En estos ‘tiempos de coronavirus’ se ha vuelto un tópico hablar de normalidad con un sentido que inevitablemente implica el sustrato opuesto: anormalidad. La gente se pregunta, ¿cuándo volveremos a la normalidad? Se dice: cuando todo vuelva a ser ‘normal’… O: las cosas se ‘normalizarán’… Obviamente esos discursos se originan en las nuevas condiciones sociales, económicas, familiares, y en general de convivencia provocadas por la pandemia que afecta al planeta entero. La expectativa por la normalización implica que lo que sucede es anormal, y aquí es donde vale la pena plantear un interrogante. ¿Es anómalo (o ‘anormal’) lo que ocurre? Mejor dicho: ¿es anómala, anormal, la presencia del coronavirus? Con todo respeto, y muy atrevidamente, pienso que no. Creo que el fenómeno es lo más lejano a una anomalía y por el contrario se inscribe con todos sus pergaminos en el ámbito de lo normal y ordinario, como ocurre con cualquier otro evento natural o biológico. ¿Es anormal un terremoto, o la erupción de un volcán? Para nada. ¿Es anormal una afección o enfermedad, desde un simple resfriado hasta el cáncer más devastador? No. Las consideramos tales por medirlas con el rasero de la salud, y si supuestamente, ser saludable es la condición ordinaria de los seres vivos, cualquier cambio, alteración o daño de ese estado se mirará como anómalo, pero si tanto la salud como la enfermedad se miran como parte del proceso continuo y progresivo de los fenómenos bióticos, ¿qué hay de extraordinario en cualesquiera de ellas? Salud y enfermedad son tan ‘normales’ como vivir y morir una vez se irrumpe en el inventario infinito de todo lo existente.
La forma como evolucionan y mutan los microorganismos hace parte de un patrón orgánico que vincula todo lo que vive a través de complejas vecindades biológicas. Un ejemplo reciente en el terreno de la microbiología es la irrupción del VIH. Antes de llamarse así el virus ya existía y era conocido como VIS: Virus de Inmunodeficiencia de los Simios. Por una circunstancia que nunca podrá ser precisada ni establecerse con exactitud, el VIS ingresó al organismo de algunos seres humanos en ciertas regiones de África. Esa mudanza produjo una curiosa (no ‘anormal’, mucho menos ‘anómala’) mutación que lo transformó en el VIH, que no es más que el nombre que se dio a algo desconocido, que no existía antes. Y el VIH no se mudó al cuerpo humano por una temporada, a pasar unas vacaciones, sino para quedarse por siempre. La vacuna que lo controla solo puede hacer eso: controlarlo. Hoy, quienes lo adquieren y lo tratan en su manifestación temprana tienen el consuelo de seguir con vida; pero vivirán con él hasta la muerte. Hay otros casos con los que se pueden hacer equivalencias parecidas, aunque no tan graves como la anterior. Tal ocurre con la malaria (o paludismo) causada, no por un virus, sino por el parásito Plasmodium (en América: vivax) cuya transmisión ocurre por la picadura de mosquitos hembra del género Anopheles que han sido infectadas. A estas alturas de la ciber-civilización, con toda su parafernalia tecno-científica, aproximadamente un millón de personas muere anualmente en el mundo victimas del paludismo. Pero eso no es noticia. Tampoco es noticia que diariamente cuarenta mil niños mueran a causa del hambre, o por falta de agua potable, o debido a afecciones que ya no existen ni siquiera en los mal llamados países subdesarrollados… Y todo el mundo escandaliza porque en unos pocos meses, (hasta este 22 de abril de 2020, ¡el día de la tierra!) el coronavirus ha matado a unas ciento ochenta mil o más personas. ¡Gran cosa! Me pregunto: ¿las proporciones del escándalo por tales muertes serían las mismas si en lugar de en EEUU, China, Francia, Italia, y España principalmente, estuvieran sucediendo en las profundidades de África, Suramérica, Indonesia, o en otras regiones olvidadas del planeta en las cuales, curiosamente, no se registran muertes hasta ahora? Dado ese caso, no sería anormales, sino normales.
