También la literatura puede propiciarnos una imagen de la felicidad; ese estado que constituye una búsqueda constante del género humano a la cual le han sido dedicadas miles de páginas desde Aristóteles hasta nuestros días. Sin embargo, el tratamiento dado por la literatura a dicho tema difiere de las pretensiones universalistas de los filósofos y de la finalidad sanadora en que suelen incurrir los discursos de los profesionales de la psicología. Una obra literaria, en lugar de abordar este tema a partir de pretensiones remediales o universalistas, lo particulariza llevándolo al plano de la experiencia y la subjetividad que a lo humano le son inherentes y como le corresponde en especial a la narrativa ya que, para abordar sus asuntos, esta solo cuenta con los elementos de contexto que modela como marco para las acciones de los personajes literarios, nuestras más reveladoras máscaras alegóricas.
Es, precisamente, un doble juego de máscaras, que desde sus individualidades conciben y buscan la felicidad, en el que nos sumerge Marvel Moreno al narrar lo acontecido a la bruja de Siape en su cuento titulado La noche feliz de Madame Yvonne. Usando como contexto para relatar la manera en que este personaje central experimenta su felicidad, la autora de En diciembre llegaban las brisas cuenta lo acontecido una noche de sábado carnavalero en el Patio Andaluz del club donde se reúnen los integrantes de esa élite sobre la que tratan los cuentos y novelas de la autora barranquillera. En las muchas páginas escritas sobre el tema en cuestión son diversas las concepciones que sobre tal “estado del alma” se proponen. Esta prolijidad deja claro que es casi imposible llegar a precisiones conceptuales inmutables en lo que a sensaciones, emociones o sentimientos se refiere. Por ello, el estado de felicidad rayana en la clarividencia al que accede Madame Yvonne después de ingerir varias botellas de ron y champaña en compañía de su amigo, el capitán Gastón Rouleau, es propuesto por la autora como una peculiaridad que merece ser contada teniendo como marco la mascarada de esa noche en que por un acto de insistencia de la mujercita regordeta vestida de azul en contra de la voluntad de su acompañante, termina en medio de los odios, las intrigas, los deseos reprimidos y demás emociones encontradas que desbordan la sociabilidad de la gente que en el Patio Andaluz en ese momento festeja.
Madame Yvonne entra al Patio Andaluz atraída por los compases de la orquesta que ameniza el encuentro de esa clase social alta barranquillera la cual aprovecha la noche del sábado de carnaval para compartir en torno a la comparsa, la música y la fiesta sin dejar de intrigar y fisgonear los unos en la vida de los otros. Desde el inicio del cuento, ya sea por medio de la mirada que nos regala la misma Madame Yvonne o por medio de la conciencia de los personajes mismos a los que el narrador unas veces les cede su voz y otras veces los interpreta, el lector se va enterando de cada una de las miserias existenciales que los disfraces usados por los allí presentes no logran ocultar del todo. Las ganas de intrigar, los odios y la sorna destilada por cada uno de los asistentes son mucho más poderosos que la posibilidad de configurar esa comunidad a la que debería invitar toda fiesta (1). Es el conocimiento de ese mundo de ruindad por parte de Madame Yvonne, gracias a su trabajo de médium a la que la mayoría de los allí presentes, de manera oculta, consultan, lo que en la cúspide de la noche le despierta un sentimiento de conmiseración que desemboca en el frustrado acto final con el que intenta reconciliarlos, hablándoles como si ella fuera la voz de su conciencia.
