Nos encontramos en uno de los pasillos de la universidad y salimos sin rumbo fijo a buscar a la aventura a donde fuera que se encontrara. En realidad más que un lugar determinado en el que compartir opiniones de la vida, lo que me interesaba era conocer a mi acompañante más allá de los saludos en la banca, de las frases sueltas sobre libros y el saber que le gustaban los rollos de la cultura japonesa.
Taliana me contaba cómo era su vida después de que le sacaran la vesícula. Las paredes y los balcones nos miraban con el típico aburrimiento de quienes ven y escuchan un millón de conversaciones transcurrir cada tarde. Pero soy un tipo curioso y todo lo que sea nuevo me parece extraordinario y me lleva a preguntar como si fuera un chiquillo, por eso me era indiferente el aburrimiento de las calles a esa hora, y me sorprendía de la fuerza de voluntad que debe tener una persona para dejar de comer ciertas cosas deliciosas y nocivas, y así cuidar su salud, después de una operación como esta.
Continuamos caminando y subimos la muralla (¿para qué hijueputas quieren el nombre de los lugares por los que pasamos? Sé que no les darán la importancia que merecen). Nos sentamos en “Café de al lado” junto al roba espacio elitista Café del Mar. Ella sacó una caja de clavos para el ataúd y me la entregó, yo los fumé feliz y agradecido. Faltaba menos de una hora para que el mono se zambullera en el mar. Por ahí había un montón de turistas mugrosos y sonrientes por la X y la Y y la Z de Yellow Hell City (No era para menos).
Le pregunté a Taliana qué libros había traído y sacó de su morral dos obras: “Bonsai” de Christine Nöstlinger y “El perfume” de Patrick Süskind. Me contó cómo Bonsai se había convertido en un libro que marcó su vida, las veces que lo había leído y de cómo influyó en su deseo de convertirse en escritora. El libro trata sobre un pequeño hijo de puta al que le gustaban las drogas hechas por insectos que se emborrachaban con excremento de androides bebés (Jajaja es broma). En realidad es la historia de un pequeño hijo de perra que tiene sexo con su abuela mientras fumo porros armados con las páginas de la biblia (jajaja otra broma). Si quieren saber de qué va, averigüen.
Siempre me ha parecido hermoso y sincero escuchar hablar a cualquiera sobre cuál fue su libro-detonante, su libro-bomba. Siempre hay un antes y después. En la vida de todo hombre es necesaria una explosión producto de las palabras (es posible que la sola mención del título de una obra cambie la conciencia de un individuo. Por eso el analfabetismo o la falta de lectura no es una excusa de peso. Si usted lee esto y lo entiende, es porque en algún momento del pasado, las palabras, en su sentido más profundo, le patearon el cerebro).
Luego llegó Leidy a hacernos compañía. Ellas estudiaron juntas la carrera de Lingüística y Literatura. Son unas urracas parlanchinas, unas brujas que ríen de sus maldades. La conversación giraba en torno a todo y a nada. Debo confesar que mi estado de ánimo estaba hecho mierda, producto de enterarme en la mañana, que un pariente al que apreciaba mucho, había muerto de forma inesperada (me disculpo con T por no llevar el encuentro al lado más emocionante).
Al rato llegó un chicharrón a interrumpir. El tipo les miraba las tetas (las dos son tetonas) y hablaba de blablablablabla-que-aburrido-escuchar-su-apologia-al-progreso-y-a-las-elites-y-a-toda-la-mierda-que-me-importaba-un-rabano-en-esa-tarde. Luego de media hora, ellas tomaron la iniciativa y me sacaron de ese hueco-conversación. Me despedí del granuja y caminamos.
Luego por arte de magia, entre risas y fotografías, llegamos al Monumento Unión De Los Océanos, o más bien al restaurado Monumento Unión De Los Océanos. Ahí el mar y la brisa hicieron los suyo: la belleza del horizonte sumergió a cada uno en el laberinto acuático de sus pensamientos. Las palabras se llenaron de silencio, un silencio que quedó flotando el resto de la noche. Sin que lo mencionara, vi en las dos, la extraña belleza de la llama de una vela en un cuarto oscuro. Algo de tristeza y soledad escapó de sus miradas. Yo fumaba y miraba las luces de los carros y los edificios en Bocagrande (y maldije la bellexería idiota de imaginarlas desnudas sobre una ola, más allá del límite, casi siempre vulgar, del deseo de la carne).
Una vez más por arte de magia, aparecimos en el Parque de la Marina (la puta magia me ahorra tener que describir nuestros movimientos de un lugar a otro). Ahí nos sentamos en los escalones y cada uno confesó un poco de sus amores, de sus derrotas y sus perversiones. Las risas de Taliana y Leidy hacían juego con las estruendosas canciones de Hip Hop que escuchaba un grupo de bailarines que practicaban una coreografía y los jovencitos skaters, que hacían trucos desafiando la gravedad.
Una hermosa gatita se nos unió y empezó a jugar con los tres. Cada uno la acarició a su manera. Cada uno demostró su amor a los animales. Éramos un niño y dos niñas (tetonas) jugando con un animal callejero (y libre). Debo agregar que en un momento la gata me mordió la mano como diciendo “eso lo hacemos los gatos y no te puedes molestar” (en mi interior una voz decía: gata hija de puta, ganas no me faltan de quemarte con mi cigarrillo. Jajaja).
Fue una tarde y nochecita extrañas a pesar de la tranquilidad y de lo fragmentado de cada acto. Si me preguntarán el motivo no sabría que responder.
Doy las gracias a Taliana Montes por animarse a invitar al Señor Underground a salir a Buscar lo que no se nos había perdido. Es de valientes pasear con extraños peligrosos (o tontos imprudentes). En serio fue un placer conocer otras facetas de su personalidad. Espero que esta experiencia le sirva para reforzar su búsqueda creativa, que solo necesita ser estimulada por nuevos aires y nuevas palabras. También agradezco a Leidy Ramos por animarse y acompañarnos una vez más (y aguantar mis rollos paranoicos).
El espíritu de las ciudades es tan desconcertante como el corazón de los hombres. No hay ciudades definitivas mientras haya hombres viviendo en ellas. De principio a fin, el abismo de la urbe se abre esperando tu caída o tu ascenso.
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Con esta columna doy por terminado el experimento de “¡Buscando lo que no se te ha perdido!”. Punto final.
EL SEÑOR UNDERGROUND
Fotografías: El señor Underground.