Es esa elitista razón la que ha hecho que todas las potencias del mundo se hayan organizado en una gran cruzada para enfrentar al nuevo anticristo, al impertinente ‘infiel’, al implacable terrorista, al “nuevo demonio”, (según la reciente expresión de Tedros, director de la OMS) que no distingue entre billonarios o pobretones, entre monarcas y plebeyos, entre ateos y creyentes, entre súper-atletas y famélicos. De nada serviría movilizar todos los ejércitos que existen con sus millones de soldados, sofisticadas aviaciones y marinas, ni arrojar todas las armas nucleares que reposan en silos, porta-aviones, súper-fortalezas aéreas, submarinos nucleares, a la espera de exterminar a la humanidad en una conflagración termonuclear… Ni haciendo todo eso al mismo tiempo se podría eliminar al pequeñísimo pero temible COVID-19. Una percepción cruel (en realidad torcida) desde la teodicea llevaría a la conclusión de que por fin ‘dios’ (el Dios en que cualquiera crea) decidió hacer justicia sin distingo de condiciones: económicas, sociales, religiosas, culturales, etc. Pero hacer esa lectura sería asumir una postura morbosa sobre el asunto, y la verdad sea dicha, no es para tanto. Solo por hacer el juego a la fantasía imaginemos lo que pasaría si el paludismo contagiara en la misma forma en que lo hace el COVID-19… Y que como ocurre ahora, una vacuna, como dicen los científicos, solo sea posible dentro de doce o dieciocho meses.
Pero el propósito de este escrito no es mostrar datos cercanos a la ciencia, o hacer interpretaciones moralistas o metafísicas, sino realizar un acercamiento al sentido de las palabras ‘normalidad’ y ‘anormalidad’ en el contexto de la pandemia provocada por el coronavirus. De modo que vuelvo al comienzo.
La enfermedad planetaria que afecta y amenaza cada día con mayor fuerza a la especie humana ha provocado, de contera, un fenómeno lingüístico. Podría decirse, sin intención de intimidar a nadie usando esa atemorizante expresión, que estamos ante todo un novedoso giro lingüístico. ¡Vaya elegancia! Estoy hablando bonito. Profundizar en esa idea (si de veras vale la pena, y yo creo que lo vale), es trabajo de expertos. Basta mirar los noticieros de la tele, o asomarse a las ventanas de la mediación telemática, a las mal llamadas redes “sociales” para ‘leer’ el nuevo lenguaje (mejor, nuevo habla) que deriva de la pandemia por el COVID-19. Yo me limitaré a dos palabras: normal y anormal.
Se trata de dos expresiones coloquiales que cualquier persona, sin importar su condición social o cultural utiliza con, o sin pandemias. El asunto es que el nuevo contexto en que se esgrimen, más que modificar su sentido básico, trastoca por completo la carga axiológica implícita en ellas y aquí es donde emerge el problema, o mejor, se produce el probable giro lingüístico. En lugar de meterme en enredos semánticos, precisaré algunas situaciones concretas de su caso. Partiré de la anormalidad que se aspira superar, sin perder de vista que es inevitable ir relacionando esa expresión con la que describe el estado de normalidad a que se pretende volver.
