Oscar Ruiz Navia, en El vuelco del cangrejo, plantea una historia situada en el Pacífico colombiano, en una comunidad afro llamada “La Barra”, con una narrativa nada pretenciosa y cotidiana, que trae detrás de sus diálogos y personajes una discusión por muchos naturalizada: la relación entre desarrollo y cultura. Así, los personajes, el lugar y las situaciones que a lo largo del filme se van desenvolviendo, muestran como subyacen una serie de conflictos alrededor de una idea de desarrollo que pretende ser impuesta por un agente externo proveniente de un contexto cultural diverso al de “La Barra”.
Esto entraña en principio una dificultad, la coexistencia cada vez menos pacífica de dos fuerzas divergentes en un mismo espacio, por una parte una fuerza externa, que viene con la idea progreso, de un proyecto civilizatorio, como herramienta para traer el “desarrollo”, representado en ideales construidos por una sociedad culturalmente distinta a “La Barra”. En ese sentido aparece el personaje de “El paisa” como el blanco que llega a una comunidad afrodescendiente a traer el progreso y la civilización con la construcción de un hotel, en un terreno que él ha comprado. De otra parte el personaje de “Cerebro”, encarna el liderazgo de la comunidad, es miembro del “Consejo”, preservador de las tradiciones y dinámicas propias de “La Barra”, defensor de la propiedad colectiva y de los recursos naturales, y en la historia el mayor problema para el progreso de “El Paisa”.
La presencia de “El Paisa” en el pueblo viene atada a una idea de progreso, de mejoría y civilización que el trae impregnada en su ser citadino, y que choca por entero con el negro habitante de “La Barra”, sin embargo esta idea de desarrollo genera en el contexto unas condiciones de poder, afianzadas por las facilidades materiales que tiene “El Paisa”, frente a los demás habitantes del pueblo. Esto da lugar a la implementación de ciertas estrategias de dominación por parte de este personaje, especialmente de carácter económico, para tener de su lado a los miembros jóvenes de la comunidad. Al emplearlos en oficios varios, convenciéndolos de que sus proyectos son realmente lo más conveniente para ese pueblo “atrasado”, que recién ha visto la luz, en el sentido literal, porque gracias al esfuerzo del “Consejo” tuvieron acceso a energía eléctrica.
De esta manera “Miguel” uno de los jóvenes del pueblo y sus amigos se ven endulzados por el trabajo y la esperanza de un pago que nunca llega, a hacer las cosas que “El Paisa” les pide, incluso aunque pongan en juego aspectos importantes como la propiedad colectiva y el respeto a principios fundantes de las dinámicas comunitarias, como aquel que dice: “el mar es de todos”. Ayudado por sus empleados “El Paisa” construye una cerca con maderos que divide su propiedad, tomando un gran espacio de la playa, para impedir que los jóvenes jueguen futbol en ella y este es el detonante para que “Cerebro” y los demás miembros del “Consejo” salgan a la defensa de su comunidad y la propiedad colectiva.
En este enfrentamiento cotidiano entre “El Paisa” y “Cerebro” por aspectos aparentemente triviales como la música alta de “El Paisa”, las construcciones y cambios que viene haciendo en el terreno, van y vienen los problemas que sufre una comunidad ubicada en el Pacífico colombiano, una de las tantas regiones olvidadas por el Estado. Así el hambre, y las necesidades no dan tregua, dando oportunidad a que personaje que como “El Paisa”, que tienen la posibilidad de acceder a alimentos y comodidades consoliden sus estrategias de dominación, obligando al resto de la población de “La Barra” a arrodillarse para obtener migajas de subsistencia. Tal es el caso de “Jazmín”, sobrina de “Cerebro” que se acuesta con “El Paisa”, a cambio de pescado, porque hace semanas que ella, su tío y su hija solo comen arroz. Aquí se observa como el paternalismo de “El Paisa” finalmente deja sin capacidad de determinación a la sobrina de “Cerebro” que solo hace lo que este le pide para tener la alimentación que necesita.
En este contexto llega a “La Barra” un joven llamado “Daniel” como un personaje aparentemente neutral que viene a observar un poco desde el interior de la comunidad todo lo que sucede, y que al final termina siendo igualmente seducido por “El Paisa” y sus encantos progresistas, momento en el cual el pueblo representado por cerebro, que en un principio le acogió, le da la espalda.
