El escritor colombiano Camilo Ortega, conocido como Hank T. Cohen, publicó en 2019 bajo el signo de la editorial Vestigio, una colección de relatos titulada El Pornógrafo. Se reúnen allí quince historias significativamente extrañas en el panorama de las narrativas nacionales. Con títulos tan peculiares como Las palomas lactan, Sánscrito eléctrico o Este producto contiene carne humana, el autor escarba en una literatura que ha sido catalogada como “mucilaginosa”.[1] Bizarro
El epígrafe ¨La catástrofe es el metabolismo del universo¨[2] prefigura las abrumadoras imágenes que esta antología agrupa, pues, algunas de ellas transitan sin pudor en el horror corporal y el vacío. El relato Lo que comen las estrellas muertas, nos permite atestiguar la experiencia posible de un astronauta que se desprende de su nave y se extravía en el espacio exterior; la muerte se nos presenta como un accidente detallado con reminiscencias amnióticas. Y qué enigmática es la frase final de ese cuento: ¨la culpa no se transmite en el vacío¨.
En sus relatos, Camilo Ortega despliega un arsenal de fantasías descabelladas en las que se lee una poesía rechinante y terrible. Por ejemplo, la historia en la que una criatura que se alimenta de dientes humanos, utiliza al último hombre del universo para cultivar en su cuerpo los preciados órganos que llama ¨fragmentos duros del alma¨. Esta criatura, que es también el narrador del relato, pasa ante nosotros como un alienígena o un perverso dios que orquesta un ritual horrendo, en el cual, curiosamente, la víctima es nombrada Isaac.
En los extraños mundos que El Pornógrafo encierra, habitan presencias que parecen sacadas de episodios de Rick and Morty, como es el caso del relato que apertura la antología titulado Agujeros de gusano. Habitan, asimismo, animales que se comportan como monstruos en viñetas talvez inspiradas en el Hitchcock de Los Pájaros, pero llevado al gore.
Por supuesto, el cine ha explorado con mayor éxito comercial el terror construyendo escenarios en los que el miedo, o las fuentes de él, se encarnan en personajes asesinos y sanguinarios, en magias destructoras, en entes mitológicos que amenazan nuestro obstinado instinto de supervivencia, o en tecnologías que pueden extinguirnos como especie. La literatura contenida en los relatos de H. T. Cohen se apropia de unas herramientas que se le atribuyen al género raro y al splatterpunk: detalladas representaciones de lo visceral y de lo mutante se conjugan con historias donde se sacuden los cimientos de lo real gracias a la ciencia ficción, a la tecnología o al absurdo.
Es verdad que el negocio de las editoriales en nuestro país ha favorecido, por lo menos en términos cuantitativos, las publicaciones de una literatura de ficción que abunda en intenciones de componer dentro de los límites del realismo, sea este, o no, mágico. Así que, la colección de cuentos de la que hablamos es un pájaro raro, cuando se examina la oferta local que tiene a disposición el lector colombiano. Más aún, es un matrimonio irrevocable con unas imágenes de terror acelerado, aupadas por el propósito de sacudirnos en un nivel profundamente físico, mientras algunas escenas desfilan ante nosotros llenas de sinsentido o de asco.
En la década de los ochenta, artistas colombianos como Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina[3], trabajaron en películas que pretendían insertarse en un género “gótico tropical”, y estaban cargadas de intenciones políticas e iconoclastas. Pero mientras que esas expresiones se plantaban con rabia consciente frente a las estructuras de dominación criolla, los trabajos de Camilo Ortega asumen a posta lo que Marc Berdet denomina “suspensión apocalíptica del tiempo histórico”. Las narraciones de El Pornógrafo ocurren en una suerte de universo paralelo, que puede funcionar siguiendo leyes naturales distintas a las nuestras, pero allí el ser humano, espantosamente solo, también es atravesado por nauseas metafísicas y el horror de la muerte.
[1] La referencia es a una frase de Alejandro Morellón.
[2] The catastrophe is the metabolism of the universe. Este aforismo se le atribuye a Doctor Who y a Charles Sheffield.
[3] Es célebre la cinefilia de Caicedo y su afición al cine de Serie B. Él, Mayolo y Ospina tuvieron como antecedente del “gótico” en la literatura colombiana, una novela de los setenta escrita por Álvaro Mutis: La Mansión de Araucaíma.