Por Mauricio Aragón

Lo que se conoce como literatura policíaca empieza con Edgar Allan Poe en 1841, cuando se publica The Murders in the Rue Morgue. Más concretamente, el relato policial lo inventa el maestro de Boston gracias a su detective, el caballero francés Charles Auguste Dupin, el primer detective de la historia según Borges. Desde el Padre Brown de Chesterton, pasando por Sherlock Holmes de Conan Doyle, hasta el doctor Gregory House o el descifrador japonés Kogoro Akechi de Edogawa Rampo, podemos sentir la persistencia de la influencia de Poe. En cada uno de estos personajes se exalta la inteligencia y el raciocinio, encumbrándose las capacidades de desenredar confusiones y misterios.

 El crimen viene a ser eso que el analista busca aclarar, a quien, en palabras de Poe “Le encantan los enigmas, los acertijos, los jeroglíficos, y al solucionarlos muestra un grado de perspicacia que, para la mente ordinaria, parece sobrenatural[1]”. El crimen entendido como manifestación misma de la maldad, se conjura porque la razón se impone y organiza atando los cabos sueltos de la realidad. El misterio, lo oculto, la verdad vedada a simples vistas empaña los hechos. Hay un velo tendido sobre cierta fracción del mundo que debe ser apartado y ahí juega el detective con sus cualidades analíticas. En el arquetipo que es Dupin se aprecia una sensibilidad finísima con la que se logra una empatía desde la que se interpretan las circunstancias, los gestos y comportamientos humanos. Borges escribió de Poe que este concibió la existencia como algo atroz y que, en su vida, de hecho, abundó la desgracia y la convulsión. Sus invenciones se componían como nichos de belleza que salva y eleva, y en ellos “lo atroz es la destrucción de la vida”. Se tiene, así, que el arte ilumina y redime.

Es conocida la afición por el licor que procuró y padeció el autor de The Mystery of Marie Rogêt y de The Purloined Letter. Baudelaire concluía que, en ciertos casos, la embriaguez de Poe resultaba ser un moyen mnémonique: un mecanismo de mnemotecnia, un “método enérgico y mortal”.  Sin embargo, el agudo y analítico Dupin es la encarnación de la sobriedad y el atino, del control y la lucidez razonadora. Ese interés de Edgar A. Poe por lo oculto, por lo no sabido, lo acerca al hermetismo filosófico. Los que no solo “sueñan de día” ganan para sí “visiones de la eternidad” (they obtain glimpses of eternity). Así que muchos de sus personajes ven derrumbadas sus dichas con la muerte de la mujer amada, y antes o después les es dado experimentar la gloria divina y la nada sin nombre, no sin antes pagar una cuota de horror y dolor profundo.

El detective es el personaje que nace del perfeccionamiento de las facultades de la inteligencia, del rigor en el análisis. Puede decirse que es un prototipo de la mirada cartesiana del mundo, con ciertas salvedades. La manera como se ubica en la realidad es haciendo gala de sus dotes de observador metódico y se le conoce por atemperar sus pasiones.

La otra cara de este personaje matemático y preciso (resolvent) es la que surge en esa ficción perturbadora que es Eleonor, o en Berenice. Asimismo en el amante de Ligeia, o el de Morela.

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Por A Scandal in Bohemia, sabemos que el amor y las emociones que suscita se le figuraban aborrecibles a Sherlock. La invención de Conan Doyle respira nítidas herencias venidas de Poe y atribuye nuevos elementos al detective, el cinismo es uno de esos, y el uso de un psicoactivo con el que se intensifica el poder de la observación.

Eran muy recientes las investigaciones sobre los efectos de la cocaína en Europa, mientras que las sociedades que estaban al sur del joven continente antes de la Colonia conocían las posibilidades de la planta–con frecuencia aprovechadas en rituales religiosos— que la farmacología occidental llamaría Erythroxylon coca.  Freud publica en Viena, en 1885, un artículo en el que expone los resultados de sus ensayos con la sustancia y refiere el mito de Manco Capac, el Hijo del Sol, quien entrega a los sufrientes mortales la hoja sagrada y con ella los secretos y el conocimiento de los dioses.