Es el asumir ese papel de guardiana de la consciencia colectiva lo que despierta el rapto de felicidad que Madame Yvonne experimenta y que desea concretar, compartiendo con ellos en comunidad una vez más esa sabiduría con la que ha vivido y gracias a la cual ha desempeñado su papel de bruja entre hombres y mujeres que al quedarse sin solución a los problemas generados por una vida vacía, determinada por la conveniencia, la consultan no solo como adivina sino también como consejera. De alguna manera, a pesar de las reticencias del capitán Rouleau, ella siente que es una especie de espejo oculto en la carterita de toda una clase social a la que con perspicacia ha aprendido a leer “desarrollando el órgano” (2) tal como lo hizo con la bola de cristal y con las cartas del tarot a las que, cada vez que uno de ellos se escurre de manera furtiva hasta su casita de Siape, los enfrenta. Ella es ese espejo en el que se miran todos los integrantes de esa élite festiva sin querer reconocerse, pues en lugar de deformarlos, el espejo los refleja lo más exactamente posible a lo que en realidad son. Madame Yvonne es ese espejo en el que no ven lo que ellos desean sino lo que ya saben o presienten sobre ellos mismos pero que no aceptan por estar obligados a guardar las apariencias.
Esos personajes que, en algún momento, de manera directa o indirecta, se han mirado en el espejo encarnado por la pitonisa, euforizados por la música y el trago, esa noche de sábado se revelan ante si mismos con toda la claridad con que nunca antes se habían visto. Esa noche, después del recorrido hecho por el lector gracias a los saltos que un narrador omnisciente ejecuta con habilidad de saltimbanqui de mesa en mesa, de disfraz en disfraz, de situación en situación y de consciencia en consciencia, los personajes del Patio Andaluz constituyen por unos cuantos minutos esa comunidad que nunca antes habían podido ser y que Madame Yvonne, bajo el efecto de lucidez propiciada por su borrachera, tanto desea. El eje dinamizador de dicha comunidad es la sinceridad de la mofa, permitida solo bajo la condición de que todo puede pasar y debe ser admitido en la atmósfera de lo carnavalesco (3). Se constituye en ese punto culmen del relato una comunidad que solo puede ser convocada por quien tiene el poder de la revelación y que en ese momento de clímax se ha configurado como la sacerdotisa dueña de la palabra justo para ello. En torno a la intervención de Madame Yvonne surge un aura de expectación que convoca el silencio y el respeto ritual entre los allí congregados. Sus palabras iniciales constituyen una invitación a la aceptación que tanto les ha pregonado en sus consultas personales. Después de esa convocatoria general a la hermandad, en un acto sorpresivo para los asistentes, la sacerdotisa quien había sido tildada de loca por alguno que otro profano, particulariza su intervención planteando un parangón entre su propia felicidad y la del gamonal que a todos somete por debajo de cuerda. Esta osadía de la bruja vestida de azul no puede sino despertar la celebración y la complicidad de su auditorio el cual la defiende ante la censura que amenaza en contra del rapto de felicidad reveladora y comunal por parte del representante de la ley, cuidador de los intereses de dicho gamonal. El gobernador Humberto López, disfrazado de oso, pretende controlar a Madame Yvonne, provocando con ello la rebelión de la comunidad en defensa de la hechicera. En un acto de arrobamiento general, mezclado con ironía, acolitan celebran y defienden el que la bruja de Siape le haya quitado el micrófono al guerrillero camuflado como cantante de boleros Mario Salgueira, para hablarles, y sobre todo para decir en público lo que ocultamente todos piensan de Federico Aristigueta.
