Una primera versión de este texto fue publicada como el prólogo de la nueva edición de Chambacú, corral de negros editada en 2020. Este libro, así como toda la obra de Manuel Zapata Olivella, puede ser consultada a través de la página de la Universidad del Valle: https://zapataolivella.univalle.edu.co/obra/
Tras un largo periplo por el interior andino, Centroamérica, y Estados Unidos, Manuel Zapata Olivella regresó a Cartagena en 1958. Tenía 38 años y años antes se había titulado como Médico en la Universidad Nacional de Colombia. En Cartagena había vivido una buena parte de su juventud, y aunque nació en Lorica (Córdoba) siempre sintió una conexión cercana con la ciudad. Alguna vez afirmó que su conciencia racial había germinado a raíz de los rigores de la sociedad jerárquica y aristocrática de los cartageneros. En cierta medida, Chambacú, corral de negros narra la historia de esa ciudad, y más específicamente, la historia de opresión de los hijos e hijas de África en las Américas. Manuel describe a Chambacú como “el rostro negro de Cartagena” y como un enclave histórico-cultural habitado por los descendientes de los cimarrones que alguna vez se rebelaron en contra de la esclavitud, pero que luego terminaron viviendo confinados y empobrecidos en miserables casas de tabla y cartón en las afueras de la ciudad amurallada. Chambacú, corral de negros también es un relato de la historia de los ancestros de Manuel, que, tras la abolición de la esclavitud en 1851, emigraron a las sábanas del sur de la provincia en busca de una vida en libertad, tan solo para ser despojados de su tierra y obligados a regresar a Cartagena donde tuvieron que vivir en las derruidas casonas coloniales del barrio Getsemaní. En pocas palabras, podríamos decir que Chambacú, corral de negros no solo fue fruto de la genialidad creativa de Zapata, sino también una lectura, en clave de denuncia, de la realidad histórica de Cartagena.
Cuando Zapata escribía su novela, el Chambacú histórico, el barrio informal que existió en Cartagena entre los años 20 e inicios de la década del 70, estaba en el ojo del huracán. En 1955, el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla había formulado un ambicioso plan para reubicar a sus habitantes en viviendas nuevas ubicadas en la periferia. Con la caída del régimen, el plan se quedó en el tintero. Durante los próximos años, Chambacú se convirtió en noticia de primera plana y la prensa exponía regularmente las posiciones encontradas sobre su destino. Zapata, que vivió en Cartagena entre 1958 y 1960, debió haber sido testigo de los debates que inundaban las páginas de los periódicos de la ciudad. Probablemente, escribió su novela durante estos años, y quizás, a través de ella, quiso establecer su posición al respecto. Los estudiosos de la primera fase de su trayectoria literaria coinciden en que la obra temprana de Zapata Olivella constituye un buen ejemplo del realismo social. Sus novelas como Calle 10, Tierra Mojada y Chambacú son actos de denuncia y se esmeran por recoger elementos de la realidad social, tal cual como él las concebía.[1] Estas obras se convirtieron, entonces, en una suerte de testimonio. Chambacú, en particular, utiliza las herramientas estéticas de la ficción para reconstruir la realidad histórica de la época. Y para ser más precisos, a través de Chambacú, Zapata Olivella elabora una lectura racial de la transformación urbanística que Cartagena experimentó desde los años 60. Es por este motivo que la novela establece una conexión estrecha entre lo étnico-racial y el hecho social. Esta sería, por demás, la primera novela donde Zapata convierte lo racial en el eje central del relato.[2] La novela no solo repudia los intentos por parte del gobierno local para expulsar “el rostro negro de Cartagena” más allá de las centralidades, sino que denuncia el legado vivo de la esclavitud y expone el racismo internalizado en la psiquis de los afrodescendientes.[3] Así mismo muestra como los personajes atraviesan un proceso lento, pero consistente, de concientización racial que termina guiando la resistencia en contra del desalojo.
Chambacú, el histórico y el novelado, era un asentamiento informal ubicado en las afueras del cordón amurallado, habitado en su mayoría por familias negras y separado del resto de la urbe por una laguna de aguas pantanosas. Un puente era la única conexión con el centro amurallado y a la vez la frontera que dividía Chambacú del resto de la ciudad. La historia de la novela gira en torno a la familia de la Cotena, una viuda que, a pesar de la pobreza, vela por el bienestar de sus cinco hijos: el mayor, Máximo, el héroe/mártir de la novela que sacrifica la vida por la defensa de Chambacú, José Raquel, la antítesis de su hermano mayor -un inescrupuloso oportunista, alcohólico y drogadicto-, Medialuna, boxeador, Críspulo, peleador de gallos, ambos de modestos talentos, y Clotilde, que cría por su cuenta, y con el apoyo de la Cotena, a Dominguito, el hijo ilegítimo que tuvo con un hombre blanco para quien trabajó como empleada doméstica.
