En 2022 se publicó la primera edición de La Personalidad de los pelícanos de Teresita Goyeneche, que de cierta manera se suma a los brillantes ensayos de Vanessa Rosales, o a las excelentes novelas de Margarita García Robayo. Algunos de los temas de estas autoras son las relaciones de parentesco, a veces específicamente con el padre, la maternidad en su dimensión política o el amor romántico, entre otros muchos.
Esta creciente representación, en los circuitos literarios de este país, de autoras como estas, nacidas en Cartagena, y que escriben y opinan sobre Cartagena, ha enriquecido la discusión pública y ampliado los horizontes de las nuevas voces del Caribe, y también ha aportado nuevas miradas sobre viejos problemas enquistados en el núcleo de la sociedad colombiana. De hecho, también en los últimos dos años aparecieron El manifiesto en el espejo (2022) de Cindy Herrera y Crónica de un amor terrible (2023) de Nadia Celis, ambas escritoras cartageneras.
La Personalidad de los pelícanos es una cartografía política de esta ciudad, es al mismo tiempo cartografía sentimental y espiritual de la autora. Puede ser leída como novela de no ficción o como una crónica autobiográfica. Otros de los textos de Teresita Goyeneche han sido publicados por Vice y El Malpensante; desde octubre del año pasado escribe regularmente una columna en El Espectador.
buscar es apasionante, y encontrar es bello
y a veces turbulento, pero no encontrar es la nada.
Es recortar un hueco en el fondo de nuestros vacíos.
(Volver, T. Goyeneche)
En el prólogo de La personalidad de los pelícanos Vanessa Rosales usa la expresión “insurrección femenina” para referirse a ese trabajo tuyo, en la medida en la que existe una tradición histórica que ordenó a las mujeres el silencio. En este sentido se entiende el mirar y el escribir como actos políticos. Es muy interesante que señales en tu libro que el hito político de tu vida fue la cuarta ola del feminismo. ¿Por qué?
Después de escribir el libro, y después de publicado, he entendido que el feminismo no tiene olas sino que es uno solo. Como todo movimiento ha evolucionado, porque los movimientos humanos son así, cambian, se desarrollan de acuerdo con lo que pasa alrededor. En general, el feminismo me cambió, me hizo ver el mundo desde un lugar y con un filtro distinto. No solamente porque vi que vivía en un sistema que oprime a las mujeres, sino porque me di cuenta de que en este mundo el cuidado y los afectos, las emociones, la vida en comunidad, cuidarnos el uno al otro, no es una prioridad. El feminismo me ha dado eso, especialmente desde que me convertí en mamá.
Vivimos en un sistema económico-político que nos obliga a llevar vidas muy individuales. Cuando tienes un hijo el mandato es que te encargues sola, si sale mal es todo culpa de la mamá. Casi nunca se piensa en el padre como cuidador de ese niño o esa niña. El feminismo me ha dado una mirada más amorosa y más compasiva. Cuando hablaba de la cuarta ola del feminismo me refería a una distancia frente a las feministas mayores que veían en la maternidad una forma de opresión, que veían la feminidad como una amenaza, como una forma de debilidad. Me gusta pensar que parí una niña no para que fuera mía, sino para que fuera parte de este mundo, como parte de él, no soy solo yo responsable de su cuidado. Creo que el cuidado de mi hija también es responsabilidad de mis amigas, responsabilidad de las instituciones, responsabilidad del Estado, de mi familia.
Tú libro es un híbrido. Dentro de la crónica deslizaste fragmentos ficcionales llamados Rostros de la niña perdida. ¿Por qué usaste este mecanismo?
Nadie nunca me ha preguntado esto. Es una de las cosas que más me costó escribir. Yo publiqué una crónica que se llama Volver que salió en la revista El Malpensante. La escribí mientras estaba trabajando en La personalidad de los pelícanos, en el mismo registro en primera persona. No le llamo crónica a mis textos porque narren mis memorias sino porque utilizo herramientas del periodismo para contar una historia que es mía, pero que también es una historia de interés público.
Mi abuela murió hace diez años, intuíamos que ella había sido desplazada por la violencia de los cuarenta en el Tolima, pero nunca indagamos en eso y ella nunca quiso que nosotros supiéramos realmente de dónde venía. Ella decía que no se acordaba, que había perdido la memoria. Mi padre intentó hacer lo mismo que hice yo, viajar a encontrar el pasado de su madre. Él no encontró nada. Entonces eso era como un vacío, como un hueco en nuestra historia familiar. Yo conseguí unos fondos y viajé a Tolima, con los tres papeles que tenía me fui a buscar el pasado de mi abuela. Encontré a sus hermanos, encontré dónde había nacido. Supe que había sido una mujer pijao nacida en los 30s, que había sido adolescente a mediados de los 40s y que por la violencia del conflicto había sido desplazada, primero a Chaparral, después a Bogotá y finalmente al Caribe. Cuando llegó aquí decidió no volver porque se dio cuenta que su cuñado era de los que soplaban a la policía la ubicación de los liberales—sabes cómo funcionaba eso: los muertos extrajudiciales—.
