Del 27 al 30 de enero se llevó a cabo en Cartagena el Hay Festival, la celebración de las ideas y el pensamiento que se cita cada año en esta ciudad de atardeceres en el mar,  y que reúne a diversos representantes de distintas áreas del conocimiento, supuso este año la vuelta a la presencialidad. En ese marco, tuve la oportunidad de escuchar a grandes autores, quienes enriquecen la palabra escrita y oral, haciendo de la escritura un evento festivo.

Una de ellas fue Irene Vallejo, a quien se reconoce por escribir un ensayo que lleva ya cuarenta ediciones, siendo traducido a más de 30 idiomas y que narra la historia de los libros con una prosa poética. Su narración es exquisita, una experiencia en la que se ponen a prueba los sentidos, de la que surge la poesía como un cataclismo en la mitad de una frase sencilla. 

Quizá por eso, Borges, algún día escribió:

“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.”

A esto, añado la oportunidad de pensar en la suerte que hemos tenido al encontrar ciertos libros que han marcado nuestra historia, que han nombrado nuestras penas y dolores, pero también con los que hemos vivido los sobresaltos de una segunda vida, de una segunda historia batallada por personajes que a veces son el reflejo de nosotros mismos. Y esta especie de suerte es alimentada por el camino recorrido por los libros hasta nosotros, por las travesías enfrentadas a lo largo de la historia y por quienes han sido sus guardianes, siempre secretos.

En el 2019 fue publicado el libro “El infinito en un junco” de Irene Vallejo, cuyo contenido retrata la travesía vertiginosa de los libros desde los lugares más ostentosos hasta las manos de lectores apasionados. Es un libro de guerra y de amores, o como Irene lo nombra “de una aventura colectiva” en la que nos aventuramos con jinetes, galopando al borde de nuestra propia inequidad. Ahora que recurro a la imagen del jinete, pienso que el oficio silencioso al que se consagra un lector, muchas veces es interpretado como una permanencia estática en la que el sujeto (lector) es sedentario; pero la lectura, al contrario, nos mueve, nos traslada, nos subvierte.

Irene es escritora y filóloga, nacida en Zaragoza, España. En el 2011 publicó lo que sería su primera novela, La luz sepultada y tiempo después, El silbido del arquero. En el terreno de la literatura infantil y juvenil, ha publicado obras como El inventor de viajes y La leyenda de las mareas mansas. Inmensamente galardoneada. En el 2020 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo con el libro El infinito en un junco, del que estraigo este precioso párrafo:

“Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. Ella era la rapsoda; yo, su público fascinado. El lugar, la hora, los gestos y los silencios eran siempre los mismos, nuestra íntima liturgia. Mientras sus ojos buscaban el lugar donde había abandonado la lectura y luego retrocedía unas frases atrás para recuperar el hilo de la historia, la suave brisa del relato se llevaba todas las preocupaciones del día y los miedos intuidos de la noche. Aquel tiempo de lectura me parecía un paraíso pequeño y provisional —después he aprendido que todos los paraísos son así, humildes y transitorios—”.

***

Durante la rueda de prensa con Irene, alguien se levantó y dijo algo muy cierto: los lectores siempre conocemos el rostro de los escritores, pero ellos nunca nos conocen a nosotros, somos secretos, silenciosos. Y he ahí la belleza de un libro, más allá del temblor que nos provocan las historias, vale la pena detenerse a pensar en las casualidades del pasado que nos permiten hoy acariciar sus letras, tomarlos en nuestras manos, rotarlos para que tengan otras vidas; dicen que en España se mantiene la costumbre de dejar libros en las bancas dispuestas en los parques, con el fin de que otros los encuentren y el proceso sea cíclico, como la vida.

Irene tuvo un encuentro con los bibliotecarios de Medellín, a quienes nombra con cariño y admiración al ser las personas que hacen posible que los libros nacidos para aristócratas y letrados, lleguen a los barrios a trastocar la vida de las personas. Para ella no es un secreto la realidad en la que está sumergida la ciudad y el país, llena de injusticia y precariedad, del dolor que cargan los corazones sacudidos por la violencia, por eso insta a hacer de la lectura un lugar hospitalario en el que se den pequeños pasos hacia la sanación, en el que se recibe a los individuos para fomentar la virtud poderosa de lo colectivo. La palabra -oral o escrita- sana  y en algunos casos, como lo dijo Alberto Salcedo Ramos, es el espejo en el que nos miramos.

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Nacida en Cartagena, a la sombra de palos de mango. Estudiante de Periodismo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, ha colaborado en medios locales como Canal Cultura, cubriendo temas de interés cultural. Amante de la música y del olor de los libros viejos.

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