Con la presencia de “Daniel” y desde sus experiencias en el pueblo no solo con “Cerebro” sino también con “Lucía” un personaje que le muestra como es ser niña y vivir en “La Barra”, con todo lo que ello implica, logra el espectador conocer varios aspectos que dan trasfondo al filme. Uno de ellos es la importante relación de los habitantes de “La Barra” con el medio ambiente, el respeto profundo que estas personas tiene al mar y a sus recursos y como desde afuera han pretendido destruir esa relación armónica a través de la pesca indiscriminada y la construcción de edificaciones cerca al mar, todo bajo la lógica de una economía extractiva, en la que luego de agotado el recurso, dejan al pueblo devastado, deteriorado e igual de pobre.
La película en general muestra como una idea de progreso y desarrollo, fundada en el etnocentrismo y con pretensiones de ser universal puede resultar siendo muy perjudicial para comunidades con ambientes culturales diversos a los focos del “progreso”, convirtiéndose entonces en un discurso de dominación, confusión e inferiorización del “otro” que es asumido como distinto. Esto resalta la necesidad de construir formas de desarrollo en las que se entienda la diferencia como diversidad y no como inferioridad o atraso, formas en las que el desarrollo sea una concepción formulada desde el interior de las comunidades, teniendo en cuenta su propia cultura y cosmovisión, sin afectar sus maneras de ser e identificarse colectivamente.
En ese sentido el desarrollo no puede convertirse en el vuelco que le damos al cangrejo para que no se nos escape, en la estrategia para generar en un pueblo la idea de atraso, incapacidad y necesidad de un Estado, poniendo de cabeza su forma de ver el mundo, y haciéndoles sentir la carencia de unos recursos que a lo mejor no son los que realmente necesita, sino que les han sido impuestos por un entorno cultural predominante y distinto, con una idea de superioridad y dominación que ha terminado por reducir la cultura propia del pueblo a ritos, cantos o creencias, olvidando que cultura es también su forma de vida, y que no viene determinada por “El Paisa” o por el Estado.
Es entonces cuando se hace necesario asumir la problemática de la alteridad planteada por Todorov (1984), citado por Escobar (2012), en la que se reconoce la diferencia en el otro pero desde un plano de igualdad para no caer en la dominación que históricamente ha caracterizado los procesos de asunción de la diversidad entre culturas.
En este punto la reflexión de la película trae sobre la mesa un análisis hecho ya por Alfonso Colombres en su libro “Sobre la cultura y el arte popular” en el cual sostiene que la universalización de un pensamiento, como lo es la idea de desarrollo, por más que proponga un mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos, suele ser un arma de penetración o de dominio, que adopta por lo común la forma de subcultura ilustrada. De esta forma un discurso en apariencia inocente y positivo como el desarrollo puede derivar en procesos destructivos al interior de comunidades si es impuesto desde un imaginario cultural distinto.
Esa idea de desarrollo eurocéntrica y universalista viene acompañada de la imposición incluso de modelos culturales foráneos en la comunidad, lo que al final se estructura como una especie de “colonialismo cultural” de acuerdo con Roa Bastos (1981), que en un principio puede sonar a imposición, pero que finalmente tiene mucho de “fascinación, deslumbramiento y ansiedad incoercible de imitar las formas, las normas prestigiosas, señoriales e imperiales”, lo cual como lo señala Colombres (2007) en algunos casos resulta ser “una entrega fascinada o un tributo a la cultura opresora”, caso contrario a lo que sucede en “La Barra”, cuando “Cerebro” y el “Consejo” destruyen la cerca construida por “El Paisa” en violación al principio de que “el mar es de todos”, volviendo así a sus raíces y a la propiedad colectiva.
Por otro lado en el contexto de “La Barra” una forma de entrega fascinada puede verse en la actitud asumida por “Miguel” y sus amigos, en la que se observa una especie de negación de la propia cultura, que lleva al debilitamiento progresivo de la construcción identitaria del entorno, pues son estos los que se muestran más receptivos a la presencia de “El Paisa” en el pueblo, con todo lo que ello implica, naturalizando las transformaciones que se van dando en el territorio a mano de este personaje y su influencia.
Finalmente haciendo un análisis desde afuera como parte de ese otro que pretende dominar con la imposición del “progreso”, surge la responsabilidad de dejar de asumir como universal y correcto una idea de desarrollo que no ha sido construida con la participación e insumos del entorno y que incluso viene de una matriz cultural distinta, para centrar la discusión en formas de entender la diversidad que hagan posible la formulación de estrategias de liberación, reivindicación y fortalecimiento de las capacidades humanas en un plano de reconocimiento de la igualdad en el otro.
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