Tengo la idea de que los poemas del libro Alumbrar por dentro la derrota (Ediciones corazón de mango, 2024) de Juan Vicente Medina Cuentas nacieron hace mucho tiempo, antes de que los llevara al papel en ese tortuoso, aunque placentero ejercicio que nos gusta llamar “el acto creativo”. Me refiero a que la escritura poética comienza a gestarse en nuestro inconsciente desde los primeros años de vida, en las aventuras de la infancia, en la manera en que observamos la vida a nuestro alrededor, y en esas lecturas que nos alumbran el alma y parecen darnos propósito y sentido, aunque también insistan en quitárnoslos. Medina Cuentas es natural de Tolú, Sucre, en el Golfo de Morrosquillo, y antes de este, ha publicado los libros de poesía Dicha del musgaño (Anfiteatro ediciones, 2006) y Para otro ojo conservo esta luz (Terrear ediciones, 2018).
Me gusta pensar en este libro como un ejercicio de metacreación, como un proceso creativo que se pregunta por sí mismo, se observa, se cuestiona. Esto lo sugiere el autor en el poema del cual sale el título del libro:
Cada noche
qué tarea titánica
la del poeta:
sin paga alguna alumbrar por dentro la derrota.
La derrota, en singular. Probablemente para señalar un fenómeno que se repite de muchas maneras, como a la de Borges (tan citado ya): “Ya lo sé (todos lo saben) que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece” (en “Nota para un cuento fantástico”, 1981). Y aunque estos poemas no ayudan en la definición de la derrota, nos invitan a visitarla.
Como toda definición contiene una generalización, diré que al leer este poemario me encontré con algunos temas que creo que acechan al poeta. En primera instancia está el tema del “dolor ajeno”, en donde sitúo poemas como “Cantinela para un campesino de Ovejas” y “Discurso de la buscadora”. En ellos se nombra la resistencia de dos personajes propios del relato de nuestro conflicto armado: la resistencia del campesino, que vendría a ejercerla desde su oficio arduo a través de los años, y la buscadora, quien, por su parte, resiste el dolor forjando un hogar de palabras para su hijo desaparecido. En otros poemas como “Monólogo del radiochispa” y “Fábula de los políticos asesinados”, hace el ejercicio de nombrar de otra forma a los victimarios: “Nunca disparé un arma, Mi voz, sin embargo/ precedía a los rituales del horror”. Y también está el paisaje natural como testigo resignado de los horrores de la guerra: “Salvo el mar, su vaho de plata, que recibe resignado el tufo/ el hedor de los hombres que bajo el sol afilan su rancia cólera”. Hay en poemas como “Pueblo bello” y “Río Ariari” interesantes exploraciones sobre el paisaje geográfico revisitado.
También se podría decir de poemas que parecen querer enmarcarse en una especie de “genealogía del Golfo”, como “Sonata por la gracia perdida de Evangelina” y “La paradoja de José De la Rosa”. En ellos se aprecia una elevación mítica de personajes cotidianos que parece ocurrir a fuerza de escuchar una y otra vez sus historias y por el poder de la memoria de arrastrarnos desde la infancia.
Por último, mencionaré que en este libro no falta un tema que suele ser interés de quienes escribimos poesía: las poéticas de autores que nos han marcado. En “El sentido de un final”, “Virgilio Piñera regresa entre las flores del papayo”, “Michael Houellebecq” y “Rómulo Bustos”, tiene Medina un diálogo cara a cara con algunos autores de su tradición; probablemente el más urgente consejo para los jóvenes poetas, antes y después de Rilke. Cierro este breve texto invitando a la lectura de estos poemas. Y deseando que como poetas podamos seguir alumbrando por dentro la derrota, su dignidad. Alguien tiene que hacerlo. Salud.