Nota del autor. El siguiente trabajo fue enviado el sábado 10 de junio al portal ‘las2orillas’ con el propósito de enriquecer el debate que entonces se adelantaba en torno a la ya pasada segunda vuelta presidencial en Colombia. No fue publicado lo cual me extrañó inicialmente por la actitud abierta que distinguía la línea editorial de dicho portal, que en ocasiones anteriores ha ‘colgado’ textos míos no menos controversiales. Sin embargo ese extrañamiento por la exclusión pronto desapareció cuando en los días subsiguientes percibí (como tantos colombianos) que ‘las2orillas’ dejó de ser eso para convertirse en laúnicaorilla. Los lectores agudos saben ‘orilla’ de quién.
.-.-.-.
Ya lo han dicho muchos y es una idea muy válida: el próximo domingo es la fecha más importante de la historia reciente, incluso mediata del país. Son numerosas y complejas las circunstancias pretéritas y contemporáneas que condujeron a convertirla en tal. Por tanto hasta una argumentación superficial sobre ellas escapa a las intenciones y posibilidades de una ‘nota ciudadana’. De modo que lo que sigue, más que una reflexión cuidadosa y argumentada constituyen un registro objetivo de situaciones e ideas visibles, de bulto, que se han venido actualizando desde antes de la primera vuelta.
En primer lugar, según el planteamiento implícito en la palabra “polarización” la ciudadanía se ha alineado en dos bandos contrapuestos, antagónicos, a punto de pasar a las vías de hecho, de lanzarse el uno contra el otro a la mejor (en realidad peor) manera de las guerras civiles para resolver sus diferencias. Con todo respeto, tal tesis es una falacia que, como en épocas pasadas, considera rasgo nacional (popular), un talante que no pertenece al pueblo sino a ciertos sectores de la mal llamada “clase política” colombiana. No se debe confundir la inconformidad, el descontento ante la injusticia, la desigualdad, y la exclusión, así como la falta de oportunidades y tantas aberraciones sociales y económicas con polarizaciones. En realidad esta fue un fenómeno desencadenado por los partidos liberal y conservador (los únicos que existían antes y durante la implementación del mal llamado “Frente Nacional”: 1958-1974), para que los sectores populares se enfrentaran en una guerra fratricida y criminal, mientras líderes y cuadros políticos de tales organizaciones, parrandeaban y compartían manteles en Bogotá y otras ciudades. Ni siquiera entonces se trató de una “polarización” entre humildes campesinos en su mayoría analfabetos. Lo que en realidad ocurrió fue la repugnante manipulación de sectores sociales vulnerables (como se dice hoy) para utilizarlos con propósitos políticos protervos desencadenando un conflicto (conocido como “época de la violencia”) cuyo final empezó con la firma de los acuerdos de paz durante el gobierno de Juan Manuel Santos, y cuyo cierre se podría ‘hacer trizas’ a partir de próximo 20 de junio, dependiendo del resultado de la segunda vuelta. El desenlace de esa “operación militar especial” (parafraseando a Putin) fue un éxito mayúsculo según los historiadores que han podido analizar el fenómeno de la “violencia en Colombia” con objetividad porque no vendieron su inteligencia a plazos a los poderes de turno. La sola mención de ese epílogo historial escapa a los propósitos de esta modesta ‘nota’. Baste decir, para cerrar este primer punto, que desde hace varios años, y en especial durante el tiempo que lleva desarrollándose la campaña electoral 2022-26, descendientes de la “clase política” que conformó el infame Frente Nacional, así como los nuevos representantes de esa comunidad de intereses, intentan ahora recomponer la idea de una confrontación inexistente bautizándola como “polarización”, con propósitos equivalentes (en el actual contexto de la globalización) a los de sus antepasados antes y después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
En segundo lugar, el próximo 19 de Junio es una fecha trascendental porque, desde el asesinato de Gaitán nunca antes Colombia había estado ad portas de un cambio profundo sin necesidad de recurrir al camino de las ya olvidadas “revoluciones”. Esa es una verdad sin cortapisas, pero como quedó dicho con “polarización”, también en la idea de “cambio” existe un sesgo que no es para nada un simple problema semántico. Ese matiz es el siguiente.
