La ciudad es el monstruo que llevamos adentro.
Somos los monstruos dentro de la ciudad.
Debes Recorrerla solo o acompañado,
despierto o dormido, vivo o muerto.
No tienes nada que perder.
Si se convierte en un mal sueño,
quizás con suerte,
Algún día despertaremos.
Del “cuaderno-colilla” de Suicidio nicotina
Ella dijo: “hoy la ciudad se llama Blue Hell City” por las nubes que anunciaban la lluvia, y tenía razón. Pero quiero agregar que en esa hermosa tarde la maravillosa Yellow Hell City, también se llamó Orange-Pink Hell City. Karla se atrevió a nombrar la ciudad y yo solo pude sonreír con timidez, mirando la avenida Santander en su solitaria belleza llena de automóviles. Se atrevió a rayar uno de mis cigarrillos (lo cual me conmovió porque esa es una tradición de los años del Pirañismo) y estuvo todo el tiempo tranquila escuchando la cháchara sobre rollos pasados (creo que hablar en pasado era una manera de evitar tocar mi confuso presente). Karla brilló esa tarde en ese lugar y en mis pensamientos: el fuego de su sensibilidad sirvió para encender 6 cigarros (sorprendida por el ritmo de mi autodestrucción solo pudo decir: “¡eres un adicto!” Jajaja… risas y más risas).
Le propuse a Karla que escribiera sobre nuestro encuentro para que sus palabras acompañaran mi texto, pero el resultado de lo que escribió sobre, Salir a buscar lo que no se nos ha perdido, es tan genial, que cualquier cosa que yo diga está de más. Los lectores hoy descansarán de la escritura del Señor Underground y leerán a mi querida amiga, a la cual quiero agradecer la compañía a salir a recorrer el Infierno Amarillo (Ella me invitó a recorrer la avenida Santander, pero por mi culpa o quizás porque así lo quería el destino-azar, nos quedamos sentados en el monumento a los alcatraces). Debo agregar que hay una razón por la cual ella habla de Jair y no del viejo Underground: para los que no lo saben, no somos la misma persona. No es el momento de explicar de qué va todo esto y puede que no sea algo extraordinario, pero el juego de las identidades esconde muchos secretos de la multiplicidad de esta ciudad.
***
Vistos desde abajo, los alcatraces del monumento parecen caballos en galope. Quizás es el enredo de su vuelo detenido que los hace ver como si se pisaran, o quizás es la frustración de la altura nunca alcanzada ante un horizonte que siempre se mueve, o puede ser la crueldad de la exhibición ante aquello que contiene su deseo. No sé qué tienen que ver los pájaros con los caballos, pero sé que el viento se confabula con ambos. Intento explicarle estas cosas a Jair mientras ese viento hace que el humo de su cigarrillo parezca un accidente, un intento mal ejecutado de robarle visiones a la tarde. Sentados frente al mar, o mejor dicho sentado Jair frente al mar y yo frente a Jair siento que somos parte del secreto de otra persona, de otra narración, de otro que escribe. Probablemente el mar, aunque no sé si el mar se detenga a pensarnos. Igual va recuperando su terreno y poco le importa que le hagamos reverencia o que le tomemos fotitos con un filtro opaco. El mar no tiene moral. Es solo movimiento. Es solo verdad.
Le voy garabateando un cigarrillo mientras él insiste en hablar en pasado. En pasado no del pasado. Continuamente se va excusando de un desgaste que es no su culpa. O acaso me pedirá permiso para ser como es. Que no los engañe las gafas de sol. Jair se tapa los ojos porque la luz le hiere. Porque él puede verla. Creo que es un buen momento para decirlo: los taxis de la Avenida Santander van saliendo de su boca. Habla de la suspensión de hojas que una vez tiró en la Universidad. Que las sigues tirando, pienso. De la forma cómo las miradas se detuvieron un instante para ver caer las rebeldías de universitario. Que siguen cayendo, pienso. Me pregunto si uno termina así, desarmado, después de leer tanto. La paciencia y el dolor; la amargura y el sueño. Es azul el momento. Ha llovido en la ciudad y el olor de mar mojado es otro de los regalos de la conversación. Al lado de nosotros una pareja de novios está tirando piedras en el mar. Porque ves que esa es la clase de cosas que uno hace cuando se enamora. Porque ves que no hay forma de que la piedra rebote. Nosotros también llenamos de piedras los fondos. Jair es piedra y yo soy aire. Lo dijo él, no lo digo yo. A mí me gusta más la idea de ser los otros de esa pareja. El comentario suelto del tipo que le dice a su novia “¿de qué crees que están hablando esos?”, la respuesta de la novia que le dice al tipo, “de cosas que sólo entenderán ellos”.
Vimos el arcoíris y el rayo. La nube y el sol redondo. Escuchamos el crujir de las olas y las sirenas. Los charcos pisándose y los flashes. El poema fue de Jorge Teillier. El poema fue de William Blake. Todo es tranquilo cuando nos teñimos de naranja. La última caricia antes de la noche, de la lluvia. Uno tiene que hacer ceremonias después de un buen verso. Un encuentro de susurros para entender lo que dicen:
Si pensar es vida,
Fortaleza y aliento
Y querer pensar
Es muerte
Entonces yo soy
Una mosca feliz,
Tanto si vivo
Como si muero
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
Los amigos nunca se pierden. Se puede perder el tiempo, la ciudad, los deseos, pero los amigos no y yo soy de esas personas que aún piensan que hacemos parte del secreto. Jair invoca una bandada de alcatraces que aparecen justo cuando nos estamos despidiendo. Vuelan lento. Lento. Se pierden. Siguen volando en un cielo nuevo. Sólo para sí mismos. Yo pienso en estas cosas mientras también me voy perdiendo. Hablando conmigo misma. Detenida en mi propia frustración. Tengo la cara llena de arena y un miedo me va creciendo a medida que oscurece. No estoy muy segura si Jair sabe que siempre que hablo con él me dan ganas de escribir, me dan ganas de abandonar mi estatua. Nos despedimos en una esquina. Él terminará sus cigarrillos en la noche pero yo seguiré rayando el nuestro, el que nunca se fuma, el que nunca se consume, el que se va regando con cada mancha de lapicero y con cada adicción a contarnos juntos.
Karla Patricia Aguilar Velásquez
Fotografías por el Señor Underground