No nos van a matar ahora
Jota Mombaça
Caja Negra Editora, 2024
Traducción Diego Cepeda
128 páginas
No nos van a matar ahora es la primera compilación de textos de la pensadora y artista multidisciplinar Jota Mombaça. Nacida en el nordeste de Brasil, su obra adquirió relevancia en los últimos años en el panorama global del arte contemporáneo. Mombaça forma parte de una generación de artistas que han puesto en primer plano las intersecciones entre desobediencia de género, pensamiento antirracista y crítica poscolonial.
La editorial argentina Caja Negra Editora reúne en este libro ensayos teóricos, textos autobiográficos, reseñas de obras, diatribas, cartas a sus amigas y breves ficciones especulativas de la artista brasileña, disponible ahora en Colombia.
CARTA A LAS QUE VIVEN Y VIBRAN A PESAR DE BRASIL
Creo que el sueño fecunda la vida y venga la muerte.
Conceição Evaristo
Es la última vez que lo digo: el mundo se está acabando. De nuevo.
Parece contradictorio, en medio de todas estas formas de colapso, enunciar este título. No nos van a matar ahora, a pesar de que ya nos matan. No tengo que volver a los escenarios. Los nombres no salen de nuestras cabezas, a pesar de que contribuyen a los espacios de olvido que conforman la memoria brasilera. Sin embargo, ya no escribo para despertar la empatía de quien nos mata. Dedico este libro, y esta carta, a aquellas que vibran y viven a pesar de, en la contradicción entre la imposición de muerte social y nuestras vidas, irreductibles a este mandato.
No nos van a matar ahora porque aún estamos aquí. Con nuestras muertas apiladas exigimos justicia, en callejones infinitos, por todas partes. Aquí estamos nosotras, y ellas están con nosotras, escuchan esta conversación y nutren el apocalipsis del mundo de quien nos mata.
Ya no tenemos tiempo, pero sabemos que el tiempo no solo va hacia el frente. No vine aquí a cantar a la esperanza. No temo a la negatividad de esta época, porque aprendí con los cálculos de Denise Ferreira da Silva que menos por menos da más y, por lo tanto, nuestras vidas en negativo se suman y se multiplican en ausencia. Así, entonces, vengo a cantar en ausencia.
Yo las invito a vivir, a pesar de todo, en ausencia del mundo. En la radicalidad de lo imposible. Aquí, donde todas las puertas están cerradas, y por eso mismo somos llevadas a conocer el mapa de las brechas. Aquí, donde la noche infinita ya no nos asusta, porque nuestras miradas comulgan con la oscuridad y con la incertidumbre de las formas. Aquí, donde solo morimos cuando debemos recrear nuestros cuerpos y nuestras vidas. Aquí, donde no somos la promesa, sino el milagro. Aquí no nos corresponde salvar el mundo, ni Brasil, ni el lugar que sea. Donde nuestras vidas imposibles se manifiestan unas en otras y expresan, con su disonancia, dimensiones y modos de mundo que nos negamos a entregar al poder. Aquí. Aquí, todavía.
El 21 de junio de 2020 intenté comenzar esta carta. Solo escribí un párrafo, que decía:
Comienzo esta escritura en una casa temporal, en Lisboa, donde estuve retenida durante estos últimos tres meses debido a las medidas de contención de la pandemia de covid-19 en el continente europeo. Ver a Brasil ahora, desde el interior del conjunto cerrado en el que me encuentro, implica medir cada paso desde esta distancia, y presenciar de lejos el dolor del territorio mientras se materializa en mi cuerpo.
Hoy es 21 de noviembre de 2020. Luego de dar un salto y volver a casa, perder la casa, cortar la base y quedar sin base de nuevo, logré al fin regresar a la casa temporal donde comencé la escritura de esta carta. Todo y nada cambió en este tiempo. La furia y la agonía condensadas se volvieron piedra, piedra caliente, piedra de lava. Despedazada por la gran velocidad de idas y venidas de datos y luces en la pantalla. Ayer, desde mi lejanía, presencié la proliferación de contenidos acerca de otro asesinato: la ejecución pública de João Alberto Silveira Freitas, perpetrada por un grupo de vigilantes patrocinados por Carrefour, la red francesa de supermercados, en Porto Alegre. Todo transmitido y comunicado en esta ciudad infinita e infinitamente vigilada que es internet.
No estoy exiliada. Desde donde me encuentro puedo decir: no hay exilio. Hace unos meses, Bruno Candé fue asesinado en Lisboa por Evaristo Marinho, un viejo excombatiente de la guerra colonial de Angola. Y no es un caso aislado, de la misma manera en que Portugal tampoco está aislado de la violencia racial que opera en todas las esquinas del continente y más allá. Todo nos lleva a creer que estamos sitiadas, que donde hay nación hay brutalidad, y donde hay brutalidad nosotras somos el blanco.
Pero también estamos donde no llega la mirilla, pues, aunque no hay exilio, hay fuga. La fuga hacia donde estas palabras se dirigen. La fuga en la que nos encontramos.
