Y los ritos son en el tiempo lo que la morada es en el espacio.

Saint-Exupéry

Como si fuera un jardinero cuidadoso, Álvaro Restrepo recorre un patio en los terrenos donde se proyecta construir la sede del Colegio del Cuerpo (eCdC), a pocos kilómetros del casco urbano de Cartagena. En el lugar han dispuesto una serie de armazones que parecen concebidos para oficiar ritos: tótems de piedra entre los árboles, piras, círculos en la tierra hechos con materiales rústicos, objetos inquietantes que conforman una instalación vinculada al paisaje. Corren finales de diciembre de 2021, el verano apenas inicia, cuando llegamos al sitio son poco más de las tres de la tarde y la luz es intensa. Restrepo camina a través de la arboleda y va contando los planes arquitectónicos para esa tierra que él llama “prometida”.

Las primeras obras reconocidas de este coreógrafo datan de los años ochenta y noventa, con títulos que bien podrían convenir a novelas o poemarios. Su trabajo suele ser catalogado como “danza teatro”, o danza contemporánea, en la medida en la que combina elementos coreográficos, textos poéticos, fotografía, música, video o instalación. Está radicado en Cartagena desde 1994, aunque creció en Bogotá. En su veintena vivió en una comuna entre Chía y Cajicá en la que sus habitantes cultivaban la tierra; luego se trasladó a New York durante seis años, donde conoció la técnica de Martha Grahan, la mujer más influyente en la historia de la danza moderna.

Álvaro Restrepo. Foto tomada por: Andrés Cassiani

De su época inicial son las obras Rebis de 1986, o Sol Níger de 1992. En aquel entonces su núcleo de creación se llamaba Athanor Danza. En ambos trabajos Restrepo elaboró rotundas afirmaciones corporales, donde el gesto se depura hasta devolverlo a lo sacramental.  Él dice que su trabajo reitera en “la búsqueda de lo sagrado”. Pueden verse en internet fotografías de Rebis tomadas por Simon Friedemann, y si se quiere dar movimiento y sonido a esas imágenes sirve el testimonio de Irmela Kastner, quien estuvo en una presentación de la primera de aquellas obras:

El aire está preñado de esencias de incienso. Las ondas sonoras se acercan desde muy lejos. Música que sube y baja rítmicamente. A veces suena como un tren que se acerca, luego como una bandada de pájaros asustados. Los rayos de luz caen sobre un recipiente pintado de rojo y negro, como el cuerpo del hombre desnudo agazapado en la oscuridad. Robótico, a punto de pasar a un estado orgánico, se convierte en una criatura araña. Estira el cuello, gira la cabeza, sisea, jadea, gruñe. Y cautiva con la fenomenal expresividad de su cuerpo, (…)

La crítica alemana llamó a Álvaro Restrepo “el mago colombiano”. Dijo que se trató de una “metamorfosis” a través de un “acto ritual de purificación”. Cierta clase de simbolismo esotérico reaparece a lo largo de los años en la obra de este artista. Han pasado más de tres décadas, ahora le pregunto al coreógrafo por el concepto de androginia con el que trabajó. “La obra hace referencia al Rebis, que es la cosa doble y al atanor que es el horno donde se hacían las operaciones de los alquimistas. Entonces, ese ser total que no es ni hombre ni mujer es el ser humano, el espíritu creativo”. Esto puede coincidir con la vieja imagen de una criatura mitológica que contiene los dos sexos a la vez. De manera general, la danza moderna trastoca los roles convencionales atribuidos a hombres y mujeres. En todo caso, la problematización del género o la nombrada guerra entre los sexos son hoy, más que nunca, asuntos capitales de la cultura.

Mientras recorremos el lugar me enseña algunas construcciones destinadas a las actividades del Colegio del Cuerpo, la institución pedagógica, artística y social iniciada por él y la coreógrafa Marie France Delieuvin en 1997. En las cuatro hectáreas se planea edificar una sede acorde con la visión de sociedad que el eCdC tiene. Durante la caminata nos acompañan tres perros: Yu-Yíng, Carmelita y Toño. El primero es como el líder, con la mayoría del pelo del color de una mariamulata y una franja blanca en la parte anterior del cuerpo. Los otros dos tienen el pelo más bien ocre. A veces se notan enloquecidos por el brío y al correr levantan la hojarasca que encuentran a su paso.

Álvaro Restrepo es sereno, cuando cuenta algo lo carga de referencias y de acentos poéticos. Un periodista amigo suyo lo describió como “un místico con sentido del humor”. En varias entrevistas, y especialmente en una crónica titulada Llora et labora, el coreógrafo ha hecho mención de sus experiencias colegiales antes de descubrir la danza, y se burla de sí mismo recordando que otra amiga suya siempre le dice: “Ya no joda más, actualice sus traumas”.

