Miles de ojos, de Maximiliano Barrientos, se publicó hace poco por la editorial Caja Negra, como parte de su nueva colección llamada Efectos Colaterales. Esta primera entrega contiene dos libros, por un lado, esta narración de Barrientos, que la misma editorial ubica entre la literatura weird y el pulp, y, por otro lado, un segundo volumen, que esperamos reseñar también al Laberinto del Minotauro, como lo es Vaquera invertida, de la autora McKenzie Wark. Nos interesa hablar de Miles de ojos y de aquello que dejó su lectura, a la que no hemos querido mediar con las entrevistas del autor o de lo que él mismo haya dicho sobre el libro hasta el momento. Miles de ojos es ahora una obra que nos pertenece a los lectores. Queremos decir, también, que lo siguiente no tiene la intención de resumir lo que pasa en el libro, sino, más bien, compartir un par de cosas de su universo único y particular, de sus riesgos y de su estética.
Santa Cruz, el centro del mundo
Vamos a Bolivia, más precisamente a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra o Santa Cruz, solamente, que no conocemos en experiencia física, pero de la que podemos saber que es la ciudad del autor, así como el lugar en donde transcurre la diégesis de la narración. Santa Cruz también es el centro metropolitano más poblado de Bolivia y, contrario a lo que el imaginario nos dicta del país, asociado con las montañas andinas, es un territorio llano. Quién sabe si es este mismo llano el que favorece una ficción como la de Miles de ojos, en la que se dan persecuciones que en nuestro imaginario pop remiten fácilmente a la saga original de Mad Max o a una extraña variación latina de un terror cósmico impulsado por la gasolina, en la que los integrantes de Celtic Frost recorren las carreteras de Santa Cruz en muscle cars. El asunto es que en Santa Cruz está el centro del mundo. Allí, en algún lugar, se esconde el árbol sagrado que guarda a una divinidad que no es fácil asociar con alguna mitología; algo llamado el sueño y tan volátil como cualquier deidad primordial, cuyos designios no se comprenden fácilmente, como ocurre con cualquier diosa o dios antropomorfizado en cuerpo y carácter.
Miles de ojos empieza con un sueño y después se lanza a la velocidad, construye su imaginario sobre aquellos a quienes el destino encarga de conducir un automóvil modelo Road Runner. El coche es la llave que abre la jaula que guarda al sueño. Así entramos a una ficción que se disgrega poco en psicologismos (lo que no debe confundirse con carencia de escenas oníricas o surreales), ya que sus personajes, ubicados en distintos momentos temporales de una Santa Cruz setentera primero, en un tiempo “presente” después y en otro post-apocalíptico, si se nos permite abusar de este lugar común, actúan y se mueven por y para cumplir su misión: conducir el auto, encontrar el árbol, liberar al sueño. El futuro del mundo está oculto en Sudamérica y no depende de un marine gringo, un espía inglés o un astronauta chino; el futuro del mundo depende, en parte, de las acciones de un grupo de metaleros, tan weirds como la narración. Pero, también, depende de una adolescente que peregrina en un futuro afectado por la primera aparición del sueño, cuando las máquinas se han fusionado con los seres orgánicos; cuando de un árbol puede emerger como fruto una bujía.
El heavy, el metal
En Miles de ojos hay sectas y hay bandas de black metal, hay aficionados (aficionados reales, de los que son puristas y disfrutan sabiendo rarezas y datos que nadie pidió sobre las bandas que escuchan), y estaría fácil decir que este es el sonido o, mejor, el ruido de fondo de la narración. El metal aquí es una estética que siempre hace presencia o sugiere la narración. Un libro sobre la destrucción, la decadencia y la metamorfosis del mundo se hermana fácilmente con una guitarra distorsionada y sucia; Miles de ojos está compuesto por cuatro partes desproporcionadas, unas más extensas que otras y con personajes y temporalidades diferentes, si bien el road runner y el árbol les une. En la primera de estas partes leemos una persecución de coches, una forma particular de un relato que hemos visto muchas veces en formato audiovisual: un forajido, un outsider, llega a una cantina y ayuda a una mujer de belleza peligrosa; ambos ocultan cosas y demuestran desde el principio una química sexual que solo basta con que sea sugerida. Minutos después están en la carretera, esquivando balazos y cobrando venganzas sobre situaciones que solo un tipo rudo sabe expresar con un laconismo que dice más sobre su personalidad que cualquier descargo verborrágico y psicologista. Este hombre escapa de una secta y busca el árbol; esa misma secta aparecerá en la segunda parte y se mostrará en su esplendor en acontecimientos que tienen un concierto de black metal como excusa. Miles de ojos mezclará, desde el principio, ese maquillaje y esa lírica con esa distorsión y brutalidad del black metal. Aquí los árboles y los motores pueden fusionarse y una bujía puede ser el pistilo de una flor.
Weird y pulp
Los libros, en adelante, no los escribirán solamente tipos y tipas que acuden a las bibliotecas a devorar libro tras libro. Hay escritores que consumieron música de radio y que grabaron cassettes sobre otros, que vieron maratones de cine de consumo y que no denostan de este imaginario colectivo; que vieron infinidad de caricaturas o de programas de TV basura. Miles de ojos es una narración, a nuestro parecer, que existe gracias a un sinfín de referencias pop que, aunque no podamos o queramos nombrar, pues, tampoco es el lugar para ello, sabemos que hemos visto. Nos sentimos familiarizados con el relato de un tipo que huye por una carretera en su muscle car, mientras mira por el retrovisor a sus perseguidores y saca el arma para disparar rápidamente; también con el relato de un grupo de adolescentes raros y antisociales, que terminan embarcándose en una aventura en la que terminan rodeados y deben huir; o con el relato de una niña que deja a su aldea para embarcarse en una misión que solo ella puede cumplir y que le va a revelar una verdad que nadie más puede decirle. En definitiva, nos agrada el relato de los elegidos y su viaje.
En este sentido, Miles de ojos no promete nada más allá de sus posibilidades. Crea sus propios códigos y estaría bueno ver que el despliegue de una realidad como la que propone, no genera un efecto menor que el de aquello que se considera como literatura seria o “realista”; incluso, que el de la ciencia ficción dura. La literatura no debería ser siempre el medio para la revelación de un secreto humanista o para exponer, con exceso de profundidad, nuestra condición humana (sin duda también lo es); hay libros y narraciones que son, en sí mismos, un recorrido por sus propios códigos del lenguaje. Estos no deberían remitir, necesariamente, a algo concreto de lo que entendemos como realidad.