave Filoni, 2023).
Skeleton Crew se arriesga más allá, explorando otros rincones de la insondable espesura cósmica, y busca, como The Acolyte, fundar una mitología autónoma. Transcurre de manera paralela a los sucesos del “Mando-verso”, pues su marca temporal la ubica también en tiempos de la Nueva República. Su historia de piratas, tesoros y niños aventureros está ligada a Star Wars, pero no es interdependiente. Tampoco incluye en su elenco a ningún personaje clave de las películas seminales. Apenas los X-Wings revolotean en par de ocasiones, recordando que seguimos en el mismo timeline.
Quizás otra de las claves del fracaso de Skeleton Crew es la excesiva autonomía respecto a un canon cimentado en íconos inevitables a la hora de dialogar con las audiencias y el fandom más acérrimo. Favreau respaldó a Mando/Din Djarin (Pedro Pascal) con Grogu, una adorable versión infantil del Maestro Yoda, que se convirtió en un inmediato clásico. Y echó mano hasta al mismísimo Luke Skywalker (Mark Hamill) para consolidar su triunfo.
La propia Ashoka Tano ya era un personaje asentado en el canon gracias a las películas —Star Wars: The Clone Wars, 2008— y series animadas creadas por Dave Filoni —The Clone Wars (2008-2020) y Star Wars Rebels (2014-2018)—, y la serie de acción real protagonizada por Rosario Dawson es literalmente una nueva temporada de …Rebels.
Lo propio para Boba Fett, todo un personaje de culto desde sus primeras apariciones en la animación The Faithful Wookie, incluida en el “singular” Star Wars Holiday Special (Steve Binder, 1978), en la trilogía fílmica original y luego en la segunda trilogía precuela. Aunque es de notar que El libro… se extravió por los laberintos de la indecisión, desaprovechando el gran potencial anti heroico del caza recompensas.
La película Rogue One (Gareth Edwards, 2016), las series Andor (creada por Tony Gilroy, 2022), spin off precuela de la anterior cinta, y Obi Wan Kenobi (creada por Deborah Chow, 2022), igualmente se anclan en otros tantos sucesos y personajes claves de la mitología. Cuando las historias se alejan demasiado de este centro gravitatorio, pues parecen destinadas a quedar al pairo en medio de las aguas de la indiferencia masiva.
Pero, y en este caso es un buen “pero”, Skeleton Crew no es una serie incoherente ni absurda, como llega a serlo la precedente The Acolyte —cuyos pecados trascendieron el simple desligue del corpus mitológico principal y llegaron hasta verdaderas “herejía” al ridiculizar a los jedi, casi en plan de parodia abierta—, sino que es el nuevo eco, más bien alarido nostálgico de una generación protagonista de uno de los mejores momentos de la cultura pop occidental del siglo XX.
Jon Watts nació en 1981. Yo también. Y su (nuestra) infancia transcurrió en un verdadero vórtice genésico de mitos populares. Toda una eclosión iconográfica, que pervive hasta el presente, ha trascendido marcos temporales, y ya se apropia de nuevas generaciones. Su signo ha calado en los niños de entonces de manera tal que no han olvidado sus infancias. Les (nos) ha costado ser adultos más que a otros. El síndrome de Peter Pan tiene en los nacidos a finales de los setenta y principios de los ochenta, un verdadero bastión, un terreno fértil como pocos.
Star Wars, Alien, Terminator, Robocop, Ghostbusters, Predator, Los Gremlins, E.T, Star Trek, Indiana Jones, The Neverending Story, The Goonies, Transformers, Challenge of the GoBots…, son genios tutelares para toda la vida, obsesiones, modos de vida. Jalones irrenunciables a la hora de mirar el cine o desde el cine. Son nodos, núcleos, estrellas polares de una inamovilidad inexpugnable, siempre refulgentes. Suerte de tatuajes espirituales que devienen cartas de navegación para el resto de las vidas. Favreau, Filoni y Watts saben bien esto. Se han dedicado a crear personajes y expandir universos queridos, de los que se han apropiado más allá de los gestores originales.
