El sentimiento más grande es el miedo, en especial el miedo a lo desconocido. Algo así dijo Lovecraft. Y eso «desconocido» es un espectro tan amplio que es difícil aprehenderlo. Usualmente imaginamos lo desconocido como fantasmas y criaturas sobrenaturales como las imaginadas por el sombrío escritor de Providence. Sin embargo, no podemos ignorar la pequeña pieza sobre la que se cimenta esa despampanante fantasmagoría: algo tan natural como la ausencia de respuestas. Lo que hace a un enigma enigmático —valga la redundancia— es no poder comprenderlo del todo. El ser humano siempre busca una explicación. Se maravilla ante el misterio mientras dura su incomprensión, pues sabe que debe haber una solución. La imaginación puede ser útil si el misterio proviene del terreno fantástico, pero se complica si el asunto pertenece a la realidad inmediata y es tan casual e inesperado como un muerto en una playa.
Stephen King parte de ahí para escribir Colorado Kid, una novela policiaca que se convierte en una deliciosa demostración de la naturaleza del enigma. Dos viejos reporteros (Vince Teague y Dave Bowie) le relatan a una joven practicante el extraño caso de un sujeto hallado muerto en la playa. Aunque el caso fue investigado durante años, jamás tuvo solución. Aquella es una historia que ellos han decidido no ventilar como uno de los tantos misterios sin resolver de la zona, precisamente porque no hay explicación alguna que la dote de sentido. La postura de estos dos reporteros es interesante: en la vida real, pocas historias cuentan con inicio, nudo y desenlace. Quienes estructuran las historias son los lectores. Para que esto suceda se les debe proporcionar dos elementos: un enigma y una posibilidad de explicación, por insólita que parezca. Entonces el lector comienza a atar cabos automáticamente. Pero si no hay elementos suficientes, si nada tiene sentido ni explicación posible, jamás hay historia.
Este libro es un extenso diálogo. No existe la voz de King; son solo las intervenciones de los tres protagonistas las que construyen la obra. Si esta novela es, entonces, solo el relato de los dos viejos reporteros, no deben preocuparse por si les arruino el final, pues como ellos mismos lo advierten, en el caso de Colorado Kid no hay línea argumental, ni mucho menos un final. Pero ocurre algo gracioso: el lector conserva la esperanza de que lo haya. Esto, y el deseo de respuestas, lo impulsan a avanzar a través de las páginas. Sin embargo, no parece percatarse de que, mientras lee, se convierte en la ficha estratégica de un juego finamente planeado por el autor, en la pieza que garantiza el éxito de este singular experimento literario.
Podemos dejar a un lado las grandes virtudes que tiene la novela, como la de dejar que hablen exclusivamente sus personajes y que el autor aguante la tentación de meter su mano omnisciente en la narración y aun así se mantenga sólida. Lo que nos interesa aquí —y lo que representa su gran genialidad— es la descarada pero inteligente manipulación a la que el lector se ve sometido. Repasemos las casi unánimes reacciones del público: ha sido vapuleada por la gran mayoría y relegada a los últimos lugares de preferencia; le reprochan su falta de línea argumental; la ausencia de un final contundente y esclarecedor ha sido el motivo por el que la han llevado a la hoguera. Lo curioso aquí es que todos sus presuntos defectos son, precisamente, sus grandes virtudes.
La incomodidad generada en el público por la ausencia de final es lo que Colorado Kid planea provocar. Ocurre porque la novela presenta un enigma y una serie de posibles explicaciones que se derrumban de inmediato. El lector, inocente y temeroso conejillo de indias, es incapaz de atar cabos y reconstruir la inconexa historia de Colorado Kid. Desde el primer capítulo ha disfrutado del misterio mientras aguarda la resolución. Pero como jamás llega tal cosa, su mente da un vuelco, se desespera, no acepta lo inconcluso y el temor natural a la falta de respuestas lo embarga. Se puede acusar a la novela de no ser una historia válida. No hay nada de sorprendente en esa declaración. Los dos periodistas ya lo han dicho en los primeros capítulos: una historia no es una historia si no tiene elementos necesarios para ser reconstruida. Vince y Dave se anteceden a todos los posibles comentarios negativos que se lancen contra el libro.
Entonces el aparentemente fallido trabajo Stephen King demuestra que no es una novela policiaca convencional que propone preguntas y da respuestas, sino que resulta ser un exitoso experimento literario y psicológico que esconde en su sencillez una metódica planeación que rinde frutos. Las reacciones del público no son más que el satisfactorio resultado que arroja el experimento imaginado por el novelista. Son los lectores quienes comprueban, ratifican y dan validez a la tesis que él propone sobre la naturaleza del enigma: el ser humano no puede lidiar con la falta de respuestas.
Empeñarse en no aceptar el callejón sin salida de esta historia y alimentar los reclamos que se esgriman contra Colorado Kid, solo provocarán que Stephen King salga airado de un inteligente juego en el que el lector siempre resulta ser una ficha estratégica, ficha que permite demostrar que el miedo más grande del ser humano es su temor a lo desconocido en su más natural, cotidiana y pequeña expresión.