La felicidad de Madame Yvonne, expresada por medio de la palabra transgresora, se convierte en símbolo para la comunidad que por esos cuantos minutos gira toda en torno a un solo asunto; el desenmascaramiento del hombre que está detrás de los hilos del poder de dicha élite; del hombre que pervierte para, por medio de la degradación, apoderarse de todo lo que desea. Es una felicidad contestataria que asombra al mismo revolucionario encubierto Mario Salgueira quien, advirtiendo la descomposición en el rostro de su némesis, celebra con el mismo gusto con que lo hacen todos esos burgueses que él detesta. Pero, la de Madame Yvonne es también una felicidad circunscrita como toda felicidad a una condición especial; la suya es una felicidad permitida solo en medio de la mascarada de esa noche carnavalera. Es esta una mascarada en la que cada uno de los presentes en el patio Andaluz está deformado por el disfraz que usa y con el cual deforma, como corresponde a la función de toda máscara y de todo disfraz, la realidad existencial de quien lo lleva. Es por esta razón que el lector debe asumir que, terminado el carnaval, lo vivido aquella noche por los festejantes, a lo sumo, quedará como un vago recuerdo que no cambiará para nada una dinámica social marcada profundamente por la hipocresía necesaria para guardar con eficacia las apariencias. He aquí que el lector tal vez haga consciencia por inducción del hecho literario de que la situación protagonizada por Madame Yvonne al sacar a la luz un secreto a gritos no causa un efecto más allá de la complacencia de los congregados en el Patio Andaluz esa noche. Seguramente, al día siguiente no habrá consecuencias para la bruja de Siape ni para ningún otro de los presentes, ya que la concurrencia de máscaras genera una distorsión de la verdad que circunscribe la felicidad de la protagonista al término de aquella misma noche. Al igual que el efecto de la mascarada que la contextualiza, la felicidad de Madame Yvonne también es pasajera pues la situación narrada en esa atmósfera que colinda con lo esperpéntico induce a pensar que nada ha pasado pues todo lo sucedido en el Patio Andaluz esa noche de carnaval es un efecto más de la euforia y la borrachera.
Son diversas las situaciones que hacen de esa una noche exclusiva para la felicidad de Madame Yvonne. Una felicidad configurada como posible solo en el contexto de esa mascarada que comienza con el saludo hipócrita del mismo gobernador disfrazado de oso, aunado al ofrecimiento de una mesa en el fondo del Patio Andaluz por parte de Jairo Gutiérrez quien lo hace con una cortesía burlesca que no pasa desapercibida para el capitán Rouleau, el único personaje vestido con un traje auténtico esa noche. Desde ese mismo punto de la narración, el lector se compenetra con la historia que fluye como un torrente por medio de la voz del narrador o a través de la retrospectiva con que Madame Yvonne hace un recuento de las vivencias de sus conocidos de las cuales se entera a veces debido a las confesiones de estos en la intimidad de sus consultas o en otras ocasiones, gracias a los chismes del bufonesco Polidoro. A estos recursos narrativos se suma el flujo de consciencia de algunos de estos personajes, sobre todo femeninos, al asumir el recuerdo de sus historias personales, casi siempre relacionadas con el papel que juegan en medio de una sociedad que les exige el cumplimiento de las dictatoriales normas de la posición, el patriarcado, la conveniencia y la etiqueta. Gracias a estos recursos, hábilmente utilizados en el cuento, nos enteramos entre otros asuntos de las incursiones secretas del revolucionario José Méndez a la casita de doña Amalita, de la pasión secreta que Ema de Revollo profesa por Mario Salgueira y que se despierta una vez más esa noche mientras ella baila con su esposo; del carácter manipulador del psiquiatra Álvaro Espinosa contrariado por la frustración que siente a causa de la personalidad indómita de Catalina, la esposa rebelde que se escapó de su dominio y quien en secreto planea vengarse de él por haber usado sus argucias para vejarla, pretendiendo doblegar su natural resistencia; de las perversiones que Ignacio de la Torre y Federico Aristigueta planean poner en práctica esa misma noche en la persona de Berenice Lalande; de la torpeza esperpéntica de Gerardo Urrega, de la incredulidad de Lina Insignares para con los poderes premonitorios de la bruja de Siape y del amor frustrado que Alba de Rocanís profesa por su jefe, el doctor Álvarez. Estas y muchas más infidencias son reveladas al lector por medio de los recursos narrativos ya mencionados y gracias a un contexto en el que predomina la desinhibición de los personajes bajo los efectos del alcohol y la complicidad de los disfraces. Tales infidencias, las cuales serían negadas en un contexto de sobriedad, configuran el aura precisa para que bajo los efectos de la borrachera la misma Madame Yvonne pronuncie el discurso en el cual confiesa la amistad que dice profesar por sus clientes y que, a pesar de la negativa de Gastón Rouleau, ella reafirma que estos profesan de igual manera por ella.
