Cerró el Hotel Bellavista. Sin lugar a dudas era el más tradicional, pintoresco, acogedor y famoso de Cartagena. No exagero si digo que lo conocían en todo el planeta. Generaciones enteras formadas por miles de turistas, visitantes, empresarios, artistas, entre otros, se alojaron (o vivieron) en sus cómodas habitaciones. En mucho debió influir la pandemia para que Enrique, así a secas, como le decimos y es conocido en toda la ciudad y el mundo, diera el paso pospuesto y aplazado por tanto tiempo: vender. La última vez que conversé con él sobre eso (fue hace años), me dijo que, a pesar de la carga en que se había convertido la propiedad no salía de ella porque ‘el Bellavista’ era su vida, por el agobio que le representaba el trámite de liquidar impuestos y actualizar “papeles”, y por conservar una nómina de la que dependían familias completas. A veces decía bromeando: ¿si vendo quién cuidará los árboles y se encargará de mis gatos? Me imagino que el asunto tocó fondo y no tuvo otra alternativa. Me enteré de lo ocurrido durante un encuentro accidental con uno de sus ex-empleados. La noticia me cayó como baldado de agua fría; creo que mejor sería decir, como un mazazo. Varios de los mejores momentos de relax y reposo que he tenido ocurrieron mientras leía o descansaba desgonzado en una de las enormes poltronas de madera ubicadas bajo la sombra de los frondosos ‘palos de caucho’ y almendros cuya fronda prácticamente techaba el amplio espacio del patio principal. Es de eso que hablaré enseguida.

Patio del Hotel Bellavista

El patio del Bellavista es un entorno ecológico autónomo y autosuficiente de una biodiversidad incomparable. El principal soporte biótico de ese reducido pero abigarrado ecosistema son sus árboles: varios enormes ‘palos de caucho’ y almendros, entre otros. Enrique los sembró con sus propias manos hace más de cincuenta años. En sus tupidas ramas hay centenares de nidos de todas las aves habidas y por haber que aún sobreviven en esta ciudad horrible que es Cartagena. La polícroma polifonía de sus cantos al amanecer es alucinante. Con ellas coexisten centenares de lagartos, iguanas, millones de insectos, y hasta micos y ardillas. Una vez le pregunté a Enrique cómo habían llegado ahí y me respondió con un encogimiento de hombros y una mueca en los labios. Las copas de los ‘palos de caucho’ son tan altas que sobresalen por encima de los techos y se ven desde la distancia mucho antes de llegar al hotel. El tronco del más añoso debe tener unos dos metros de diámetro y las lianas, raíces aéreas, así como los incontables fractales de su tallo, dan cuenta de su vigor, salud, firmeza, pero sobre todo de su gallarda dignidad. Además, en sus alrededores, e incluso entre sus ramas bajas y cómodas, habita por lo menos una docena de mimosos gatos que no ahorran zalamerías con visitantes y huéspedes fijos u ocasionales. Todo eso desaparecerá para siempre, el daño será irreparable. Según entiendo, el hotel fue adquirido por una firma inmobiliaria que construirá en su lugar un flamante centro comercial. Uno de los antiguos residentes habituales me dijo que Enrique estaba abatido, que le dolía más la muerte por tala de sus creaturas los árboles, la masacre de las especies que lo habitan, incluidos sus gatos, que cualquier otra situación derivada del forzoso negocio que tuvo que hacer. Sé que es verdad. Yo también estoy perturbado ante la sola idea de la cruenta depredación. En ocasiones, charlando sobre sucesos dolorosos que acaecen a conocidos, no faltan quienes dicen: ‘lo superará’; dependiendo del caso, yo anoto: ‘hay cosas que no se superan’. Sospecho que eso le sucederá a Enrique. Es doloroso perder o desprenderse de lo que se ama, sea que ocurra voluntaria o inevitablemente, sobre todo si eso se ha convertido en prolongación empática del cuerpo, la mente, y de la misma alma de quien lo creó o construyó. Hace poco, comentando este evento, alguien dijo: ‘confiemos en que por lo menos construyan un hermoso edificio’. Yo le contesté: ‘ningún edificio es hermoso’.

Lo más paradójico y triste es que todo apunta a que el centro comercial proyectado se llamará Bellavista.

Interiores del Hotel Bellavista

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Natural de Ciénaga de Oro (Córdoba). Fue profesor del Programa de Lingüística y Literatura de la Universidad de Cartagena durante veinte años. Autor de la trilogía novelística Todos los demonios conformada por Días así, Metástasis (ambas publicadas), y Proyecto burbuja (inédita). El resto de su obra se encuentra inédita, y está formada por otra novela, varios libros de cuento y de ensayo, un poemario, y otros escritos.

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