Continuamos el recorrido, siguiendo algunos caminos más o menos visibles llegamos a una edificación con unas puertas altas y pesadas, aún sin fijar. Entonces recuerda socarronamente que ese mismo día, temprano en la mañana, un portón estuvo a punto de caerle encima, con el agravante de que está hecho con la madera que servía de piso de ensayos, cuando el Colegio del Cuerpo funcionaba en el Claustro de San Francisco. Le menciono el ridículo accidente que causó la muerte del médico Juvenal Urbino en El amor en los tiempos del cólera y parece divertirle la ironía.    

Rebis planteó una búsqueda de implicaciones órficas, a través de la cual el autor se sumerge en territorios oscuros y enigmáticos: el mítico viaje del artista que se adentra en lo abismal, en lo que parece prelingüístico y que, momentáneamente, se revela antes de retornar al misterio en medio de las ambigüedades del lenguaje poético.  Por otro lado, Sol Níger fue uno de los trabajos en los que el artista costarricense Humberto Canessa colaboró con Restrepo. Álvaro Mutis, testigo de la época, se preguntaba cómo había sido posible crear una obra con tanta certeza “sin caer jamás en lo anecdótico ni en un preciosismo estéril”. Actualmente es fácil encontrar en internet las potentes fotografías que Ruven Afanador tomó de aquella obra, llenas de contraste y dramatismo.

Rebis, obra de Álvaro Restrepo

Detenemos la caminata en un lugar donde hay ubicadas dos sillas, Restrepo lleva puesto un sombrero de paja, como de duende, y el sol descendente le deja sobre el rostro unas vetas de luz que se mueven con irregularidad. Durante las indagaciones previas a la entrevista supe que antes de dedicarse a la danza estudió literatura y filosofía; que una tía suya organista le dio sus primeras lecciones de música y que un misionero, Javier de Nicoló, lo guió en sus incipientes trabajos sociales cuando el coreógrafo tenía poco más de veinte años.

La zona en la que estamos es llamada Pontezuela, tiene una vegetación pródiga: árboles de matarratón, totumos, acacias rojas, mangos, veraneras, camajorús, y otros muchos. Álvaro me cuenta que, en los últimos meses, ante los estragos de la pandemia, este jardín ha sido para él un refugio. Tienen una cierta cualidad edénica este tipo de lugares, una fuerza vegetal o telúrica, una asombrosa lentitud que me hace pensar en algunos poetas de la región que retornan en sus poemas al mito de un paraíso perdido. Aunque es claro que en sus obras Restrepo no recurre a la poesía para añorar un origen adánico, si bien concentró sus primeros trabajos en una mística del mundo interior, progresivamente se fue abriendo hacia cuestionamientos políticos, a la inminencia de lo colectivo.

Antes de fundar y dirigir el Colegio del Cuerpo en compañía de la coreógrafa Marie France, Restrepo trabajó también en obras como La enfermedad del ángel (1993), o Raveliana (1994). Asimismo, dirigió El país de los ciegos (1995), inspirada en un relato de H. G. Wells y realizada en conmemoración de la catástrofe de Armero. Por esa época un comentarista escribió que el director no tenía ninguna intención política con su trabajo. “Su asunto es la poética”. Sin embargo, el propio Restrepo dice: “Yo creo que todo arte verdadero es político y es comprometido”.

Hay que ver que los horrores de este país se actualizan con regularidad. La carnicería justificada desde los más disímiles espectros ideológicos.  Álvaro repite con frecuencia una frase atribuida a Gramsci cuando le preguntan sobre las adversidades nacionales. “Soy pesimista en el pensamiento y optimista en la acción”. Cartagena sigue siendo una de las ciudades más desiguales de Colombia, a finales de los noventa cientos de miles de cartageneros vivían en la miseria, a estas alturas del siglo casi medio millón de personas viven en la ciudad aguantando condiciones de pobreza monetaria. “El Colegio del Cuerpo es mi respuesta a la situación del país”.

De pronto me percato de que se ha ensombrecido el lugar, los objetos se ven ahora como con un filtro gris. Desde donde estamos sentados puede verse la cerca de arbustos que limita la estancia. El disco del sol no alcanza a ser visible, imagino que estará suspendido sobre la línea del horizonte, pero su resplandor atraviesa el follaje como si al otro lado hubiera metal fundido.

