Por Romina de Elera Pedrosa.  

Son muchas las artistas que a través de las diferentes disciplinas del arte contemporáneo como la fotografía, el performance, la pintura, etc., expresan aquello que las preocupa, que las hace sufrir, que las tortura y las come por dentro. Con sus obras, denuncian la violencia que la mujer ha sufrido a lo largo de la historia y que sigue sufriendo por parte de los hombres, tanto a nivel político, como ideológico y cultural, mostrando de manera en ocasiones explícita y provocadora los abusos del sistema patriarcal, que naturaliza las desigualdades, la violencia de género, el cuerpo cosificado de la mujer sometido al hombre o en extremo el feminicidio. Pero no son las primeras. Ya a principios del siglo XX, podíamos encontrar artistas como la argentina Leonor Fini, quien con sus obras surrealistas desafió los convencionalismos pintando mujeres en posición de poder, o a la mexicana Frida Kahlo quien luchaba por dar visibilidad a la mujer en sus obras creando así una estética femenina.

Entre las más recientes cabe destacar a la francesa Orlan, quien cuestiona con muchos de sus trabajos el imaginario femenino occidental y la identidad femenina a lo largo de la historia; a la estadounidense Cindy Sherman, cuyas fotografías critican el papel de la mujer en la sociedad patriarcal, y cómo esta está obligada a interpretar su género; a la guatemalteca Regina José Galindo, con performance como “El dolor de un pañuelo” (1999), “Piel” 2001, “Himenoplastia” (2004) o “Perra” (2005), a través de los cuales denuncia la violencia de género; a la mexicana Lorena Wolffer, cuya obra aborda también este tipo de violencia y los estereotipos femeninos, como por ejemplo “Mientras dormíamos”, en la cual reproduce en sí misma los golpes, cortadas y balazos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, transformando su cuerpo en vehículo para representar la violencia hacia la mujer; o a otras muchas como la serbia Marina Abramovich, la francesa Gina Pane, o la ya fallecida Ana Mendieta de Cuba, quienes al igual que Galindo o Wolffer, intervienen su cuerpo castigándolo para acercar al espectador a la más cruda de las realidades.

La mancha, 2014.

Si centramos nuestra mirada en el Caribe Colombiano, más concretamente en la ciudad de Cartagena, encontraremos artistas como Helena Martín Franco quien, mediante el performance, el video, el dibujo, la instalación o las intervenciones en el espacio público, aborda como la identidad de los individuos se va recomponiendo en contextos multiculturales, un ejemplo es Fritta Caro, personaje con el cual invita a reflexionar sobre el prototipo de la artista latinoamericana en el imaginario occidental; Ruby Rumié, quien con su obra “Hálito Divino” visibiliza el dolor silenciado de 100 mujeres víctimas de violencia de género y con “Tejiendo calle” muestra una cara distinta de las palenqueras, consideradas en ocasiones como atractivo turístico de Cartagena, o la arquitecta y artista plástica Alexa Cuesta, cuya obra gira en torno al feminismo, la ecología y el compromiso social.

Pero me gustaría centrarme en una artista cuyas obras una vez vistas, no dejan a nadie indiferente. Estoy hablando de Martha Amorocho, artista cartagenera quien, a través del dibujo, la pintura, la fotografía, el video, o diversas acciones, hace reflexionar al espectador sobre controvertidos temas de contenido feminista. Además de haber participado en diferentes exposiciones colectivas en Colombia y el extranjero, su obra ha sido galardonada con diversos premios y varios de sus trabajos forman parte de la colección del Banco de la República, la colección del Museo de Arte Moderno de Cartagena o la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá.

Su trabajo parte de las secuelas psicológicas generadas por la violencia de género, como ella misma describe en su blog,

“Tengo la intención de hablar sobre las transformaciones internas que se derivan de estas agresiones y que todavía hoy son banalizadas por nuestras sociedades… intento verbalizar mediante la imagen fotográfica las palabras de lo indecible, las texturas de lo intocable”.