¿De qué anormalidad se quiere salir? ¿Con cuál anormalidad se pretende acabar? El desarrollo incontenible de la tecno-ciencia con todos los supuestos beneficios y ventajas que ha traído para la humanidad, ha justificado como ‘normal’ la destrucción del medio ambiente (lo que Heidegger llamó la devastación de la tierra, y en su momento Nietzsche llamara desertización), así como el exterminio de millones de especie en nombre del llamado ‘desarrollo económico’: ese monolítico engendro del capitalismo salvaje y más recientemente de la tal ‘globalización’ que un microorganismo bautizado con el acrónimo COVID-19 tiene contra la espada y la pared, y a sus agentes chillando como hienas heridas de muerte. Todo el andamiaje de la economía mundial se estremece como castillo de naipes. ¡Qué frágil era, y hasta ahora lo sabemos! En contravía con esa normalidad aceptada por un alto porcentaje de la población mundial (no por toda, felizmente), es anormal que los animales (sin importar que sean aves, peces, u otros), que habían sido desplazados de sus hábitats naturales, aprovechen la ausencia forzosa del animal humano provocada por la cuarentena, y regresen a ellos; no solo regresen: se paseen curiosos e inseguros por parques y calles, se acerquen a edificios, conjuntos residenciales, casas; que incluso, ingresen a esos antes terrenos vedados a su presencia por la amenaza que representa para su vida el gran depredador: el hombre. Lástima que solo se trata de unas vacaciones; cuando los soldados del COVID sean derrotados por la vacuna que tarde o temprano será producida… ¡Todo volverá a la normalidad! Los animales no solo regresarán; tendrán que huir despavoridos hacia los rincones más profundos e inhóspitos (en algunos casos incluso para ellos) para protegerse de la bestia humana.
Era normalidad que cada día que pasaba (antes de la pandemia) el mar se transformara un poco más en el basurero en que ha sido convertido para infortunio de todas las especies acuáticas que lo habitan: con sus intestinos repletos de botellas, plástico, trozos de metal, caucho, que los intoxican y matan lenta y dolorosamente, por no hablar de la pérdida de sus naturales condiciones de comunicación entorpecidas y dañadas por cruceros, barcos, submarinos… Normalidad era ver ríos, humedales y lagunas secarse o convertidos en lodazales, ahora escasamente recuperados en apenas cuatro meses de “abandono” humano. Y qué decir de la contaminación (con orines, sobras de comida, excrementos…), de las playas del mundo por esa plaga infame solo comparable con la de las langostas en la antigüedad: los turistas.
Se había hecho tan normal el aire contaminado por el smog que muchos se desconciertan y sorprenden ante la brillantez y transparencia del cielo, se sienten impresionados por no tener las fosas nasales mugrientas y repletas de mocos secos y negros como carbón. No faltarán quienes quieran salir de esa sana anormalidad para regresar al chiquero en que siempre han vivido. Resulta terrible decirlo, pero estoy seguro de que toda una generación que hoy por hoy está entre los seis y tal vez los nueve años, ha visto por primera vez, desde mediados de marzo hasta el momento en que escribo esto, un atardecer que valga la pena, y estoy convencido de que también por primera vez en sus cortas vidas no tienen problemas respiratorios.
Pero por curioso que parezca, los casos más terribles de normalidad y anormalidad que podrían considerarse no son lo que acabo de mencionar. Por encima de ellos están las condiciones de normalidad y anormalidad social, económica y política a que nos hemos acostumbrado, sin importar que se trate de una o de otra; ambas son igual de aberrantes. La mal llamada anormalidad que representa el COVID-19 ha revelado una pavorosa y aberrante normalidad: la de millones de personas en el mundo condenadas a vivir sin una sola oportunidad que las redima; no solo a ellos, sino a sus descendientes, por generaciones y generaciones. La sociedad estaba tan acostumbrada a esa brutal anormalidad que había terminado por aceptarla como normal. Lo más doloroso es que (como en el caso de los animales que regresarán a los rincones en que los hemos condenado a vivir), cuando la pandemia sea controlada, estos congéneres nuestros volverán a la normalidad infernal en que siempre han vivido. No tendría nada de raro (aunque sea cruel decirlo) que algunos, los más vulnerables (así los llaman eufemísticamente ahora) extrañen al coronavirus que les permitió comer algo mientras duró la pandemia. ¿Cuándo ella finalice, quién les llevará de vez en cuando una ayuda, o un mercado que les alcance para diez o quince días? Algo que no conseguirán en la situación ordinaria de su normalidad.