Star Wars dejó de ser asunto de Lucas hace mucho tiempo. Ahora es problema de las personas cuyas vidas no hubieran sido lo mismo sin las aventuras de Darth Vader, Palpatine, Luke, Leia, Han Solo, Chewie, C3PO, R2D2 y Obi Wan a través de la galaxia tan lejana y a la vez más cercana para todos que la misma Vía Láctea.
Watts y Ford, quizás concentrados en el éxito y el culto del que ya es objeto el seriado Stranger Things (Creada por Matt y Ross Duffer, 2016-2025), se apropiaron de las aventuras infantiles de Los Goonies (Richard Donner, 1985), involucrados en el hallazgo del tesoro de One Eye Willie, y sobre todo en la búsqueda de la emoción y la maravilla constante. A contrapelo de la plúmbea cotidianidad suburbana que sitia sus infinitas capacidades de imaginar e imaginarse como reyes del mundo.
Tanto Los Goonies como Skeleton Crew van entonces de la pervivencia a toda costa a la capacidad de maravilla, sin reparar en cuán densa sea la rutinaria adultez circundante.
Wim (Ravi Cabot-Conyers), Neel (Robet Timothy Smith), Fern (Ryan Kiera Armstrong), y KB (Kyiriana Kratter) retoman el batón de los exploradores de Hawkings, y lo llevan hasta las estrellas, con la crucial diferencia de que ellos residen, sin saberlo, en el Planeta del Tesoro. Por lo que todas las aventuras que experimentan junto al villano Jo Na Nawood (Jude Law), suerte de Long John Silver con poderes jedi, y el cascarrabias droide SM-33 (Nick Frost) —todo un pirata metálico tuerto y con “pata de hierro”—, se convierten en un redescubrimiento de sus propias realidades. Es un periplo circular que les revela su propio planeta At Attin como un mundo misterioso, legendario, no sin cierta pátina distópica al estilo de la novela Un mundo feliz (Brave New World, 1932) de Aldous Huxley.
Tras un viaje inesperado y entretenido por buena parte de la galaxia, lleno de peligros y personajes pintorescos, los niños regresan a su planeta solo para verlo invadido por los piratas, y finalmente descubrirlo para el resto de la Nueva República. El control absoluto sobre las vidas de At Attin finaliza, por obra malintencionada pero oportuna, del antiheroico Jod, merecedor de un spin off propio dados los breves datos sobre su origen que confiesa durante el clímax del relato. La IA nombrada El supervisor, es destruida y los destinos de los ciudadanos ya no están fatalmente ligados a la impresión de créditos. Ya no son esclavos asalariados de la Casa de la Moneda de la República.
Allende el apresuramiento que se aprecia en la resolución de los conflictos y entuertos durante el capítulo 8 y final de la temporada, la serie deja varios cabos sueltos y propone un nuevo comienzo para los protagonistas, sus padres y el planeta; que no tiene que ser tan feliz como se pensaría. Tampoco la Nueva República resulta una utopía feliz, como demuestran varios sucesos vistos en la saga del Mando-verso. Sus fallos burocráticos y políticos conducirán ineluctablemente a la ascensión de la Primera Orden. Star Wars se apropia con poco disimulo del fracaso de la democracia progresista de la República de Weimar en la Alemania de entreguerras, que favoreció el triunfo del Nacionalsocialismo y Adolf Hitler con sus promesas de primacía global y prosperidad.
La suerte de Skeleton Crew y el desarrollo de sus personajes en nuevas temporadas es aún incierto, pero desde ya se inscribe en lo mejor de los anales galácticos, gracias a su perspectiva entusiasta y el hábil desempeño de sus creadores y guionistas en el storytelling que Hollywood ha ido desaprendiendo de manera acelerada en los últimos años.
Skeleton Crew se aferra a la emoción, la ingenuidad y las aventuras más puras, desde la sinceridad y el afecto nostálgico. No discute con la mitología establecida ni impugna sus pilares. No busca rescribir, sino entusiasmar. Invita a los públicos a embarcarse en una aventura nostálgica por mares estelares ignotos. Y sobre todo, convida a ver el universo, la vida toda, con ojos siempre nuevos, listos para descubrir lo imposible, preparados para asumir lo inesperado.