En los tambores sonaba una danza
De animismo primitivo
Las quimeras movidas por la alegre percusión
Bajo la luna pálida movían los brazos
Apuntando sus picos a al cielo.
Cruzó sobre ellos la primera estrella fugaz,
La luz verde cegó sus ojos.
Los tambores detenidos en medio de la confusión
Crearon un silencio tan pesado que se hizo visible.
Se tanteaban las unas a las otras en la oscuridad.
Fue la primera prueba de desesperanza,
La primigenia respiración arrítmica de profundo pánico.
Sonó un chillido que retumbó en los recovecos
De sus nidos de piedra.
El silenció pasó y volvió la vista,
Se observaron las unas a las otras agitadas.
Sus pechos se hinchaban aceleradamente,
Como fuelles gigantes en afán de encender la llama
Tragando todo el aire de la tierra de un bocado.
Se acurrucaron en sus moradas,
Temblaron al unísono,
Se mezclaron hasta la salida del sol
Con el plumaje brillante bañado de sudor frío.
Llegó la nueva luna,
Volvieron a su ritual
Mirando hacia abajo.
Los tambores de las quimeras
Ya no fueron siempre alegres.
Conocieron el terror.
CARLOS ANDRÉS PÉREZ DE ÁVILA