Dedicaré una atención mínima a las condiciones de normalidad y anormalidad políticas porque son las que menos la merecen y sería latoso e innecesariamente controversial. Baste decir lo siguiente. Se volvió normal que el más alto porcentaje de líderes mundiales, o son unos tontos, o unos esquizofrénicos probados. Y abriendo un paréntesis, esto también aplica para ciertas instituciones: industriales, financieras, universitarias, etc. Pero regreso a la política. Si la mayoría los dirigentes ocupa sus posiciones gracias a la mal llamada democracia; es decir, fueron elegidos, es porque la mayor parte de la población considera como normal que ellos dirijan su destino. Si la gente actuara de otra manera asumiría una anormalidad que al parecer nadie quiere saber cómo sería, ni siquiera por probar, de no haber “elegido” lo que eligieron. Por referirme a un solo caso, cuando hablo con personas, incluso de buena formación, sobre el futuro de las elecciones en Estados Unidos, todas (sin excepción) me dicen: Trump perderá la presidencia. Yo les respondo: apuesto a que lo reeligen. Cruzo los dedos, toco madera, y hago cuánta superstición está a mi alcance para equivocarme. Nada me hará más feliz. ¿Y qué decir del “atlético” Jair Bolsonaro, o del devoto de la Virgen de Guadalupe, Andrés Manuel López Obrador? Como dije que no hablaría mucho de las formas políticas de la normalidad y la anormalidad, voy a ir cerrando con una cita de la novela Vida y destino, de Vasili Grossman que me gusta mucho y cae como anillo al dedo. Como dice el refrán, a buen entendedor pocas palabras bastan. Dice Grossman: el mundo está dominado por hombres de escasas luces convencidos firmemente de su razón. Las naturalezas superiores no dirigen los Estados, no toman grandes decisiones.
Lamento decirlo pero soy pesimista, y contrario a lo que todo el mundo piensa, estoy seguro de que una vez superada la pandemia, nada cambiará. Esa hermosa idea de que esta dolorosa experiencia hará que los seres humanos por fin aprendan, y que ese aprendizaje se traduzca en un mundo mejor para las futuras generaciones, terminará convertida en una fantasía pasajera. Lo mismo se dijo cuando finalizó la segunda guerra mundial con sus más de cien millones de muertos, y todos saben lo que ocurrió después.
Concluyo con mi derecho a plantear la normalidad con la que sueño, y de la cual no hago excepción conmigo: que el coronavirus no sea controlado y que una vez desaparezca para siempre la especie humana, una nueva normalidad biótica instaure su dominio. Seguro de ella surgirán y evolucionarán formas de existencia más nobles y merecedoras de esta hermosa mota de polvo perdida en el cosmos llamada tierra, que ha sido privilegiada con el milagro de la vida.
8 comentarios
En la historia de la humanidad se hablan de un sin número de enfermedades que a su momento fueron de temor y miedo,, se hablan de pandemias que causaron muerte a millones de personas como la peste negra, el cólera entre otros,, el punto es que la humanidad tiene la capacidad de adaptarse a esas situaciones y permitir seguir viviendo con el problema, si hablamos de normalidad nos referimos a que todo será como antes y estamos muy lejos de que eso pase, como se dice vulgarmente “el daño ya está echo” y la única normalidad relativa es “adaptación” tener presente que el virus va a vivir entre nosotros como una gripa, asi como aprendimos a vivir el chicunguña, zika. epatititis…pero en el texto hay algo que me llama la atención y es el punto donde se habla de la fuente del virus, ,¿Por qué no decir que el virus fue creado? Acaso no hay pruebas firmes sobre esta teoría¿ el mundo científico cada dia nos sorprende mas y no quedaría de mas que esta es una de esas sorpresas