Holmes se administraba cocaína en una solución al 7%.  Una primera investigación sobre la sustancia basada en experimentos en animales se publicó en 1874. Freud menciona los trabajos de A. Bennett en Inglaterra en ese final de siglo y documenta los usos del alcaloide como estimulante, antidepresivo y anestésico.

De modo que el detective inglés la toma para aumentar la capacidad física del cuerpo, para deleitarse más en sus trabajos mentales (brain-work). Pretende, además, negarse al dolor, distanciarse del mundo con aires de superioridad. Ya desde la primera página de A Scandal in Bohemía, Watson informa que, si bien Sherlock Holmes admiraba enteramente a Irene Adler, de quien decía que eclipsaba al resto de las mujeres, le repelían las emociones fuertes por distorsionar sus afinados mecanismos, sus decisiones y su carácter, en suma.

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Se procede a través de un cierto maniqueísmo cuando en la obra se sitúa el mal, nombrado enfermedad, crimen o enigma en un extremo, mientras que, en el otro, se afinca el pensador, el que resuelve, el que alcanza la verdad. Esto se constata en el Padre Brown de Chesterton, clérigo versado en los mecanismos de la maldad, luego de conocer miles de historias, protegido por la piedad y el confesionario. Entonces él, está al otro lado del crimen y al otro lado del pecado. Su conocimiento de la minucia humana y de sus bajezas no lo contamina porque guarda su inocencia y su bondad, como el mismo Chesterton,  en la fe de Roma, para usar la expresión de Borges.

Ernesto Sábato se cuestionaba si el título era la metáfora esencial de un libro, y yo me pregunto si The Innocence of Father Brown (1911) constituye una, no sólo del libro sino además del protagonista. En español ha sido traducido por el mexicano Alfonso Reyes Ochoa como “El candor del padre Brown”. Si bien la palabra candor está llena de unas sonoridades hídricas deseables, la palabra inocencia nos pone de pie frente a uno de los nervios de la literatura policial. Es más que frecuente la inclusión en estas narraciones de un sujeto, al cual se le endilgan culpas que no son suyas. El error que propicia el desconocimiento de “la verdad” es una reverberación del crimen, cuyos rasgos abominables no sólo se manifiestan en los inmediatos damnificados sino que infectan en un momento posterior a víctimas advenedizas, y fue The Murders in the Rue Morgue el cuento que inauguró en el género el leitmotiv del falso culpable.

Entre el detective y el objeto de su observación, que no es otro que el mundo, permanecen unas tensiones que lo enfrentan a su naturaleza humana, febril  y falible. Quizá Dupin haya sido el más distante y el más frígido de todos y eso se alteró en los nombres subsiguientes que tuvo en sus personalidades emergentes.

Resulta oscilante la postura del investigador, con unas cercanías de talante variado al respecto del crimen, inclusive, siendo él mismo un condenado, un delincuente, o por lo menos, alguien a quien se le dispensa ese tratamiento, como al Isidro Parodi de Honorio Bustos Domeq, que desde el lugar de su prisión aclara los misterios criminales. De manera que hay una discusión ética que subyace en el tema de lo detectivesco y los instrumentos primerizos con los que se buscó zanjar fueron el balance, la prudencia y el raciocinio. La metáfora más poderosa y sencilla, a propósito, la obtuvo Poe con Dupin descubriendo que un animal, un orangután, era el causante del horrendo crimen de la calle Morgue. Los hechos que en ese relato se pretendían dilucidar representan la brutalidad, la inmundicia de la violencia, que allí no se desprende ni un palmo de su médula estúpida y absurda.

Ahora, ese uso de la razón metódico, riguroso, calibrado, está insuflado por las preocupaciones de una voz que, como la de Poe, era la de un herido con su fin de siècle. Se vislumbra una bella crítica a todo eso en lo que se convirtió el ego cogito cartesiano. En su traducción de The Murders in the Rue Morgue, Cortázar vuelca el significado de In his wisdom is no stamen[2] en la frase “No hay fibra en su ciencia”, que acaso nos ubiqué más en el terreno de una discusión epistemológica que Poe apenas dejó entre líneas. Una de las explicaciones que podría darse siguiendo la lectura de Cortázar, referida a la opinión de  Poe sobre la ciencia cartesiana, la anota Dupin:

“(…) impaired his vision by holding the object too close. He might see, perhaps, one or two points with unusual clearness, but in so doing he, necessarily, lost sight of the matter as a whole”.

