Los carros poseídos, los gatos zombis, los espectros, alienígenas y los poderes de la mente, todo eso quedó atrás hace mucho tiempo. Ahora King es un hombre de thrillers que, de vez en cuando, regresa a sus viejas creencias sobrenaturales. Y eso está bien, porque ha sido el paso necesario para el género que fue popular hace más de veinte años. Pero para muchos, aquello es el retroceso de quien fuera el autor más aclamado del horror.
Con Después, su más reciente novela, King vuelve a explorar los caminos del género policiaco, aunque esta vez intentando mantener arriba la llama de lo sobrenatural. No se ha podido librar de las críticas divididas, por supuesto. Algunas afirman que no es más que un reencauche de El sexto sentido, aderezado con una trama criminal que se desdibuja por momentos. Y sí, algo tiene de El sexto sentido (su protagonista es un niño que ve y habla con los muertos, quienes por su condición están obligados a decirle siempre la verdad), pero hasta ahí, porque en esta novela la intención no es meter miedo.
En Después, King dibuja un escenario urbano muy opuesto a sus acostumbrados pueblitos de Maine, y mezcla una intriga criminal con matices sobrenaturales, unas notas de nostalgia, varios elementos clásicos de su narrativa que recuerdan novelas como El resplandor, Corazones en la Atlántida y Cementerio de animales, además de un gran guiño a una de sus novelas más célebres (que a mí me parece mucho fan service, pero bueno).
Este libro, aunque sobrenatural, no es novela de terror (y si lo fuera, no sería de terror como el de antes, probablemente no vengan más como aquellos éxitos de antaño). Tampoco es enteramente novela policiaca o criminal. Después, más bien, me parece una historia de crecimiento, de maduración, narrada en primera persona —algo que se le da muy bien a King—, en la que un chico con una habilidad extrasensorial termina involucrado en un episodio criminal por azares de la vida mientras intenta comprender y controlar la naturaleza de su don.
Pude que algunas resoluciones parezcan apresuradas y facilistas, echando mano de ese gran guiño que algunos celebran y otros —como yo— no tanto, pero en términos generales la novela responde con lo que promete. Después no es la gran novela del año, sino la otra novela, la menor, que fue publicada no por su gran casa editorial, sino por Hard Case Crime, esa editorial independiente con la que King ha tenido el buen gesto de publicar otras dos historias breves, sencillas y no exentas de comentarios divididos: Joyland y Colorado Kid.
Esta novela es un ejercicio que desnuda el punto de quiebre de la obra de un autor que ya abarca a dos generaciones completas y deja ver cómo el tiempo y el arte se transforma inevitablemente.
Probablemente no será del agrado de sus viejos lectores, pero seguramente sí conquistará a los nuevos, porque a King lo están leyendo más ahora que hace diez años. Lo están leyendo con el mismo asombro como cuando los jóvenes lo descubrieron hace treinta o cuarenta años. Solo que este King sabe que, para lograrlo, no puede ser el mismo de hace décadas.
Los que lo leen justo ahora, los que están haciendo eco de su obra en la red y entre comunidades, son lectores de una nueva generación que hace diez o doce años probablemente leían apenas su primer libro completo, y han sabido cautivarse con el autor de Maine porque este ha sabido también hablarles de lo que les interesa y entienden. Y en eso sigue demostrando su capacidad como autor. En Después logra meterse con éxito en los zapatos de un personaje que está ya muy lejano de su persona. Jamie Conklin, el protagonista, narra como adulto joven los recuerdos de su propia infancia; ambas edades del protagonista son contextos totalmente ajenos para King, y también para muchos de sus lectores tradicionales; no obstante, King entiende el presente a la perfección y logra adoptar la voz de esta nueva generación que lo está leyendo por primera vez. La novela, como es usual con sus demás libros, está plagada de referencias de la cultura popular actual, y uno descubre que como lectores nos hemos quedado en el pasado. La música, las películas y las series que desfilan por el libro a veces parecen de otras tierras, pero en realidad son el pan diario de los nuevos consumidores, y King lo entiende a la perfección.
Ni el género del terror, ni Stephen King ni sus colegas volverán a pisar los viejos terrenos del horror ochentero o noventero. Sería un error. Ese terror ya no es el terror actual, no representa los miedos del presente, como sí lo está haciendo el thriller y lo criminal. Por ese lado deberán reconfigurarse los nuevos espectros dentro del trillado mundo del bestseller gringo. Stephen King fue de los últimos de su gremio en decidir dar ese paso obligatorio, pero lo dio, y lo dio con sabiduría, porque la nueva generación lo está leyendo y venerando como cuando le transformó la vida y los miedos a una generación que antes fue nueva pero ahora ha sentado cabeza y ha elegido permanecer para siempre en su zona de confort, como les sucede a todos cuando los años tocan a la puerta. Algo les está diciendo. Si queremos disfrutar de él, probablemente no entendamos ese mensaje, pero sí podremos comprenderlo haciendo un poquito de esfuerzo.