Personalmente estoy de acuerdo con la posición que expresa el autor, porque tiene toda la razón, muchas personas dicen que el covid es algo anormal y están equivocadas, las enfermedades son normales en el ser humano, es un proceso al cual nos enfrentamos todos, anormal es ver como se encuentra nuestro planeta, como la contaminación, la escases de agua, la contaminación del aire, como todas estas cosas se han vuelto normales, cuando no lo son, pero la sociedad los ha hecho ver supuestamente «normales», deberíamos de preocuparnos por lo más importante, porque esta cuarentena es la prueba viviente de que el planeta en estos meses, ha estado mejorando debido a la falta de presencia y de daños naturales por parte de las personas, el ser humano tiene la capacidad de acostumbrarse a distintos ambientes, pero esa misma necesidad hacer cambiar el ambiente y lo destruye poco a poco, ahora personalmente pienso que el covid no es el único problema o lo único anormal, tenemos que tomar en cuenta que el problema es que se aprovechan de este, o lo utilizan como una estrategia de fines económicos que afecta gravemente al país, debemos de considerar anormal, las cosas que en verdad lo son como la condición de la tierra actualmente, no el covid para mi este es algo normal, es un virus una enfermedad, pero es algo que nos puede ocurrir a todos, a nosotros no se nos debe hacer anormal la existencia de este, solo lo deberíamos de considerar como algo desconocido, pero que al pasar el tiempo se han venido obteniendo investigaciones que lo hacen ver como algo normal y que en el pasar del tiempo lo va a ser, así como antes se nos hacía raro el tapabocas y ahora ya todos estamos acostumbrados a este y lo utilizamos, así va a ser esta situación.
estoy de acuerdo con la posición del autor ya que nos has expuesto la realidad del virus ya el coronavirus es una realidad con la cual debemos aprender a convivir lastimosamente muchas veces cobra la vida de algunas personas pero no podemos hacer mucho ante eso, no podemos hablar de una pronta vida «normal» porque lastimosamente nada volverá hacer como antes o tal vez si pero tiene que pasar mucho tiempo por ahora solo debemos cuidarnos lo mas que podamos
Con cuerdo con el escritor en el primer parrafo cuando a clara que las enfermedades y los fenomenos naturales son normales, mi punto de vista es que el covid 19 nos ha abierto los ojos por que ha sacado muchas verdades a la luz el poder de los gobernates que ha intimidado al pueblo por mucho tiempo,la ignorancia de decir como algo nuevo que el covid ha matado millones de personas es cierto pero esas millones de personas tambien murieron por hambre antes en paises como africa,colombia en ciertos territorios y nadie menciona esas muertes y se siguen muriendo otra cara de la moneda es que los paises mas desarrollados llevan la mayor cantidad de muertes por el covid 19 y los paises como africa que no estan desarrolados tanto economicamente y politica son los han reportados menos cantidad de muertos por covid 19 pero si con mas cantidad de muerte por hambre,conomia y diferentes clases de enfermedades y no han sido mensionadas. Viene siendo anormal que mueran por hambre la gente de una sola clase social (pobre) y normal que mueran por un virus que se veia venir por el mal estado del mundo en el ambito ambiental gente dediferentes clases sociales
Me pareció muy interesante este artículo ya que nos ayuda a ver más allá de lo que pasa en nuestra realidad actual, y es que es muy cierto que existen tantas enfermedades que podrían acabar con un sin número de personas, pero como no llega a todo el mundo, nadie se entera de lo que sucede a nuestro alrededor y otros simplemente hacen de la vista gorda, como si nada pasara, en cambio cuando entran en juego aquellos países con mejor posición económica, todos solemos enterarnos. Además estábamos tan acostumbrados a nuestra vida antes de la pandemia, que con este cambio repentino, catalogamos al covid como algo anormal, la frase más común para los planes en multitud siempre suele ser “ahora que todo esto pase”, y aunque todavía exista un miedo por este virus, muchos a están cansados de estar encerrados en sus casas, de tener tanto protocolo en el día a día, tal vez por eso muchos estén deseando que todo acabe, mas allá de que con esta pandemia por fin hayamos visto un hermoso atardecer, lo que era cotidiano para nosotros puede sonar algo más hermoso, por muy mal que parezca