Un discurso que es enunciado además como una muestra de condescendencia para con todos sus supuestos amigos los cuales, según ella, le han hecho sentir que tiene una familia y que encontró un lugar en el mundo. Sentir que está y saber que ha podido compartir con ellos en el Patio Andaluz, lugar del que tanto había oído hablar cuando llegaban a consultarla, pero al que nunca antes había entrado, contribuye en gran parte para que ella pudiera experimentar esa noche la felicidad en torno a la cual se construye el relato. La felicidad de Madame Yvonne, recreada por Marvel Moreno en este cuento que cierra su primer libro de relatos “Oriane, tía Oriane” se mueve en esos límites de las complejas imprecisiones de lo humano sobre lo cual es improbable lanzar juicios categóricos y definitivos. Por ello es que solo por medio de la narración de los sucesos de esa noche festiva, como lo hace la autora, es posible configurar tal felicidad usando para ello el lenguaje literario y rehuyendo a la aspiración de las precisiones del tratado. La felicidad de este personaje como, posiblemente, la felicidad de todo ser humano entraña las más profundas ironías incluso las contradicciones en las que en medio de la misma alegría aparecen los puntazos de la tristeza como ocurre al final del relato cuando en medio de la plenitud que Madame Yvonne experimenta mientras se abraza a los dos policías que acompañaban al gobernador, ilusionada con que sería llevada a su casa en el mismo carro de este, se voltea para ser agobiada por la vívida premonición de la muerte, tres años después, de Mario Salgueira. Así en medio de todos estos matices que solo la literatura puede organizar, la autora nos regala un relato lo más humano posible de uno de los tantos personajes que recrea en sus cuentos y novelas, y con los que como lectores podríamos identificarnos con el propósito de buscar y tal vez encontrar nuestra propia imagen de esa felicidad que tanto anhelamos y que de vez en cuando, en medio de la mascarada que es el mundo real, en algún momento, como le sucede a Madame Yvonne, también se nos puede revelar.
Notas
(1) En su libro “La desaparición de los rituales”, el filósofo Byun Chul Han comenta que la fiesta es uno de los medios con los cuales se encuentra y se crea comunidad. La comunidad es entendida en este caso como integración de la sociedad. Integración que está lejos de darse en la noche de carnaval recreada en el cuento. Este cuento aborda la desritualización de la comunidad dejando ver el individualismo y el egoísmo que caracteriza a cada personaje los cuales están en una férrea defensa de sus intereses personales cada uno a su manera.
(2) Expresión lanzada por la misma Madame Yvonne para justificar la adquisición de sus poderes los cuales según ella misma, ha obtenido de tanto practicar por lo que no admite que Gastón Rouleau dude de sus capacidades adivinatorias.
(3) En este caso el aspecto de lo carnavalesco se presenta como contexto en el que se tiene permiso para transgredir las prohibiciones tal como sucedía en sociedades antiguas en las que la comunión de la fiesta licenciaba a los integrantes del pueblo para mofarse o criticar a las instituciones y sus representantes sin temor a ser censurados o castigados como podemos leer en algunos análisis hechos Mijail Bajtin y otros investigadores en relación con lo carnavalesco.
Bibliografía
MORENO, Marvel, Cuentos completos, Bogotá, Alfaguara, 2018.
BAJTIN, Mijail, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1987.
CHUL HAN, Byung, La desaparición de los rituales, Barcelona, Herder Editorial, 2020.
MIDDELTON, Murry, El estilo literario, México, Fondo de Cultura Económica, 2014.