Por encima de la ciudad, en medio de la noche oscura y tempestuosa,
la rueda luminosa giraba al revés (…)
Por la noche, en medio de un huracán de inmensas mariposas.
Malcolm Lowry

foto 1Te despiertas gritando en el frío-calor de la madrugada. Me abrazas mientras lloras y dices “¡han regresado las pesadillas!”. Sudas y tiemblas como si hubieras salido de una casa de horrores. Te miento y te digo que todo está bien, que solo fue un mal sueño. Te relajas y vuelves a dormir mientras acaricio tu cabello. Cuatro noches consecutivas atrapada en una monstruosa película onírica filmada en tu melancólico Hollywood mental y a la que asiste un multitudinario publico invisible que te contempla desde las butacas de su noche infernal. 4 noches de desesperación en las que solo puedo quedarme vigilando dejando de lado mis temores y la fauna caníbal que me tortura en los sueños. Sé que todo está mal, pero debo darte la esperanza de no aborrecer la fantasía, a pesar de la cara repugnante que esta te quiere mostrar.

Eres silenciosa y sensible, me digo que no  mereces esos sueños. Tu inconsciente es un templo donde se reinventa la imaginación y los arquetipos del universo. Agonizas en un stop motion de espectros y formas sospechosas que te persiguen en el reflejo deforme de la caótica realidad. Eres un caudal de invenciones terroríficas en el que podría ir a pescar una de las ominosas apariencias de lo inverosímil que tanto me gusta encontrar en libros y cómics.

Recuerdo la desesperación de Nabucodonosor en el reino de las pesadillas. Siento compasión por todos los hombres del planeta que alguna vez despertaron gritando de miedo porque algo más grande que ellos se les comió el corazón en medio de la oscuridad. Si alguno me lanzara una piedra al escucharme decir  “No debes temer a los sueños”, no le culparía, soñar es un acto de locos y valientes.

Me siento culpable al reconocer que tienes que aguantar en la vigilia mis extravagancias y luego en la noche ser la víctima de un carnaval de oscuros símbolos primigenios que te escogen como su sacerdotisa para materializarse de forma insegura en el mundo, al menos, por un instante.

Estas ahí dormida y tus parpados se abren y se cierran a gran velocidad. Tiemblas y vuelves a gritar. “¡Ha regresado la pesadilla!” me dices resignada en medio de la oscuridad y el ruido en espiral del ventilador. “¡En la mañana te contaré lo que me ha pasado en ese maldito sueño!” susurras mientras me pasas las manos por los ojos y te vuelves a dormir con una sonrisa que desarmaría hasta al más valiente.

Amanece. Despierto de ese pequeño sueño de una hora que se le concede a los insomnes, a los nada contentos verdaderos centuriones de la noche (seres agónicos que meditan el silencio descarado de la ciudad cuando todos duermen). Te veo dormida: no hay en este infierno amarillo algo más hermoso que tu rostro sereno en la mañana. Tus pestañas, tus labios, tus gestos de niña que iluminan nuestro cuarto. Estas dormida y como siempre que te contemplo, algo más allá de la belleza me hace llorar, me conmueve en medio de tanta confusión. Me levanto, voy al baño a orinar (en realidad voy a mear), me miro en el espejo, me lavo los dientes, la cara y una vez más las manos (sin jabón). Voy a la cocina, enciendo la estufa, coloco el caldero con aceite sobre el fogón, pelo un plátano, lo pico en tajadas y les pongo un poco de sal. Cuando el aceite está caliente voy dejando caer las tajadas una por una como si fueran bañistas en una ardiente playa (hasta les doy voces y nombres chistosos a cada una. Todo depende del estado de ánimo). Abro la nevera, saco dos huevos, busco un sartén, lo coloco sobre otro fogón con algunas gotas de aceite, los quiebro contra la estufa, miro la clara y la yema caer, suelto un toque de sal y dejo que el fuego haga su trabajo en menos de 2 minutos. Pasados entre 7 y 8 minutos volteo las tajadas y las dejo 6 minutos más. Las saco, las escurro y las sirvo en el plato junto a los huevos. Te llevo el desayuno a la cama (no describiré como hice el dulce café con leche que tanto te gusta con galletas de sal. Tampoco daré detalles de todos aquellos platos que en estos últimos años he aprendido a preparar). Abres los ojos y sonríes. Me miras con amor. Es lo mínimo que puedo hacer para darte la bienvenida a la vigilia (es de esas pocas veces en que odio el mundo de los sueños). Te sientas en la cama, recibes el desayuno y mientras hueles el café con leche como si fuera la primera vez, acaricias la cabeza de Nadja que se ha despertado por el olor de las tajadas. Susurras: “¿estas esperando que te cuente el sueño, cierto?”. No te respondo, quiero que te tomes tu tiempo. No me dejas Salir del cuarto y a quema ropa me dices: “necesito que escuches mi sueño, necesito desahogarme para dejarlo atrás”. Perplejo solo puedo sentarme en la cama y empezar a escuchar, mientras acaricio las mejillas de Nadja-Boom.