Si bien el texto intenta argumentar a favor de la interpretación del coronavirus como algo normal, hay puntos en los que la tesis da a torcer el brazo debido a que hace omisiones de hechos relevantes que contradicen este planteamiento. En primera instancia, el punto de vista del autor tiende a ser simplista. En determinado momento señala que al coronavirus se le puede establecer cierta analogía con otros virus y enfermedades, específicamente cita al VIH y al parásito Plasmodium que provoca la malaria, además nos comenta que la cifra de mortalidad que tiene no se compara al de otras causales de este índice tales como la pobreza o la escasez de alimentos en algunos lugares del mundo, entonces ¿Cuál es el problema de estas comparaciones? Primeramente, manifiesta ignorancia, ya que desconoce las peculiaridades del SARS-CoV-2 al asumir que es semejante a otro tipo de epidemias, sin embargo, este en particular es especial debido a su alto grado de infección que de no llegarse a controlar no solo podría aumentar aún más la mortalidad, si no que elevaría la posibilidad de mutar y así mismo hacerla más letal. Lo que hace de esta situación algo alarmante no su establecimiento en países del primer mundo, si no el poder que puede llegar a alcanzar el virus para exterminar a los seres humanos de hacerse más peligroso, algo no lejos de la realidad. Ciertamente, el microbiota ha estado siempre presente en nuestras vidas, lo que no significa que la situación actual haga parte de la normalidad, ya que sus efectos, tales cómo el aislamiento masivo, conforman algo nunca antes visto, marcando un hito en nuestra historia. En resumen, ni el coronavirus por el hecho de ser virus, ni la situación actual es algo normal, ya que el primero en su marco biológico compone algo diferente a los demás patógenos porque no todos los virus son iguales y el segundo es un hecho al que prácticamente la mayoría de personas a lo ancho del mundo no están acostumbradas.
A lo largo de la historia los seres humanos nos hemos visto envueltos en un sin fin de enfermedades infecciosas o pandemias, que no han sido iguales, pero siempre el ser humano ha sido capaz de adaptarse a estas situaciones, realidades y hemos evolucionado al punto de ser inmunes a estas enfermedades. Y la dichosa «normalidad» puede variar repentinamente creando una «anormalidad» como muchos catalogan a el Covid 19, una realidad que quieren que acabe.
En cuanto a la economía con la salud, una se complementa con la otra en muchas ocasiones ,pensemos en que si no hay dinero, no hay salud y viceversa. Pero debemos tener en cuenta que a muchos solo les interesa la economía, se aprovechan de la situación para sacar su «tajada» como muchos los dicen, de los dineros que son destinados para gente que realmente necesita ayuda con esta pandemia.
Para finalizar sabemos que nada volverá a ser como antes, esa «normalidad» que tanto anhelamos no volverá y lo que ahora consideramos como «anormalidad» en un tiempo será la nueva «normalidad».
En estos ‘tiempos de coronavirus’ se ha vuelto un tópico hablar de normalidad con un sentido que inevitablemente implica el sustrato opuesto: anormalidad. La gente se pregunta, ¿cuándo volveremos a la normalidad? Se dice: cuando todo vuelva a ser ‘normal’… O: las cosas se ‘normalizarán’… Obviamente esos discursos se originan en las nuevas condiciones sociales, económicas, familiares, y en general de convivencia provocadas por la pandemia que afecta al planeta entero. La expectativa por la normalización implica que lo que sucede es anormal, y aquí es donde vale la pena plantear un interrogante. Lo haré en forma de pregunta-problema: ¿es anómalo (o ‘anormal’) lo que ocurre? Mejor dicho: ¿es anómala, anormal, la presencia del coronavirus? Con todo respeto, y muy atrevidamente, pienso que no. Creo que el fenómeno es lo más lejano a una anomalía y por el contrario se inscribe con todos sus pergaminos en el ámbito de lo normal y ordinario, como ocurre con cualquier otro evento natural o biológico.