Se está vendiendo la teoría de que tanto Petro como Hernández encarnan opciones de ‘cambio’, cada uno a su manera. Nada tan falso insisto, como falsa es la “polarización”. Solo uno de ellos representa la posibilidad de un cambio real; real significa tangible, sostenible (como se dice hoy). El “cambio” del otro no es real, sino ideal y por lo tanto irrealizable en términos de lo que se denomina ‘realpolitik’ (ofrezco excusas por emplear un terminacho, pero no hay otro). No me empantanaré en reflexiones sobre esa forma superior del ejercicio de la política. Baste decir que, como su nombre lo indica, el ‘realismo’ de su aplicación se fundamenta en la sencillez y no en los delirios. Hay que hacer una salvedad inevitable: los discursos de Petro y de Hernández proponen alternativas de solución que generan suspicacias; sea por falta de claridad, por arriesgadas, o por cualesquier otras circunstancias. Pero adonde quiero llegar es que, a pesar de eso, en términos de ‘realpolitik’, la posibilidad de un triunfo de Hernández conduciría al país a la escombrera donde pararán los auténticos deseos populares de cambiar. No voy a detenerme, por obvias limitaciones de espacio en lo que considero inconsistencia de algunas propuestas de Petro; no soy tan ciego como para negarlas. Me concentraré en los dislates de Hernández sin caer en mayores argumentos. Lo haré en forma de preguntas para evitar ser asertivo o negativo. Que sean los lectores quienes afirmen o nieguen si se animan a responderlas. Estos son algunos de mis interrogantes. ¿En términos de ‘realpolitik’ cómo podría Hernández gobernar sin tener bancadas en el congreso? ¿Al no tenerlas, cómo mantendría su “independencia” de los partidos, alianzas y coaliciones que lo controlan y cuyo apoyo ha rechazado de dientes para afuera, pero (estoy seguro) con la conciencia de que sin pactos (principio de ‘realpolitik’) no podrá gobernar? ¿Cómo combatirá la corrupción y encarcelará a los corruptos, si como presidente electo tuviera que dedicar parte de su tiempo y esfuerzos (recordar a Samper y el Proceso 8000) a defenderse o a solapar las investigaciones en su contra por corrupción, muy hábilmente engavetadas durante el largo año que va de actividad electoral? ¿Cómo es posible que Hernández haya llegado a disputar la presidencia en una segunda vuelta sin un discurso consistente, a punta de repetir “acabaré con la corrupción”, “meteré a la cárcel a los corruptos”, sin decir una sola palabra sobre reformar el ejercicio de política y a la administración de justicia, que son dos de las mayores fuentes de corrupción en Colombia? Que eso haya sucedido habla muy mal de los colombianos ¿Acaso somos tan ignorantes? De modo que entre las inconsistencias programáticas de Petro, y las chirles letanías de Hernández, apuesto y me arriesgo por el primero. No es como dijo William Ospina recientemente que a la gente le guste y comparta la llaneza y sencillez de las palabras, el “discurso” de Hernández; el problema es que nunca ha habido ni hay ‘discurso’ alguno. ¿Acaso no es evidente que cada vez que “el ingeniero” intenta responder preguntas la embarra, o simplemente no dice nada limitándose a repetir lo mismo incansablemente, lo cual es una de las causas de su negativa a participar en debates? ¿Cómo respondería Hernández a preguntas sobre sobre reforma pensional, tributación, salarios, empleo y desempleo, programas medioambientales, política petrolera, fracking, etc…? ¿Cómo respondería insisto, utilizando los términos del lenguaje especializado con que deben abordarse tales asuntos, así como las inevitables cifras y estadísticas a que se recurre cuando se proponen soluciones a dichos problemas, como en su momento lo hicieron con total competencia, desde sus intereses, Gutiérrez, Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria ? La ‘realpolitik’ no es la falsa ‘politik’ inventada por William Ospina con el disfraz de sencillez y claridad de las palabras con que supuestamente Hernández “llega” al pueblo. Por no hablar de la justificación que hizo del propósito del presidenciable de transformar la Casa de Nariño en un jardín botánico o museo, vender los edificios donde funcionan las embajadas, (entre otras necedades), o ahorrarse los 10,000.oo millones que cuesta la ceremonia de posesión haciéndolo en Pie de Cuesta, para recaudar recursos que destinaría a solucionar el problema del hambre en Colombia. Tan terrible como que Hernández llegara a la presidencia, lo sería el hecho de que William Ospina fungiera de ministro de cultura o de educación: ahí sí ‘se acabaría la vaina’. Recuérdese que durante la negociación del ‘Acuerdo de Paz’ con la FARC William Ospina dijo, palabras más, palabras menos, que hacerlo sin Uribe era como una mesa de tres patas. Si mis interrogantes estuvieran desenfocados, paso a referirme a una situación que borrará todo lo dicho hasta aquí y aterriza lo que he llamado única opción de cambio real durante los últimos setenta y cuatro años. Se trata de lo siguiente.