Reconstruí esa memoria de mi abuela, la convertí en una crónica que se llama Volver, pero cuando estoy escribiendo La personalidad de los pelícanos me di cuenta de que había cosas que no podía recrear a partir de lo que había reporteado. Entonces me dije, voy a hacer un ejercicio de ficción, voy a recrear esto que yo creo que pasó así, a partir de unas pequeñas anécdotas que me fueron contando los hermanos de ella. Lo de los cerdos, lo de las almojábanas, lo de la bisabuela, lo de la última vez que mi abuela vio a su hermana cuando fue a Bogotá en Teusaquillo. Esas imágenes las recreé en esos fragmentos que tu bien dices son ficcionales. Simplemente los construí de esa manera porque era la herramienta que me sirvió para contar esa historia. Probablemente si incluía la crónica que se llama Volver iba a encajar muy bien en ese capítulo del libro. Todo lo que no se dijo en La personalidad de los pelícanos está escrito en esa crónica.
¿Fue catártico usar la ficción?
Lo fue, además fue muy revelador darme cuenta de que no tengo que valerme únicamente de la no ficción y del periodismo para poder contar historias. Fue muy liberador valerme de la imaginación y de la creatividad para poder sanar.
En tu libro mencionas a dos novelistas que escribieron novelas sobre Cartagena, Margarita García Robayo y Óscar Collazos. Quisiera que habláramos más puntualmente del caso de esta autora y en general de las representaciones de Cartagena en la literatura.
Soy muy fan de Margarita. Lo soy por coincidencias. Cuando entré en la Fundación Nuevo Periodismo para ser coordinadora de proyectos, ella ya había sido coordinadora y se había ido hacía unos años. La admiro mucho porque abrió caminos para que otras contadoras de historias como yo también tuviéramos caminos. Ahí tienes esos ensayos de ella con la no ficción en Primera persona. Sé que para ella no fue fácil, porque además es hermosa, y entonces mucha gente en esta ciudad machista decía que las cosas que ella había logrado habían sido por lo hermosa que es. Y, mientras yo la leía descubría que es una mujer muy talentosa.
Me acuerdo de haber tuiteado en 2014, cuando estaba leyéndola, algo así como “mis ídolos nunca van a saber que yo existo”. El año pasado en el Hay Festival nos sentaron en la misma mesa a conversar y yo estaba… Imagínate que uno de tus ídolos se sienta en la misma mesa que tú. Yo no lo podía creer, se llevó mi libro, lo leyó y lo recomendó y después nos encontramos en New York donde estoy haciendo un doctorado. Nos sentamos a hablar, fue una de las cosas más bonitas el ver como una de las personas que yo admiro, que me abrió camino, sigue creciendo y se vuelve un referente. Las representaciones de Margarita son totalmente distintas a las mías. Ella cuenta una Cartagena que yo no viví. Por ejemplo, ella odia el mar. Su primer ensayo es sobre su desamor hacia el mar. Yo en cambio soy una persona oceánica. Somos personas que habitaron la misma ciudad de maneras diferentes, y tenemos maneras distintas de hablar de la ciudad. Pero yo sí pienso que nuestras experiencias conversan, por ser dos mujeres que hablan en primera persona, por ser mujeres que se valieron de herramientas periodísticas para hablar de la ciudad y problematizarla, y entendernos a nosotras en función de ella. Lo que yo veo es que Cartagena ha sido escrita en masculino, leyendo a Gabo, a Collazos o a German Espinosa, vemos representaciones masculinas. Yo siento que tengo en común con Margarita, o con Vanessa Rosales, o incluso con Cindy Herrera, que lo femenino tiene más que ver con esta forma de mirar. Una idea de lo colectivo, de cómo nuestras experiencias se terminan universalizando; nuestra atención al cuidado.
Esto me parece muy interesante sobre las representaciones de la ciudad. Sé que ustedes (El Laberinto del Minotauro) hicieron una reseña del libro de Francisco Flórez. Ese libro es sobre otra Cartagena, desde otro rincón, desde otra esquina, super masculino, pero otra masculinidad muy distinta, una masculinidad feminista. Es raro. Eso nos da cuenta de que esta ciudad es muchas. No la Cartagena rica y la pobre, sino una llena de muchas subjetividades distintas.
Has tenido una experiencia muy importante como gestora cultural siendo coordinadora de un premio de periodismo latinoamericano. Cuéntanos cómo se han retroalimentado estos roles como gestora y como escritora, o si más bien se trata de ámbitos separados para ti.
He sido gestora varias veces, coordinadora de proyectos. No creo que uno pueda hacer una cosa y aparte la otra. Creo que todas estas cosas dialogan. Mi rol dentro de la Fundación fue muy importante en mi formación como escritora porque yo no estudié periodismo, yo no estudié escritura. Estudié relaciones internacionales porque tenía un hambre enorme de saber del mundo de afuera. Como una pelá clase media yo soñaba con el mundo de afuera. Veía el mar y decía, más allá está Europa, otros países. Soñaba con el mundo y entendía en los libros la posibilidad de esos viajes que la plata no me daba. Pude viajar fuera del país a los veinte años. Tenía mucha hambre de saber, y había aprendido muchas cosas a través de la academia, a través de mi ejercicio profesional. La Fundación me dio esa formación de escritora que yo necesitaba. Estaba coordinando el premio Gabo y recibía las postulaciones en la plataforma, los trabajos que llegaban los leía y eso me ayudaba a saber qué se estaba diciendo en América Latina en la prensa. En la biblioteca de la Fundación estaban los libros de las eminencias del periodismo latinoamericano, los leía con avidez. Estaba Alma Guillermoprieto, Leila Guerriero, Martin Caparrós, Julio Villanueva Chang. Fue muy enriquecedor y me ayudó muchísimo, si yo no hubiera sido gestora no hubiera podido ser en paralelo, cronista.