El escritor cartagenero Gerardo Ferro Rojas lanzó en noviembre del 2022 su más reciente novela Todas las voces muertas (2022), editada por Minotauro, clásico sello especializado en la publicación de ciencia ficción y literatura fantástica. En esta obra nos presenta una suerte de radiografía de un país atravesado por la violencia política y sus consecuencias, enmarcado en una historia de zombis. En este que es su sexto libro, nos damos cuenta de cómo su búsqueda estética como escritor lo ha traído al terreno, muchas veces injustamente denostado, de los géneros populares. «En los géneros populares es donde podemos encontrar elementos de una pureza más auténtica, de fuerza y colorido, de experimentación que permita auto-revisarse, buscar otros elementos de construcción, combinar, hibridar… todo eso desde lo popular está en una ebullición constante».

Ferro Rojas se ha ganado, desde la distancia, ya que es uno de tantos escritores colombianos migrantes, un espacio en el difícil panorama de las letras nacionales. Ha publicado los libros de cuentos Cadáveres exquisitos (2003), Antropofobia (editada en 2006, con una nueva edición en 2019) y Nunca olvidamos nada, nena (2018), así como las novelas Las Escribanas (2012) y Cuadernos para hombres invisibles (2016). Su obra se cuenta como una de las más destacadas entre los hispanos en el norte del continente. Si bien está radicado en Canadá desde el 2012, dice que la gestación de esta obra se dio mientras aún estaba en Colombia. «El proceso creativo de esta novela fue bastante largo; las primeras ideas de la novela vienen desde que yo vivía aún en Bogotá, es decir, hace más de 10 años».

Portada de Todas las voces muertas (2022)

Si bien la historia transcurre en un escenario ficticio, es claro que la temática esta ligada a la realidad reciente de nuestro país. ¿Qué papel jugó la distancia, ya que estás radicado en Canadá, para poder acercarte a los elementos de esta realidad tan compleja y utilizarlos en la novela?

La distancia me permitió revisar la novela o revisar esa temática de una manera más reposada, si yo hubiera escrito la novela en el país a lo mejor hubiese salido un libro muy diferente. El narrador que encontré, y tal vez en eso ayudó la distancia, fue un narrador que está vinculado de una manera diferente, sientes que está participando en el espacio, pero de alguna manera está como observando y tratando de trasmitir lo que él ve. Es un narrador que permite separarse y tomar esa distancia reflexiva y crítica sobre lo que se está viendo.

—¿En qué momento consideraste que contabas con todos los materiales para escribir la novela?

—Empezaron a completarse los elementos de este artefacto cuando apareció una noticia en Colombia, en el año 2015 quizás, que hablaba sobre la Escombrera en la Comuna 13 de Medellín, una de las fosas comunes a cielo abierto más grandes del mundo. Eso fue una cosa; por otro lado, ya yo tenía la idea de los zombis que iban a aparecer, contenida en la pregunta de la que surge la novela: ¿Qué pasaría si los desaparecidos de un país aparecen como zombis? Diferentes situaciones que fueron sucediendo, algunas de la vida política nacional de Colombia y otras literarias, completaron ese engranaje de una serie de ideas que yo tenía desde hace mucho tiempo. Antes de eso, fue el haberme encontrado con el epígrafe de la novela. Leyendo a Samuel Becket, me encontré con ese epígrafe [en la obra Esperando a Godot] y pensé “La novela tiene que llamarse así, esto es la novela”, y eso me ayudó mucho a ir definiendo más cosas del ambiente general de la obra.

—La ciencia ficción es uno de los géneros populares por excelencia, siendo la novela de zombis uno de sus tantos subgéneros, ¿qué le ofrece este género popular a la historia que pretendes narrar en este libro?

—Yo creo que mucho, porque, por un lado, el tema zombi tiene una carga política muy fuerte. Recoge una fuerza política muy grande, el zombi era ese castigo para eliminar toda la acción política de una persona y convertirla en un ente que solamente era capaz de trabajar, sin producir ningún tipo de queja ante eso. Trabajar, trabajar y trabajar. El zombi tiene toda una carga política interesante que a mí me llamaba la atención. Por otro lado, tenemos la realidad de un país como Colombia; es solo cuestión de revisar las cifras que tenemos de nuestra violencia, los muertos, desparecidos, fosas comunes… eso no es nada nuevo, la literatura colombiana lo trabaja desde hace mucho, e históricamente es así. Somos un país lleno de fosas comunes y eso hay que trabajarlo desde la literatura, y el género zombi, desde lo popular, se manifestaba como algo interesante porque, por un lado, recorría todo lo político y, por otro lado, estaba ese aspecto del limbo, de lo fantasmal, que puede surgir en un país que ha producido tanta sangre, tanta muerte, tantos desaparecidos que son el tema de la novela, los familiares han decidido aceptar que están muertos, pero no han podido completar ese duelo porque no tienen un cuerpo, y el cuerpo es importante para el duelo. De alguna manera el desaparecido está en ese limbo, ente la vida y la muerte que es el limbo en el que se encuentran los zombis, entonces, eso traería también toda una carga muy interesante.

Jorge Fernández Gonzalo en su libro Filosofía Zombi decía que «como en las películas de serie B, siempre se está hablando de otra cosa aunque no se quiera». En el caso de la novela de Gerardo Ferro Rojas la figura del zombi funciona en la medida en que se vale de este para retratar algo más complejo. «Somos una sociedad zombi, somos una sociedad que está adormecida políticamente, somos una sociedad que ha perdido su capacidad de acción que ha normalizado todo eso, entonces, el género permitía todas esas reflexiones a través de una trama y unos elementos narrativos y dramáticos que podían ser atractivos para el lector».

Todas las voces muertas está disponibles en todas las librerías del país.

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Guardián de la casa de Asterión. Co-director y editor de la revista digital El Laberinto del Minotauro. Amante y defensor de los géneros populares. Wu Tang is for the children.

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