Cosmografía Profunda reúne diez relatos de Laura Ponce, escritora, editora y promotora argentina del género ciencia ficción. Y si bien podría reseñare cada uno de estos relatos o, por lo menos resumirse, consideramos que la eficacia de un texto de este tipo, más que señalar los aconteceres narrativos de una historia, reside en invitar a que los lectores se acerquen a ficciones que desconocen, puesto que la reseña que no inocula la curiosidad no es más que un resumen de acciones. Por esto mismo, nuestra invitación es a leer el libro en mención, esperando que este suscite relaciones con el bagaje que el lector ya tiene, sea el que sea. Queremos vincular los relatos de Laura Ponce con otras autoras como Úrsula K. Leguin u Octavia Butler, por ejemplo; al mismo tiempo que queremos hablar del viaje como rasgo inherente a la literatura de ciencia ficción.
Cartografías espaciales
Es cierto que no todos los textos del libro ocupan o se desenvuelven en el espacio exterior. Sin embargo, su grueso contiene relatos que se sitúan en planetas en los que los seres humanos o han llegado a colonizar o han llegado para perderse y para encontrar una segunda oportunidad. Si bien el libro se abre a nosotros con un primer relato titulado A través del avatar, texto de influencias cyberpunk que transcurre en un barrio popular argentino y que nos relata la historia de un programador de un hacker adicto a los vídeo juegos, enseguida nos encontraremos con un texto como La lealtad, ficción que se aleja de los lugares comunes que se suscitan en la relación entre humanos e Inteligencias Artificiales. En este último, hombre y máquina comparten un extenso viaje en el espacio cruzando una ruta comercial y deben colaborar para escapar del planeta en el que se han extraviado. Aquí, la IA no se vuelve contra el ser humano y el ser humano no cae enamorado de ella. Mientras que otros relatos como Todo es nuevo en Rognar, Esas pequeñas cosas, La tormenta, En el borde del mundo y Sidgrid continuarán con la tendencia en la que la autora mezcla esa intención de presentar con sorpresa un nuevo mundo, un poco a la manera de las narraciones clásicas de aventuras, junto con la especulación científica propia del género y la propensión a construir personajes con cualidades introspectivas.
Deben mencionarse, además, los guiños que Laura Ponce hace a ciertas influencias que pueden percibirse. La ciencia ficción de Octavia Butler, por ejemplo, salta a la luz, por un resquicio narrativo, en el relato Todo es nuevo en Rognar. Lo inevitable de mezclarse con una forma de vida extraterrestre y la problemáticas de pureza y miedo al mestizaje atraviesan toda La estirpe de Lilith, de Butler; en el relato en cuestión de Ponce, una mujer llamada Zary se convierte en la primer ser humano en hibridarse con las bacterias del planeta colonizado, lo que la convierte en un ser resistente para el ambiente hostil de Rognar. El mestizaje como adaptación y, al mismo tiempo, como el principio de una civilización; dos mujeres (Zary y Lilith) como las primeras presencias simbólicas de una nueva raza que asienta su futuro sobre ellas y que, caso curioso, no han dejado en ningún momento de temer como cualquier ser humano.
Sigdrid, título de un relato que lleva el mismo nombre del planeta en el que transcurre, cuenta la vida de una mujer llamada Lis, que pasa sus días entre el tedio de la aburrida vida en la colonia humana y varias relaciones in-sustanciales con hombres que pasan sin pena ni gloria por su cama. Solo uno de ellos, Iván, la hará sentir de una forma diferente, aunque con Iván sucede algo que la perturba; cree conocerlo de antes, cree haberlo visto y haber sentido cosas similares por él en el pasado. La influencia de Solaris, de Lem, comienza a saltar a la vista en la parte final del relato, en el que Lis se pregunta a sí misma si no ha estado viviendo en un ciclo de repeticiones generado por el planeta Sigdrid, o si su planeta hospedante recrea aquellos deseos íntimos que guarda para sí. El acierto de Laura Ponce es que deja esta capacidad de Sigdrid (similar a la del planeta Solaris) como una sugerencia, como un dejo o un guiño, más que como escribir un relato a la manera de Lem.