Siento que comencé a huir de Brasil aun antes de migrar. Siento que es la verdad para muchas de nosotras. Brasil, en su autodescripción como promesa utópica de un mundo posracial, se configura más bien como una distopía antinegra y antiindígena, donde las representaciones de una libertad carnavalizada no expresan la ruptura de todas las normas, sino su exceso. Brasil, esa ficción colonizada y recolonial, sumisa ante el imperialismo e imperialista, dominada y dominante, nunca estuvo realmente a favor de las luchas continuas por liberar el territorio y los cuerpos subyugados en su construcción.
Huir de Brasil no es, necesariamente, migrar, pues los límites territoriales impuestos a la tierra son su cautiverio y no su definición. Brasil es lo que ocurre cuando la milicia del presidente Bolsonaro ejecuta a Marielle, cuando la Marina intenta obstruir el derecho que tiene la comunidad del Quilombo do Rio dos Macacos a sus tierras, cuando la corporación Isolux le roba la electricidad y la dignidad al estado de Amapá, cuando la lama de Vale entierra ciudades, cuando el hermano del gran heredero explota sus minas de diamantes, cuando los terrenos del Cerrado y los bosques están en llamas, cuando una de nosotras se suicida, cuando una travesti es asesinada, con cada tiro policial, de cualquier policía, pública o privada. Brasil es lo que ahoga y mata. Brasil es la matanza.
Toda la belleza y toda la respiración que existen llegaron a ser a pesar de Brasil, y es hacia el “a pesar de”, hacia el terreno de la fuerza que contradice toda brutalidad, que huyen estas palabras. Huyen hacia la belleza, aunque para hacerlo tengan que atravesar campos en llamas. La meta no es tanto el otro lado, sino el aquí, ese aquí hacia donde vamos y donde ya estamos. El aquí de donde venimos.
Este libro se construyó como una trinchera para robar tiempo. Es una compilación de críticas y de pistas: críticas a los modos sutiles y no tan sutiles de actualización de la violencia sistémica de la blanquitud y del fundamentalismo cisgénero, todo observado desde la posición contradictoria que ocupo, de un cuerpo normativamente clasificado como oscuro y, por lo tanto, políticamente negro e indirectamente atravesado por las memorias indígenas (potiguaras y “tapuias”) y su anulación en la construcción de la identidad brasilera. Tal posición, atravesada también por privilegios del orden del colorismo, me permitió acceder y mantener la posibilidad y el pasaje dentro de un sistema que, aunque está al tanto de los discursos de justicia y decolonización, aún replica modos de actualización antinegra y antiindígena.
No hablo de un acceso lineal, sino de uno minado. Mi caminata está atravesada tanto por el privilegio colorista como por la insuficiencia de tal privilegio ante las economías y coreografías elitistas de la supremacía blanca y cisgénero. En esa tensa contradanza, sin embargo, pude presenciar los límites de aquello a lo que la blanquitud y el fundamentalismo cisgénero llaman “inclusión”. Al aprender con la performer y escritora muSa Michelle Mattiuzzi acerca de la “inclusión por exclusión”, me dediqué a estudiar las curvas y nudos de este proceso. Parte de las críticas aquí presentes apuntan hacia este problema, que es la brutalidad de la apropiación y del robo en clave de benevolencia; el problema del uso blanco y cisgénero de las categorías de justicia social para seguir replicando las condiciones en que se reproduce la injusticia sistémica.
Pero la crítica es una brújula viciada cuando se trata de abolir el mundo como lo conocemos en dirección a la posibilidad de otra vida. Por eso, repartidas en las palabras y fuerzas de este libro, hay pistas más-que-críticas para la travesía y la fuga. No son recetas, fórmulas, llaves para abrir grandes puertas; son, más bien, los borradores de rutas provisorias, el susurro de posibilidades imposibles, la manifestación misteriosa de la existencia de lo que no existe…
Estas pistas, por lo tanto, sirven y no sirven, al igual que las críticas con las que están mezcladas. Todo es un experimento al filo de las cosas, allá donde estamos a punto de disolver las ficciones de poder que nos matan y aprisionan; allá, aquí, todas esas geografías donde fuimos saqueadas, y nos volvimos más-de-lo-que-se-llevaron; donde fuimos heridas, y nos volvimos más que un efecto del dolor; donde fuimos aprisionadas, y nos volvimos más que el cautiverio; donde fuimos brutalizadas, y nos volvimos más que la brutalidad. Allá, aquí, donde fuimos asesinadas, y nos volvimos más viejas que la muerte, más muertas que muertas, y en ese fondo, en ese afuera que no solo está fuera sino que está dentro de todo, en ese núcleo donde fuimos colocadas, fecundamos la vida más-que-viva, la vida enmarañada en las cosas. O, para activar el regalo que Cíntia Guedes me ofreció y que también está aquí a la manera de posfacio: “La vida infinita”.
¡No nos van a matar ahora!