En Chambacú, la Cotena, al igual que otros miles venidos de pueblos vecinos como Barú, Malagana y Palenque -algunos de ellos antiguos asentamientos de cimarrones y ex esclavizados- alzó una vivienda modesta con la ayuda de sus hijos. Era un rancho hecho “con retazos de fique, tablas y lonas envejecidas. El techo de ramazones, palma de coco y oxidadas hojas de zinc”[4], levantado sobre las orillas cenagosas de la isla. Pronto debieron enfrentar las intenciones de extraños que reclamaban como propios los terrenos que ellos le habían robado a las aguas del caño. Así inicia la historia del asedio permanente a Chambacú. Máximo encabeza la lucha desde un primer momento. Un ávido lector y autodidacta, aprendió por su cuenta los códigos de ley para servir a la causa del barrio y organizó un Comité de Defensa con los demás vecinos para hacer frente a la amenaza. Máximo, que se sabe descendiente de mujeres y hombres esclavizados –de “mandingas, yolofos, minas, carabalíes, viafaras, yorubas”[5]– cree en que son excluidos en virtud de su color de piel. Él, como ningún otro habitante del barrio, tiene claridad plena de la exclusión a la cual han sido sometidos: “Solo nos dejan el derecho a tener hijos”, dice Máximo, “como a las bestias, pero nada más. Ni casa, ni escuela, ni trabajo. Estamos condenados a dispersarnos, a no saber nunca donde moriremos. Esta tierra que pisamos no es nuestra. Mañana nos echarán de aquí, aunque todos sepan que la hemos calzado con sudor y mangle»[6]
Chambacú estaba condenado a desaparecer por cuenta de los anhelos de la élite blanca cartagenera que aspiraba a convertir a la ciudad en un destino turístico. En la voz de Máximo, Zapata Olivella sugiere que la sentencia de Chambacú había sido motivada por los odios encarnizados que las élites sentían hacían la gente negra:
«La isla crece. Mañana seremos quince mil familias. El «cáncer negro», como nos llaman. Quieren destruirnos. Temen que un día crucemos el puente y la ola de tugurios inunde la ciudad. Por eso, para nosotros no hay calles, alcantarillados, escuelas ni higiene. Pretenden ahogarnos en la miseria. Se engañan. Lucharemos por nuestra dignidad de seres humanos. No nos dejaremos expulsar de Chambacú. Jamás cambiarán el rostro negro de Cartagena. Su grandeza y su gloria descansa sobre los huesos de nuestros antepasados”[7]
El Chambacú histórico no resistió el embate de los proyectos de modernización urbana, y finalmente, fue desalojado en 1971 y sus habitantes dispersados por la ciudad. El Chambacú novelado se mantuvo en pie de lucha hasta las últimas páginas de la novela. A pesar de haber corrido con un destino diferente, las semejanzas entre las dos versiones de Chambacú son notables. La descripción física del novelado coincide a la perfección con aquella del Chambacú histórico de finales de los años 50: un barrio de calles destapadas, desprovisto de servicios públicos, sin escuelas, ni hospitales, rodeado de pantanos cenagosos y poblado por hombres y mujeres famélicas y minadas por las enfermedades.
Los paralelos entre la realidad histórica de Cartagena a finales de los años 50 y el universo construido por Zapata también se hacen evidentes en los personajes, algunos de los cuales estaba inspirados en héroes de carne y hueso de la época. Máximo estaba inspirado en Antonio Zapata Olivella, hermano mayor de Manuel, quien era también un empedernido lector autodidacta y un determinado activista comunitario. Zapata también se inspiró en Máximo Gómez, un líder popular de Cartagena de finales de los años 50 e inicios de los 60, que protagonizó algunas tomas de tierra en 1959. Gómez, que era públicamente tenido por comunista, también había estado involucrado en ese mismo año en un violento disturbio fruto del aumento en el costo vida y que resultó en enfrentamientos con el ejército y la policía, millones de pesos en pérdidas materiales, un muerto, y cuatro heridos.