TRANSCRIPCIÓN  DE UNA PESADILLA DE LA SEÑORITA MALDOROR (SEGÚN LAS ARBITRARIAS LEYES DE AZAR):

Agua negra. Espejos que se queman. Pantanos pestilentes. Soles que se apagan. Sillas de ruedas llevando pesados bloques de hielo sucios de sangre. Círculos venenosos (?). Apocalipsis mundiales. Persecuciones en ciudades que se queman. Perros rabiosos reventando sus cabezas contra arboles llenos de frutos extraños. Multitudes apedreando una mariposa gigante. Una mujer alimentado una iguana con sus ovarios. Niños sonriendo con la dentadura sucia de excremento. Tsunamis de menstruación arrastrando unas cartas con dibujos nefastos (¿el tarot?). Una pared sumergida en el océano. La cabeza sangrante de un gato con escamas en los ojos. Una Serpiente vomitando monedas sobre el fogón. Pieles humanas colgadas sobre un cable que se pierde en el horizonte. Unos sacerdotes jugando futbol con una cabeza de muñeca. Una ciudad donde para comprar comida se debe pagar con billetes con la cara de un demonio (?).Una anciana blanca con un bebé negrito en brazos  que ríe con locura y dice una y otra vez: “Yo se los dije, yo se los dije”. Una melodía horrible que anuncia que el despellejamiento mundial (?) ha llegado. Alarmas. Gente corriendo. Sonido estruendoso de agua. Un hombre al que le cuelgan los intestinos jugando dominó. Un altar lleno de velas negras sobre un puente peatonal. Un hombre tocando un tambor dentro del agua para llamar a las sirenas de la sangre (?). Un gallo sin pico atacando con sus espuelas a Nadja… Un gallo sin pico atacando con sus espuelas a Nadja…

De tus ojos salen lágrimas. Ahora entiendo el peso de esta pesadilla. Fotos terroríficas que al unirse le dan vida a un abismo irracional donde presencias infernales dictan la sentencia de la humanidad, tu hermosa humanidad y la de nuestra hija. Permanezco en silencio. Me preguntas qué pienso. Te digo que no pienso nada, que el mundo de los sueños es tan complejo como estar despierto y tener que lidiar con la obligación de salir cada día a las sucias calles de esta ciudad hija de puta (No quiero decirte que los sueños son la revelación de lo que fueron, son y serán nuestras vidas, que si queremos cambiarlos debemos movernos y buscar las maravillas del universo). Quiero que empieces tu día con una sonrisa. No te digo que quiero llorar y olvidarme de mí y de este prolongado blogueo mental que es casi como la muerte para un soñador. Me abrazas y me das las gracias. Al olerte pienso en el mundo y en sus escritores. Pienso en todo aquello que se esconde en los sueños y que jamás se ha dado en el arte, aquello que es inexpresable y es la clave para salir de este enredo lleno de vanidad.

“¿Nos quieres?”
“¿Qué crees?”
“Que sí, que nos amas”
“¿Por qué lo crees?”
“Por tu mirada y tu desesperación”
“El mundo cree que soy un mal padre, un mal hijo, un hijo de perra sinsentido”
 “Ellos no saben nada de este amor. Yo soy tu testigo”
“…”
“Te amo”
 “Yo también te amo, pequeña Tales Boom”

EL SEÑOR UNDERGROUND

Ilustraciones tomadas de la obra del artista JEFF CHRISTENSEN

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(1981 o 1987). Agente patafísico en la ciudad imaginaria de Yellow Hell City. Fanzinero (re)negado en varios planetas del Multiverso. Fanático de los collages y los cómics de Grant Morrison y Charles Burns. Murallero crepuscular. El Amigo invisible de Rimbaud y Lautréamont.

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