“El cine es una sola escritura” y “prefiero pegar la oreja al corazón y ver qué sale de ahí”, son apenas unas de las muchas reflexiones que hace Rubén Mendoza para responder interrogantes acerca del cine que hace y siente. Mendoza se perfila como uno de los directores más importantes de esta “época de oro” (a nivel de producción de películas) del cine colombiano. Aprovechando su presencia en el pasado Festival de Cine de Cartagena de Indias, Jaure Solano Caro dialogó para El Laberinto del Minotauro con este controvertido y vanguardista director colombiano (hoy en día uno de los más talentosos) acerca de su obra y su visión sobre el cine. Disfruten.
JAURE SOLANO CARO: Gracias por estar aquí en El Laberinto del Minotauro. El año pasado acabó de cumplir diez años de promulgada la Ley de Cine en Colombia y se produjeron mejores películas, pero nadie las ve. ¿A qué crees que se debe eso?
RUBÉN MENDOZA: La raíz del problema para mí tiene que ver con la educación. Primero porque todavía no hay algo que conquiste la imaginación del colombiano promedio, o sea que a la gente no se le educa para contemplar lo propio, para que encuentre su voz en la voz de los artistas que lo están capturando y representando en su momento, entonces no va a haber interés. A la gente la siguen envenenando de novelas y de cable, aunque allí seguramente habrá alguna cosa valiosa, pero también hay mucha basura, porque en el fondo una crianza como esta busca que no se pueda crecer, hacer un ejército de consumo de lo que venden los poderosos. La educación no le conviene a ninguno de los poderosos, principalmente a los políticos. Un pueblo bien educado vería a sus artistas, un pueblo que ve a sus artistas tiene criterio. En el fondo es mucho más grave que simplemente no televisen nuestro cine, y claro, el maltrato al que son sometidas las películas colombianas por los exhibidores, presionados ―no para exculparlos― por los medias y los grandes distribuidores. No sé quiénes mueven eso, pero sé que se imponen condiciones como programar una cantidad de basura. Ellos finalmente sacan su rabia con las películas colombianas, ¡como pueden vapulearlas fácilmente!
J.S.: ¿Crees que esto que sucede con el cine hace parte de un macro-proyecto para mantener el status quo del país?
R.M.: A través de la indiferencia. La gente que está bien criada, bien educada, es completamente indiferente. Eso se puede cambiar, ojalá en un término medio. Que las fuentes de información no sean únicas sino que sean muchas más y muchas otras. Mientras sigan siendo las mismas fuentes de información, pues, estamos trabajando para los mismos y lo peor es que sin saberlo.
J.S.: ¿Cómo te va con la exhibición de tus películas?
R.M.: Yo siento que la manera más honesta de ofrecerle algo al público, a los cinéfilos y a la crítica es no pensar en ninguno de los tres, sino, como lo he dicho ahorita, pegándole el oído al corazón ―muestre a ver qué es lo que yo quiero decir―. Si se encuentra con la curiosidad de alguien, si se encuentra con el momento de un espectador, ¡qué bendición! Tengo un parcero del alma, Daniel García, que es el productor de todas mis películas. Le gusta ocuparse de lo que a mí no me gusta y a mí de lo que a él no. Esas preguntas las resuelve él, yo estoy para acompañarlo en lo que me diga, no para ponerme a reflexionar ―¿Cómo hacemos un hit?― porque además yo no sé de eso, ni siquiera lo saben los gringos.
J.S.: ¿Cuál es la película de tu vida?
R.M.: Esa pregunta tiene muchas aristas. La película de mi vida es la bendición de mi suerte, ese no es un título, esa es una palabra. La bendición que he tenido de poder estar contemplando y como diría Raúl Gómez Jattin “tantos ángeles clandestinos” que protegen el camino y me cubren, ayudan a que mis películas sean posibles; estos cómplices que aguantan el vigor y la borrasca de mi creatividad, que muchas veces sé que es desastrosa, como las palabras que estoy diciendo. No me pongo a nombrar títulos. Lo que sucede es que esta primera parte ha sido contemplar y extender en mí la sensibilidad de alguien como mi viejo o como mi vieja al ver el mundo. Esas herencias me han servido ―lo digo con la mayor humildad del mundo, como un magneto―para que mis compañero de adelante y detrás de la cámara lo hagan con tanto misticismo y con tanta alegría. Ahora, hablando de cine-cine, como pienso yo… el cine a veces se filma, pero a veces las mejores películas las estás contemplando al compartir con alguien o estar en un lugar. En materia de filmografía mis maestros son Herzog, Fassbinder, Genet, Bergman, Kiarostami, Erice. Es muy difícil hacer una calificación, porque se va cambiando; se agradece a las películas que son fundamentales en un momento, después pueden irse a la genética, pero no quiere decir que se tenga que andar reflexionando sobre ellas, justamente como la genética: allí está, sin hacer bulla.