***

A mediados de febrero acordé con Restrepo hacer unas grabaciones complementarias en el mismo lugar y tomar algunas notas de paso. Salgo de mi casa poco después del mediodía y en el trayecto observo que el paisaje se ha vuelto reseco. En ciertas partes de la carretera, en la Vía 90, tengo la sensación de estar atravesando un desierto; la mayoría de los árboles que bordean la calzada están en las puras ramas, como petrificados. El lugar del encuentro será en Las Ramblas, y desde allí tomaremos nuevamente la carretera para buscar un restaurante cercano a la finca del eCdC. Pocos minutos después ya estamos en el local en buena hora para almorzar. Nos sentamos en un pequeño bohío, por unos parlantes suena Lucero espiritual, una canción de Juancho Polo Valencia cuya letra no está exenta de misticismo; un locutor avisa que se trata de un programa de clásicos.

Álvaro Restrepo y Mauricio Aragón conversando. Foto tomada por: Andrés Cassiani

Le cuento a Restrepo que me ha resultado difícil hallar registros visuales de Ordalía, el fin del cuerpo, una obra en la que trabajó en 1995-96. “Ruven Afanador usó algo de ese material en un video que dirigió para una canción de Lenny Kravitz”, me dice. Poco más de dos millones de personas han reproducido ese vídeo en Youtube, en el que se representa el mundo interior de una estrella de rock poblado de unos seres perturbadores en un entorno desolado. En Rock and roll is dead las imágenes son en blanco y negro, excepto en el momento del solo de guitarra, cuando la pantalla se llena de rojos, verdes y azules saturados, y aparece el personaje encarnado por Restrepo en una performance inquietante. ¿Es posible que no exista una contradicción irreconciliable entre el arte como ritual y el arte como entretenimiento?

Llegamos nuevamente a Pontezuela, la ausencia de lluvias es notoria y el plano general es menos verde. En la entrada se ve una construcción en madera con una amplia ventana en el costado, se asoma una gran cabeza de buda moldeada en alambre. Leopoldo Combariza, compañero de Álvaro por más de treinta años, es el arquitecto a cargo de los diseños de la sede y afirma que: “El principal reto del Colegio del Cuerpo es lograr algo que ya se ha tratado desde el inicio, que los mismos alumnos se vayan empoderando poco a poco de las estructuras administrativas, pedagógicas… ellos son el relevo”.

***

Álvaro Restrepo conoció a Marie France cuando era directora del Centro Nacional de Danza Contemporánea de Angers.  En el 96 la coreógrafa francesa y el coreógrafo colombiano iniciaron un proyecto de intercambio cultural llamado Le Pont, el cual estableció cimientos para el eCdC. Durante los últimos veinticinco años han estado educando bailarines que se transforman luego en creadores, en su mayoría niños y jóvenes pertenecientes a la Cartagena periférica. A propósito de la labor pedagógica que realiza con Restrepo, Marie France dice: “…tenemos diferencias profundas que dificultan el trabajo pero que también lo enriquecen”.

Quizá uno de los rasgos distintivos de la personalidad artística de Restrepo haya sido saber conjugar sus ideas y talentos con los de cientos de artistas. Tal vez el permanente gesto vanguardista que hay en lo que hace se deba a su insistencia en mirar al pasado para ver la luz de lo contemporáneo.  Las obras del Colegio del Cuerpo denotan la influencia de música y poesía populares, al tiempo que incorporan tradiciones académicas y se pronuncian sobre la discriminación enquistada en los barrios de Cartagena.  En sus propuestas aparece la música de Etelvina Maldonado o la poesía de Aime Cesaire, pasajes de García Márquez o canciones de Leonard Cohen. Y aunque es cierto que en la actualidad difícilmente una compañía de danza llega a incidir en toda una ciudad, también es cierto que estas labores del eCdC se apalancan en una actitud vitalista y en el convencimiento del poder transformador del arte, en una voluntad de resiliencia o de renovación obstinada.

Se puede considerar a Álvaro Restrepo como un vanguardista, o simplemente un contemporáneo; un visionario o un periodista. Un hombre preocupado por lo político y por el espacio público y al tiempo un intimista que pone ciertos ritos en el centro de sus quehaceres. Un artista imprescindible en la historia reciente del arte colombiano, empeñado en enseñar con una seriedad incisiva lo que ha aprendido durante su carrera. Su existencia y su obra son un testimonio sobre este asunto capital: El arte es para la vida, para darle significado y dignidad; para reforzar, en medio de la crueldad y el sinsentido, una búsqueda que procura que nuestro paso por el mundo no sea estéril.

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Realizó estudios de derecho en la Universidad de Cartagena y la Universidad Externado de Colombia. Desde 2012 escribe en El Laberinto del Minotauro. Ha hecho colaboraciones para el diario El Espectador y para la revista Otras Inquisiciones. Es autor del poemario inédito Las cenizas de la luna.

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