Por primera vez en todo ese tiempo el país tiene la oportunidad de dejar de ser o, cuando menos, ser manejado como una finca privada, como el latifundio de algún terrateniente o finquero con sombrero aguadeño. Porque eso ha sido y es Colombia. Las condiciones entre cómo se presentó ese hecho desde el llamado “grito de independencia”, durante toda la tal ‘república”, hasta llegar a nuestros días se han modificado históricamente dentro del marco de lo que comúnmente se llama interacciones entre una constante y sus variables. La constante en este caso es que el estado ha sido controlado desde sus orígenes por una oligarquía integrada por familias que lo administran como propiedad privada. Las variables son los diferentes períodos históricos con sus dinámicas internas particulares: económicas, políticas, sociales, religiosas, etc. Algunos historiadores denominaron ‘modelo hacendatario’ a esa barbárica forma de expoliación. Sencillamente porque los recursos (renovables, o no), las comunidades (desechables o no), el producto interno bruto, los presupuestos, las fuentes de empleo y los ingresos desde el salario mínimo hasta la plusvalía, eran administrados como si se tratara de la productividad de una hacienda. Recuérdese que uno de los puntos negociados y aprobados en los Acuerdos de La Habana fue el inventario de tierras y baldíos. También fue el primero en ser hecho trizas por el congreso elegido en 2018. Después se hundirían las reformas política y a la administración de justicia, y fracasaría la propuesta de una ley anticorrupción ¡porque faltaron doscientos mil votos para completar los doce millones requeridos! Vivimos el momento histórico de la variable globalizadora, de los tratados de libre comercio, de la hegemonía mediática, etc. Pero todo sigue al servicio de los mismos hacendados. Cambiar eso es nada más y nada menos lo que ocurrirá a partir del lunes 20 de junio. Todo dependerá de la elección presidencial que se haga.
Segunda vuelta presidencial en Colombia: el momento decisivo.Por último me referiré a la urgente necesidad de asumir la responsabilidad histórica como una dimensión ética que no posee excepciones, y cuyo soporte más sólido es la inevitable e imperativa toma de posición ante la encrucijada que se cierra el próximo domingo. El evento aboca a un límite excepcional de nuestra historia: la espada o la pared, el fuego o el agua durante un naufragio; en todo caso no hay término medio, ni siquiera el voto en blanco lo es. No sé lo que será. La disyuntiva tiene que ver con aquello de que en ningún aspecto de la vida existe la “neutralidad”, mucho menos en la política. Sobre este ‘límite excepcional’ llama la atención el hecho de que numerosos y brillantes intelectuales, antes muy activos en redes sociales y columnas periodísticas foráneas y nacionales, ahora guarden silencio. “Por sus actos los conoceréis”, dijo alguien, y eso aplica para ellos, incluso, para los que dicen “yo voy adonde me inviten”, sin importar quién invita. Recuérdese a las “cosas neutras” de la pasada ‘80 Feria Internacional del Libro de Madrid’ (España). Aquí, como dije al comienzo solo importa mencionar lo que se ve, lo de bulto, ahora referido a lo que considero ’responsabilidad histórica’. Y lo visible, para cualquiera de las alternativas encarnadas por Petro y Hernández, tiene nombre propio. Estos son algunos de esos nombres cuya responsabilidad histórica ha sido asumida dependiendo del deseo de seguir considerando a Colombia la hacienda de cualquier gamonal o, como es de esperarse, pensando que la dignidad no es un privilegio de las injusta y mal llamadas “personas de bien”. Van varios de esos nombres: Pastrana, Gutiérrez, Robledo, Amaya, Cabal, Gaviria (el César)… Entre otros. Pero también están: Enrique Santos Calderón, Juan Fernando Cristo, Doris Salcedo, Angélica Lozano, Katherin Miranda…