J.S.: ¿Cuánto de Herzog y cuánto de Kiarostami hay?
R.M.: 37% de Herzog y 63% de Kiarostami, no sé, pero mucho. Esa es gente con la que se hace una amistad unilateral, ellos no saben que soy su amigo, lo que son sus películas y cómo me siento identificado.
J.S.: Ayer mencionabas algo interesante cuando alguien te preguntó sobre tu proceso creativo, mencionabas que todo hacía parte de una cosa, el guión, la escala de grabación, decías que el cine es “una sola escritura”.
R.M.: Yo siento que el cine es una sola escritura que empieza con un hilo. En ese momento se tiene la visión de por dónde irse, o qué quisiera contar, filmar o retratar. De allí se va haciendo un solo guión que se van volviendo letras, imágenes, toma tras toma, reescritura, luego se vuelve montaje, tejer, retejer en la versiones distintas de montaje.
J.S.: En la presentación de Memorias del Calavero hablabas del campo fresco, de ríos, pero en La sociedad del semáforo vemos ciudad. Entonces, ¿qué tanto influye la geografía en tus películas?
R.M.: En La sociedad del semáforo también hay campo, no hay río; bueno, hay un momento corto. La geografía lo determina todo, no solo mis películas, la geografía determina un clima y un clima determina qué se siembra, la alimentación, el acento, lo aislado que esté un pueblo. La geografía lo es todo. En el caso de La sociedad del semáforo la geografía era Bogotá y determinó todo: la manera de filmar, su caos, el ritmo, filmar en medio de los trancones reales. En Memorias del Calavero igual: la montaña, el río, fluir, la bajada al valle que desemboca finalmente en el río de mi otra película; en el río Unete, en el Llano, donde ya no hay montañas sino valles, el paisaje lo es todo. En La cerca, La casa por la ventana, El reino animal, el paisaje es lo que determina todo porque es quien lo habita; aquí encuentras personas, animales, espíritu, maneras de ver, estar en un lugar para contemplar y aprovechar, beberse una luz prodigiosa.
J.S.: Háblanos un poco de las micro-sociedades de La sociedad del semáforo.
R.M.: Me interesa la gente que se queda al margen, contrario a los demás que gustan de los semáforos para avanzar rápido. Esa gente quiere el semáforo en rojo para poder prolongar la forma de colmar su agonía, esa es la micro-sociedad que observo allí, es la gente capaz de ver el mismo entorno mío, con las mismas claves, pero con condiciones completamente distintas.
J.S.: Vi a Velandia [de Velandia y la tigra] en Memorias del Calavero, vi el video de Naranjas, ¿qué es para ti la música?, ¿cómo participa de tu cine?
R.M.: Pues, para mí, la música es el tope de las artes y de la expresión. Me alegra mucho atestiguar o ver crear a alguien que admiro tanto, lo que llamarían muchos un genio, un arquitecto de la música, alguien guiado por esa idea del centro. Velandia en su música es igual al centro y libre de estética; él canta sobre lo que ve, lo que lo rodea, lo que lo atraviesa; él es el prisma, yo me siento del mismo lado. Profeso una especial admiración por los músicos. Dicen que tengo oído de perro, o sea, muy agudo para lo que me propongo y para lo que encuentro en la mezcla de la música o el sonido en general, que es música con tiempos distintos. Una banda sonora aunque no tenga música tiene musicalidad, tiene un ritmo; la música es la base de todo y es el primer arte que se movió en el tiempo como se mueve cine. El cine es tan hijo de la música como dicen de la literatura, de tener que moverse en el tiempo, de tener que necesitar del tiempo para asimilarlo.
J.S.: ¿Cuánto de ti hay en tus películas?
R.M.: No sé cuánto, yo no lo divido, pero creo que todo. Uno es lo que pinta, le dijo a Velandia un pintor. Eso me lo repito a diario. Uno está en todo eso, pero no quiere decir que porque yo filme eso sea necesariamente mío, pero sí la manera en que uno lo filtra, lo asimila, y que termina llamando tu propia atención; eso quiere decir que allí hay algo de uno, con lo que se identifica o repele.
Cartagena, 17 de Marzo de 2014