Bajo este enfoque, encuentra necesario representar un cuerpo que se reinventa a sí mismo en un constante movimiento, donde se unen lo real y lo imaginario.

Martha, quien fue víctima de un acto de pedofilia en su infancia, traduce su dolor en arte, mostrando su universo interior en un proceso catártico cuyo fruto es un trabajo visceral, valiente e impactante, que hace reflexionar al espectador, y lo remueve por dentro.

Obras como Desapariciones (2015), La Piel (2014) o Le visage de la honte (2015), muestran cuerpos que se desdibujan reflejando la sensación de querer desaparecer o de sufrir una pérdida de identidad después de haber sufrido un episodio de violencia de género.

C’est ma faute, 2006

También están presentes en su trabajo la culpa, la mancha, y la sensación de no poder desprenderse de ninguna de ellas. De estar marcada de por vida. Como vemos en C’est ma faute (Es mi culpa), de 2006, donde su piel aparece marcada por clavos, Marca en la piel, 2002- 2003, registro fotográfico de una acción en la cual la artista se realiza incisiones con aguja sobre su propia piel, La mancha, 2014, donde su cuerpo herido por unas ramas que lo atraviesan se desvanece en una gran mancha negra, o el tríptico Lo llevo puesto (2004), en el cual varias manos masculinas se deslizan por su cuerpo, reproduciendo así, ese recuerdo doloroso del cual no se puede desprender.

En otras de sus obras, Martha hace referencia a los requisitos que una sociedad machista y religiosa impone a las mujeres, como en Cirugía (Chirurgie), 2016, dibujo realizado con vello púbico, cabello, y látex que nos muestra una mujer sentada cosiendo su sexo, haciendo al espectador reflexionar sobre el tabú de la virginidad.

Una de las obras más impactantes de Martha es El silencio me consume (2002). 23 fotografías en blanco y negro que registran una acción simbólica en la cual la artista bebe 23 sorbos de semen, un sorbo por cada año que guardó silencio sobre el acto de violencia sufrido en su infancia. Este trabajo hace reflexionar al espectador sobre una sociedad patriarcal y machista que silencia a las mujeres que sufren violencia de género, con sus prejuicios, tabúes y doble moral, donde muchas mujeres no se atreven a contar lo sucedido, por no ser juzgadas y culpabilizadas.

El trabajo de Martha Amorocho, no sólo llama la atención a nivel estético, sino que se hace pertinente ante la necesidad de un arte que denuncie las desigualdades y la violencia de género, acercando al espectador a la realidad, ante el reto que supone no sólo hacerlo reflexionar, sino provocar un cambio en mentalidades y actitudes. A este respecto A.Cuesta (2013) afirma,

“El enfoque de género o perspectiva de género es totalmente necesario en nuestro contexto Caribe porque nos permite ver la diferenciación y lanzar nuestro grito frente a hegemonías culturales, al machismo enquistado y el armazón de poder desde el cual se construye la política cultural, que es así mismo excluyente ante otras minorías sociales”. (Cuesta, 2013).

Es de admirar también, la valentía de la artista en un contexto como el Caribe colombiano, ya que como afirma A. Cuesta (2013) existe un miedo a plantear posturas reivindicativas contra todo tipo de opresión ya sea esta, sexual, religiosa, política etc y a manifestar una identidad sexual públicamente, en una sociedad censuradora como es la del Caribe.

El silencio me consume, 2002.


Referencias bibliográficas:

Artistas. Martha Amorocho.

Recuperado de: http://artecontraviolenciadegenero.org/?p=1768

Blog Martha Amorocho. Recuperado de: https://marthaamorocho.wordpress.com/

Cuesta Flórez, Alexa (2013) Mujeres artistas del Caribe colombiano bajo la perspectiva de género o ¿fuera de ella? Fecha de consulta: 03/01/2018. URL: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5810339.pd.

 

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