En buena medida, las desventuras de La Cotena evocan aquellas de Estebana y Mercedes, tías de Zapata, que fueron a dar a Chambacú tras la muerte de la matriarca de la familia, su abuela Ángela Vásquez. El mismo Manuel ayudó a alzar los muros donde se guarecieron sus tías: “aquellos ranchos en donde la arquitectura nunca estuvo sometida a la ley del equilibrio y la resistencia, sino al capricho de los milagros. Las paredes carecían de cimientos, y sin embargo se sostenían en pie. Sus lomos, en forma increíble, soportaban el techo más lleno de huecos que dé cobertura»[8]
Muchos años después de la publicación de la novela, Zapata revivió a Chambacú en su autobiografía, ¡Levántate Mulato! Para ese entonces, ya el asentamiento había desaparecido y Cartagena empezaba a cobrar la forma de un destino turístico internacional. En aquellas páginas, el autor recuerda al Chambacú histórico del mismo modo en que reconstruyó al Chambacú novelado: como un reducto de la diáspora africana donde las personas negras enfrentaban la desigualdad abrigándose en la cultura legada por sus ancestros africanos:
“En la época en que no había dado con el origen de mi alienación cultural y racial, nunca pude entender cómo mis tías y primos podían sobreponerse al dolor y la desesperación que oprimía a todos los habitantes de Chambacú. Mucho tiempo después comprendí que la alegría de vivir les vacunaba contra todos sus abatimientos. Los habitantes de Chambacú sabían reír.
Los sábados, mucho antes de oscurecer, se escuchaba el retumbar de los tambores. Habían perdido el oculto lenguaje para invocar a los dioses africanos, pero Changó, continuaba siéndoles fiel, presente con sus mágicos influjos»[9]Chambacú, corral de negros no solo es un testimonio sobre las luchas encarnizadas de los afrodescendientes en la defensa del espacio habitado en las Américas o sobre la historia de la Cartagena moderna. Es, al mismo tiempo, una obra que permite reconstruir la trayectoria intelectual de Manuel Zapata Olivella y entender cómo la raza se convierte en el centro de sus preocupaciones y de su labor creativa. La novela es la antesala de su obra más lúcida, Changó, el gran putas, así como de toda la ensayística en la cual reflexionó sobra la identidad nacional, la afrocolombianidad y el mestizaje. En los tiempos actuales, mientras hombres y mujeres afrocolombianas siguen luchando por afirmar su lugar en las calles de la Colombia urbana, en las tierras bajas del Pacífico, en las montañas del Cauca y en las playas asediadas por el desarrollo turístico en el Caribe colombiano, el legado que Manuel Zapata Olivella nos heredó a través de su novela sigue vigente. Esperemos que su lectura permita que su voz llegue a donde más necesita ser escuchado.
Una primera versión de este texto fue publicada como el prólogo de la nueva edición de Chambacú, corral de negros editada en el 2020. Este libro, así como toda la obra de Manuel Zapata Olivella, puede ser consultada a través de la página de la Universidad del Valle: https://zapataolivella.univalle.edu.co/obra/
[1] Yvonne Captain-Hidalgo. The Culture of Fiction in the Works of Manuel Zapata Olivella. Columbia and London: University of Missouri Press, 1993. Ligia S. Aldana. “Chambacú as Text and Space in Colombia’s (Black) History”. Black Diaspora Review 5, núm. 1 (2015).
[2] Richard L. Jackson. Black Writers in Latin America. Albuquerque: University of New Mexico Press, 1979. Michael Palencia-Roth. “Chambacú: Black Slum, Manuel Zapata Olivella.” American Book Review, May 1991. Yvonne Captain-Hidalgo. Op cit. Richard L. Jackson. Black Writers and Latin America: Cross-Cultural Affinities. Washington: Howard University Press, 1998. Alejandra Réngifo. “Marx, Garvey y Gaitán: palimpsesto ideológico en «Chambacú, corral de negros”. Afro-Hispanic Review. 20, no. 1 (2000): 36-42. Antonio D. Tillis. Manuel Zapata Olivella and the “Darkening” of Latin American Literature. Columbia and London: University of Missouri Press, 2005.
[3] Lucía Ortiz. “La obra de Manuel Zapata Olivella: raza, poetica y sociedad.” Afro-Hispanic Review 20, no. 1 (2001): 29–35. Lucía Ortiz. “Chambacú, Corral de Negros de Manuel Zapata Olivella, Un capítulo en lucha por la libertad. In Memoriam.” INTI. Revista de Literatura Hispánica, no. 63–64 (2006): 95–108. El trabajo de Lito Porto analiza el universo simbólico y estético de la novela, y como desafía el valor natural asignado a elementos simbólicos como el agua, los colores, etc., Lito E. Porto. “Claroscuros: el mestizaje cromático, telúrico, y racial en ‘Chambacú: Corral de Negros.’” Afro-Hispanic Review 19, no. 2 (2000): 59–69.
[4] Manuel Zapata Olivella. Chambacú, corral de negros (Segunda opinión).Medellín: Editorial Bedout, 1967.
[5] Ibid, p. 121.
[6] Ibid, p. 98.
[7] Ibid, p. 128.
[8] Manuel Zapata Olivella. Levántate mulato: Por mi raza hablará el espíritu. Letras Americanas. Bogotá: Rei, 1990.
[9] Ibíd., p. 151.