Este fragmento destila con ironía una refutación de la especialización y del conocimiento fragmentado y deshumanizado y de toda su madeja de disciplinas del aburrimiento y la mecanización. 

¿Quién niega que de la inteligencia y del saber ha surgido la terca vanidad y el orgullo de la razón, quién niega sus monstruos? En la grandiosa novela Il nome della rosa el erudito Umberto Eco lleva este argumento a un clímax insuperable y su detective, fray Guillermo de Baskerville, tiene que tramitar sus pesquisas en medio de debates bizantinos, cantos gregorianos y homicidios despreciables. Con Baskerville el sabio italiano además de emular el leitmotiv del amigo inseparable, pues, Adso es su Sancho Panza o su Watson, instrumenta también una sustancia que excita y agudiza el ingenio y la creatividad del detective. Se recuerda ese pasaje en el que se lo ve sacar unas hierbas de su hábito[3] –tal vez belladona o cáñamo— y después de masticarlas aflora en serenidad e inspiración.    

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Jean Cocteau escribió en 1930 que el papel del poeta no era probar. Quien como Poe expresa los movimientos del espíritu en el descenso y vuelve con sus imágenes órficas o dionisiacas, con sus paraísos de fantasía, con sus bellezas inauditas, revela así su voluntad afirmada y encendida. Baudelaire reconoce estos destinos amargos, diría individuos únicos que hacen parte de otra especie. Detrás de ellos un ange aveugle, un ángel de expiación, una diosa desgracia “robándose las palomas” de la alegría.

Hay una paradoja en Poe cuando postula el origen racional del arte; su opinión de que la obra no es una creación del espíritu sino del intelecto. Esta parece una clara afirmación de Dupin, sobrio y apolíneo, y no del propio narrador, habitante natural de la embriaguez y del exceso. Son más las presencias en Poe que beben en la fuente de sus alucinaciones, en la faceta de su espíritu que tendió a lo sobrenatural, al miedo y a la pesadilla.   

En una cuidada edición de la llamada “Biblioteca personal de Borges[4]” se congrega un inventario misceláneo de los relatos de Gilbert Chesterton, y en el prólogo el sabio profetiza la caducidad del género policíaco. Los múltiples rostros que ha tenido Dupin, quiero decir Poe, lo han negado y lo han venerado y tienen que ver con la eterna e irreductible disputa que persiste en todos, las dos fuerzas de las que estamos hechos.


[1] Realmente esas palabras son las de Cortázar traduciendo las de Poe, quien escribió originalmente: “He derives pleasure from even the most trivial occupations bringing his talents into play. He is fond of enigmas, of conundrums, of hieroglyphics; exhibiting in his solutions of each a degree of acumen which appears to the ordinary apprehension preternatural”.

[2] En su sabiduría no hay estambre.

[3] “Pero no tarde en advertir que Guillermo estaba absorto con la mirada perdida, como si no hubiese nada. Un momento antes había extraído del sayo un ramito de aquellas hierbas que le había visto recoger hacia varias semanas. Ahora lo estaba masticando, y parecía producirle una especie de serena excitación. En efecto estaba como ausente, pero cada tanto se le iluminaban los ojos, como si una nueva idea se hubiese encendido en el vacío de su mente”. EL NOMBRE DE LA ROSA. Umberto Eco. RBA editores, S.A (1993).

[4] LA CRUZ AZUL Y OTROS CUENTOS, Gilbert Chesterton, Hyspamérica Ediciones Argentina, S.A. Edición exclusiva para Ediciones Orbis, S.A.(1988)


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Realizó estudios de derecho en la Universidad de Cartagena y la Universidad Externado de Colombia. Desde 2012 escribe en El Laberinto del Minotauro. Ha hecho colaboraciones para el diario El Espectador y para la revista Otras Inquisiciones. Es autor del poemario inédito Las cenizas de la luna.

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