Los no conflictos
En una entrevista que recoge el libro Conversaciones sobre la escritura: Úrsula K. Le Guin, de la editorial Alpha Decay, entre la autora de La mano izquierda de la oscuridad y David Naimon, Le Guin, respecto de la errada importancia que solemos dar al conflicto como recurso narrativo de mayor importancia en una narración, como cualidad indispensable para la ficción, afirma lo siguiente:
“Si decimos que una historia se tiene que basar en el conflicto, limitamos enormemente nuestra visión del mundo . Y, sin quererlo ni beberlo, hacemos una declaración política: todo en la vida es conflicto, por lo que el conflicto de una narración es lo que realmente importa. Y, francamente, eso no es verdad. Ver la vida como una batalla es tener una visión del mundo muy limitada, social darwinista y muy masculina. Huelga decir que el conflicto es parte de la vida, con esto no te estoy diciendo que haya que eliminarlo de las historias, sino que no es lo único que las alimenta. Las historias pueden tratar de un sinfín de cosas diferentes”.
Esta declaración interesa en tanto que, al leer Cosmografía Profunda, los lectores pueden caer en la trampa de pensar que aquellas narraciones que lo componen son carentes de conflictos o, por lo menos, de esa tensión característica de los relatos cortos y los cuentos. Una característica común de estas ficciones, podría decirse, es que no están enfocadas en construir mecanismos de relojería con finales sorpresivos. Más que cuentos en el sentido más conocido de la expresión (narraciones que tienen un principio, un conflicto y una resolución), las ficciones en cuestión se desenlazan más como pequeñas fotografías o escenas humanas en ambientes no amigables (como en Paulina o En el borde del mundo); discurrires de pensamientos que se preguntan por la propia identidad o por re-descubrir el propio pasado (como en El prisionero o Esas pequeñas cosas). Al mismo tiempo, la autora construye ficciones que no necesariamente resuelven un conflicto. Estas se desenlazan y discurren, no como el agua que rompe el dique que la atrapa, sino más bien como la humedad que lo debilita y lo derriba poco a poco. En esta cualidad, por supuesto, hay influencia de ese modo de contar de aquellos primeros autores fantásticos, cuyo quid no era el del final sorpresivo, sino el de sorprender mientras se erige narrativamente un nuevo mundo, lo que no es otra cosa que a tan mencionada posibilidad del viaje que te da abrir un libro.
Los viajes y el hartazgo
En su texto El narrador, de 1936, Walter Benjamín habla de que los narradores clásicos tomaron siempre dos formas: la del marino mercante, que vendría siendo el tipo de persona que viaja y recorre el mundo y, después, vuelve a contar aquello que ha visto ( es interesante como varias de estas características se cristalizan en el Frankenstein de Mary Shelley, en cómo el Dr. Viktor cuenta su historia solo después de iniciado aquel viaje fracasado para cazar al monstruo); por otro lado, está la figura del campesino sedentario, que ha acumulado todas las vivencias y cambios que ha sufrido su tierra. Ricardo Piglia, en cambio, afirma que solo se puede narrar un crimen o un viaje. Más allá de la relación casi obvia que tienen las narraciones de ciencia ficción con el viaje (un viaje que puede ser de los seres humanos hacia afuera con motivos de exploración o colonización o de una especie invasora con motivos de ataque o reconocimiento hacia el ser humano), se destaca cómo, en Cosmografía Profunda, es este un rasgo característico a casi todas las ficciones.
Un relato como La tormenta, situado en el imaginario planeta Arkaris, presenta la historia del antiguo mentor del viajero Valdezarín, un tipo llamado Coban, durante la celebración del Kamala en la que una vez al año, una fuerte lluvia riega el desierto de Arkaris, haciendo reverdecer, de un momento a otro, todo aquello que toca. La narración tiene esa forma de la literatura de las crónicas de viajes (algo de la forma en que se narra El corazón de las tinieblas de Conrad, por ejemplo), en las que un hombre cuenta sus desdichas a otro y le pinta todo aquello que vio en un lugar al que llegó por primera vez. La tormenta es, al mismo tiempo, un relato sobre la posibilidad de la vida eterna y de sus pormenores (el Kamala, además, vuelve a traer a la vida a quienes han sido enterrados en el desierto al que riega). Así como Valdezarín cuenta la historia a su compañero de misión Azak, Coban lo hizo con él y esta, claramente, es la forma escrita de aquellas narraciones viajeras a las que Benjamin se refería.
A Laura Ponce, sin embargo, no se le debe confundir con una narradora de descripciones fantásticas meramente. Si bien el presente libro tiene esa capacidad de maravillar al lector como cualquier libro de aventuras a un niño, sus narraciones van más allá: el hartazgo se puede percibir en estos personajes que viajan dibujando la cosmografía de escenarios que les recuerdan su soledad. De pronto quieren escapar o quedarse y sucumbir a las ilusiones que estos nuevos mundos les presentan; de pronto se enteran de algo que, de tiempo acá, sabemos casi todos, que en el futuro podremos escapar del planeta o de nuestra línea temporal, pero jamás del tedio que implica muchas veces eso de ser humano.