Por: León D. Robles
Para recordar a Gabo, una anécdota, en forma de crónica, donde León D. Robles nos cuenta como nunca conoció a Gabriel García Márquez.
Fui años atrás lector errático de la revista El Malpensante, no era suscriptor ni nada por el estilo, pero aprovechaba cualquier oportunidad de leerla en casas de amigos que tenían algún número, en librerías y puestos de revistas, e incluso en las raras ocasiones que encontré algún ejemplar en un consultorio médico u odontológico las devoraba como si fueran una suerte de analgésico. En El Malpensante escriben varios de los mejores escritores de Colombia, entre ellos Gabo (q.e.p.d.), pero, recuerdo mucho una crónica que hablaba de él, que a diferencia de otras crónicas que hablan de Gabo, sobre anécdotas de él o con él, en esta el Nobel costeño brillaba por su ausencia, pues el nombre de la crónica era muy diciente: DE CÓMO NO HE CONOCIDO A GARCÍA MÁRQUEZ. La crónica, narrada en primera persona, destaca una serie de situaciones en las que el autor estuvo cerca de conocer al Nobel pero por una u otra razón nunca se dio aquella oportunidad, y dado que ambos frecuentaban las mismas amistades del círculo de intelectuales, periodistas y escritores de Barranquilla, el hecho de no conocerse era lo extraño. En ese momento me pregunté si yo alguna vez conocería a García Márquez.
Unos años después fui invitado por parte de mi amigo Edgar (quién es realizador cinematográfico) a visualizar su documental más reciente: “Una vida sin épica” en una muestra del Gimnasio Moderno, el documental cuenta apartes de la vida y obra de un escritor poco conocido entre el público pero muy reconocido y amigo del círculo de intelectuales y escritores de Barranquilla, me intrigué por la lectura de aquel escritor y escarbé en algunos de sus cuentos, entre ellos El espía inglés, Marihuana para Göering, y otras perlas de la literatura oculta del Caribe. Un mes después Edgar me comentó que aquel escritor amigo suyo y protagonista del documental iba a asistir a la Feria del Libro de Bogotá con una nueva publicación, y me invitó a conocerle. Por esos días releímos juntos algunos de sus cuentos y escritos para darme cuenta que él, Ramón Illán Bacca, era el autor de la crónica que había leído años atrás en El Malpensante. Ramón era ya un señor mayor pero con una actitud de niño, de mirada distraída y carácter jovial, siempre buscando un chiste oportuno y aunque nuestra conversación fue breve e intermediada con Edgar, tuve la oportunidad de preguntarle por la crónica y de si finalmente pasados los años había podido conocer a Gabo, a lo que Ramón respondió:
«Pasaron varios años desde que escribí la crónica y seguí sin conocer a García Márquez, hasta que un día me invitaron a un conversatorio en el Hay Festival de Cartagena, y antes de presentarme a la charla me distraje mirando algunos libros de algún anaquel en el hall del hotel donde estaba programada el conversatorio, cuando siento que alguien me toca los hombros por la espalda, me doy vuelta y era él, me mira intrigado y me pregunta: «—¿Tu eres Ramón Illán Bacca? —Si, yo soy. —Mucho gusto, Gabriel García Márquez, ya no te sirve pa’ un culo tu artículo«. Y se va sin decir más».
La anécdota además de ser jocosa y de decir algo de la personalidad de Gabo, completaba de alguna manera la crónica escrita años atrás, pero me hacía mella en la curiosidad y seguía preguntándome si algún día yo conocería a García Márquez. Pasó algún tiempo y vi un domingo publicado en el diario El Universal de Cartagena una reseña sobre un joven aspirante a escritor que conoció a Gabriel García Márquez, la crónica describía con una pobreza de lenguaje y una previsibilidad y mal gusto pasmoso su encuentro con Gabo, luego leí algo más de aquel muchacho en un blog de su autoría que encontré en internet, para rendirme aún más al tedio de su escritura y descubrir que años atrás era un sujeto aspirante a fanático cristiano, y que yo le conocía ya que frecuentaba la casa de un amigo en mi adolescencia, pero que cuando mi amigo y yo nos aburríamos de su presencia, lo ahuyentábamos con videos de Black Metal para poder fumar marihuana tranquilos, ese muchacho, sea lo que sea, también conoció a García Márquez.
Hace poco me reuní con una amiga cartagenera fanática de Gabo, enamoradísima de él mejor dicho, y hablamos un poco de sus libros y sus cuentos, y me contó su anécdota de cuando conoció a Gabo; tendría ella 16 años alegres y lo encontró en una reunión, no recuerdo si en casa de un familiar o un amigo suyo, y apenas ella miró al escritor, Gabo con despierta curiosidad le preguntó por su nombre completo y sus dos apellidos, y, a su respuesta, le comentó con precisión sorprendente el origen sanjacintero de su estirpe y el carácter de los de su casta como poetas y músicos. Ella nunca deja quieta una guitarra y yo seguía sin conocer a García Marquéz.
Finalmente hace un par de días García Márquez murió, dejando en luto a gran parte del país a pesar de que esa era una muerte ya anunciada, la coyuntura ha revivido en televisión y radio una cantidad absurda de documentales, entrevistas, películas y testimonios no vistas desde la muerte de Diomedes o el Joe, no me extrañaría que en breve le hagan alguna telenovela interpretada por Andrés Parra quien seguramente también conoció a García Marquéz; es recurrente, pero entretenido, ver por estos días litúrgicos a la gente desempolvar fotografías y recuerdos con Gabo, y polemizar sus virtudes como si fungiera de Santo criollo para las fechas; hasta mi abuelo, Liberal de pura cepa, remembró en la mañana de ayer una relato inédito de García Márquez. En su infancia, ambos, Gabo y mi abuelo, cursaron el bachillerato en el Liceo Nacional de Zipaquirá y aunque mi abuelo es tres años más joven, recordó con precisión las palabras de Gabo en medio de una revuelta estudiantil: «Yo no sé si mis palabras lleguen a ser subversivas, pero si al doctor Espitia no se le respetan sus derechos, estoy dispuesto a sacrificar mi cartón de bachiller».
Incluso mi hermana mayor, en la nostalgia del emigrante, colgó en redes sociales una imagen de la primera página de Cien años de soledad con un epígrafe especial y un pie de página en la foto que narraba: «Tenía 10 años el día que conocí a Gabriel García Márquez, ya me había leído crónica de una muerte anunciada, estaba de visita en la casa de su hermana en el Gioconda, a escasos metros de mi casa. Subí corriendo las escaleras con una cámara, La hojarasca y Cien años de soledad. Estaba sentado en una mecedora. La foto o se perdió o nunca se reveló pero me dejó en Cien años de soledad la flor más bonita que me han regalado: «Para Grace esta flor de cien años». Ya esta en su Macondo». De aquél día vislumbro una memoria difusa, recuerdo a mamá decirle entusiasmada a mi hermana, ¡corre, hija, corre!, ya que ella había estado encantada con su libro; recuerdo que mamá también me insistió para que fuera, pero no logro encontrar en mi memoria una imagen vivida con García Márquez, y menos sobre una mecedora, así que probablemente me quedé jugando en casa.
La clave tal vez esté en esa foto que desapareció o nunca se reveló, no sé si algún día la halle y me encuentre en ella como un fantasma, pero puedo hoy dar por cerrado este capítulo y afirmar con algo de duda que yo tampoco conocí a Gabriel García Márquez.
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